jueves, 17 de marzo de 2016

Muerte y resurrección: el mito eterno


El mundo del cazador era el mundo mágico, pero el mundo del agricultor y del criador de ganado, del hombre de campo, es el mundo mítico. En el mito aparece como fuerza decisiva el cambio de las estaciones, la sucesión de la primavera, verano, otoño e invierno. En el hombre se repite este proceso en la niñez, la juventud, la madurez y la vejez. Y a la idea mítica del uno, corresponde la del otro. Así se antepone la idea de la fecundidad. Por su naturaleza está ligada a la muerte. El fruto del campo crece, madura, muere y contiene el gérmen de otra vida, y nuevamente se origina en la muerte, la vida. El secreto de la muerte de la naturaleza en invierno y de su resurrección en primavera, es el sentido más hondo, el símbolo grandioso de esa concepción majestuosa del mundo.Sin embargo, entre agricultores, los símbolos míticos del nacimiento, de la muerte y de la resurrección aparecen en forma distinta que entre los criadores de ganado. Entre los agricultores se traslada el punto decisivo de la concepción hacia los elementos del mundo que reflejan el nacimiento y la muerte. Son elementos distintos que están ligados lógicamente, pero que en el más profundo sentido mítico constituyen una unidad: luna, mujer, serpiente, cigarra, árbol, cuerno del toro.

Entre los criadores de ganado se expresa el símbolo de la fecundidad de otra manera: es el animal en celo quien lleva la fecundidad, la fuerza masculina, y así deben ligarse los dioses de los criadores de ganado con la fuerza del toro, del caballo, del macho cabrío. La idea de la Gran Madre, de la magna mater, no aparece en este mundo. Es cierto que el cambio de las estaciones anima también aquí el pensamiento, pero son figuras masculinas las que llevan el universo en el mito, no la Gran Madre, no Istar, Astarté, Démeter, Venus o Diana. El trueno, el relámpago, el sol, la luz, la dominación, el poder, la fuerza, son los que se anteponen. En ambos grupos se concibe la idea del poder como abstracto, como autónomo y real en sí. El poder puede también ser sustraído de un objeto, de un amuleto, de un templo, de manera que éste pierda su carácter sagrado. La noción del poder adquiere existencia y valor propios; se separa de la realidad como algo independiente y al mismo tiempo algo eficaz. El poder en sí se transforma en una cosa con vida propia. Se materializa y toma valor autónomo. Ésta es una ley fundamental del pensamiento en el período mítico. La tarea del hombre, su objetivo y su obligación es, entonces, la de dominar este poder que se ha vuelto una sustancia propia, y asimilarlo al acontecer cultural y al deber del hombre de sobreponerse a su ambiente.

Estos poderes consisten en la bendición, la imposición de manos, la conjuración. Lo contrario se logra con la maldición, la imprecación, el encantamiento. Cosas sin vida: piedras, árboles, fuentes, casa, que pueden ser santificados porque este poder entra en ellos. La materialización de la idea del poder constituye el hecho más importante del pensamiento de este período mítico. Se transforma una abstracción, la idea del poder, en realidad; el pensamiento mismo se separa de su conjunto y se iguala con las cosas del mundo de los fenómenos como valor autónomo y sustancial. Este hecho es lo realmente trascendente de la época. Por eso sólo puede expresarse por un arte trascendente, abstracto. Este mundo se caracteriza por el fetichismo, el animismo, el culto de los antepasados y la mitología astral. Todas estas concepciones tienen el mismo fondo, el mítico. Su premisa fundamental consiste en la escisión de uno a la realidad e identidad; esta escisión separa la noción pensada del conjunto del pensamiento. Tal hecho confiere realidad a la aparición de los espíritus y otorga autenticidad a la idea de la fuerza.

El mundo de los muertos, de los antepasados, domina al hombre. Los antepasados y los espíritus pueden ocasionarle daño; por eso debe aplacarlo con sacrificios. Y a fin de que favorezcan su vida y le sean propicios, les construye grandes y hermosas casas de piedra imperecedera. El mismo vive en una cabaña, pero para los antepasados se edifican pirámides en el sur y monumentos megalíticos en el norte. Así se reemplaza la magia por el mito y el pensamiento acerca de los astros, del alma, de los espíritus, de la muerte, y poco a poco se forma en este mundo el politeísmo, el mundo de los dioses. En la cúspide se encuentra, entre los agricultores, la gran divinidad femenina, y entre los criadores de ganado, el gran dios masculino. Sólo partiendo de este pensamiento se comprende el cambio decisivo de la posición del hombre en el universo. El mundo mítico reemplaza al mágico, el pensamiento abstracto a la realidad. Por eso aparece también la imagen abstracta en lugar de la realista. Se presentan espíritus, demonios, formas misteriosas, inhumanas y sobrehumanas, que están más allá de la realidad, como lo están también la idea de poder, la del nacimiento eterno, la de la Gran Madre. Este mundo sólo puede desarrollarse en el momento en que nacen la agricultura y la cría del ganado.

De "Los primeros pasos de la humanidad" por Herbert Kuhn. Compañía General Fabril Editora, Buenso Aires, 1962.

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