miércoles, 17 de agosto de 2016

La muerte de Doña Teresa Bellettiere

 Doña Teresa Bellettiere a los 89 años de edad

En Montevideo, el día 6 de junio de 1926, dejó de existir por consunción, a la edad de noventa y dos años, Doña María Teresa Bellettiere de Gioscia. A partir de la muerte de su hijo José, acaecida de 15 de noviembre de 1916, comenzó a quebrantarse la salud de esta ejemplar señora que se sobrepuso con estoicismo a las cruentas luchas suscitadas en el seno del hogar -según fueron descriptas- en la larga trayectoria de su vida. Estaba tan arraigado el amor por los suyos, que en el supremo instante, antes de la muerte intentó incorporarse dicendo: "Escuchen hijos, Pascual está tocando mi canción", y en sus labios afloró una sonrisa que la muerte cerró en apacible paz. Y así marchó al más allá, con la misma serenidad que dejó Laurenzana hacia América, para ir al reencuentro de lo que más quiso en la vida: sus hijos y su esposo.

De "Teresa Belletterie, desde Ferrandina al Uruguay, crónica antañonas" por Pascual Fortino. Ediciones G.A.D.I., Florida, 1966.

jueves, 11 de agosto de 2016

La muerte de Enrique II

 Enrique II Plantagenet, llamado de Inglaterra (Le Mans, 5 de marzo de 1133 - Chinon, 6 de julio de 1189)

Muy amargos fueron los últimos años de Enrique II de Inglaterra, quien, dice el historiador C. Bémont, sólo habría necesitado dominarse en ciertos momentos para ser un gran rey. En los últimos años de su reinado, se rebeló contra él su hijo Enrique, quien murió de fiebre en Martel. Tres años más tarde, su hijo Godofredo moría repentinamente en París. Era la época en que Inglaterra lYuchaba por conservar sus dominios en Francia. Con habilidad y astucia, el rey de Francia atrajo a su bando a dos de los hijos más influyentes de Enrique II, Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra, que empezaban a sentirse impacientes del largo reinado de su padre. El monarca inglés, sorprendido por los acontecimientos, perdió Le Mans y la plaza de Tours, hasta que, rendido de cansancio y minado por la fiebre, celebró una entrevista con el monarca francés en la llanura de Colombiére, y aceptó todas sus condiciones. Sólo pidió que se le entregara la lista de los que le habían traicionado, pero el oír el nombre de su hijo Juan, la persona que más quería en el mundo, exclamó amargamente: "-¡No sigáis! ¡Ya habéis dicho bastante!" Perdió allí mismo la memoria. Estuvo delirando tres días, y murió el 6 de julio de 1189, sin haber recobrado la razón.

De "Del amor y otras cosas amenas" de Johannes Breteaux, recopilado en "Los Titanes de lo extravagante y raro". Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1946.

miércoles, 10 de agosto de 2016

La cruz


El ignominioso suplicio pagano que acababa la vida afrentando la muerte, el madero cruel en que se clavaban no sólo los criminales, sino las fieras y las alimañas inmundas, fue purificado para siempre por la sangre del más divino de los héroes, el que hizo enmudecer al atrevido Carlyle y enternecerse al formidable Renán; el que cambió el mundo, con su palabra suave, desde un rincón de Galilea. Sobre el desnudo y trágico cerrro, lleno de calaveras de ajusticiados, la cruz, al lívido resplandor del inolvidable crepúsculo, se volvió sagrada.Fue el símbolo de la Trinidad; ahuyentó al demonio, provocó los milagros y conquistó a Dios. El número tres fue el número mágico por excelencia. La teología introdujo la misteriosa figura de la cruz en la razón, y el sentimiento la implantó en el arte. La cruz fue el patrón y la base de las catedrales que se alzaron como una plegaria aguda hacia el firmamento. Las espadas la llevaron en el puño, y los barcos en las hinchadas velas. 

Las manos crispadas hacían su signo sobre el pecho amenazado, y las manos difuntas lo hacían también entre la sombra de los sepulcros. Se levantó en la cúspide de las rocas batidas por el mar, y se cosió a la cota de los conquistadores. Señaló las tumbas anónimas, y brilló en la corona de los reyes. La cruz era la vida terrena y la vida celestial.Fue dueña de las generaciones futuras, porque las vírgenes más bellas y más nobles se enamoraban de Cristo, y se consagraban a la cruz. Aborrecían hasta la hermosura que las hacia deseables, y mientras los hombres crucificaban su pensamiento, las mujeres superiores destruían su salud.Una santa ruega a Dios que la torne repugnante, y sus pies se transforman en patas de ganso. Santa Brígida consigue perder un ojo y quedar tan deforme que nadie hablaba ya de casarse con ella. La bienaventurada Angadrema logra de Nuestro Señor que le cubra el rostro de una lepra hedionda. El siglo las rechaza, pero la cruz las acoge. La pasión de Jesús es su pasión. Santa Teresa crea una literatura para expresar el amor a la cruz. Santa Jacinta, como recuerdo de las llagas del Salvador, se hace en los pies, en las manos y al costado anchas heridas que entreabre ella misma continuamente. Se hace atar de noche, con cadenas de hierro, a un enorme crucifijo.

Un año, el día de Viernes Santo, Clara Rimini, las manos a la espalda, es arrastrada por las calles de la ciudad a imitación de Jesús: es amarrada a una columna, sufre las burlas y el desprecio de la multitud, es azotada; se la hace beber hasta las heces del cáliz de su Redentor. Más ¡qué marvillosa recompensa! "...El Amante tendía a su amada, desde lo alto de la cruz, sus brazos ensangrentados por el amor. Cuando quería atraerla a él, la llamaba con estas palabras: ¡Levántate, amada mía y ven!..."Muere Santa Georgina de Clermont, y "una bandada de palomas tan blancas como los cisnes blancos desciende del cielo y la acompaña a la iglesia, posándose sobre el tejado hasta que concluye el oficio divino y se deposita en el seno de la tierra esta reliquia virginal; después las palomas reanudan su vuelo y suben tan lejos que se las pierde de vista..."

Del libro "Diálogos, conversaciones y otros escritos" de Rafael Barrett. Claudio García, editor. Montevideo, 1918.

sábado, 6 de agosto de 2016

Consideraciones sobre la muerte I: La muerte en la Alta Edad Media. La muerte colectiva

 

Durante los 10  primeros siglos de la Era Cristiana y en la Alta Edad Media (desde el s. V hasta el XIII), la muerte era percibida como algo natural, cercano y familiar, es decir estaba “amaestrada” según una acertada expresión de Pfilippe Aries, sociólogo francés contemporáneo. Durante todo este período, todos tenían tiempo suficiente para prepararse a morir, para conocer que su fin estaba próximo, y éste reconocimiento era espontáneo, surgía de dentro, de la intuición. Los seres humanos admitían sin reservas las leyes de la naturaleza y la muerte era considerada una más, siendo aceptada con humildad. Esta actitud de familiaridad con la muerte solo era revestida de la solemnidad necesaria, mediante ciertas ceremonias, para resaltar la importancia de la etapa más crucial de la vida: la muerte.

LA CEREMONIA
  • Se moría de forma sencilla
  • La habitación del enfermo era un lugar público. De hecho estaba muy valorada la presencia de amigos, niños y familiares (hasta el s. XVIII no existe en el arte una habitación de un moribundo que no tenga niños).
  • Fueron los médicos, a finales del s. XVIII, los que empezaron a interesarse por la higiene y pensando que el aire era beneficioso para el enfermo, los que intentaron impedir la afluencia de personas alrededor del agonizante.
  • Los sacerdotes insistían en lo mismo, porque entendían que la soledad favorecía la comunicación con Dios.
  • Durante la primera o Alta Edad Media, el moribundo debía efectuar, ciertos ritos, en una ceremonia pública presidida por el propio enfermo.
  • El ritual se iniciaba con un recuerdo triste, de todo aquello que se había disfrutado y se iba a dejar. Después tenía que solicitar el perdón de los suyos y mandaba resarcir los daños que hubiera causado. Tras esto venía la oración, único acto eclesiástico del ceremonial y después era impartida la absolución.
  • El sacerdote incensaba el cuerpo y lo rociaba con agua bendita, acciones que repetía una vez más cuando el cadáver iba a ser enterrado.
LAS EXEQUIAS
  • Tras la muerte comenzaban las exequias que constaban de 4 partes:
    • DUELO
    • ABSOLUCIÓN.
    • CORTEJO
    • INHUMACIÓN
LA SALVACIÓN DEL ALMA
    • En la Alta Edad Media la Iglesia había dispuesto la salvación del alma para aquellas personas que renunciaran a sus bienes materiales.
    • Así los ricos del s. XIV, que hasta la época de la revolución industrial, no tenían dónde invertir sus beneficios, emplearon sus fortunas en crear fundaciones caritativas de toda índole, empobreciendo así a sus herederos, además de pagar cientos de misas que se sucedían sin interrupción desde la agonía hasta días o semanas posteriores. De esto vivía un clero casi especializado.
    • Las misas en cadena no tenían relación con los funerales, porque éstos al principio eran laicos. Pero a partir del s. XIV se oficiaran 3 misas en el altar mayor con el cadáver delante en lugar de ser llevado rápidamente al entierro.
    • La costumbre se extendió a lo largo del s. XVII, siglo en el cual el “servicio”, como eran llamadas esas misas, se quedó en una sola casi siempre con el cuerpo presente.
Vía: El Ergonomista.com