martes, 28 de febrero de 2012

Los gatos del Foro Trajano




Tomando la Vía Alejandrina para entrar en la del Corso, paso todas las tardes junto al Foro Trajano, o si queréis, junto a la Columna Trajana, que es lo único que verdaderamente queda en pie de aquel complejo monumento, acaso el de más sonada magnificencia entre cuanto vio levantarse y caer este sol de Roma. Un paralelogramo cercado, de nivel mucho más bajo que la calle, contiene, entre silvestres hierbas y lodosos charcos, truncas columnas de granito, algunas de ellas arraigadas al suelo, otras tumbadas; y en medio de estas ruinas resalta, entera y majestuosa, la Columna Trajana, de mármol esculpido, en toda la extensión del fuste, con bajorrelieves que recuerdan el sometimiento de los dacios por el magnánimo y glorioso Emperador. Sus cenizas reposan, o reposaron, dentro del pedestal, dispuesto como sarcófago. Sobre el dórico capitel, en vez de la imagen de Trajano que lo coronaba, descuella, desde tiempos de Sixto V, un San Pedro de bronce.

La primera vez que pasé junto al Foro Trajano, ya casi entrada la noche, y me asomé a la oscura hondonada, vi deslizarse, entre las rotas piedras y las matas de pasto, una sombra fugaz. A esta sombra siguieron otras y otras, en varias direcciones. Luego advertí que con aquellas cosas pasajeras solían correr unas extrañas lucecillas. ¿Almas de tribunos, de mártires, de héroes, como las que en este venerado suelo de Roma han de reconocer un despojo de su vestidura corporal en cada grano de polvo, en cada hilo de hierba?...

Volví a pasar de día, y las sombras me revelaron su secreto. El ruinoso Foro está poblado de gatos. Allí ha puesto su cuartel general, su concilio ecuménico, su populosa metrópoli, la que llamó Quevedo "la gente de la uña".

Los hay de todas pintas, barcinos y atigrados, amarillos y grises, blancos y negros. En los cuadros de sol, sobre la fresca hierba, disfrutan, con envidiable e indolente placidez, su dicha de vivir ya gravemente sentados, ya tendiéndose en esas actitudes inverosímiles y absurdas con que encantaban a Teófilo Gautier. Uno, negro como la tinta, inmóvil, sobre una tronchada columna que le forma pedestal, parece una esfinge de ébano. Micifuz se relame sobre un derribado capitel. Zapirón remeda, rascándose "la pata coja de Mefistófeles". Zapaquilda amamanta a sus bebés en el hueco de dos piedras donde ha tendido el césped blanco tálamo. Ignoro si el problema económico de esta comunidad se resuelve mediante la protección del vecindario, o si ella vive de su propia industria con la libre caza de sabandijas; pero observo que todos los asociados están gordos y lucios y que el rayo del sol arranca de los esponjados pelambres reflejos, ya de oro, ya de azabache, ya de nieve.

No quiero a los gatos. Me han parecido siempre seres de degeneración y de parodia: degeneración y parodia de la fiera. Son la fiera sin la energía; son el tigre achicado, el tigre de Liliput; el instinto contenido por la debilidad; la intención pérfida y sinuosa que sustituye el arrebato de la fuerza: la mansedumbre delante del hombre y la ferocidad delante del ratón.

Cuando la corona de los seres vivientes está sobre la frente del león, como en la hermosa fábula de Goethe, la propia tiranía se ennoblece y la propia crueldad cobra prestigios de justicias. ¡Ay del reino animal cuando manden los gatos!

Contemplando a la plebe felina adueñada de aquellos despojos de la grandeza imperial, se me figuró ver cifrado en este caso un carácter constante de las decadencias. Caer en manos de los gatos, ¿no es el destino de todos los poderes que envejecen, de todas las glorias que se gastan, de todas las ideas que se usan?... Luego otra figuración embargó mi pensamiento. Me pareció como si se presentara entre las minas el alma de un antiguo romano y, con la amarga ironía de su orgullo, señalase en aquella vasta gatería una pintura de nuestra civilización, un símbolo de nuestra edad.

Somos, para los antiguos, gatos para fieras. Reproducimos su genio y su cultura, como el gato los rasgos del felino indómito y gigante. Para dar voz a otros hombres y otros tiempos, el Ramayana, la Ilíada, la Comedia. Para expresar la democracia utilitaria y niveladora, la Gatomaquía. Carecemos de la crueldad que empurpuró la arena del Circo y maceró las carnes del esclavo; pero tenemos la perversidad del rasguño, de la pupila que escudriña en la noche, de la mano esponjosa que dilata la agonía del ratón. Gatunos son nuestros crímenes. Económicas, tibias y falaces nuestras virtudes, pulcritud de gato. Si se aparece entre nosotros el Héroe, el miedo nos infunde valor y le saltamos a la cara, como nuestros congéneres hicieron con Don Quijote. Suplimos nuestra timidez para afrontar las puertas bien guardadas con nuestra habilidad para marchar por las comisas y trepar por los muros.

Las lamentaciones de Isaías, las amenazas de Daniel, las maldiciones de Dante, las quejas de Prometeo Encadenado, retumban en las concavidades del tiempo como rugidos en la selva. Los ayes de nuestros dolores, la declaración de nuestro moderno pesimismo, el clamor de nuestras rebeliones y nuestras esperanzas, ¿no sonarán en los oídos del futuro como maullidos de azotea?

El patriotismo romano, propagandista y conquistador, fue un inextinguible anhelo de espacio, y rebosando sobre el mundo, hizo nacer de la idea de la patria el sentimiento de la humanidad. Nuestro patriotismo, contenido y prudente, egoísta y sensual, ¿no tiene mucho del apego del gato a la casa donde disfruta su rincón?... ¡Oh, tú, que te levantas allá enfrente!, sombra del Coliseo, erguido fantasma de la antigüedad, genio de una civilización de águilas y leones: ¿no será esta de que nos envanecemos una civilización de gatos? 

José Enrique Rodó, Roma, 1917.


De "El Camino de Paros" de José Enrique Rodó; C. García editor, Montevideo, 1945.

domingo, 26 de febrero de 2012

Los funerales romanos







TUMBA DE CECILIA METELA: Las tumbas de los romanos ricos eran frecuentemente magníficos monumentos, como la llamada de Cecilia Metela, una fuerte torre, colocada al borde de la Via Apia, al largo de la cual se elevan numerosos monumentos y funerarios.

El culto de los muertos era el primer culto de las familias, y de aquí que los funerales fuesen celebrados con tanta pompa como lo permitía la fortuna de la familia del finado. Después del tocado fúnebre, el cuerpo se entregaba a los empleados de las empresas funerarias, que plantaban un ciprés delante de la casa y levantaban al muerto una cama de respeto en el atrio. Enseguida se llevaban al muerto a la sepultura en una litera precedida de trompetas, flautas y plañideras.

Detrás del cuerpo marchaban los parientes y amigos del difunto. Si éste era noble, el cortejo se aumentaba con el desfile de todas las imágenes de los antepasados. Se paraba en el Foro donde se pronunciaba la oración fúnebre del muerto. Se usaba no enterrar a los muertos, sino incinerar los cuerpos, para lo cual se preparaba una hoguera, que los parientes encendían con una antorcha, volviendo para ello la espalda. Recogidas después las cenizas en una urna, se depositaban en la tumba. Nueve días después, la familia celebraba la comida fúnebre y, cuando podía, daba juegos de gladiadores para aplacar a los manes del muerto.

Las tumbas de los ricos se construían a lo largo de los grandes caminos y en particular a lo largo de la Vía Apia. Todas eran monumentos imponentes. Las tumbas de los pobres eran más sencillas, y muchos no la tenían siquiera, sino que alquilaban un puesto para su urna en edificios especiales, construidos por empresarios y que se llamaban Columbarium, porque afectaban la forma de palomares. Algunos de estos monumentos estaban formados de galerías abiertas en la tierra, que más tarde se llamaron Catacumbas.

Cualquiera que fuese su sepultura, el muerto enterrado según los ritos llegaba a ser un dios y tenía derecho a un culto de parte de sus descendientes.

URNA FUNERARIA: Los romanos quemaban generalmente sus muertos en lugar de enterrarlos y recogían las cenizas en urnas que se depositaban en las tumbas.


De la "Historia Romana" de Alberto Malet; Ediciones Españolas Hachette, París, 1922.

viernes, 24 de febrero de 2012

El Viejo y la Muerte


"El Viejo y la Muerte", óleo de Joseph Wright Derby

Entre montes, por áspero camino,
Tropezando con una y otra peña,
Iba un viejo cargado con su leña,
Maldiciendo su mísero destino.
Al fin cayó; y viéndose de suerte
Que apenas levantarse podía,
Llamaba con colérica porfia, 
Una, dos y tres veces a la Muerte.
Armada de guadaña, en esqueleto
La Parca se le ofreció en aquel punto;
Pero el viejo, temiendo ser difunto,
Lleno más de terror que de respeto.
Trémulo le decía y balbuciente:
-Yo... señora... os llamé desesperado.
-Pero... acaba: ¿qué quieres, desdichado?
-Que me cargues la leña solamente.
Tenga paciencia quien se crea infelice;
Que aún en la situación más lamentable, 
Es la vida del hombre siempre amable:
El viejo de la leña nos lo dice.

Samaniego


De las "Fábulas" de Félix María Samaniego; Imprenta que fue de Fuentebruno, Madrid, 1841.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El suicidio de Stefan Zweig


 Stefan Zweig y su esposa Lotte tras haber cometido suicidio.

El 22 de febrero de 1942, la policía de Petrópolis, en Brasil, encontró a un hombre acostado en su cama, vestido con un traje informal, pero elegante. A su lado, una mujer cuyo brazo izquierdo abrazaba su pecho. Este hombre era el escritor austriaco Stefan Zweig. Le faltaban días para cumplir los sesenta años. La muerta era su esposa de treinta y tres años, con nombre de soltera Altmann. Habían tomado Veronal.

Sobre el escritorio ordenado con una meticulosidad extrema se encontraban cartas de despedida, los lápices con punta afilada, los libros prestados con la etiqueta de sus respectivos dueños y una declaración dirigida a las autoridades de Petrópolis en la que afirmaba haberse quitado la vida en pleno conocimiento del acto, y por voluntad propia.

¿Por qué el escritor exitoso, el hombre que tenía una excelente situación económica, que se había puesto a salvo de las persecuciones fascistas, había partido de la vida? Interrogantes que sólo se pueden contestar con suposiciones, interpretaciones de las palabras que dejó escritas, reflejo de su manera de pensar, de la visión que tuvo del mundo. Especulaciones que hacemos para tratar de entender el suicidio, para que no quede solamente como una anotación fría y burocrática en los documentos oficiales; respuestas que buscamos para justificar algo tan estrictamente personal como es la vida y la muerte.

El hombre que siempre consideró por encima de todas las cosas su libertad personal, una Europa unida por la hermandad y sin fronteras espirituales, vio truncada la realización de estos valores, porque le tocó vivir en una época bélica, en la que la humanidad se destruyó en dos guerras mundiales. Zweig tenía fe en el hombre, y cuando éste fracasó, buscó y halló refugio en la muerte. Senequiano en su último acto, estaba convencido de que “La vida depende de la voluntad de otros; la muerte. de nuestra propia voluntad” (Montaigne, Europäisches Erbe, Frankfurt, 1982, p. 48). Un acto de máxima libertad, desligado de cualquier dogmatismo religioso le concedió por último, eso, que tanto anheló, la esperanza de un nuevo “amanecer”.


DECLARACIÓN

"Antes de partir de la vida, con pleno conocimiento, y lúcido, me urge cumplir con un último deber: agradecer profundamente a este maravilloso país, Brasil, que me ofreció a mí y a mi trabajo una estancia tan buena y hospitalaria. Cada día aprendí a amar más este país, y en ninguna parte me hubiera dado más gusto volver a construir mi vida desde el principio, después de que el mundo de mi propia lengua ha desaparecido y Europa, mi patria espiritual, se destruye a sí misma.

Pero después de los sesenta se requieren fuerzas especiales para empezar de nuevo. Y las mías están agotadas después de tantos años de andar sin patria. De esta manera considero lo mejor, concluir a tiempo y con integridad una vida, cuya mayor alegría era el trabajo espiritual, y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad personal.

Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto".

Stefan Zweig



Este artículo fue publicado por la revista mexicana "Argos", Nº 20, de noviembre de 2002.

martes, 21 de febrero de 2012

Rosa Garibaldi



ROSA GARIBALDI
FALLECIDA A LOS
30 MESES DE SU
EDAD EL DÍA 23
DICIEMBRE
DE 1845

Esta es es otra de las antiguas lápidas con con que nos hemos encontrado en nuestras recorridas por el Cementerio Central de Montevideo. En este caso se trata de la tumba de una niña de dos años y medio fallecida hace 167 años. Este es el único recuerdo que queda de su breve paso por este mundo y quisimos rescatarlo con nuestra cámara. Me intriga saber si se trató de una hijita de Giuseppe Garibaldi quien ese momento se encontraba radicado en la plaza de Montevideo durante la Guerra Grande. Dicha guerra duró de 1838 a 1851 y Garibaldi participó activamente en ella y fue protagonista de todo tipo de hazañas y aventuras, pero eso ya es otra historia...

domingo, 19 de febrero de 2012

El más bello momento del hombre...



Repitamos: "La muerte es el más bello momento del hombre". Mejor digamos, del cristiano que ha vivido bien.
Es el crepúsculo dorado de la vida.
Es el último rayo que el sol despide antes de ocultarse debajo del horizonte terrenal.
Es la noche pregonera del alba de la eternidad.
Es la aurora de un nuevo día: día sin ocaso, sin nieblas, sin tormentas.
Es el principio de una nueva era: era de paz, de gozo, de felicidad.
Es el triunfo supremo del alma sobre el cuerpo, del espíritu sobre la materia.
Es la epifanía de un alma inmortal que se presenta a las puertas de la eternidad con todo el esplendor de su realeza...
"Mejor es el día de la muerte que el del nacimiento", dicen las Sagradas Letras. (1)
La Iglesia llama nacimiento el día de la  muerte de los mártires: natalitia mártyrum,  -porque es la aurora de los días eternos.
¿Por qué entonces no desear la muerte, cuando Dios es servido de enviárnosla?

(1) Eclesiastés, VII, 2.


De "El Libro del Enfermo y del Atribulado" por Bernardo Gentilini; Apostolado de la Prensa, Santiago de Chile, 1919.

viernes, 17 de febrero de 2012

Batlle y la abolición de la pena de muerte



"H. Asamblea General:

"Montevideo, junio 27 de 1905.

"El Poder Ejecutivo os propones la sanción del proyecto de ley adjunto en que se suprime la pena de muerte.

Esta pena, que, en su ejecución, tiene que ocultarse cada día más en el fondo de las penitenciarías, porque repugna al sentimiento público, está lejos de imponerse como una consecuencia forzosa de las teorías sobre la naturaleza y el fin de la pena, sostenidas por los tratadistas de Derecho Penal, y al contrario, se halla en pugna con las más generosas y avanzadas.

Es verdad que para ciertos autores la pena de muerte es un castigo, una expiación que se sufre aquí, en la Tierra, como medio de atemperar el castigo que se debe recibir en el cielo, considerándose tanto mayor su eficacia cuando más grande es el suplicio que importa. Pero la ley positiva no puede tener por objeto el arreglo de los asuntos religiosos sino el bien común y no se podrían imponer penas más o menos terribles por razones ideológicas.
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Una sociedad pobre, embrionaria, desprovista de cárceles apropiadas y de la organización civil o militar adecuada para la vigilancia de los delincuentes, podrá recurrir legítimamente a las ejecuciones capitales, único medio efectivo a su alcance para ponerse a cubierto de los ataques de éstos.

Las sociedades más avanzadas reparten la muerte por las bocas de sus fusiles y cañones cuando tienen que repeler una agresión del exterior, o sostener el orden amenazado dentro de las fronteras, por asonadas y otros movimientos subversivos, y esas ejecuciones en masa se legitiman por la imperiosa y suprema razón de la conservación social.

Pero restablecido el orden, la calma, provista de todos sus abundantes medios de defensa, ninguna sociedad civilizada tienen necesidad de suprimir el delincuente para ponerse a cubierto de sus ataques. Las cárceles ofrecen encierros seguros en donde le es al recluido imposible evadirse. Y en tales condiciones la pena de muerte debe ser considerada como un acto de crueldad innecesaria. Ni aún en el caso mismo de la incorregibilidad cierta de un reo, podría justificarse. La prisión a perpetuidad sería siempre una defensa eficaz  y la pena de muerte un exceso de defensa.

Ni siquiera podría alegarse la inconveniencia de hacer erogaciones para sostener a seres totalmente inútiles a la sociedad. El progreso en la organización de las cárceles y en su apropiación a los fines que deben llenar, hará que el criminal provea con creces por medio de su trabajo a su propio sostenimiento, y hasta que ese trabajo sea bastante productivo para ofrecer indemnizaciones a las personas que han sido perjudicadas por sus actos delictuosos.
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El que se habitúe a las ejecuciones capitales y llegue a presenciarlas fría y tranquilamente, podrá estar cierto de no encontrar y a en sí mismo resistencias orgánicas al crimen, si alguna vez la oscuridad de sus ideas morales y sus apetitos sin dirección lo empujan hacia él.

Las masas populares, a las que generalmente no alcanza el beneficio de una educación regular, habrán perdido el motivo más poderoso quizás de su orientación hacia el bien, cuando alrededor de patíbulo se hayan acostumbrado a contemplar con impasible curiosidad o con enfermizo placer, la sangrienta agonía de un semejante. El Poder Ejecutivo tiene la certidumbre de que estas consideraciones y otras muchas que omite, debidamente apreciadas por V.H. os inducirán a prestar vuestra aprobación al proyecto que se adjunta".


"Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes", tomo 187, año 1906. Consideraciones del proyecto de ley suprimiendo la pena de muerte.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Muerte aparente de los recién nacidos



MANERA DE HACER VOLVER A LA VIDA EN CASO DE MUERTE APARENTE DE LOS RECIÉN NACIDOS.

El doctor Brown recomienda con este objeto inyectar bajo la piel del niño nacido en estado de muerte aparente la mezcla de:

       Whisky................................................... V gotas
       Tintura de belladona................................... I     "

Este líquido se inyectará en los dos brazos. Los niños abrirán los ojos inmediatamente después de la inyección y comenzarán a gritar.  

Si esto fracasara, el autor inyecta bajo la piel 4 a 8 gramos de agua caliente adicionada de una gota de alcohol aromatizado. (Wien. Med. Pr., núm. 31, 1897).


Del "Anuario Internacional de Medicina y Cirugía", Segunda serie, tomo XXVIII, Enero a Julio de 1898; Libería editorial de  Bailly-Bailliere e hijos, Madrid, 1898.

martes, 14 de febrero de 2012

Caronte


"Caronte llevando un alma en su barca", óleo de Joachim Patinir.

Hijo del Erebo y la Noche, era un dios anciano, pero inmortal. Su función era pasar al otro lado del Estix y el Aqueronte las sombras de los muertos en una barca estrecha, mezquina y de color fúnebre. No solamente era viejo, sino avaro; no admitía en su barca sino las sombras de los que habían sido sepultados y pagaban el pasaje; dejaba errar a las de los que no tenían sepultura durante cien años en la orilla del río, donde en vano tendían el brazo hacia la otra orilla. La suma que había de pagarse era un óbolo como mínimo y tres como máximo.

Ningún mortal podía entrar vivo en su barca a menos que una rama de oro, consagrada a Proserpina y arrancada de un árbol fatídico, le valiera de salvoconducto. La Sibila de Cumas dio una al piadoso Eneas, cuando quiso descender a los Infiernos. Preténdese que Caronte estuvo castigado un año en las profundidades oscuras del Tártaro por haber pasado a Hércules, que no estaba provisto de este magnífico y precioso ramo.

Este piloto infernal es representado como un anciano delgado; sus ojos vivos, su cara majestuosa, aunque severa, tienen un sello divino. Su barba es blanca, larga y espesa. Sus trajes son de un color oscuro y manchados del negro limo de los ríos infernales. Está ordinariamente de pie en su navecilla y con las dos manos en el remo.


De la "Nueva Mitología Griega y Romana" de P. Commelin; Editorial Atlas, Buenos Aires, 1945.

lunes, 13 de febrero de 2012

Los Congelados



Exclamó el joven sabio:

-¡La vida! ¡Y qué sabemos nosotros de lo que es la vida, amigo mío!... ¿Usted ha visto, sin duda, funcionar esos populares apratos que se llaman ventiladores, y que se mueven en un perenne vértigo, refrescando el ambiente caliginoso de los cafés? ¡Quién no los conoce! Tratase de dos simples hélices cruzadas, que por medio de un sencillo mecanismo giran, agitando el aire. Para ponerlas en movimienio basta meter la clavija (que está al cabo de un flexible metálico envuelto en hilo de algodón) en el enchufe, el fluido corre a través del flexible, y el aparato se echa a girar. Quita usted la clavija; cesa el fluido de comunicar movimiento a la pequeña máquina; las hélices se paran..., y el aparato es como un cuerpo sin vida. Si lo dejamos allí indefinidamente, acabará por orinecerse. Después será inútil comunicarle nuevo fluido. Pero mientras esto no suceda, cuantas veces se produzca el contacto de la clavija y el enchufe, el pequeño organismo funcionará...

Pues bien, amigo mío: la vida no es ya para la Ciencia más que algo semejante a ese fluido eléctrico; es decir, una de las fuerzas constantes de la naturaleza. Por causas casi siempre conocidas, e1 fluido, la bienhechora corriente vital, se suspende, y se para la máquina. Pero es posible, dentro de los modernos conocimientos, aplicarle de nuevo la corriente y hacerla moverse otra vez... Solo que hasta hoy era preciso intentar luego la resurrección, en vista de que el cuerpo humano se descompone con más rapidez que la máquina de que hablamos, y una vez descompuesto es imposible todo tanteo. Felizmente, los últimos experimentos de Raúl Pictet, mi maestro muy querido, con el cual trabajo ahora aquí mismo, abren posibilidades sin límites a este respecto.

¿Quizá habrá leído usted los milagros que mi maestro ha podido realizar con los peces? Imagínese usted una pecera que, por determinados procedimientos, se va paulatinamente helando, primero a cero grados; después, a temperaturas de veinte y aun treinta grados. A los primeros síntomas de frío los peces suspenden todo movimiento. ¡Luego quedan presos en el hielo y acaban por morir!

A esas temperaturas de veinte y treinta grados, el pez no es ya más que un bibelot cristalizado, que se quiebra con suma facilidad, pudiéndose reducirlo con los dedos a pequeños fragmentos.

Pero, y aquí empieza lo maravilloso, después de un tiempo indefinido, durante el cual, naturalmente, se ha tenido la precaución de conservar la bajísima temperatura de la pecera, se deja a esta paulatinamente licuarse; el agua, con suma lentitud, va deshelándose; vuelven los peces a flotar en ella y de pronto empiezan a moverse y a nadar como si tal cosa, agitando sus aletas con el elegante ritmo habitual (1).

El joven sabio hizo una pausa, durante la cual buscaba en mi fisonomía el efecto de sus palabras.

-Pues bien...-prosiguió después de algunos segundos-; ¿qué diría usted si yo le asegurase que, tras muchos ensayos (con ranas, que soportan temperaturas de veintiocho grados; con escolopendras, que la soportan de cincuenta grados; con caracoles, que las sufren hasta de ciento cincuenta grados), qué diría usted si yo le asegurase haber logrado con mamíferos, con cuadrúmanos de gran talla..., con el complicado cuerpo del hombre, por fin, lo que mi maestro Pictet obtuvo con los peces?

-¡Imposible!

-Se ha logrado, sí, señor, y -añadió, acercándose a mi oído -en un subterráneo especial, al que puedo conducir a usted cuando guste, yacen congelados en ataúdes diáfanos, que se hallan a temperaturas terriblemente bajas, varios hombres, sí, señor; varios hombres que, por su voluntad, han querido dormir mucho tiempo, meses, años..., para poner un paréntesis de hielo y de dulce y sosegada inconsciencia entre su dolorosa vida de ayer y la vida de mañana (que esperan sea superior a esta), en una sociedad más sabia.

Claro que han pagado muy caro tal paréntesis; pero como se trata de ricos... Al cabo de cierto tiempo el procedimiento se abaratará, y entonces hasta los más pobres podrán substraerse cuanto tiempo quieran a su calvario cotidiano. A la vejez y a la muerte.

Entre estos congelados de ahora hay dos o tres que están allí por pura casualidad, porque imaginan que cuando despierten se encontrarán en un mundo mejor... Para mí creo que se equivocan; pero, en fin, allá ellos; y uno de los dormidos, el más peregrino de todos, ha pagado por veinte años de inconsciencia. ¿A que no sabe usted para qué? Pues para dar tiempo de que crezca una niña que ahora tiene dos años, y con la cual ha jurado casarse...

-Debe ser un yanqui...

-Ha acertado usted. Es de Denver (Colorado). De tal manera les ha cristalizado a todos el frío, que si les tocásemos podríamos quebrarles en no sé cuántos pedazos, como a los peces de marras; arrancarles una mano o un pie, como si fuesen muñecos de azúcar candi...

Llegado el momento en que, según convenio particular de cada uno, hay que deshelarlos, se les aplica idéntico procedimiento al de los peces, y una vez que el agua ya licuada adquiere la temperatura conveniente, cátalos dispuestos a vivir tonificados, alegres, como si saliesen de un baño... Debo advertir a usted, sin embargo, que los hombres no se mueven así como así, nada más porque se les licue y caliente el agua; hay que hacerles en seguida la respiración artificial, como a los fakires que desentierran en la India al cabo de algunos días de catalepsia provocada. Pero merced a las tracciones rítmicas de la lengua, a los movimientos del pecho, de los brazos y demás, algunos minutos después de licuarse el agua, ya andan nuestros sujetos por allí, vistiéndose, para asomarse de nuevo a la vida, de la que quisieron escapar por determinado tiempo.

¿Quiere ver usted las urnas con sus respectivos congelados? Pues con venir mañana temprano a mi laboratorio, yo se los mostraré, a través de un cristal, naturalmente, porque el sitio en que se hallan mantiénese a una temperatura tal, que se congelaría usted a su vez en dos minutos.

¿Qué misterio solapadamente agresivo había en la sonrisa del doctor al decir esto? No lo sé; pero es lo cierto que, aunque le prometí volver al día siguiente, no me atreví a acudir a la cita... Quizá temí una superchería, una soflama; quizá algo peor; que me metiese a mí en una pecera de aquellas y me mantuviese allí congelado algunos años... Estos experimentos son terribles... ¡Yo tengo mujer, joven y bonita, de la cual aún no me desilusiono del todo; hijos, dinero, buen estómago...; no me va mal en este mundo, y pienso dejar para los penosos días futuros el procedimiento de la congelación!

Amado Nervo

(1) Casi todos los aficionados al alpinismo suelen encontrar sobre la nieve de las montañas mariposas heladas, y en un estado tan especial, que se quiebran si no se las coge con mucho cuidado. Sin embargo, si se transportan estas mariposas a climas más cálidos, reviven y echan a volar. Algunos insectos que acostumbran invernar en este estado de larva o de crisálida no sufren nada aun cuando permanezcan helados largo tiempo; lo que sí les es fatal son los inviernos de temperatura variable, en los que alternan los días templados con los fríos y húmedos. Ya se han encontrado hasta seis especies de mariposas a pocos centenares de kilómetros del Polo Norte.



De los "Cuentos Misteriosos" de Amado Nervo; Editorial Calomino, La Plata, 1946.

domingo, 12 de febrero de 2012

Aurelia Díaz



AQUÍ YACE
AURELIA DÍAZ
Hija de 
D. ANTONIO DÍAZ
y de
D. MARÍA SORIANO
Falleció el 23 de Diciembre de 1833
De edad de un año.

Así reza esta antigua lápida con la que me he topado y que guarda los restos de una niña llamada Aurelia Díaz que falleció cuando solo tenía un año de edad hace casi 180 años. Este es nuestro pequeño recuerdo y homenaje para ella, un ser humano que solo existió por un instante y de quien solo queda este breve recuerdo en un rincón olvidado del Cementerio Central de Montevideo. 

sábado, 11 de febrero de 2012

Post Mortem LIV: Edgar Allan Poe



"A la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita a una copa".

Edgar Allan Poe (1809-1849)

jueves, 9 de febrero de 2012

La muerte de Edgar Allan Poe




A principios de octubre de 1849, el 2 según parece, dejó Poe a Richmond para ir a Nueva York. Fue en vapor hasta Baltimore, a cuya ciudad arribó bien en la mañana siguiente de su partida. A su llegada dió su baúl a un mozo de cordel para que lo llevara, según dice, a los coches del ferrocarril que debían salir próximamente a la hora para Filadelfia, mientras el iba a tomar un refresco. 

Lo que ahora sucedió está aún envuelto en el misterio: antes de dejar a Richmond el poeta se había quejado de indisposición, de escalofríos y de agotamiento, y es cabalmente posible que el aumento de estos síntomas puedan haberle seducido a quebrantar su promesa, o a recurrir a algunas drogas destructivas. Fueren cuales sean las causas, parece que ahora ha llegado a ser idea fija de los baltimoreanos, que el infortunado poeta, mientras estaba en un estado temporal de manía o de estupor, cayó en manos de una cuadrilla de malhechores que andaban correteando las calles en busca de víctimas.

El miércoles 3 de octubre, era día de elecciones para miembros del Congreso, en el Estado de Maryland, y es la suposición general que Poe fue capturado por una cuadrilla electoral "plagiado"*, endrogado, arrastrado a las urnas, y después de haber votado por la lista que se le había puesto en la mano, fue cruelmente dejado en la calle para morir. Para sostener la verdad de esta terrible historia parece que hay demasiada probabilidad.

Conforme a la narración hecha por el doctor Morán, médico residente del Hospital de la Universidad de Washington, en Baltimore, el infortunado poeta fue llevado a esa institución, el 7 de octubre, en un estado de insensibilidad. Había sido hallado en ese estado, acostado sobre un banco del muelle, y habiendo sido reconocido por un pasante fue colocado en un transporte y llevado al hospital.

"Mientras tanto yo había sabiedo por él", dice el doctor Morán, "y después por el mozo de cordel del Hotel de la calle Pratt, entonces de Bradshaw, y llamado ahora la Casa Maltby, que llegóa allí en la tarde del 5; fue visto yendo a la estación del ferrocarril para Filadelfia, y que el conductor, al pasar por los carros para tomar billetes, le encontró acostado en el vagón de equipajes insensible. Lo llevó hasta Havre de Grace, donde los trenes se cruzaban, o hasta Washington, no recuerdo cual, y le colocó en el tren que venía para Baltimore. Llegando con el tren de noche no fue visto por ninguna persona en el hotel cuando volvió a la ciudad. La presunción es qeu vagó durante la noche, y halló un banco sobre el cual se durmió algún tiempo antes de la mañana en el muelle de la Calle de la Luz, donde fue visto y llevado como a las nueve de la mañana siguiente".

Su primo, el señor (ahora juez) Neilson Poe, fue llamado e hizo todo para el cuidado del enfermo, pero en vano. Cuando recobró su conocimiento, el horror y la miseria de su estado, junto con los efectos de su situación peligrosa, produjeron tal choque en su sistema nervioso, que jamás se restableció, y como a medianoche del 7 de octubre de 1849 su pobre y martirizado espíritu se apagó.

El 9 del mes -en el aniversario del "solitario octubre de su año más inmemorial"- los restos mortales de Edgar Allan Poe fueron depositados en su lugar de descanso en el sepulcro de sus antepasados en el Cementerio de Westminster, Baltimore, en presencia de algunos pocos pariente y amigos.

El señor Neilson Poe hizo hacer una lápida para marcar la tumba de su infortunado pariente, pero por una extraña fatalidad, el monumento fue destruido antes que pudiera ser colocado, y, en consecuencia, por más de un cuarto de siglo quedó el sitio sin ser marcado y casi desconocido. Por fin, habiendo sido llamada fuertemente la atención pública, sobre el estado de abandono del sepulcro del poeta, se formó una comisión pública para recolectar suscripciones para la erección de un monumento conveniente y debido a los esfuerzos de la señorita Rice, el señor Paul Hayne y otros, se consiguió un monumento de mármol y el 17 de noviembre de 1875 fue descubierto en presencia de un gran concurso de personas.

* No era, por cierto, inacostumbrado en esos días, que indefensos extraños fueran cogidos por los agentes electorales, encerrados en un sótano hasta que se les necesitaba,  o "plagiados" como se les llamaba y después era endrogado y arrastrado de urna en urna para votar. Los escrutadores admitían y anotaban los votos aparentemente sin ninguna consideración a la condición de la persona que personificaba un votante. 


De "Edgar Allan Poe, su vida, sus cartas y opiniones" de John H. Ingram; traducido por Edelmiro Mayer; Imprenta, litografía y encuadernación de Jacobo Peuser, Buenos Aires, 1887.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Sensualidad


"Sensualidad" de Franz von Stuck (1898)

Franz von Stuck (1863-1928) pertenece al movimiento simbolista alemán. Inspirado en la mitología y en las pinturas de Arnold Böcklin, Stuck descarga todo su imaginario sensual en desnudos diabólicos que buscaban, en cierta forma, burlarse de los más importantes códigos del pensamiento cristiano. Un pensamiento que terminó por dominarlo y obsesionarlo con el pecado, de allí las constantes referencias a serpientes distorsionadas que rodean, envuelven y terminan fundiéndose en cuerpos humanos. Stuck se especializará en el desnudo femenino, la sabrosa figura femenina chispeando entre oscuridades infinitas. Su pensamiento parece quedar en una encrucijada entre el cuerpo de la mujer y la obcecación por las ideas que provenían del Cristianismo. De allí la razón por la cual el espectador se deja arrastrar por esa ecuación maldita que lo condenó: pecado=sexo=falo=serpiente.

En "Sensualidad" pueden evidenciarse con claridad estas ideas. Cuando se observa el cuadro logra verse cómo danzaban en la mente de Stuck el cuerpo, la sexualidad, el sueño, la religión y la muerte. Ideas oscuras escupían demonios en su cerebro y éste terminaba vomitando obsesiones sobre el blanco lienzo. La blancura, la limpieza, la pureza manchada por una oscuridad distinta, más profunda a la que se tejió sobre los pobres mortales en el Jardín del Edén. Esa extraña mujer entrelazada por una serpiente. Una serpiente que parece pertenecer a la propia dimensión de la mujer que clava sus ojos en los ojos de quien la mira. Mujer y serpiente atadas por la carne que se deja sudar desde la mirada del espectador. Un híbrido que nos habla de alcobas infinitas, de jadeos incesantes, del acoso del deseo que surge siempre de entre las sombras.

De "Diario del Hombre Invisible" de Valmore Muñoz Arteaga, 2010.

martes, 7 de febrero de 2012

Los entierros en el Montevideo antiguo


"El entierro del borracho", óleo de Pedro Figari.

Por Real Cédula promulgada en estos reinos en octubre de 1752, se prescribió que en los mortuorios de adultos, fuese el forro de los cajones o ataúdes, de bayeta, paño u holandilla negra, clavazón pavonada y galón negro; pudiendo ser de cualquier color y tafeta doble los de los párvulos. En cuanto a las velas en los entierros se ordenaba que podrían ponerse doce hachas o cirios en el túmulo, y cuatro velas en la tumba. De ahí nació la costumbre de las cuatro velas puestas a los fallecidos en el velorio.

Arreglado a los prescripto, no se empleaba otra tela que la bayeta, paño o coco negro en el forro de los cajones mortuorios, en tiempo de nuestros antepasados. Eso vino a modificarse desde la época de la dominación portuguesa, en que se alternaba con tela de más valor, tachonado amarillo y galón de oro para los ataúdes de los pudientes.

Entre los más lujosos de ese tiempo, descollaron los de la señora del general Maggessi, cuyo féretro tuvo su capilla ardiente en la del Fuerte, que apareció toda enlutada, como una gran novedad, y conducido con pompa a la iglesia Matriz, donde se le dio sepultura inmediato al altar de Santa Catalina. Dos años depués fue exhumado y llevado sus restos mortales a Europa.

Otro entierro de lujo fue el de la señora Dolores Oribe, esposa del brigadier Calado, y el del brigadier Márquez, ocurrido en el año 24, en el cual fue enlutada la casa que habitaba, conocida por de Aldana.

En la época del gobierno patrio, la primera casa de particulares que se enlutó fue la del jefe de la familia Bustamante, calle de San Joaquín, cuando falleció, destinándose todo el género en el tapizado a los pobres. Bien empleado.

En los tiempos que venimos hablando, y hasta el año treinta y tantos, era costumbre amortajar de hábito del Carmen, de Dolores y de San Francisco a las personas pudientes y a las demás de tela blanca. Se pagaban hasta 25 pesos por un hábito franciscano de los Padres Conventuales, que cuanto más viejo era, más caro costaba, por las indulgencias que se le atribuían.

Sucedió una vez en cierta casa de extramuros, en tiempo de los imperiales, donde había fallecido don Manuel de los Santos, que se llamó un sastre para que cortase la mortaja. El pobre sastre tomaba la medida, pero no daba pie en bola. La cosa urgía y era menester salir del paso. Se recurre a una buena señora, doña Pepa, práctica en eso de mortajas, quien un verbo toma las tijeras y corta el hábito con no poca admiración del sastre.

Todavía por los años treinta y tantos subsistía la costumbre antigua de amortajar de hábitos religiosos, como sucedió con el capitán don Pedro Villagrán, y aún después, con otro sujeto de distinción, que fueron amortajados del Carmen.

Los cuerpos de los fallecidos se conducían al depósito de la iglesia Matriz, para los oficios de sepultura o misa de cuerpo presente. Esa operación se efectuaba de noche, en la que los acompañantes, a manera de procesión, llevaban faroles encendidos.

Efectuado el entierro, mediante el pago del permiso de sepultura, que antiguamente no pasaba de cuatro reales, era de regla volver el cortejo a la casa mortuoria, de donde no se despedía el duelo sin el obligado chocolate con bizcochuelos, con gran satisfacción, sin duda, de nuestro buen Martorell y de don Bartolo el confitero, que daban salida honradamente a sus artículos.

Se acabaron las mortajas de uso de aquellos tiempos, los faroles, el chocolate, los responsos del buen padre Cocobí, y todo lo llamado antiguo en punto a entierros, quedando apenas, en uno que otro velorio de personas religiosas, la costumbre del rezo del rosario en sufragio del alma del difunto.

A otros tiempos otras costumbres. En el día todo aparece transformado, como el viejo Montevideo, por la ley del progreso moderno. Ahora está en moda la frase de orden -"el duelo se despide en el cementerio"-, el enlutado de la casa mortuoria con olor a desinfectante, los ataúdes lujosísimos, la profusión de coronas, los coches fúnebres de gala con o sin palafreneros de la aristocracia, los discursos fúnebres, el álbum, y todo lo que puede responder a la pompa que ha sustituido a la sencillez de los antiguos tiempos.


De "Montevideo Antiguo" de Isidoro de María; Colección de Clásicos Uruguayos del Ministerio de Instrucción Pública y Acción Social, Montevideo, 1957.

lunes, 6 de febrero de 2012

Futurismo dinámico



Hay un futuro próximo: la muerte de todos los seres queridos y de todos los conocidos: los que conocemos de afuera y el que conocemos de adentro.

Hay un futuro remoto: que el sistema solar se enfría y que el sol se va a helar.

Hay más dolor y más muerte todavía en el futuro que en el pasado.

Hay, también, esperanza; pero -la que pueda haber- es después del dolor y más honda que el dolor.

Así, esa esperanza es lo más serio del alma.

Sólo que en muy pocos hay bastante sentimiento para dar calor a ese dolor y a esa esperanza; de aquí la superficialidad declamadora y el literateo, contra los cuales el pasado, con su dolor común, sentido y realizado, está más defendido automáticamente.


De "Fermentario" de Carlos Vaz Ferreira; Centro Editor de América Latina, Montevideo, 1968.

sábado, 4 de febrero de 2012

La muerte de Chopin




En el salón próximo a la alcoba de Chopin estaban constantemente reunidas algunas personas que venían y se turnaban para estar cerca de él, recoger su gesto y su mirada a defecto de palabra desfalleciente. El domingo 15 de octubre, varias crisis, cada vez más dolorosas que las precedentes, duraban horas enteras. Las soportaba con paciencia y con gran fuerza de alma. La condesa Delfina Potocka, presente en estos instantes, estaba vivamente conmovida, corrían sus lágrimas, el la vio de pie junto a la cama, alta, esbelta, vestida de blanco, semejando las más bellas figuras de ángeles que pudo imaginar jamás el más religioso de los pintores; la tomó sin duda por celeste aparición, y como la crisis le dejase unos instantes de reposo, le pidió que cantase; al principio se creyó que deliraba pero repitió su ruego con insistencia. ¿Quién se hubiera negado a oponerse?

El piano del salón lo rodaron hasta la puerta de la alcoba. La condesa cantó con verdaderos sollozos en su voz; el llanto corría a lo largo de sus mejillas y ciertamente que esta voz admirable y su talento no hubieran llegado nunca a tan patética expresión. Chopin parecía sufrir menos mientras la escuchaba; ella cantó el famoso  canto a la Virgen que había salvado la vida, según se dice, a Stradella: - "¡Qué bello es, Dios mío!", "¡qué bello es!", dijo otra vez; - "¡Todavía... todavía!". Aunque agotada por la emoción, la condesa tuvo el noble valor de responder a esta última solicitud de un amigo y de su compatriota; se puso otra vez al piano y cantó un salmo de Marcello. Chopin se encontró peor. Todo el mundo se sobrecogió de emoción; por un movimiento espontáneo se pusieron todos de rodillas, nadie se atrevió a hablar y solo se oía la voz de la condesa planeando como una celeste melodía por cima de suspiros y sollozos que formaban el sordo y lúgubre acompañamiento. Era la caída de la tarde; una semioscuridad penetraba sus sombras misteriosas a esta triste escena; la hermana de Chopin, prosternada junto al lecho, lloraba y rezaba, sin dejar esta actitud mientras que vivió este hermano tan querido de ella.

Durante la noche empeoró el estado del enfermo que mejoró en la mañana del lunes, y como si por anticipado hubiera conocido el instante designado y propicio, solicitó enseguida recibir los últimos sacramentos. Por ausencia del sacerdote ***, con el cual había intimado mucho desde su común expatriación, fue el Padre Alejandro Jelowicki, uno de los hombres más distinguidos de la emigración polaca, al que hizo llamar. Lo vió en dos ocasiones; cuando le fue suministrado el Santo Viático lo recibió con gran devoción, en presencia de sus amigos. Poco después hizo que se aproximase uno a uno a su lecho para darles a cada uno la última bendición; pidió para ellos la gracia de Dios, sus afectos y sus esperanzas; todos se arrodillaron, inclinaron la frente, con los párpados humedecidos, los corazones oprimidos y elevados.

Crisis cada vez más penosas volvieron y continuaron en el resto del día; la noche del lunes al martes pasó sin que pronunciase una sola palabra y parecía que  no distinguía a quienes le rodeaban; hacia las once de la noche se sintió un poco aliviado. El padre Jelowicki no le había dejado: apenas hubo recobrado la palabra, quizo rezar con él las oraciones y letanías de los agonizantes. Lo hizo en latín, con voz clara e inteligible,. A partir de este momento apoyó la cabeza sobre los hombros de su amigo Gutmann, que durante todo el curso de su enfermedad le había consagrado sus días y sus noches.

Una somnolencia convulsiva duró hasta el 17 de octubre de 1849. Hacia las dos de la madrugada comenzó la agonía, un sudor frío corría por su frente; tras un corto desvanecimiento preguntó con voz apenas perceptible: _ "¿Quién está junto a mí?" Inclinó su cabeza para besar la mano de M. Gutmann, que le sostenía, y rindió el alma en este último testimonio de amistad y reconocimiento. Expiró como había viido, en amante. Cuando las puertas del salón se abrieron, todos se precipitaron en torno a su cuerpo inanimado, y en mucho tiempo no pudieron cesar las lágrimas derramadas a su alrededor.

Siendo bien conocida su predilección por las flores, al día siguiente fueron enviadas en tal cantidad, que el lecho sobre el cual estaba y la habitación entera desaparecían  bajo sus variados olores; parecía reposar en un jardín; su figura recobró una juventud, una pureza, una serenidad excepcionales. Su juvenil belleza, eclipsada tanto tiempo por el sufrimiento, reapareció. Clesinger reprodujo sus facciones encantadoras, a las cuales había devuelto la muerte su gracia primitiva, en un bosquejo que modeló enseguida y que ejecutó después en mármol para su tumba.

La piadosa admiración de Chopin por el genio de Mozart le hizo pedir que su Réquiem fuese ejecutado en sus funerales; éste deseo fue cumplido. Sus exequias tuvieron lugar en la iglesia de la Magdalena, el 30 de octubre de 1849, retrasadas hasta ese día con el fin de que la ejecución de tan magna obra fuese digna del maestro y del discípulo. Los principales artista de París solicitaron tomar parte en ellas; en el Introito se escuchó la Marcha Fúnebre de Chopin, instrumentada para la ocasión por M. Rebert, y en el Ofertorio, M. Lefébure Vély ejecutó en el órgano sus admirables preludios en si y mi menores; las partes de los solos del Réquiem fueron reclamadas para las célebres cantantes Viardot y Castellán, y M. Lablache, que había cantado del "Tuba mirum" de este mismo "Réquiem" en 1827, en el entierro de Beethoven, lo cantó también en esta ocasión. Meyerbeer, que había tocado la parte de los timbales, presidió el duelo con el príncipe Adam Czartorisky. Las cintas eran llevadas por el príncipe Alejandro Czartorisky, el pintor Delacroix, Franchomme y Gutmann.


De "Chopin" por Franz Liszt; Colección Austral, Editorial Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires, 1952.

jueves, 2 de febrero de 2012

Ritos mortuorios de los charrúas



"El Ángel de los Charrúas", óleo de Juan Manuel Blanes (1879).

Cuando muere alguno, le llevan al cementerio común, que tienen en un cerrito, y le entierran, matando sobre el sepulcro su caballo de combate (que es lo que más aprecian) si así lo ha dejado dispuesto, que es lo común. La familia y parientes lloran, o más bien gritan por los difuntos, y les hacen un duelo bien singular y cruel. Si el muerto es padre, marido o hermano que haga cabeza de familia, se cortan las hijas, la viuda y las hermanas casadas un artejo o coyuntura por cada difunto, principiando por el dedo chico o meñique: se clavan además el cuchillo o lanza del muerto repetidas veces de parte a parte por los brazos y por los pechos y costados de medio cuerpo arriba. A esto agrega estar dos lunas tristes y ocultas en su casa comiendo poco. Barco, canto 10, dice que se cortan un dedo por cada pariente muerto, pero es como yo digo.

El marido no hace duelo por muerte de su mujer, ni el padre por la de sus hijos; pero si éstos son adultos cuando fallece su padre, están desnudos ocultos dos días en casa comiendo poco., y esto ha de ser Yuambu o perdiz o sus huevos. La tarde segunda de este entierro, les atraviesa otro indio de parte a parte la carne que puede pillar, pellizcándole el brazo con un pedazo de caña larga un palmo, de modo que los extremos de la caña salgan igualmente por ambos lados. La primera caña se clava en la muñeca, y se pone otra a cada pulgada de distancia siguiendo lo anterior del brazo hasta la espalda y por ésta. Las cañas son astillas de dos o cuatros líneas de anchura sin disminución sino en la punta que entra. 

En esta miserable y espantosa disposición se va solo y desnudo al bosque o a una loma o altura, llevando un garrote puntiagudo con el cual y con las manos excava un pozo que le llegue al pecho.En él pasa de pies el resto de la noche y a la mañana se va a un toldo, o casa, que siempre tienen preparado para los dolientes, donde se quita las cañas y se echa dos días sin comer ni beber. Al siguiente y en los días sucesivos hasta diez o doce, le llevan los muchachos de su nación agua y algunas perdices, y sus huevos ya cocidos, y se los dejan cerca retirándose sin hablarle.

No tienen obligación de hacer tan bárbaras demostraciones de sentimiento, y menos ellos que quizás miran con indiferencia la falta de los que mueren, sin embargo rara vez las dejan de practicar. El que las omite en el todo o en parte, se reputa por flojo, pero esta opinión no le causa pena ni perjuicio en la sociedad con sus camaradas.


De "Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata" de Félix de Azara; Imprenta de Sánchez, Madrid, 1847.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El culto egipcio de los muertos




Para los egipcios, el hombre no moría inmediatamente todo entero. Cuando exhalaba el último suspiro, se escapaba de su cuerpo otro cuerpo impalpable, llamado el Doble o el Alma, que continuaba viviendo mientras el cuerpo no caía en la descomposición. De aquí las precauciones tomadas para la conservación del cuerpo, su embalsamamiento y transformación en momia.

El Doble inmaterial tenía las mismas necesidades que el cuerpo carnal, haciéndole falta por consiguiente una habitación. Al efecto, se le construía una tumba y una cámara funeraria en donde se colocaba un mobiliario al mismo tiempo que alimentos. También se colocaban al lado de la momia retratos del muerto y estatuas hechas a su imagen, para que el Doble no careciese de cuerpo donde pudiera fijarse. La momia y la tumba se preparaban para la eternidad, tomándose por consiguiente mayores precauciones para despistar a los ladrones y a los profanadores.

La idea de esta vida subterránea del Doble terminó por aquilatarse, y entonces se creyó que el Doble comparecía delante de Osiris para sufrir el juicio final y solemne, en cuyo acto el dios Thot pesaba los corazones en la balanza de la Verdad. Las almas puras pasaban al lado de Osiris, en el campo de las Habas, pero después de ciertas transformaciones o purificaciones; las otras eran destruídas por medio de horribles suplicios.

Las sepulturas se instalaban fuera de la zona de inundación del Nilo, allí donde la sequedad las conservaría indefinidamente. El reino de los muertos se suponía empezar donde concluía el valle del Nilo, río de la vida; pero los vivos, aunque separados de hecho de los muertos, vivían constantemente con éstos en pensamiento. El mayor cuidado del egipcio consistía en tributar los honores fúnebres a sus antepasados y asegurarlos para sí mismo. Se hacía construir una tumba durante su vida, y las Pirámides, que son tumbas reales, son un monumental ejemplo de esta preocupación.

Como en la China moderna, los muertos rodeaban y tiranizaban a los vivos, imponiéndoles el respeto a las costumbres antiguas. Así los egipcios, aislados de los pueblos extranjeros en el valle del Nilo, ignoraban las ideas de éstos y estaban confinados en la civilización propia de su país por la barrera de sus antepasados a los que temían y adoraban.

LA MOMIA


He aquí, según Heródoto, como se procedía para momificar los cuerpos y asegurar su conservación, condición de la vida del Doble:

"Hay en cada ciudad, dice, embalsamadores de profesión; cuando los parientes del muerto llevan el cuerpo, el embalsamador les muestra los modelos pintados, de madera y les pregunta cual prefieren. Hay tres clases de precios diferentes; el modelo más caro representa al dios Osiris. Cuando los parientes han convenido el precio, se retiran y el embalsamador trabaja en su casa."

"Para un embalsamamiento de primera clase, extrae del cadáver en primer lugar el cerebro, sacándolo por las narices con un hierro curvado y disolviéndolo en un líquido que inyecta después en la cabeza. Después le abre el costado y retira por esta abertura los intestinos, los lava en vino de palma y los espolvorea de aromas triturados. Después le llena el vientre de mirra, canela y otros perfumes y cose la abertura. El cuerpo se coloca después en natrón (sal de sosa), durante setenta días."

Al cabo de este tiempo, el cuerpo desecado y casi reducido al esqueleto y piel, se envolvía en bandas de tela untadas de goma. Se envolvía enseguida en tres telas sucesivas y en una tela roja sujeta por bandas dispuestas a lo largo y al través. La momia se colocaba entonces en un doble ataúd de madera que reproducía  poco más o menos la figura del cuerpo y en la cabeza se esculpía el retrato del difunto.

LAS EXCAVACIONES



El respeto de los egipcios por sus muertos, sus creencias religiosas y sus cuidados de conservar los cuerpos nos han permitido precisamente conocer con grandes detalles las costumbres, las ocupaciones, el arte y la moral de los antiguos egipcios. Los sabios no han tenido más que desembarazar de la arena que lentamente los había cubierto, los monumentos, templos o tumbas. Sobre las columnas de los templos, cubiertas de figuras y jeroglíficos se descifran los misterios de la religión, los ritos del culto y las pomposas dedicatorias de los reyes. 

Junto a cada ciudad antigua y en particular en la inmediaciones de Menfis y de Tebas, las sepulturas acumuladas formaban verdaderas ciudades de los muertos. Hoy se penetra en estas habitaciones mortuorias, frecuentemente disimuladas en un laberinto de corredores. Junto a las momias se encuentran los objetos familiares del muerto, como armas y útiles de los hombres, joyas de las mujeres, juguetes de los niños, libros de los sabios, estatuas y retratos del difunto, las figuras y las imágenes de los dioses protectores y, en una palabra, los miles de objetos que figuran en las salas egipcias de nuestros museos.

En los muros de la tumba están pintadas las escenas de la vida de cada día. Allí se ven labradores en los campos, reyes y sacerdotes en sus ceremonias, soldados en el ejercicio, obreros en sus trabajos, etc., y la fescura de estas pinturas hace renacer a nuestra vista los tiempos desaparecidos.

El alma misma de aquel pueblo reaparece en el Libro de los Muertos que cada momia tenía a su lado para recitarlo como una defensa en su favor el día del juicio delante de Osiris, juez supremo de las almas. En dicho libro se lee:

"No he mentido al tribunal. No he sido perezoso. No conozco la mala fe. No he cometido sacrilegio. No he usurpado a nadie su tierra. No he hecho llorar a nadie. No he matado. No he robado las bandas ni las provisiones de los muertos. No he cortado un canal. No he privado de su leche a los recién nacidos. ¡Soy puro! ¡Soy puro! ¡Soy puro!"

Este es un ideal, como se ve, muy elevado.


De "Historia del Oriente" de Alberto Malet; Libería Hachette, París, 1922.