viernes, 29 de marzo de 2013

La puerta de Babalón



Título: La puerta de Babalón
Autor: Aleister Crowley

Esta pintura es obra del mago, hierofante y ocultista místico inglés, Aleister Crowley (1875-1947). Ocupa uno de los vanos de su casa, en el recinto donde realizaba sus ceremonias secretas. La pintura representa a Babalón, un demonio hembra que personifica a la lujuria desenfrenada. Se le identifica con la famosa prostituta de Babilonia que aparece en los libros XVII y XVIII del Apocalipsis, asociada al Anticristo y a la Bestia. Crowley la representa desnuda y rodeada de dos personajes masculinos de piel negra. En una de sus manos sostiene un objeto fálico y en la otra, la copa de las abominaciones.

domingo, 24 de marzo de 2013

Post Mortem LXXV: Domingo Faustino Sarmiento


Domingo F. Sarmiento (1811-1888)

Esta es la célebre fotografía post mortem de gran estadista argentino Domingo Faustino Sarmiento, tomada en Asunción del Paraguay el 22 de setiembre de 1888. Allí residía desde mayo de ese año junto su hija Ana Faustina y sus nietos María y Julio, debido a que padecía de una insuficienica cardiovascular y respiratora que se había agravado en el último año. Por esa razón,  sus médicos le habían aconsejado alejarse de Buenos Aires para evitar el frío y la humedad del invierno de esa ciudad y claro está que el calor de Asunción fue el lugar más apropiado.

Su lugar de morada fue una gran casona de madera conocida como "La Cancha", acerca de la cual el historiador José Campobassi escribió: “La residencia tenía cuatro habitaciones (dos dormitorios, comedor y escritorio), y un jardín con palmas. La casa estaba desarrollada en ciento sesenta metros cuadrados de superficie y era totalmente de madera, con sólidos horcones de lapacho, tirantería de palmas negras y pisos de ladrillos. El dormitorio de Sarmiento se componía de una estrecha cama de hierro y un sillón de resortes, regalo de su amigo Ambrosio Olmos, que ya había usado en Rosario de la Frontera, en 1886. En su escritorio colocó una estampa japonesa y algunas pinturas de su nieta Eugenia”.

Sin embargo, la enfermedad de Sarmiento ya estaba muy avanzada y en pocos meses se iría de este mundo, a los 77 años de edad. Sus restos fueron inmediatamente trasladados al Cementerio de la Recoleta de Buenos Aires donde descansan desde entonces. En la fotografía se le ve en su sillón, envuelto en una manta, sosteniendo un abanico con su mano derecha y el antebrazo izquierdo apoyado en su cuaderno de escritos. Su aspecto es sereno, como el de un viejo patriarca adormecido.

lunes, 18 de marzo de 2013

La muerte por la libertad

Título: Los últimos días de Sagunto
Autor: Francisco Domingo y Marqués
Escuela: Romanticismo tardío
Año: 1871

La bien murada Sagunto, en donde habitaba un pueblo inteligente y vigoroso, fue atacada por Aníbal, el cartaginés. Sagunto era la ciudad más poderosa y rica de España; se hallaba edificada muy cerca del mar, y mantenía un comercio activo que la había engrandecido.Los saguntinos esperaban auxilios de Roma, su aliada, pero los romanos se movieron con demasiada lentitud, perdieron tiempo en embajadas inútiles a los cartagineses y los sitiados se vieron librados a su propia fuerza, que, aún siendo mucha, no podía competir con el poderío del ejército de Aníbal.

Durante varios meses, los defensores de la fortaleza lucharon con tenacidad mientras las máquinas de guerra del enemigo derribaban, poco a poco, las murallas, y se desmoronaban las torres. Grandes brechas fueron abiertas, pero, a falta de las moles de piedra, opusieron los saguntinos sus pechos, protegidos por corazas de bronce, y, los cartagineses avanzaron, muy lentamente, entre los escombros y las ruinas. Así consiguieron dominar una parte de la ciudad, pero, en la otra, se atrincheraron otra vez los saguntinos, y construyeron un nuevo muro interior. Con todo, era tal la escasez de alimentos entre los defensores, que era claro que no podrían resistir mucho tiempo.

Conociendo esto, Aníbal envió a un emisario ante el Senado de Sagunto, imponiendo duras condiciones; los habitantes de la ciudad, sin excepciones, deberían retirarse de ella, abandonando sus riquezas y sus hogares, y se establecerían en el lugar que Aníbal designase. Aunque los saguntinos no tenían ya defensa alguna, y su derrota era cierta, el Senado tomó una resolución heroica, que fue seguida por una gran parte del pueblo. Sin dar contestación a las propuestas del emisario de Aníbal, salieron los más importantes senadores a la plaza, en donde hicieron una gran hoguera, a la cual echaron las riquezas en oro que tenían en sus casas y las del tesoro público, y, después de esto, se arrojaron ellos mismos al fuego y perecieron.

Casi enseguida, se desplomó una de las torres que defendía la fortaleza, y por el hueco se precipitaron los cartagineses, que se apoderaron de la ciudad y acabaron con los últimos defensores; pero la gloriosa acción de los saguntinos se elevó por encima de la derrota, y la fama de ella se extendió entre los venideros.

De "Moral Activa" de Olaf Blixen; Imprenta Artística de Dornaleche Hermanos, Montevideo, 1940.

jueves, 14 de marzo de 2013

Rosa...




Título: Rosa
Autor: Mark Ryden
Técnica: Óleo sobre panel
Medidas: 8,75 x 10,6 cm
Año: 2003

Les invito a ver más obras del genial pintor norteamericano Mark Ryden en su sitio web. Su obra se caracteriza por su carácter lúgubre y pertubador que muestra a la inocencia infantil junto a la sangre y la muerte, lo que deja un resultado bello y grotesco a la vez. Creo que sus pinturas serían del gusto de Conde de Lautréamont....

sábado, 9 de marzo de 2013

Determinación del sexo del cráneo




Hay ciertos detalles que aparecen preferentemente en los cráneos masculinos, y otros, en los femeninos. Estos detalles craneanos propios, pero no exclusivos de cada sexo, constituyen los caracteres sexuales. Estos caracteres no son absolutos; así, se puede encontrar un cráneo de aspecto femenino, con algunos caracteres masuclinos, y viceversa. De modo que para determinar el sexo de un cráneo se deben estudiar todos los caracteres sexuales, y luego establecer el resultado de acuerdo con el predominio de uno u otro grupo de esos caracteres.

CARACTERES SEXUALES FEMENINOS

Cráneo liviano y más pequeño que el del hombre, sin rugosidades pronunciadas; protuberancias frontales laterales y parietales acentuados; cara y dientes pequeños; frente vertical abajo y abombada arriba; protuberancia occipital externa, arcadas superciliares y apófisis mastoides poco desarrolladas; protuberancia frontal media aplastada; ángulo fronto-nasal muy obtuso; incisivos proyectados hacia adelante; arcadas orbitarias delgadas en su mitad externa.

CARACTERES SEXUALES MASCULINOS

Cráneo pesado y más grande que el de la mujer, con rugosidades marcadas; cara y dientes grandes; frente escarpada hacia atrás; protuberancia occipital externa, arcadas superciliares y apófisis mastoides muy desarrolladas; protuberancia frontal media pronunciada; ángulo fronto-nasal marcado; incisivos no proyectados hacia adelante; arcadas orbitarias gruesas en su mitad externa.

De la "Osteología" de Oscar G. Ribas Penés; Palacio del Libro, Montevideo, 1946.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Respeto a los muertos




Nadie más respetuoso que los masones, para con los difuntos, nadie con más solemnidad que ellos, despide a los inanimados restos de un hombre a la mansión augusta donde la materia, alterada por el brusco sacudimiento de lo que llamamos Muerte, va a sufrir la transformación inevitable y fecunda. Es costumbre entre ellos asistir a un entierro con religioso recogimiento y hacer le trayecto con la cabeza descubierta, rindiendo así homenaje de veneración a la memoria de los que se van, y sincero testimonio de pesar a las familias que, en aquel momento, sufren el más cruel de los dolores humanos. Muchas gentes que se descubren a la vista de los ciriales o doblan la rodilla en tierra al paso de un hombre que ostente estas o las otras insignias, permanecen con el sombrero calado a la vista de un cadáver y le miran pasar con la indiferencia con que mirarían el cuerpo de un irracional muerto, arrastrado por los encargados de la limpieza de las poblaciones.

Ellos, que se descubren al entrar en un templo, en un salón de baile, en una casa cualquiera, no tienen una demostración de cortesía para despedir a un semejante suyo, herido por la mano del destino y que desde el fondo del negro ataúd les dice: "¡Hasta luego!" Ellos, que al mandato de sus propias leyes se humillan, o en presencia de un déspota tiemblan, no sienten conmoción alguna ante la ley fatal de la creación ni agita su espíritu sentimiento alguno al encontrarse frente a frente a la majestad suprema de lo Infinito. No se descubren, no, los masones ante un féretro; no arrojan flores y verdes ramos en la tumba de un hombre por mero alarde. Es que penetrados de la fragilidad de la existencia humana y dolidos de la pérdida de un hermano en el infortunio y en las esperanzas, depositan en su último lecho lágrimas de pesar y manifestaciones de amor.

¿Qué importa que en vida de aquel hombre no le conocieran personalmente? Era un individuo de la especie, era un soldado del propio ejército, era una parte de ese gigantesco todo que se llama la Humanidad. Aquel rostro lívido reía, aquella boca cerrada hablaba, aquel corazón latía. Bajo aquel cráneo yerto, un cerebro pensaba y sentía, y a sus impulsos aquel brazo tieso, obraba. Aquello es uno mismo. Aquel espectáculo es un aviso cierto, indudable, del mañana que nos aguarda. Adonde él va, iremos nosotros. Como él está, estaremos. Como él nos deja, dejaremos a nuestra vez a otros. Despidámosle, pues, como otros a su vez nos despedirán. Recuerdo haber visto que al cruzar una piara de toros por un sitio por donde acababa de ser muerta y beneficiada una res se detuvo, olió la sangre, prorrumpió en estrepitosos bramidos y trabajo costó al peón que la conducía hacerla alejar del sitio donde así demostaba sus sentimientos de duelo. ¿Y esto que hacen los brutos, esta manifestación de dolor en que, incurren las fieras, no puede hacerla, en armonía con sus condiciones de ser pensamente, el que se considera hecho a imagen y semejanza del Creador?

Si pasara ostentando sus cruces un general de esos que han acuchillado los pueblos y dejado huérfanos a millares de niños y de viudas y ancianos; si cruzara un torero de esos que descabellan fieras y ponen ante las astas del toro caballos vendados y sujetos por la brida para que el público vea sus vísceras arrastradas por la arena del circo, se descubrirían con júbilo las muchedumbres, y no pueden descubrirse con respeto ante el pobre que pierde las delicias del hogar, los halagos de la fortuna, las afecciones de la familia, los ensueños de la esperanza, y cae, bien a pesar suyo, en la sima insondable de lo desconocido. Los masones que, en su Cuarto de Reflexiones, en sus Cámaras del Medio, en varias ceremonias de sus grados superiores, recuerdan con atributos fúnebres la instabilidad de la vida, aprenden a la vez a profesar respeto sin límites a las ineludibles leyes de la Naturaleza, en cuya virtud surge incesantemente la tansformación de la materia, en la descomposición de los cuerpos y, anoadados por la majestad de lo Infinito, descubren sus cabezas  y se inclinan ante el féretro del hermano que se aleja. Respeten ese culto bellísimo, los que no sean capaces de comprenderlo y practicarlo.

De "La Masonería y sus símbolos" de Joaquín N. Aramburu; Ediciones Botas, México D.F., 1947.

lunes, 4 de marzo de 2013

La lección de anatomía del doctor Velpeau



Esta pintura romántica del pintor francés Augustine Ferret-Perrin representa una clase de anatomía del doctor Alfred Armand Louis Marie Velpeau (1795-1867), famoso anatomista, obstetra y cirujano francés del siglo XIX. Es un autor de un famoso Tratado elemental del arte de los partos (1830). Cabe también decir que Velpeau fue uno de los cirujanos más famosos de su tiempo y a él se debe un detallado estudio descriptivo de la leucemia muy avanzado para su época. Velpeau aparece representado con aspecto venerable, como un héroe de los tiempos románticos de la medicina, rodeado de sus discípulos y en el momento de proceder a la disección de un cadáver en la sala de anatomía de la Facultad de Medicina de París.

sábado, 2 de marzo de 2013

Los que no quisieron vivir XII: Fernando Ortíz Echagüe



El de julio de 1946 -¿por qué elegiría esa fecha histórica?- se arrojó de un balcón, en París, el periodista y escritor Fernando Ortíz Echagüe. Nacido en España, había tomado carta de ciudadanía argentina. No había vivido aquí muchos años, pero había servido durante largo tiempo a La Nación, de la que que fue representante en París. Era alto y no carecía de distinción, pero feo, por causa de la naríz aplastada. Simpático y servicial como él solo. Centenares de argentinos que anduvieron por Europa le debían servicios.

Como escritor era excelente y uno de los más graciosos que he conocido. Algunas páginas suyas son inolvidables. Recuerdo siempre aquella donde relata como Alfonso XIII, en San Sebastián, le hizo cantar el Himno Nacional Argentino para que una banda lo aprendiese y lo reproduje ante Marcelo de Alvear, presidente electo de nuestro país y que pasaría pronto por aquella ciudad en la que no se encontraba un ejemplar impreso de nuestra canción patria ni había quien la tocase en el piano...

¿Por qué se mató el hombre optimista, risueño, triunfador que era él?  Cada suicidio, si el autodelincuente no lo dice o no hay una enfermedad de por medio, es un misterio extraño. ¿Será la atracción del abismo, como cuando, al borde de un precipicio, sentimos la tentación de arrojarnos? ¿O será el anhelo de retornar al no ser, o de mezclarnos con lo infinito? ¿O una protesta contra el Destino, o contra Dios, que nos dió la vida, esta vida tan cruel, tan desolada, tan "cotidiana"? ¿O una voz que nos llama, o una pasión que nos empuja?

De "Entre la Novela y la Historia" de Manuel Gálvez; Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.