lunes, 28 de enero de 2013

La tragedia cristiana



Hay una tragedia que tuvo comienzo en el comienzo del tiempo y que aún no ha llegado a su término. Una intensa y misteriosa tragedia que cuenta, aún entre los cristianos, con pocos espectadores. Tiene tres grandes únicos escenarios: el Empíreo, la Tierra, el Abismo. Tiene solo tres protagonistas: Dios, Satanás, el Hombre. Consta, como todas las tragedias, de cinco actos:

Acto Primero: Satanás se rebela contra el Creador.
Acto Segundo: Satanás es derrotado y precipitado en el Abismo.
Acto Tercero: Para vengarse, Satanás seduce al hombre y se convierte en su amo.
Acto Cuarto: El Hombre-Dios vence con su encarnación a Satanás y suministra a los hombres las armas para que, a su vez, lo derroten.
Acto Quinto: Al fin de los tiempos, Satanás intenta su desquite por medio del Anti-Cristo.

Todavía estamos en el Cuarto Acto, tal vez en las escenas finales. ¿Cuándo comenzará el Quinto? Ya se advierten los signos. ¿Y cómo habrá de concluir ese último acto?: ¿con una catástrofe o con una catarsis? De los tres protagonistas, el hombre es el más débil y efímero. Y sin embargo es precisamente él, el Hombre, la suprema apuesta de estas larguísimas y múltiples vicisitudes de la guerra entre el Creador y el Destructor, entre el Amor y el Odio, entre la Afirmación y la Negación.

Satanás sustrae el hombre a Dios; Cristo se lo arrebata a Satanás; pero Satanás trata, por  todos los medios, de recuperarlo, y por momentos parece que lo consigue; hará una última tentativa y quedará vencido, vencido para siempre. ¿Vencido por el hecho de quedar encadenado eternamente en su abismo, o vencido por la omnipotencia del Amor que lo devolverá a su sitial en los cielos?

Nadie, en la tierra, puede decirlo. Pero el hombre, el más inerme de los protagonistas, habrá de decir su palabra antes de que la tragedia llegue a su fin.

De "El Diablo" de Giovanni Papini; Emecé Editores, Buenos Aires, 1968.

martes, 22 de enero de 2013

Los que no quisieron vivir X: Eduardo Jorge Bosco


Portada de los "Poemas en Lingua Galega" de Eduardo Jorge Bosco (1913-1943)

En 1943 se mató Eduardo Jorge Bosco, a la edad de veintinueve años. No había publicado ningún libro. Era un poeta de valer, según se ve en los dos tomos de sus obras completas, bellamente editadas.

De "Entre la novela y la historia" de Manuel Gálvez; Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.

miércoles, 16 de enero de 2013

Un hallazgo macabro (1798)



El día siete del corriente Don Juan Tabares vecino del Arroyo del Sauce pasó al monte acompañado de Don Juan Palacios y un hijo suyo de edad de nueve para diez años, a cortar un poco de fajina, en una isla del mismo Arroyo del Sauce, abajo de la chácara de Dn. Felipe Pires -y mientras dichos Tabares y Palacios estaban en su faena, el muchacho encontró  en aquella isla una calavera de hombre, sin que el muchacho conociese lo que era. Y así que vido su padre Tabares conocido de ser hombre de manera; de manera que quedó como asustado, pero dispusieron la calavera la calavera llevar a su casa para pedir limosnas para misas, y después llevarla a la capilla. Pero en este día tuve noticia que la dicha calavera por el dicho Palacios, y mandé que me entregasen para reconocer e informar de algunas noticias como Juez del Partido.

El día ocho por la mañana me entregó el dicho Tabares la calavera, y vi que su muerte fue de dos hachazos, uno en la nuca y el otro en la sien. Y pasé con ella a la Capilla de Pando, y con el permiso del Padre de dicha Capilla puse una mesa y la calavera, y encargué a Juan Conde que pidiese limosna para misas por el alma de aquella calavera. El día nueve cité a los vecinos del pueblo para que me acompañasen a registrar aquella isla donde fue hallada la calavera y me acompañaron los siguientes sujetos (Aquí su nómina).

Llegando en el sitio en presencia de los acompañados pregunté al muchacho si era aquella la calavera que encontró el día viernes, a que dijo que sí; y oída su respuesta dije que pusiese en el sitio donde la halló y en la forma que estaba,  y así lo hizo. Vista la postura de la calavera comenzamos a procurar el cuerpo: lo primero que se halló fue un pedazo de arreador, Don Pedro Montero afirmó ser del uso de Cabezas, y después en el pueblo confirmaron muchos lo mismo; lo segundo que se encontró fue una costilla; lo tercero un hueso, que tenemos del codo a la muñeca; el cuarto un hueso, o caracú del muslo, y de esta manera se hallaron los restantes hasta siete u ocho huesos; y no se pudo hallar más por estar el arroyo con bastante agua. De este sitio como diez o doce cuadras a la costa de Pando, rumbo al Este, se encontró un fondo de frasco, retirado del arroyo como cosa de una cuadra. Y de aquí pasamos a la chacra de Don Felipe Pires.

Llegando a la dicha chacra pregunté si era aquel pedazo de frasco del que le prestaron a Manuel Cabezas; a esto sacaron un frasco compañero del que le prestaron a dicho Cabezas, y conjeturado uno con otro aparece ser lo mismo. Hecha esta diligencia pasé a la Capilla con todo lo que se halló del cadáver a depositar en ella. Y después pasé a informarme si alguno sabía que hubiese perdido algún hombre por aquellos pagos, pero no tuve noticia sino de un tal Manuel Cabezas, y hallo que la puerta más común del uso de la casa, mira al norte, y dicha puerta al entrar se abre a la mano derecha, y así me puse a conjeturar unos con otros en la forma siguiente:

Como llevo dicho, la puerta mira al norte, de aquí como cosa de cinco a seis cuadras derecho al norte se halló la chaqueta, y más adelante en el mismo rumbo, como cosa de un cuarto de legua, se halló la media; más adelante,  derecho al mismo rumbo se halló el cadáver retirado poco más de media legua, aunque hallara el frasco como cosa de una cuadra sobre la derecha; pero casas, chaqueta, media y el cadáver están en la misma línea recta al norte, y el caballo se encontró en estos medios. Y para mayor certidumbre de que el cadáver es del difunto Cabezas, la cicatriz que tenía el difunto en la frente de una patada de caballo confiesa ser el mismo.

Y así claro está haber ejecutado los otros la muerte en su casa al entrar de la puerta; se ve claro que debía estar el ejecutor tras de la puerta cuando descargó el golpe en la nuca, y el segundo en el suelo que le dio en la sien, y al rigor del hacha le quebró todo el casco como está patente. Y así no puede menos que ser mujer cómplice en la muerte alevosa de su marido. Pero Sr. Alcalde, si esto se quiere más claro acudir a Dios que todo lo sabe.

El Juez del Partido.

Baltasar de Aguirre.

Extraído del libro "Lecturas de Historia Nacional: época colonial" de Alfredo Castellanos; Editorial Medina, Montevideo, 1955.

jueves, 10 de enero de 2013

Post Mortem LXXII: Béla Lugosi



El mejor intérprete del Conde Drácula todos los tiempos fue, sin duda, el actor húngaro Bela Lugosi (1882-1956). Su compenetración con el personaje fue tal que en su testamento estableció su voluntad de ser colocado en el ataúd vestido con una capa negra, como el propio Drácula, para luego ser incinerado, tal como debe hacerse con los vampiros para garantizar su eterno descanso y evitar que se levanten de su tumba para alimentarse con la sangre de los vivos.

miércoles, 9 de enero de 2013

El esqueleto




Acabas de ver en el Cuarto de Reflexiones, ¡oh profano!, la armadura ósea de un cuerpo humano; un esqueleto descarnado y frío, con toda la fealdad de la descomposición. Al encontrarte con él, frente a frente, tú, joven, esbelto, sano, envuelto en elegantes ropas, con el corazón rebosante de afectos y la mente poblada de ilusiones, habrás tenido un minuto de horror, de tristeza y de meditación.

¿A quién perteneció ese esqueleto? Tal vez a la hermosa dama, de airoso talle y sonrosada tez, que fue encanto de los salones, alegría del hogar y objeto de adoración para los jóvenes de su tiempo. Tal vez a la descocada meretriz que hizo de su cuerpo objeto de inmundo comercio, y no tuvo para la Humanidad más que impudencia y sarcasmo. Acaso al rico avaro que empleó su vida en atesorar riquezas, amasadas con el llanto y la sangre de sus semejantes. O al soberbio magnate, al déspota vanidoso, que se creyó superior a los demás hombres, viviendo de la desunión y la intriga, explotando el malestar de sus hermanos, deshonrando a su patria con todos los errores y todas las infamias.

Helo ahí, perdida la hermosura, gastado el placer, muerto el egoísmo, acabada la soberbia; montón de huesos blanquecinos que hemos sacado de la podredumbre para que veas ¡oh profano! lo que serás tú dentro de unos meses, dentro de unos años, más o menos tarde, pero infaliblemente algún día; que para siervos y tiranos, y pobres y ricos, guarda igualmente su golpe fatal la Muerte, y reserva la Naturaleza sus incontrastables leyes de la transformación de la materia. 

¿Qué harás entonces de tus vanas ambiciones? ¿Qué se habrá hecho tu mentido poder actual? ¿Ni qué herencia, qué recuerdos, qué bienes, habrás dejado a tu prole, a tus amigos y a tu patria? ¡Un esqueleto más, que la humedad del cementerio consumirá por completo! Por eso, la Masonería pone ante tus ojos ese símbolo clásico de la inestabilidad humana, para recordarte que hay en ti algo más que huesos, músculos, nervios y sangre: el espíritu divino, la chispa deslumbrante de la eterna sabiduría; el pensamiento noble y la voluntad honrada, a fin de que los emplees en la redención de la especie, en la libertad de tu patria, en el honor de su familia, en el progreso de la Humanidad.

Cultiva tu inteligencia y practica el bien; sé grande, justo, virtuoso y digno. Y cuando mueras, no importa que no podamos distinguir tu esqueleto entre los muchos amontonados en el osario común. Porque tendremos grabada en la imaginación tu noble fisonomía, vivo en el recuerdo tu nombre, y latente en el corazón un sentimiento de gratitud por tus buenas obras. No nacimos para dejar carne podrida a los gusanos y armazón de huesos al Cuarto de Reflexiones, sino para contribuir al progreso de la patria y a la civilización de la Humanidad.

De "La Masonería y sus símbolos" de Joaquín N. Aramburu; Ediciones Botas, México DF, 1947.

sábado, 5 de enero de 2013

Abrazados durante la eternidad...


Lautréamont según Salvador Dalí (1927)


Es necesario dejarse crecer las uñas durante quince días. ¡Ah, qué hermoso es arrancar de la cama, súbitamente, a un niño con el labio superior aún sin vello y, con los ojos muy abiertos, simular una suave caricia sobre la frente para echarle los hermosos cabellos hacia atrás! Luego, repentinamente, cuando menos se lo espera, hundirle las largas uñas en el blando pecho; pero que no muera, porque si muriese, no tendríamos más tarde el aspecto de sus miserias. En seguida, se le bebe la sangre y se le lamen las heridas; durante todo este tiempo, que debería durar tanto como la eternidad, el niño llora. Nada hay tan rico como su sangre, extraída como acabo de decirlo, caliente aún, salvo las lágrimas, amargas como la sal. 

¿Hombre, nunca saboreaste tu sangre, al cortarte un dedo por azar? Que rica es, verdad; porque no tiene ningún gusto. Por otra parte, ¿no recuerdas que un día, en tus reflexiones lúgubres, te llevaste la mano, con la palma ahuecada, a la cara enfermiza mojada por lo que caía de los ojos; y que dicha mano, en seguida, se dirigía fatalmente hacia la boca que bebía las lágrimas a largos sorbos, en esa copa temblorosa como los dientes del alumno que mira oblicuamente a aquél que ha nacido para oprimirlo? Que ricas son, verdad; porque tienen gusto a vinagre. Parecen las lágrimas de la que ama con más fuerza; pero las lágrimas del niño saben mejor al paladar. Éste no traiciona porque aún no conoce el mal: la que ama con más fuerza traiciona tarde o temprano... lo adivino por analogía, aunque ignoro qué es la amistad, qué el amor (es probable que nunca los acepte, al menos de parte de la raza humana).

Por lo tanto, dado que tu sangre y tus lágrimas no te disgustan, aliméntate, aliméntate con confianza de las lágrimas y de la sangre del adolescente. Véndale los ojos mientras desgarres sus carnes palpitantes; y, después de haber oído durante largas horas sus gritos sublimes, similares a los gritos ahogados y penetrantes que lanzan, en una batalla las gargantas de los heridos agonizantes, entonces, después de haberte separado como una avalancha, llegarás corriendo desde el cuarto contiguo y simularás venir en su ayuda. Le librarás las manos, de nervios y venas hinchados, devolverás la vista a sus ojos extraviados y le lamerás, nuevamente, las lágrimas y la sangre. ¡Qué autenticidad logra entonces el arrepentimiento! La chispa divina que hay en nosotros y tan rara vez aparece, se deja ver; ¡demasiado tarde!

El corazón desconoce sus límites al poder consolar al inocente a quien hemos herido: "Adolescente que acabas de sufrir crueles dolores, ¡quien ha podido comenter un crímen que no sé cómo calificar! ¡Qué infeliz eres! ¡Cómo debes sufrir! Y si tu madre lo supiese, no estaría más cercana de la muerte, tan aborrecida por los culpables, de lo que yo lo estoy ahora. ¡Pero, que son el bien y el mal! ¿Son una misma cosa mediante la cual testimoniamos, rabiosamente, nuestra impotencia y la pasión de llegar al infinito utilizando, incluso, los medios más insensatos? ¿O son dos cosas diferentes? Si... que sean más bien una misma cosa... porque, si no, ¡qué será de mí el día del Juicio Final!

Adolescente, perdóname; quien está frente a tu cara noble y sagrada es quien te rompió los huesos y te desgarró las carnes que penden en diferentes lugares de tu cuerpo. ¿Fue un delirio de mi razón enferma, un instinto secreto que no depende de mis razonamientos, similar al del águila que desgarra su presa, lo que me impulsó a cometer este crímen? ¡Y, sin embargo, sufría tanto como mi víctima! Adolescente, perdóname. Cuando hayamos dejado esta vida pasajera, quiero que permanezcamos abrazados durante la eternidad; que no formemos más que un solo ser, con mi boca pegada a tu boca. Aún así, mi sanción será incompleta. Entonces, me desgarrarás sin detenerte jamás, con los dientes y las uñas a un mismo tiempo. Para ese holocausto expiatorio me adornaré el cuerpo con guirnaldas perfumadas; y sufriremos los dos, yo, al ser desgarrado, tú, al desgarrarme... con mi boca pegada a tu boca.

Oh, adolescente, de cabellos rubios, de ojos tan dulces, ¿harás ahora lo que te aconsejo? Quiero que lo hagas, aunque te pese y mi conciencia será feliz. Después de haber hablado de tal manera, habras hecho daño a un ser humano y, al mismo tiempo, serás amado por ese mismo ser: es la mayor felicidad que pueda concebirse. Más tarde, podrás llevarlo al hospital; porque el inválido no se podrá ganar la vida. Dirán que eres bueno y las coronas de laurel y las medallas de oro ocultarán tus pies desnudos, dipersos sobre la gran tumba, de viejo aspecto. Oh, aquél cuyo nombre no quiero escribir en esta página que consagra la santidad del crímen, sé que tu perdón fue inmenso como el universo. ¡Pero yo existo aún!

Fragmento del Canto Primero de "Los Cantos de Maldoror" del Conde de Lautréamont.

viernes, 4 de enero de 2013

El suicidio de Judas



Titulo: "El suicidio de Judas"
Autor: Giovanni Canavesio
Año: c. 1492
Ubicación: Notre Dame de Fontanes, Francia

Este impresionante cuadro renacentista del pintor italiano Giovanni Canavesio (1450-1500) muestra el terrible momento en que Judas Iscariote, tras haber traicionado a Jesús vendiéndole por treinta monedas, se suicida al comprender la naturaleza de su deicidio. La representación muestra el momento de la eviseración del cuerpo de Judas por parte de Satanás para llevarse su alma hacia lo más profundo del Infierno, donde son eternamente castigados los traidores.