domingo, 23 de septiembre de 2012

En ataúd de pino



El 10 de febrero de 1824 tuvo lugar en Montevideo un entierro que debe contarse entre los más deshabitados e indigentes e indigentes que haya presenciado nuestra ciudad. Un tosco ataúd de pino es el que llevan al camposanto. Lo acompañan tan sólo un religioso y una mujer enlutada. El acto de la sepultura no se rodea de ninguna solemnidad: apenas el rezo de alguna oración. Un momento de recogimiento, y todo ha terminado. Así fue el entierro de la esposa de Artigas.

Rosalía Villagrán se encontraba internada desde tiempo atrás en el Hospital de la Caridad, enferma de cuidado. Pero hacía años que se había vuelto loca: desde que había perdido a dos de sus tres hijos, Eulalia y Petronila, de apenas unos meses de edad. Rosalía vivió y murió en la indigencia, a pesar de ser la esposa de quien era. 

Un sacerdote, el canónigo Pedro Vidal, tuvo que prestar 5 onzas de oro para que la familia pudiese pagar los oficios religiosos. Al morir ella, José Artigas se encontraba en su retiro paraguayo. Montevideo estaba ocupado por los brasileños. Aquí casi nadie se enteró de esa muerte.

De "Boulevard Sarandí" de Milton Schinca; Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1976.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Los que no quisieron vivir VII: Enrique Loncán


Enrique Loncán (1892-1940), a la izquierda, junto a colegas de la Cancillería argentina.

Enrique Loncán era un humorista típicamente porteño. Hay que conocer mucho Buenos Aires, el Buenos Aires de 1910, para apreciar la gracia de Loncán. Recuerdo su libro La conquista de Buenos Aires, colección de cuentos o relatos. En uno de ellos, le van a dar un banquete a cierto "llegador". La lista de los firmantes de la invitación tiene una gracia extraordinaria, si bien pocos son los que pueden saborearla. Loncán fue  uno de nuestros más claros y elegantes prosistas. Su frase desarrollábase con fluidez, sin un tropiezo ni una dureza. Algunas de sus páginas están a la altura de las del español, Julio Camba, pero Loncán no era un pensador, como Camba.. Conocía profunda y minuciosamente el espíritu de Buenos Aires, los defectos y las virtudes del porteño. Es decir, del porteño de las clases medias y superiores, no del pueblo. Lástima que su obra fuese fragmentaria.

He sentido verdadero afecto por Loncán. Muchos años antes el había escrito un excelente artículo sobre La maestra normal y me recordó en varias ocasiones. En la sociedad distinguida se le apreciaba mucho, como persona y como orador: no tanto como escritor. Era un orador de excepción, y algunos le consideraban como el sucesor de Belisario Roldán. Pero en el ambiente literario, en el que dominaba una camarilla izquierdista, se le negaba todo mérito y era porque frecuentaba la sociedad principal y el Jockey Club... También le juzgaban snob, no literario sino social. Decían que, de origen modesto -su padre había sido maestro de escuela- se había metido en la aristocracia a fuerza de adulaciones. Pero Loncán nada tenía de adulón, y su espíritu era fino y distinguido.

Yo solía encontrarme con él en el Jockey Club, sobre todo en el vestíbulo, o en el frente, mirando pasar a las mujeres. Hablábamos generalmente de nuestros colegas. Uno de sus temas preferidos era quejarse de los escritores, y recuerdo como le ofendió que al último de sus libros no se diese el tercer Premio Nacional. El jurado, del que formaban parte Manuel Ugarte y Jorge Luis Borges, había concedido el premio a María Alicia Domínguez y el tercero a Loncán. El primer premio tenía que ser otorgado siempre a escritores de alta categoría: Lugones, Rojas, Guiraldes, Capdevilla, Hugo Wast, y en el ambiente literario indignó ver premiada a María Alicia. Entonces, la Comisión de Cultura, cuyo presidente era Carlos Ibarguren, la que tenía facultades para no aprobar las decisiones del jurado -publicadas en los diarios antes de tiempo- no reconoció el fallo y declaró desierto el primer premio, dando el segundo a María Alicia y el tercero al que antes figuró como segundo. Loncán quedó fuera.

Quisquilloso, mostrábase muy enojado con Ibarguren, y más aún con Antonio Aita, de quien decía que había influido sobre Ibarguren. No tardó en vengarse, y en forma cruel. Publicó un cuento largo, en el que remedaba el congreso del PEN Club y en que Aita, con nombre cambiado, figuraba como protagonista. Pero no era un congreso de escritores sino de filatélicos. Este cuento, que Loncán puso al frente de la colección de páginas suyas que hizo publicar en París, en francés, era sarcástico e injusto contra Aita. Con Ibarguren no "se metió" tanto, solo que, como Ibarguren presidía la Comisión de Cultura, la Academia de Letras y la Cooperación Intelectual, y acaso perteneciera a otras comisiones, le llamó "comisionófilo polivalente".

Loncán tenía un tipo algo raro: baja estatura, anchas y un tanto encorvadas espaldas, cara grande -carota podría decirse-, rostro cuadrado y blanquísimo en el que se perdía una nariz minúscula, con los agujeritos a la vista. Daba la impresión de un hombre simpático, y lo era en alto grado. Su literatura es sana, optimista. ¿Por qué se pegó un tiro?

Loncán, por esos días, de los comienzos de la Segunda Guerra Mundial, acababa de llegar de París, donde había ocupado un alto cargo en nuestra embajada. En París, Loncán había chocado con el embajador, Miguel Ángel Cárcano. Al volver a Buenos Aires, publicó una página violenta contra Cárcano, con motivo de su conducta cuando, por causa de la guerra, debió salir de París el personal de la embajada.. Ahora, ¿qué ocurriría? ¿Iba Loncán a ser destituido o iba a ser amonestado? El caso fue que, una tarde, Loncán se entrevistó con el ministro, José María Cantilo, que era también escritor y había publicado una novela. ¿De qué hablaron? Se ignora, como se ignora lo que Loncán pudo decir a su jefe. Debe saberse que Loncán, como muchos escritores, tenía cierta afición al alcohol, pero sin ser alcoholista precisamente. Es probable que esa tarde de su entrevista con Cantilo se hubiera echado dentro del cuerpo, a fin de templarse, unos cuantos tragos. El caso fue que, terminada la entrevista, se metió en un bar de la avenida Alem y Sarmiento, y junto a una mesa de un rincón oscuro, se pegó un tiro.


De "Entre la Novela y la Historia" de Manuel Gálvez; Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Manuela y Santiago Mussio, juntos en la eternidad



Siguiendo nuestra recorrida por el Cementerio Central de Montevideo nos encontramos con un monumento imponente que nos deja una impresión muy triste en el alma. Se trata del conocido vulgarmente por el del zapatero. En la lápida se lee sencillamente:

"Aquí yacen los restos de Da. Manuela Mussio que falleció el 9 de octubre de 1863. Su esposo, Santiago Mussio consagra este monumento".

El monumento se compone de un lecho mortuorio donde duerme ella el sueño de la muerte y él de pie, con la mirada triste y llorosa contemplándola. En una mano descansa la sien izquierda y la otra mano la tiene algo caída y en ella tiene un pañuelo.

La estatua nos da una idea completa, representa unos 50 años, rostro simpático, viste levita y zapatos de punta cuadrada. En cambio el ropaje de ella es muy sencillo; donde el escultor ha desplegado su genio es en las ropas de cama. Las almohadas se destacan perfectamente, pero sobre todo lo que está inimitable son las sábanas y el dibujo de crochet y los festones.

Tengo datos preciosos sobre este monumento. Cuando falleció la esposa de Mussio, éste hizo sacar una fotografía de ella cuando yacía cadáver sobre el lecho mortuorio. Después se embarcó para Italia, y en Génova la encomendó a Lavarello Tece que hiciera ese trabajo escultórico. Entonces él se hizo retratar en la posición que se ve en el monumento, clavando su mirada triste en la que fue su compañera de hogar.

De sus ojos brotaban dos lágrimas silenciosas, sin duda comprendiendo que mañana cuando él también fuera cadáver y durmiera el sueño de la muerte al lado de su adorada e inolvidable Manuela, un espectador o transeúnte indiferente detuviera su paso viendo simbolizado en mármol el dolor y la pena de él al exhalar el postrer suspiro la que fue su esposa.

Cuando el cincel y el buril de Lavarello Tece estaba por concluir su obra, Mussio abandonó Génova y regresó a Montevideo.. Todos los días iba al cementerio y pasaba las horas al lado del sepulcro que guardaba cenizas tan queridas. Una tarde unos changadores entraron un monumento encajonado convenientemente, era el de Mussio.

El mismo, con la alegría del niño reflejada en su semblante ayudó a colocarlo en el mismo sitio en que actualmente se halla. Después estuvo contemplando absorto, profundamente, la estatua yacente de ella y la de él propio. El sol ocultaba sus rayos de oro en el horizonte y Mussio impasible, con un pañuelo en la mano se secaba las lágrimas que brotaban abundantemente de sus ojos.

Su larga permanencia y lo avanzado de la hora llamó la atención de uno de los guardianes a cuya vigilancia está nuestra necrópolis. La advirtió que el cementerio se iba a cerrar y que el reglamento no permitía que nadie quedase después de la oración. No pudo convencerlo. Entonces, el estimable Inspector del Cementerio, D. Eloy García, trató con su habitual bondad y dulzura de convencerlo y no poco trabajo le costó sacarlo del cementerio.

Santiago Mussio ya iba enfermo. A los pocos días un cortejo fúnebre dejaba un féretro cerca de este monumento. Era Santiago Mussio que no pudo advenirse a vivir separado de su esposa y que iba a dormir en la misma tumba que ella.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Post Mortem LXVII: Clarence Meredith



Fotografía de la niña Clarence Meredith, fallecida en el año 1868 cuando contaba con 14 meses de edad. 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

El sepulcro de Bartolomé Scarone



Entre los sepulcros del Cementerio Central de Montevideo se levanta el majestuoso monumento erigido a la memoria de Bartolomé Scarone, de indiscutido mérito artístico. En el centro hay una pirámide cuya cima está rodeada de flores de mármol primorosamente trabajadas y esculpidas. En la superficie de la pirámide hay la siguiente inscripción:

A
BARTOLOMÉ SCARONE
Falleció el 22 de junio de 1878

A la derecha se destaca el ángel de la muerte con la guadaña en una mano. Es de tamaño natural y la otra mano la tiene extendida en la dirección de la pirámide como señalando la inscripción que hay grabada en ella. A la izquierda hay una mujer sentada, envuelta en un manto que como trabajo de escultura no se puede pedir nada mejor. En esta actitud reflexiva, con la cara apoyada en dos dedos de la mano derecha, tal vez el artista haya querido simbolizar en ella que debemos pensar en el pequeño tránsito de la vida a la muerte. La cabellera, pliegues y ropaje, no dejan nada que desear.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Anatomía del cuerpo humano (1559)



Esta imagen forma parte del "Tratado de Anatomía de Cuerpo Humano" de Juan Valverde de Amusco (c.1525-1588) publicado en Roma, en el año 1559.  En ella vemos a una cadáver desollado que sostiene a su propia piel con una mano y un cuchillo de disección en la otra. La cara de la piel se ve distorsionada y borrosa, con un aspecto fantasmal, lo que indica que el alma ya se ha separado del cuerpo.