lunes, 23 de diciembre de 2013

Los dispositivos esperanzadores y la persistente creencia en el más allá


El Hombre es el único animal que medita sobre el fenómeno de la muerte, siendo al mismo tiempo capaz de advertir su existencia y asumirla como la última y más visible de todas las rupturas. A partir de esta forma de conciencia sobre su finitud, podemos comprobar su incesante búsqueda de alternativas, que le ha permitido explicar, resistir y, a la vez, domesticar un acontecimiento que pone culminación a sus días. La muerte ha de ser entendida como el último entre los más importantes ritos de paso. Como tal supone una serie de acciones que se repiten, aunque no de manera idéntica, a lo largo del tiempo y de las culturas, respondiendo a ciertos parámetros preestablecidos que, por sobre todo, buscan instituir una diferencia, "un antes y un después" al decir de Bourdieu, en este caso entre un estado y otro, con relación a la vida.

Este acontecimiento provoca un daño a la red de conexiones que se establecen entre las personas. Parece ser que la única forma de confirmar su existencia es a través del ritual correspondiente al entierro del cadáver. Así los ritos funerarios se constituyen en ceremonias solemnes destinadas a exteriorizar el respeto y la veneración por el fallecido, asimismo el dolor por su pérdida, pero también el temor y la inquietud por la extinción humana en sí misma. La idea de finitud de la existencia del hombre es parte del misterio, que no podrá ser aprehendido como experiencia personal hasta el día de la propia muerte. Mientras tanto, el acontecimiento será percibido como otredad, en los desbordantes signos de que resulta una denuncia inapelable el cadáver.

Los diversos ritos y ceremonias funerarias que identicamos en diversas culturas sólo constituyen vehículos mediante los cuales se reconoce públicamente la dignidad del sujeto. Para Mircea Eliade, su mayor complejidad radica en el cambio de régimen ontológico y social: que supone donde "el difunto debe afrontar ciertas pruebas que conciernen a su propio destino de ultratumba, pero asimismo debe ser reconocido por la comunidad de los muertos y aceptado entre otros..."

De "Muerte y religiosidad en el Montevideo Colonial" por Andrea Bentancor, Arturo Bentancur y Wilson González; Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2008.      

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