miércoles, 21 de noviembre de 2012

El juicio persa de los muertos




 El dios Ahura-Mazda está representado en el centro de un sol alado, imitación del disco solar alado de los egipcios.

La lucha entre virtuosos y malos continúa hasta después de la muerte. La muerte es una victoria de Ahrimán; pero el hombre bueno triunfa de esta prueba. Su cadáver no necesita ser conservado (1): expuesto al sol, se secará o será despedazado por los buitres, escapando así a la descomposición. En cuanto a su alma, será juzgada según sus actos, en la tierra. Mithra, dios del cielo y de la justicia, pesa las acciones de los difuntos en una balanza, a la entrada de un puente que conduce al otro mundo. 

Este puente está tendido sobre los abismos del infierno; es ancho, fácil de cruzar para el alma del justo; pero se estrecha hasta ser del grosor de un cabello, para el alma del malo. Éste no franquea el puente; cae en el abismo del infierno.El condenado desciende gradualmente al infierno; pero existe un purgatorio, "la vivienda de los pesos iguales", para aquellos cuyas buenas y malas acciones se equilibran en la balanza. 

En cuanto al alma del justo, penetra en la "mansión de los cánticos" donde lo espera una bellísima doncella. He aquí en que términos se le recibe: "¡Oh joven, de espíritu puro, palabras buenas, acciones buenas, religión buena! Yo soy tu propia conciencia... Me amabas por mi grandeza, por mi bondad. Amada, me has hecho más amada aún; bella, me has vuelto más bella... Ve delante de las Eternas Luces..."

Además de este juicio individual, habrá un juicio final de toda la humanidad, el fin del mundo que se predice después de 2.000 años de existencia. Un Mesías anunciará este juicio final; una ola de metal fundido sumergirá la tierra purificándola con el fuego. Será el triunfo definitivo de Ormuz sobre Ahrimán. 

(1) Es lo que explica la falta de tumbas en Persia. Sin embargo, los reyes persas, influenciados probablemente por las tradiciones elamitas y semíticas, se han preocupado de hacerse cavar tumbas en las montañas de Persépolis. Parecía necesario que el rey fuese representado entre sus súbditos por su cuerpo, pero protegido por una sepultura.

De la "Historia Antigua: Oriente" de A. Moret, J. Cabral y A. Colasanti; Angel Estrada y Cía. editores, Buenos Aires, 1928.

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