sábado, 29 de junio de 2019

Muerte repentina


Ayer en un conventillo situado en la calle del Cerro, esquina Buenos Aires, cayó repentinamente muerto un individuo que vivía en él. Es tal el temor que tiene la gente a las medidas que, a pesar de que la muerte se parecía tanto a la fiebre amarilla como un huevo a una castaña, todos los inquilinos del conventillo liaron petates y se fueron con la música a otra parte, huyendo a las guardias, encierros, desalojos y todo ese cortejo de medidas fúnebres que acompañan a la fiebre amarilla, como si ella solita no fuese más que suficiente para asustar al pueblo. Hemos llegado a una época tal de julepes y preocupaciones, que ya nadie habla de mas enfermedad que la fiebre. 

Las otras dolencias no llaman la atención, como si no existiesen, como si no matasen. Cuando se enferma un individuo, el diagnóstico siempre es el mismo: fiebre amarilla. Hemos de oír todavía que un hombre que muere de una puñalada, muere de fiebre amarilla, porque el asesino había estado en el foco y había usado el cuchillo en el barrio infestado, dejándolo contaminarse con el aire envenenado que por allí se respira. Indudablemente, la fiebre amarilla es la enfermedad de moda. Aunque me tachen de atrasado, prefiero andar a la antigua.

Jabón

De "La Democracia" N° 247. Montevideo, 1 de abril de 1873.

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