miércoles, 11 de julio de 2018

La tragedia de Cabeza de Tigre: el fusilamiento de Liniers


En 1810, la Revolución de Mayo había abatido al último virrey del Río de la Plata. En su lugar, la Primera Junta, presidida por Cornelio Saavedra, discurría los medios para lograr la independencia y establecere un régimen político basado en la soberanía popular. Expediciones salían de prisa, hacia las provincias interiores, para afianzar los principios de la revolución y desbaratar los planes contrarrevolucionarios de los realistas. En Córdoba, en secretos conciliábulos, el gobernador Gutiérrez de la Concha y otros personajes fraguaban un plan de resistencia para desbaratar la revolución. Estaba con ellos el ex virrey Santiago de Liniers, que tendría a su cargo las operaciones.

Conociendo estas maquinaciones, la Primera Junta apresuró la partida de un contingente expedicionario al mando del coronel Francisco Ortíz del Campo, con esta terrible orden: que los cabecillas de la confabulación de Córdoba fueran fusilados "en el momento en que todos o cada uno de ellos fueran pillados, sean cuales fueren las circunstancias, sin dar lugar a minutos que proporcionasen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden...". Los jefes realistas fueron, en efecto, capturados; pero en vez de fusilarlos se los remitió a Buenos Aires, para posibilitar una conmutación de la pena, cediendo a las súplicas de Córdoba.

Se cuenta que, al saberlo, el doctor Mariano Moreno -inspirador de aquella extrema medida- envió al doctor Castelli con orden de fusilar a los prisioneros donde los encontrase. "Espero que no incurrirá en la misma debilidad de nuestro general -le dijo-; pero si aún así la determinación tomada no se cumple, irá el vocal Larrea; y por último iré yo mismo si fuere necesario". La severa medida se cumplió el 26 de agosto de 1810 entre las postas de Lobatón y Cabeza de Tigre, a cuyo efecto los prisioneros fueron internados en el bosquecillo de los Papagayos. Antes de la descarga, Liniers se quitó la venda de los ojos y se arrodilló. Después de la ejecución, los cuerpos fueron llevados al pueblo de Cruz Alta.

Liniers había cometido la imprudencia de querer retener el torrente de la revolución, y éste lo arrastró. Su sacrificio puso en evidencia su lealtad a España; esa lealtad de la que tanto había dudado. Sus despojos fueron exhumados en 1861 con el objeto de llevarlos a la capital, donde se erigiría un monumento alusivo. Pero fueron cedidos a España, a pedido de la reina Isabel; y desde entonces descansan en el panteón de los marinos ilustres, cerca de Cádiz.

De la "Enciclopedia Estudiantil" N° 163, Editorial Codex, Buenos Aires, 8 de agosto de 1963.

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