jueves, 9 de abril de 2015

La "alegría en la muerte" en los indígenas precolombinos


La semejanza entre el caribe y el azteca está basada en dos circunstancias importantes: también tienen en común una especie de "alegría en la muerte" y un sentimiento profundo de cualidad mágico-religiosa de la sangre. La Madre Tierra es imaginada por el azteca como la Diosa de la Muerte, que al mismo tiempo es la Diosa de la Vida. Su poesía celebra el thanatismo con un acento profundo de eclesiastés judío:

Toda la tierra es una tumba y nada se escapa de ella;
nada es tan perfecto que no se derrumbe y desaparezca.
Los ríos, las fuentes y las aguas corren,
para nunca volver a sus alegres comienzos.

El culto de la muerte y el culto de la sangre los llevaron al  culto de la guerra. Buscando víctimas que  ofrendar en sacrificio, inventaron las guerras que denominaron "guerras floridas"; alguien ha dicho: "cuando corría el negro arroyo (de la sangre), ellos veían surgir de él una flor mística". Los aztecas, como los caribes, suplementaban su dieta con la guerra, pues las víctimas sacrificadas después de una campaña eran despedazadas y su carne se vendía al populacho en los mercados públicos.La sangre era la vida, el fluído mágico. Representaba la unidad esencial metafísica del hombre con el cosmos y con los demás seres entre los cuales está el inmerso. Era el símbolo de la continuidad de toda vida. Darramada y vuelta a tierra, cerraba el ciclo de la vida individual, pero hacía salir de la entraña telúrica una nueva vida. El derramamiento de sangre significaba siempre la consumación de un ciclo, la eternización de algo instituído, de cuya perennidad respondía en su vaho mágico. Como apunta acertadamente Beals, el sacrificio de sangre representó una necesidad elemental, que los españoles continuaron con las corridas de toros, derivada, en parte, de fuentes sagradas similares y festivales de sacrificio de los griegos. Cuando la sangre sale de un toro o de un ser humano, una serie de emociones se sienten: temor, excitación, lujuria, piedad, el instinto de procreación, la idea de una rica exuberancia de la vida...

"El derrame de sangre toca cosas más profundas en nuestra naturaleza de lo que suponemos. Retrocede, tal vez, a nuestros tiempos de caníbales, cuando el ciclo de sacrificio era cumplido de verdad con la ingestión de la carne, y una continuidad simbólica promovida por el hombre... Las emociones evocadas se encuentran en el verdadero plasma germinal, en la absorción de la célula elemental y en la expulsión o rechazo de las cosas externas...La vista y el olor de la sangre no solo afectan nuestros grandes centros nerviosos, sino también ponen eréctil, casi en un sentido sexual, a cada una de las células de nuestro cuerpo. Hay cierta vibración atómica rápida que afecta al protoplasma primitivo inconsciente del cuerpo. Sabemos que las células individuales aisladas puestas en un medio dado al momento empiezan a palpitar... Los sacrificios sagrados de los aztecas no solo hicieron que las células del cuerpo palpitaran, sino que hicieron palpitar todo el universo y conservar todas sus propiedades dadoras de vida, su fecundidad. Hicieron  que las flores abrieran escarlatas; hicieron que las semillas germinaran; contribuyeron, como poder divino, a la continuación del proceso vidente, que, en esos mundos, al parecer de piedra, parecía volver a un estado puramente iluminado y metálico..."

El pueblo azteca se ha continuado en el mexicano actual, que siempre sella con sangre todas sus conquistas sociales, como único medio de hacerlas eternas, generadoras y efectivas. También podemos atribuir todas estas vivencias crueles y religiosas de la sangre a los caribles. Aunque no faltara en cierto modo entre los indios de los Andes y los Arawak del occidente. La vivencia del derramamiento de sangre despertaba en el hombre a la fiera primitiva, a la "cosa" informe que la herencia paleontológica escondió en nosotros, y que como monstruo subhumano los cretenses simbolizaron en la forma del Minotauro; la religión sangrienta de los aztecas, caribes y otros indios, es represenación inevitable del Minotauro americano.

De "Hacia el indio y su mundo" por Gilbero Antolínez (Xuhé). Librería y editorial del Maestro", Caracas, 1946.

1 comentario:

Unknown dijo...

Sería tan amable de mencionar la fuente del poema azteca?