lunes, 16 de enero de 2017

Por los cementerios II...

 

Ya han pasado los días consagrados por los vivos para ir a importunar con su bullicio la paz y la calma de los sitios donde descansan los que fueron. Una vez más la vida a entrado triunfante dentro del ejido de la ciudad de los muertos y una vez más ha impuesto su eterna, su invariable alegría en el sitio donde el dolor humano tiene una elocuente manifestación en cada epitafio. Para los poetas cursis, la tarea de enternecerse y derramar lágrimas en estos días oficiales de sentimiento y recuerdo: -nosotros no estamos por eso; preferimos aprovechar esas tardes hermosas del primero y dos de Noviembre como tregua a las tareas diarias, y las visitas a los cementerios como agradables reuniones sociales, donde el flirt es obligatorio y de buen gusto y muy capaz de proporcionarnos oportunas notas gráficas.


En este sentido la fiesta de los muertos de este año fue extraordinaria. La concurrencia que afluyó a los cementerios en el día dos fue muy numerosa, enorme, como podrán ver nuestros lectores en algunos de los grabados que publicamos. Y, a propósito de grabados, debemos advertir que, pese a las rigurosas disposiciones municipales, que prohiben la entrada a las necrópolis de aficionados a la fotografía acompañados de sus respectivas máquinas, nosotros hemos conseguido contravenir la disposición y colocarnos con nuestre Murer´s en el cementerio y allí hacer todas las diabluras que quedan consignadas en las presentes fotografías. El Director de Cementerios, estimado caballero don Felipe H. Segundo, queda autorizado para protestar por ello cuando le plazca.


Ahí hay de todo: una multitud apiñada que trota a través de las tumbas y grupos de visitantes aislados que, o bien oran al pie de la cruz que señala el sitio donde reposa un deudo, o bien se ocupan del embellecimiento de alguna tumba olvidada despiadadamente durante todo el año. Porque eso sí: los vivos son tan ingratos que sólo una vez al año se acuerdan de los muertos, y es entonces que se atropellan para hacerles agasajos, derramando flores y coronas sobre la tierra que cubre cenizas de padres, hermanos, esposos, hijos. Después de pasado el día oficial del dolor nadie aparece por el cementerio y los pobrecitos muertos se quedan solos y olvidados. Por fortuna, ellos no protestan.


En fin: que el día de ánimas fue pródigo en flirtreos (casamientos en embrión, y de donde resulta que también en medio de las tumbas ande el amor repartiendo mandobles a cuanto corazón sencillo encuentre al paso) y grato a los que nos dedicamos al culto de la belleza, porque los desfiles femeninos fueron algo que no se saborea todos los días. Y todo esto a plein air, a la luz del sol, bajo un cielo sereno, que se empañaba en conseguir el tono azul perfecto, y con una temperatura primaveral, que impulsaba con fuerza la sangre dentro de las venas y nos hacía estar alegres, extraordinariamente alegres.Figúrense ustedes que una viejecita muy pequeñita y muy arrugada que encontramos llorando al pie de una cruz nos pareció una nota discordante en medio de tanta luz, de tanta vida, de tanta primavera! ¡Oh la joie de vivre, la joie de vivre!...


No es por espíritu de crítica francamente que dejamos escritas las líneas que preceden; empleamos el tono que conviene a lo que hemos visto durante los días de visita a los cementerios simplemente. No nos las echaremos tampoco de severos -ya lo dijimos al principio- pero se ve cada cosa, se contempla cada escena, se admira cada cuadro, que hablando con la más absoluta sinceridad hay como para pensar en que son muy buenos los difuntos cuando no nos tiran con algo en esos desfiles inmensos de todos los años, en esas procesiones mundanas en que van hermanados el lujo y la alegría! 


Digamos para terminar que esa escenas y esos cuadros lo mismo se producen en el lujoso Cementerio Central que en amplio y pintoresco del Buceo, donde también se levanta el Inglés, donde son más sobrias estas manifestaciones, en armonía con el carácter y el temperamento de los de la raza.


De "Rojo y Blanco" N°. 99, año 3. Montevideo, 8 de noviembre de 1902.                                    

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