sábado, 16 de septiembre de 2017

Signos de la muerte verdadera y de la aparente

 
Antes de pasar a indicar los medios de socorrer á los ahogados, creo no será inútil enseñar al pueblo cuales son ios signos verdaderos de la muerte, y las cautelas necesarias para no confundir los muertos con los vivos. Está bastantemente demostrado que personas consideradas sin vida volvieron á ella en el momento que en calidad de muertos estaban ya depositadas en el cuarto de los cadáveres, en el anfiteatro anatómico, en el cajón, en el cementerio y también en la tumba y se puede asegurar que muchas han muerto por la única causa de haberlas sepultado demasiado pronto. En honor de la humanidad no se puede creer que estos errores dependan siempre de la incuria y de la indiferencia, sino que en ciertos casos son el efecto de la dificultad que hay en distinguir la muerte aparente de la verdadera. Asi es que creo importantísimo el enseñar al pueblo el valor de los signos idóneos para establecer esta distinción, tan necesaria en el examen de los ahogados, de que especialmente pretendo ocupar a mis lectores.

Signo primero — Hay personas que creen que un individuo está muerto por el hecho de que no respira; y para asegurarse del ejercicio de esta función, le ponen una vela encendida debajo de las ventanas de las narices ó cerca de la boca, y dicen que el individuo está muerto si la llama de la vela no se mueve: otros hacen el experimento de un espejo ante la boca y deciden que ha muerto si el vidrio no se empaña; pero estos signos no bastan para establecer la muerte verdadera. Apesar de que exista este indicio, el ahogado puede estar todavia vivo y en aptitud de recibir el beneficio de los socorros necesarios para revivir. Sepa el pueblo que los fenómenos por los cuales la vida comienza, son también los últimos que existen cuando la vida se acaba; es decir, que la circulación de la sangre ha sido la primera á aparecer en el magisterio de la vida; y también es la última que se ejecuta cuando esta se extingue para siempre: los latidos de una de las partes derechas (aurícula) del corazón son los primeros movimientos que se observan en la vida del embrión, y son también los últimos que se distinguen en el individuo moribundo. Tratándose de los ahogados tomados por la muerte aparente, esos latidos pueden ser débilísimos, ocultos, imperceptibles, pero capaces de restablecer el espíritu de la vida, si los socorros son idóneos y oportunamente administrados.

Signo segundo — Se suele considerar como signo de verdadera muerte el aspecto cadavérico de la fisonomía, de la qué los médicos instruidos por Hipócrates nos dan la siguiente descripción, á saber: Frente arrugada y árida, ojos hundidos, naríz afilada, ceñida por un círculo de color pavonado obscuro, las mejillas deprimidas y retraídas, las orejas derechas, los labios colgantes, la barba arrugada y endurecida, la piel aplomada ó violácea, los vellos de las ventanas de la naríz y de las cejas esparcidos como de un polvo blanco-amarillento. Pero adviértase que este signo tomado aisladamente no tiene valor alguno, porque muchas veces se observa en los enfermos 24 y también 48 horas antes de fallecer: y por otra parte, este signo falta muy á menudo en los difuntos por muerte improvisa, como por ejemplo, en los ahogados.

Signo tercero — La morbidez, el hundimiento, la languidez, el reblandecimiento y el empañamiento de los ojos son tambien’considerados por un signo cierto de muerte verdadera. Pero si estos signos son ciertos y constantes en la mayor parte de los casos de muerte por enfermedad, no son aplicables en Ios casos de los ahogados, que tomados por una muerte aparente, pueden revivir si son socorridos.

Signo cuarto — La imposibilidad de apercibir las palpitaciones del corazón y los movimientos del pulso, lo que. indica la suspensión de la circulación de la sangre, han sido por un tiempo consideradas como un argumento decisivo de muerte; pero está perfectamente probado, como ya he dicho, que un individuo puede vivir muchas horas sin que se pueda descubrir el mas mínimo movimiento del corazón y del pulso. A mas de que muchas veces es muy difícil el poder probar si el corazón y el pulso tienen ó no sus pulsaciones, tanto por ser estas muy débiles, cuanto porque las arterias y el corazón se pueden hallar afuera de su situación normal por anomalía natural, por vicio de conformación, ó por alguna enfermedad que los haya desalojado, ó los desaloje.


Signo quinto — Es muy general la creencia de que el individuo está muerto cuando el supuesto cadáver está frió, y que está vivo si el cuerpo conserva algún grado de calor; asi se cree generalmente, y mientras tanto no hay tal vez un signo mas incierto que este; y hablando especialmente de los ahogados, que pueden ser vueltos á la vida, se hallan generalmente frios, muy fríos, al paso que los asfixiados por otros medios que no sea la sumersión en el agua, conservan calor por largo tiempo, aun después de la muerte verdadera.

Signo sexto — Las incisiones, las quemaduras usadas alguna vez para asegurarse de la muerte de un individuo, no son mas que medios secundarios, que nunca pueden dar la certeza de muerte verdadera, aunque pueden darla de la vida cuando el inciso ó el quemado dé signo de sentir los dolores, que son consiguientes á esas medidas cruentas.

Signo séptimo — Uno de los signos ciertos de la muerte verdadera, tal vez es la rigidez cadavérica; pero para que no se incurra en equivocaciones de juicio, es necesario enseñar al pueblo la diferencia que hay entre la rigidez cadavérica y otras clases de rigidez, que pueden ser efecto de ciertos males aun en personas vivas. Antes de todo, y para mayor es-plicacion, es necesario adviertir, que cuanto mas pronta es la muerte, tanto mas tarda en presentarse la rigidez cadavérica. Examinemos las distintas clases de rigidez:

1) La rigidez puede ser mucha en una persona atacada por un frió intenso, aparentemente muerta, pero capaz de ser llamada á la vida, y esta rigidez se distingue de la que es efecto de muerte verdadera, porque la piel, las tetillas, el bajo vientre y todos los demas órganos preséntanse tan duros como los músculos ó las carnes, lo que no ha lugar en la rigidez de la muerte verdadera, en que solamente los músculos ó carnes se hallan duros por rigidez cadavérica.

2) Otra clase de rigidez puede hallarse en los cuerpos de personas desmayadas por graves afecciones nerviosas, la cual muy fácilmente se distingue de la rigidez cadavérica; porque cuando un miembro se halla endurecido por el efecto del espasmo, del tétano, ó de convulsiones, se le hade cambiar de posición con mucha dificultad, y soltándolo vuelve á tomar la misma á que le obliga la enfermedad; lo que no sucede en la rigidez cadavérica, en que el miembro, al cual se le haya hecho cambiar de actitud, no vuelve al lugar que tenia, y conserva la posición que se le ha dado.

3) Otra laya de rigidez es la que puede dejar la síncope ó el fuerte desmayo, la cual es muy distinta de laque es una consecuencia de la muerte verdadera. Atiéndase, que la rigidez del síncope se pronuncia al momento que empieza la enfermedad, y el pecho y el vientre conservan su calor natural; mientras que la rigidez cadavérica no se observa mas que algún tiempo después de la muerte, y cuando el calor natural no se distingue ya en ningún punto del cuerpo.

4) Finalmente, hay la rigidez de los asfixiados, que también se distingue de la cadavérica. Supongamos que examinamos á un asfixiado de doce á veinte minutos, cuyos miembros los hallamos endurecidos: es imposible que esta rigidez sea el resultado de la muerte, porque los cadáveres de los asfixiados fallecidos en pocos minutos no se endurecen sino después de algunas horas; ya que como hemos dicho, cuanto es mas pronta la muerte, tanto mas tardía es la aparición de la rigidez cadavérica. Si el cuerpo del asfixiado por gas ó aire irrespirable ó por estrangulación está frió, entonces es cierto que la asfixia se ha manifestado mas de 12 horas antes, porque en esa clase de casos el calor se conserva, á lo menos, por 12 horas. De modo que dándose este caso no hay duda que la rigidez es cadavérica, siendo imposible que un asfixiado viva 12 horas.

Concluimos, pues, que todos los signos indicados, considerados aisladamente uno por uno, no bastan para decidir de la muerte verdadera y de la muerte aparente de un ahogado, y eximir á cualquiera del deber de prestarle los socorros necesarios. Pero concluimos también, que todos unidos, y tanto mas si están asociados á la presencia de la putrefacción del cadáver (que sin ser ciertísimo por si solo, es el signo mas cierto dé la muerte), pueden autorizarnos á creer verdaderamente muerto al ahogado, y dispensarnos de los deberes recíprocos que la naturaleza y la religión imponen á todo hombre que no sea un desnaturalizado, un bárbaro.

De "Instrucción popular para socorrer a los ahogados" por Bartolome Odicini. Imprenta Liberal, Montevideo, 1856.                                                                                  

viernes, 15 de septiembre de 2017

La muerte de Don Fernando el Católico (1516)

 
 Últimos momentos del rey Don Fernando el Católico (1516)

En 1515 Fernando cayó repentinamente enfermo de mal misterioso, que le produjo un síncope del cual sus servidores lograron hacerle salir con dificultad. (...) Sin embargo, a pesar de sus enfermedades, seguía teniendo mentalidad clarísima y energías sin límites. No pudiendo permanecer largo tiempo en un lugar, obligaba a sus cortesanos a frecuentes viajes, mostrándose incansable. (...) Claramente se veía que le quedaba poco de vida. Padecía de hidropesía, complicada con otros achaques del corazón. Según cuenta Pedro Mártir, respiraba con tal dificultad que huía de la atmósfera de las ciudades populosas, pasando los días en el campo y los bosques.

 Sepulcro de los Reyes Católicos en la Catedral de Granda. Obra de Domenico Francelli.

Aunque no se había mostrado nunca superticioso, al sentirse enfermo observaba cuidadosamente las señales tenidas por funestas. Así se horrorizó al oír que la campana milagrosa de Velilla de Aragón había sonado, porque su repique anunciaba siempre una desgracia. Según algunos cronistas, consiguió reanimarle una vieja hechicera llamada "la Beata del Barco", que le profetizó que no moriría hasta conquistar Jerusalén. Otro adivino le dijo que no se acercara nunca a la ciudad de Madrigal de las Altas Torres, y desde entonces huía de ella como de la peste.

Y por una ironía del destino fue en la pequeña aldea de Madrigalejo donde le sorprendió la muerte. En diciembre de 1515, cuando era huésped del duque de Alba, recibió la noticia de la muerte del Gran Capitán, y quedó profundamente abatido. (...) Continuando luego su viaje hacia el sur, cayó tan enfermo que hubo de hacer alto en una fonda llamada Posada de Santa María, conforme con su destino. No permitía al confesor que se acercara a su cabecera, y cuando Adriano de Utrech, deán de Lovaina y tutor de Don Carlos I, le pidió audiencia, le despidió diciendo: "Sólo habéis venido a España para verme morir."

Quedando luego algo más tranquilo, el Rey mandó llamar a sus amigos y, reuniéndoles alrededor de su lecho, les expresó sus últimos deseos sobre el gobierno del reino. Y después de recibir los Santos Sacramentos, murió plácidamente. Corría el mes de enero de 1516. Acercándose al cadáver, el anciano Duque de Alba cerró caritativamente sus ojo marchitos. Contaba entonces el rey Don Fernanda sesenta y cinco años de edad, y había transcurrido cuarenta y siete desde desde su aventurero viaje a Castilla para conquistar la mano de Doña Isabel.

Muchos críticos le han acusado de ser avaricioso y mísero, pero a su muerte se supo que apenas dejó con qué pagar su entierro. Sus funerales, en contraste con los de Doña Isabel, fueron fríos e inexpresivos, porque muchos de sus partidarios temían mostrar demasiado francamente su afecto, ante la posibilidad de ofender con ello a Don Carlos.En su marcha hacia Granada, la fúnebre procesión, en la que figuraban los leales servidores de Don Fernando, Pedro Mártir y el Duque de Alba, recibió las muestras de pésame de varias ciudades. Zurita nos describe la llegada del cortejo a La Alhambra, y dice que el pueblo se conmovió al ver llegar cadáver al Monarca que en ella entrara triunfalmente en 1492.

De acuerdo con los deseos mostrados por Doña Isabel en su testamento, sus restos y los de Don Fernando fueron más tarde enterrados en la Capilla Real de la Catedral de Granada, y sobre ellos su nieto Carlos I y V erigió un suntuoso mausoleo de mármol blanco, adornado con figuras de ángeles y santos. Cuando hogaño contemplamos la cara astutra de Don Fernando, que parece dormitar al lado de su esposa en la paz de la capilla, recordamos las descripciones que de él dejaron hechas su contemporáneos.

De "La España de Cisneros" por Walter Starkie. Editorial Juventud, Barcelona, 1943.