miércoles, 30 de mayo de 2018

Muerte y religiosidad en el Montevideo colonial


En el libro Muerte y religiosidad en el Montevideo Colonial. Una historia de temores y esperanzas, el equipo de investigación formado por Andrea Bentancor, Arturo Bentancur y Wilson González ha realizado un profundo trabajo investigativo que indaga las costumbres, las creencias y los temores más arraigados con respecto al tema de la muerte en los montevideanos durante el último cuarto de siglo de la dominación hispánica en el Río de la Plata. Se trata de un período de tiempo acotado que va de 1790 a 1814 elegido ex profeso para poder enmarcar el trabajo en un determinado período con características propias, bien definidas y singulares que serían mucho más amplias y difusas si se hubiesen elegido períodos  de tiempo más largos. De hecho, el proyecto original abarcaba el período que va de 1790 a 1860 pero debió acotarse debido a lo dicho y a las limitaciones materiales, económicas y de tiempo para realizar una investigación tan exhautiva. El trabajo fue publicado en 2008 y forma parte de de un proyecto institucional llevado adelante por el Departamento de Historia Americana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. 

Para su realización, los autores han realizado una extensa y compleja revisión de fuentes documentales primarias consultando miles de archivos notariales y eclesiásticos. Entre los primeros se destaca un relevamiento en profundidad de 1.017 testamentos registrados en la Escribanía Pública de Montevideo durante el período que va de 1790 a 1814. En cuanto a los eclesiásticos, se ha indagado en 3.221 actas de defunción existentes en los archivos de la Iglesia Matriz. La información allí recabada tras largas jornadas es valiosísima para conocer la edad, las causas de fallecimiento, la situación socioeconómica, derechos pagados a la Curia por los difuntos y para conocer aspectos de la mentalidad de la época. También se han investigado archivos de la Capilla Maciel y del Regimiento de Infantería de Buenos Aires destacado brevemente en Montevideo y se han revisado otras fuentes documentales entre las que destaca el Archivo del Hospital de Caridad así como registros de defunciones en poder de la Dirección de Necrópolis de la Intendencia Municipal de Montevideo. También han sido consultadas obras éditas de autores eclesiásticos, cronistas, juristas y autoridades de la época que contribuyen a enriquecer el trabajo.

La obra está estructurada en dos partes: la primera está dedicada al cuerpo y la segunda al alma. A su vez, cada parte está dividida en dos capítulos. En la primera parte del libro se aborda al individuo vivo, en  pleno uso de sus facultades y luego in articulo mortis, ya en proceso de agonía. El primero de los capítulos se titula "Las formas de morir" y analiza la muerte como hecho social en sus dimensiones individual y colectiva en una sociedad habituada a convivir cotidianamente con la muerte violenta que acechaba constantemente en forma de guerras, epidemias, mortandad infantil, maternal... En esa sociedad, las personas vivían constantemente angustiadas, quizás no tanto por temor a la muerte en sí, sino más bien por el terror que causaba la eventualidad de una "mala muerte", es decir la muerte repentina, inesperada, sin preparación ni testamento, sin expiación de los pecados mortales y sin recibir los santos sacramentos previstos por la Iglesia, con el consiguiente peligro de condenación eterna del alma. 

Los primeros signos de una enfermedad incipiente, o incluso de la senectud, ya eran motivo suficiente para iniciar los preparativos para la deseada "buena muerte", preparada, con una larga agonía acompañada de parientes y amigos y asistida por un sacerdote que recibía la última confesión y administraba el Santo Viático, o sea el pasaporte hacia la salvación del alma.  Como dato anecdótico impresionante se citan casos de personas que aun en vida ya vestían su mortaja y eran tenidas como ejemplo supremo de cristianos que luchaban por ingresar puros a la eternidad. Pero también era necesario dejar arreglados los asuntos de este mundo terrenal y en consecuencia, otro aspecto de una "buena muerte" era dejar solucionada de manera solemne la cuestión de la sucesión. Por lo tanto, además del sacerdote, era necesaria la presencia del escribano público y testigos que dejaran registrada legalmente la última voluntad del agonizante. Es decir que la "buena muerte" debía ser exhibida y legitimada públicamente como testimonio de haber sido un buen cristiano y como un elemento más en el camino de la salvación.

En el segundo capítulo de la primera parte se trata la cuestión del tránsito del cadáver desde el lecho de muerte hasta su destino final en la tumba lo que también formaba parte de la buena muerte e implicaba una serie de rituales que eran similares en todo el mundo hispanoamericano y debían observarse estrictamente como símbolo de respeto y luto por parte de los familiares y amigos del difunto. El "antes" y el "después" del enterramiento eran tan importantes como este último. Ningún detalle era descuidado, nada se dejaba al azar, desde las mortajas de diferente calidad y precio hasta distintas versiones de funeral, pendones, cirios, carruajes y ataúdes acordes con las posibilidades económicas del fallecido. 

Todos estos detalles estaban previstos en el testamento ológrafo sin olvidar las debidas donaciones a órdenes religiosas, al Hospital de Caridad y a los pobres y sin descuidar dejar pagas misas para rogar por alma del difunto y por las ánimas del Purgatorio, necesitas de los auxilios de los vivos para entrar en la gloria eterna. Tampoco eran raras, entre quienes pudieran costearlas, las misas "de cuerpo presente", comunes en una época en que aun era desconocida la asepsia. Dichas misas fueron prohibidas más adelante por las autoridades cuando se tuvo conciencia del riesgo que representaban para la salud pública.  

Un apartado especial reciben los funerales de "angelitos", es decir de los niños pequeños que morían libres de pecado y a quienes se les vestía como tales, de blanco, con apliques de alas y adornos alusivos, dado que debido a su inocencia se creía que ingresaban directamente en el Paraíso, sin pasar por el Purgatorio. Era una ocasión de celebración de la que participaba todo el vecindario y el cadáver del niño pernoctaba de casa en casa, durante días, dado que se le consideraba bendito, como un "mediador" que rogaba por las almas de los pecadores en el más allá. Se trata de una antigua costumbre muy arraigada que ha perdurado varios países hispanoamericanos hasta principios del siglo XX. 

También son abordadas las ceremonias especiales para lo entierros entre los afrodescendientes en el contexto de esa sociedad esclavista. Al parecer, tales ceremonias, de la que apenas subsisten escasos testimonios documentales escritos, se caracterizaban por el sincretismo entre el culto cristiano católico y los antiguos rituales paganos africanos, lo que ocurría no sin preocupación por parte del Clero. Dado que el Derecho Canónico prohibía expresamente los enterramientos en tierra sagrada, es decir en los camposantos a cargo de la Iglesia, a personas sin bautizar se hicieron bautismos masivos a los esclavos recién llegados a Montevideo en el lugar conocido como "Caserío de Negros", localizado a orillas de la desembocadura del arroyo Miguelete, que era el lugar donde eran alojados temporalmente en cuarentena.

En cuanto a la segunda parte de la obra, dedicada al alma, los autores exploran el tránsito hacia el más allá, la angustia por el destino final y la "batalla" por la salvación. En el Capítulo III, titulado "Muerte, religiosidad y actos piadosos" los abordan el dilema entre la "religiosidad vivida" y la "religiosidad canónica". Se plantea  la cuestión de la fe a nivel popular, propia de los sectores subalternos de la sociedad con rituales que le son propios y por otro lado la fe institucionalizada, de acuerdo con los preceptos de la Iglesia Católica que imponía toda una serie de rituales rigurosamente establecidos por el Derecho Canónico y no siempre en plena sintonía con las manifestaciones arraigadas en los sectores populares. 

El último capítulo está dedicado a la lucha por la redención a nivel de las elites lo que no pocas veces se traducía en una verdadera "compra" de indulgencias en forma de donaciones a órdenes religiosas, a asociaciones de beneficiencia y a obras piadosas tales como misas en sufragio de las ánimas del Purgatorio que eran un verdadero pasaporte para la salvación del alma del oferente. Lo cierto es que la Iglesia se veía muy beneficiada económicamente por estas donaciones. El capítulo finaliza con un apéndice que incluye un esquema general con un relevamiento de 42 fundaciones piadosas existentes en Montevideo en el período de 1790 a 1814 que incluye el año, el tipo de fundación, sus fundadores, su capital inicial, las obligaciones que generaba a sus miembros, el santo patrono designado y los eventuales beneficiarios nombrados. Toda esta información tiene por fin servir de apoyo y complemento a futuras investigaciones.

A nuestro entender el gran mérito de la obra radica en que aborda en profundidad de un tema hasta el momento inexplorado de nuestra historia como lo es la muerte como hecho social en un determinado contexto histórico. Cabe destacar su carácter no solamente historiográfico, sino también antropológico y psicológico, en el marco de la historia de las mentalidades. Se ha realizado una labor formidable de relevamiento de miles de documentos existentes en los archivos notariales y eclesiásticos así como en la profusión de fuentes éditas que contribuyen a arrojar luz sobre asuntos hasta el momento invisibles. No obstante, los autores nos advierten del carácter sesgado yelitista de esa vasta documentación que virtualmente deja de lado todo lo vinculado a los sectores subalternos. Avanzar en este último sentido será la tarea de nuevas investigaciones.

Es necesario señalar que la extensa bibliografía consultada contribuye al marco teórico y abarca desde cronistas y memorialistas del medio local como Isidoro de María hasta historiadores de la "sensibilidad" como José Pedro Barrán, verdadero pionero en nuestro medio en el campo de la historia de las mentalidades. También son citados filósofos y representantes de la "nueva historia" como Pierre Chaunu, Norbert Elias, Philippe Ariès y Michel Foucault, junto a otros  historiadores de las ideas que han continuado con el legado de la Escuela de los Annales, iniciadora en el siglo XX de una corriente fecunda de investigación de temas que la historiografía tradicional no consideraba, como lo son las "pequeñas historias" de la vida cotidiana, la alimentación, la familia, la locura y, por supuesto, la muerte...

En cuanto a la redacción, hay que señalar que es muy amena, sobre todo para el lector no familiarizado con el lenguaje académico y lo mismo cabe decir de la manera como está estructurada la obra que la hace fácilmente comprensible a todo tipo de lectores. Lo cierto es que se trata de un trabajo fundancional en muchos sentidos en nuestro medio y que deja abierto el camino a futuros investigadores sobre este campo tan fascinante de nuestra historia que recién comienza a rescatarse del olvido gracias al esfuerzo emprendedor del equipo formado por Andrea Bentancor, Arturo Bentancur y Wilson González. 

Datos bibliográficos: BENTANCOR, Andrea y BENTANCUR, Arturo, GONZÁLEZ, Wilson: Muerte y religiosidad en el Montevideo Colonial. Una historia de temores y esperanzas. Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo, 2008. 332 págs.

martes, 29 de mayo de 2018

El misterioso origen del paraje de las Brujas



El Arroyo de las Brujas, en el departamento de Canelones: Afluye al río Santa Lucía, curso inferior, margen izquierda, teniendo a su vez por tributario el Brujas Chico, o simplemente Brujas, sobre cuyo arroyo existe un buen puente de material que facilita el tránsito del camino del paso de Balastiquí a Montevideo, pasando por el puente de Brujas Grande y el del arroyo Colorado, todos muy importantes y muy bien construídos, particularmente el del Colorado. Nace en la cuchilla que divide las aguas que van al Santa Lucía. Según el viejo cronista uruguayo señor De María, "en el siglo pasado vivían unas chinas viejas en un ranchito sobre la costa del arroyo que se conoce con este nombre, de quienes decía la gente del lugar, que tenían parte con el diablo y que hacían brujerías, por cuyo motivo se las miraba con recelo, y no se las conocía sino por las Brujas, quedándole ese nombre al arroyo en la vulgaridad y, por consecuencia, al paraje". El arroyo daba nombre al pago de las Brujas, el cual en el año 1778 recibía ya tal denominación y contaba con 635 habitantes y unas 160 casas o ranchos.

Del "Diccionario Geográfico del Uruguay" por Orestes Araújo. Tipo-Litografía Moderna. Montevideo, 1912.