lunes, 31 de enero de 2022

Inhumaciones de vivos



El enterrar personas vivas, creyéndolas muertas, es más frecuente de lo que se puede pensar. Muchos son ya los casos sucedidos, y los gobiernos de las naciones civilizadas dictaron providencias serias, para cortar el abuso de precipitar el entierro de los muertos. En los países cálidos deben mediar veinte y cuatro horas, y cuarenta y ocho en los fríos, salvo algunas bien motivadas excepciones. Lo más prudente para evitar éste, el más terrible de todos los males, sería el de velar cuidadosamente a los presuntos cadáveres, y no darles sepultura hasta la evidencia de los signos de la muerte. Estos son: 1°. la suspensión de la respiración; 2°. la opacidad de los ojos; 3°. la frialdad de todo el cuerpo; 4°. la inflexibilidad de los miembros; 5°. el olor cadavérico y 6°. la putrefacción incipiente. 

Las enfermedades, que pueden dar lugar a creer, que un cuerpo esté muerto son: la síncope, la catalepsia, la estrangulación, la sofocación, los envenenamientos y los ahogados. Es necesario no sepultar los cuerpos de estos males, hasta observar los principios de la putrefacción; no importan los días que pasen. Las muertes repentinas, pueden provenir también de osificación o ruptura del corazón, de los aneurismas de la aorta, de una hemorragia interna, de la apoplejía. Puedan estas reflexiones servir a los deudos de corazón poco sensible, que apenas ven expirar los infelices pacientes, ya quieren expulsarlos de casa. ¡Consideren el horror de verse vivo en un sepulcro!

De: "Medicina doméstica, o sea, arte de conservar la salud, de conocer las enfermedades, sus remedios y aplicación, al alcance de todos" por J. G. de J. Pérez. Buenos Aires. Imprenta de la Revista, 1854.

No hay comentarios: