sábado, 20 de mayo de 2017

Consideraciones sobre la higiene de los cementerios de Montevideo


La historia de la higiene pública ha venido a ser tan necesaria para la salud de las poblaciones que aún fuera del cuerpo médico, se encuentran hombres esclarecidos entregados a la ciencia y a la humanidad, que se esfuerzan en hacer desaparecer todas las causas susceptibles de engendrar enfermedades: sin nociones precisas a este respecto, el instinto de conservación, ayudado por la razón y la experiencia, los guía en sus empresas. Se observa en las costumbres y usos de los pueblos de que se compone la especie humana, diferencias sorprendentes que dependen del grado de civilización, de sus dogmas religiosos; de sus leyes, y de una infinidad de causas locales más o menos variables. Hay un punto sin embargo, en el que todas las sociedades siempre han estado de acuerdo: es el respeto debido a los despojos del hombre y el deber de darles sepultura. Este respeto, este deber, parten sin duda de las fuentes morales que tienden a estrechar los vínculos sociales; puesto que el sentimiento que nos lleva a la conservación de los seres de nuestra especie, se debilita, se aniquila con facilidad y cede algunas veces su lugar a la ferocidad, en el hombre que se familiariza con la imagen de la muerte y con los estragos progresivos de nuestra destrucción material.

Pero, a más de esos motivos morales, hay motivos físicos que fuerzan al hombre que vive en sociedad, a hacer desaparecer del suelo, los restos los restos inanimados de sus semejantes. El olor fétido de la putrefacción, los peligros que resultan para la salud, son otras tantas razones que explican fácilmente el cuidado con que los pueblos más incultos, siempre han alejado los cadáveres de su seno. Entre las naciones civilizadas, se inhuman generalmente a los fallecidos en lugares llamados cementerios. Desde mucho tiempo, ya no se establecen en el centro de los pueblos, ni deben tampoco estar en los terrenos contiguos a las iglesias. Hay también que fijarse en la naturaleza y posición del terreno, así como en su extensión relativa al estado de la población.Si el terreno es húmedo y ligero como en el cementerio de Montevideo, la descomposición marcha rápidamente; dos años apenas, bastan para que sea completa, según Orfila.

De manera que en los lugares poco poblados, donde las fosas no se renuevan sino cada quince o veinte años, la tierra no contiene ningún vestigio de los antiguos cuerpos; cuando al contrario, el terreno es calcáreo, la putrefacción es lenta y difícil; y se abren hoyas en parajes que hayan servido anteriormente para inhumaciones, se encuentran frecuentemente restos de cadáveres que no están aún alterados. En semejantes condiciones, los despojos humanos que se hallan en las excavaciones que se hacen, uniendo su acción a la del cuerpo nuevamente enterrado, serían peligrosos; y lo serían tanto más, si los sepultureros no cuidasen de juntarlos en el fondo de la fosa y si ésta no tuviese la profundidad debida.

Todo cementerio debería tener una superficie cinco veces mayor que la necesaria para los entierros de un año, con el fin de no dar sepultura a nuevos cadáveres en el mismo sitio durante cuando menos cinco años. Para que el cadáver sepultado a la profundidad de cinco pies, quede reducido al estado de esqueleto, no se necesita generalmente más que diez y ocho meses; algunas circunstancias prolongan a veces el término de la completa descomposición del cadáver. El cerco de un cementerio, no debe tener mas que tres varas de alto; las plantaciones que se hagan en él, deben ser distribuidas de modo que no se opongan a la libre circulación del aire. No se permitirán edificios en sus cercanías, para que nada se oponga a la diseminación de las emanaciones fétidas; y para evitar también a esas casas el peligro que correrían sus habitantes por las filtraciones acuosas cargadas de elementos deletéreos que podrían mezclarse al agua de las fuentes o de las corrientes vecinas, comunicándoles propiedades dañosas.

Las fosas deben tener cinco pies de profundidad: si fuesen mas profundas, se retardaría la descomposición de los cadáveres por la privación del aire, del calórico, etc; y si lo fuesen menos, daría lugar a que se abriesen paso las emanaciones y así se infestase la atmósfera. En el cementerio de Montevideo, deberían cerrarse herméticamente los nichos con una loza de mármol, y no taparlos con ladrillos y barro que dejan paso a las emanaciones. Así, es pernicioso para la salubridad, el sistema de inhumación que se practica en la actualidad en ese cementerio. En efecto, las carnes se descomponen al aire libre, trayendo sobre la ciudad nueva miasmas pestilentes, y que lo son más o menos según fuesen los vientos del este o del sudoeste. Cuando la putrefacción de un cadáver está adelantada, cuando los productos de ella se abren paso al exterior -después de haber quedado reconcentrados mucho tiempo en las sepulturas- entonces se altera el aire de un modo muy peligroso.

En la putrefacción de un cadáver, hay absorción de oxígeno y desprendimiento de una cantidad más o menos grande de amoníaco, libre o combinado con los ácidos carbónico, hidro-sulfúrico, acético, etc; y muchos de esos mismos ácidos se encuentran al parecer mezclados con los gases óxido de carbono, hidrógeno-carbonato, hidrógeno-fosforado. Pero lo que todavía no conocemos, es la naturaleza de los afluvios fétidos que todos esos gases arrastran consigo y cuyo olor varía según los diversos períodos de la putrefacción. El cementerio inglés se debe alejar del centro de la población, de la calle principal y del mercado.

Del libro "Consideraciones sobre higiene y observaciones relativas a la de Montevideo" de Adolfo Brunel. Imprenta de "La reforma pacífica", Montevideo, 1862.               

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