miércoles, 16 de enero de 2013

Un hallazgo macabro (1798)



El día siete del corriente Don Juan Tabares vecino del Arroyo del Sauce pasó al monte acompañado de Don Juan Palacios y un hijo suyo de edad de nueve para diez años, a cortar un poco de fajina, en una isla del mismo Arroyo del Sauce, abajo de la chácara de Dn. Felipe Pires -y mientras dichos Tabares y Palacios estaban en su faena, el muchacho encontró  en aquella isla una calavera de hombre, sin que el muchacho conociese lo que era. Y así que vido su padre Tabares conocido de ser hombre de manera; de manera que quedó como asustado, pero dispusieron la calavera la calavera llevar a su casa para pedir limosnas para misas, y después llevarla a la capilla. Pero en este día tuve noticia que la dicha calavera por el dicho Palacios, y mandé que me entregasen para reconocer e informar de algunas noticias como Juez del Partido.

El día ocho por la mañana me entregó el dicho Tabares la calavera, y vi que su muerte fue de dos hachazos, uno en la nuca y el otro en la sien. Y pasé con ella a la Capilla de Pando, y con el permiso del Padre de dicha Capilla puse una mesa y la calavera, y encargué a Juan Conde que pidiese limosna para misas por el alma de aquella calavera. El día nueve cité a los vecinos del pueblo para que me acompañasen a registrar aquella isla donde fue hallada la calavera y me acompañaron los siguientes sujetos (Aquí su nómina).

Llegando en el sitio en presencia de los acompañados pregunté al muchacho si era aquella la calavera que encontró el día viernes, a que dijo que sí; y oída su respuesta dije que pusiese en el sitio donde la halló y en la forma que estaba,  y así lo hizo. Vista la postura de la calavera comenzamos a procurar el cuerpo: lo primero que se halló fue un pedazo de arreador, Don Pedro Montero afirmó ser del uso de Cabezas, y después en el pueblo confirmaron muchos lo mismo; lo segundo que se encontró fue una costilla; lo tercero un hueso, que tenemos del codo a la muñeca; el cuarto un hueso, o caracú del muslo, y de esta manera se hallaron los restantes hasta siete u ocho huesos; y no se pudo hallar más por estar el arroyo con bastante agua. De este sitio como diez o doce cuadras a la costa de Pando, rumbo al Este, se encontró un fondo de frasco, retirado del arroyo como cosa de una cuadra. Y de aquí pasamos a la chacra de Don Felipe Pires.

Llegando a la dicha chacra pregunté si era aquel pedazo de frasco del que le prestaron a Manuel Cabezas; a esto sacaron un frasco compañero del que le prestaron a dicho Cabezas, y conjeturado uno con otro aparece ser lo mismo. Hecha esta diligencia pasé a la Capilla con todo lo que se halló del cadáver a depositar en ella. Y después pasé a informarme si alguno sabía que hubiese perdido algún hombre por aquellos pagos, pero no tuve noticia sino de un tal Manuel Cabezas, y hallo que la puerta más común del uso de la casa, mira al norte, y dicha puerta al entrar se abre a la mano derecha, y así me puse a conjeturar unos con otros en la forma siguiente:

Como llevo dicho, la puerta mira al norte, de aquí como cosa de cinco a seis cuadras derecho al norte se halló la chaqueta, y más adelante en el mismo rumbo, como cosa de un cuarto de legua, se halló la media; más adelante,  derecho al mismo rumbo se halló el cadáver retirado poco más de media legua, aunque hallara el frasco como cosa de una cuadra sobre la derecha; pero casas, chaqueta, media y el cadáver están en la misma línea recta al norte, y el caballo se encontró en estos medios. Y para mayor certidumbre de que el cadáver es del difunto Cabezas, la cicatriz que tenía el difunto en la frente de una patada de caballo confiesa ser el mismo.

Y así claro está haber ejecutado los otros la muerte en su casa al entrar de la puerta; se ve claro que debía estar el ejecutor tras de la puerta cuando descargó el golpe en la nuca, y el segundo en el suelo que le dio en la sien, y al rigor del hacha le quebró todo el casco como está patente. Y así no puede menos que ser mujer cómplice en la muerte alevosa de su marido. Pero Sr. Alcalde, si esto se quiere más claro acudir a Dios que todo lo sabe.

El Juez del Partido.

Baltasar de Aguirre.

Extraído del libro "Lecturas de Historia Nacional: época colonial" de Alfredo Castellanos; Editorial Medina, Montevideo, 1955.

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