jueves, 21 de noviembre de 2013

La soledad de Dios



¡Estaba tan solo, tan horriblemente solo! Mi vida era igual, monótona, sin incidencias, sin mudanzas, sin sorpresas: plácida como la corriente de un río que tiene cauce y corre en la oscuridad sin reflejar los árboles de las orillas; todo era tinieblas, todo inmovilidad e inmutabilidad. Ni un sonido, ni un rayo de luz, ni un solo movimiento. Únicamente quien sufre se mueve para que cese su sufrimiento, y mi bienaventuranza era tal, que se asemejaba a la paz de la muerte. Entonces, mi pensamiento oprimido por el tedio y solicitado por la soberbia, se movió y no bien hube pensado en el mundo posible, las estrellas se encendieron en el cielo, los átomos llenaron los abismos vacíos, los cuerpos rodaron en el espacio y sobre la Tierra nación la primera vida, el primer dolor.

De "Memorias de Dios" por Giovanni Papini; Sarmiento Casa Editora, Buenos Aires, s/f.

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