miércoles, 9 de enero de 2013

El esqueleto




Acabas de ver en el Cuarto de Reflexiones, ¡oh profano!, la armadura ósea de un cuerpo humano; un esqueleto descarnado y frío, con toda la fealdad de la descomposición. Al encontrarte con él, frente a frente, tú, joven, esbelto, sano, envuelto en elegantes ropas, con el corazón rebosante de afectos y la mente poblada de ilusiones, habrás tenido un minuto de horror, de tristeza y de meditación.

¿A quién perteneció ese esqueleto? Tal vez a la hermosa dama, de airoso talle y sonrosada tez, que fue encanto de los salones, alegría del hogar y objeto de adoración para los jóvenes de su tiempo. Tal vez a la descocada meretriz que hizo de su cuerpo objeto de inmundo comercio, y no tuvo para la Humanidad más que impudencia y sarcasmo. Acaso al rico avaro que empleó su vida en atesorar riquezas, amasadas con el llanto y la sangre de sus semejantes. O al soberbio magnate, al déspota vanidoso, que se creyó superior a los demás hombres, viviendo de la desunión y la intriga, explotando el malestar de sus hermanos, deshonrando a su patria con todos los errores y todas las infamias.

Helo ahí, perdida la hermosura, gastado el placer, muerto el egoísmo, acabada la soberbia; montón de huesos blanquecinos que hemos sacado de la podredumbre para que veas ¡oh profano! lo que serás tú dentro de unos meses, dentro de unos años, más o menos tarde, pero infaliblemente algún día; que para siervos y tiranos, y pobres y ricos, guarda igualmente su golpe fatal la Muerte, y reserva la Naturaleza sus incontrastables leyes de la transformación de la materia. 

¿Qué harás entonces de tus vanas ambiciones? ¿Qué se habrá hecho tu mentido poder actual? ¿Ni qué herencia, qué recuerdos, qué bienes, habrás dejado a tu prole, a tus amigos y a tu patria? ¡Un esqueleto más, que la humedad del cementerio consumirá por completo! Por eso, la Masonería pone ante tus ojos ese símbolo clásico de la inestabilidad humana, para recordarte que hay en ti algo más que huesos, músculos, nervios y sangre: el espíritu divino, la chispa deslumbrante de la eterna sabiduría; el pensamiento noble y la voluntad honrada, a fin de que los emplees en la redención de la especie, en la libertad de tu patria, en el honor de su familia, en el progreso de la Humanidad.

Cultiva tu inteligencia y practica el bien; sé grande, justo, virtuoso y digno. Y cuando mueras, no importa que no podamos distinguir tu esqueleto entre los muchos amontonados en el osario común. Porque tendremos grabada en la imaginación tu noble fisonomía, vivo en el recuerdo tu nombre, y latente en el corazón un sentimiento de gratitud por tus buenas obras. No nacimos para dejar carne podrida a los gusanos y armazón de huesos al Cuarto de Reflexiones, sino para contribuir al progreso de la patria y a la civilización de la Humanidad.

De "La Masonería y sus símbolos" de Joaquín N. Aramburu; Ediciones Botas, México DF, 1947.

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