jueves, 28 de febrero de 2013

Post Mortem LXXIV: Justo José de Urquiza



Justo José de Urquiza (1801-1870)

Fotografía postmortem del General Justo José de Urquiza tomada el 12 de abril de 1870 en Concepción de Uruguay, al día siguiente de su asesinato. De frente, medio cuerpo desnudo, puede observarse sobre el labio superior, izquierda, la herida del proyectil del pistoletazo disparado por el pardo Ambrosio Luna, que derribó por tierra a Urquiza. También se aprecian las puñaladas, que con tanta saña, le asestara el asesino Nicomedas (Nico) Coronel, inferidas al cuerpo ya sin vida del general.

Copia fotográfica sobre papel, adherida a tarjeta tamaño llamada "carta de visita".

miércoles, 27 de febrero de 2013

La repatriación de los restos de José Enriqe Rodó



Los restos de Rodó, acompañados por una gran multitud, son trasladados al Cementerio Central tras su repatriación al Uruguay en 1920. 

Rodó es el escritor uruguayo que ha logrado -en el primer cuarto del 900- la más alta consagración en Hispanoamérica. Dentro de su país, esa consagración ha revestido carácter de apoteosis; y las solemnes exequias oficiales celebradas con motivo del reimpatrio de sus restos -que una embajada expresa fue a buscar a Italia-, han constituido una manifestación de duelo público, antes no conocida.

Su cadáver, -como el de Hugo en el Arco de Triunfo- fue velado en la explanada de Universidad, entre antorchas y cánticos funerarios. Se suspendieron las actividades normales de la ciudad, el ejército rindió máximos honores, la multitud rodeó respetuosa el catafalco; y en discursos y editoriales de la prensa, el autor de "Ariel" fue proclamado el más alto valor intelectual del continente, otorgándosele, por antonomasia, el título de maestro de la juventud de América.

Fuera del país, el prestigio continental de su nombre solo puede admitir parangón con el de Rubén Darío. Periódicos, ateneos, universidades, y hasta gobiernos, de Chile a México, han reeditado o glosado su obra, y discernídoles el más alto magisterio de la cultura. La bibliografía sudamericana se ha enriquecido considerablemente -en cantidad al menos, ya que no siempre en calidad... -con la abundosa publicación de estudios sobre Rodó, en los cuales, si suele escasear el sentido crítico- sobra en cambio, la glosa admirativa y el panegírico ferviente.

A través de esa bibliografía, aparece Rodó coo el más profundo pensador y el más perfecto estilista de las letras latinoamericanas; "Ariel" es proclamado el evangelio intelectual de la juventud del continente; y "Motivos de Proteo" es reconocido e modelo magistral de nuestra cultura. Finalmente, se da su nombre a asociaciones, a revistas, a plazas públicas. Desde el punto de vista histórico, la gloria continental de Rodó es un hecho indiscutible y definitivo.Atendiéndonos, pues, al hecho inconcuso de esa consagración, hemos de reconocer en Rodó el tipo representativo, en grado excelente, de la intelectualidad latinoamericana en ese primer cuarto de siglo.

Llegados, empero, a estas alturas del siglo, fuerza es ya que se examinen su obra y su época con un criterio histórico, discerniendo con netitud los valores intrínsecos y permanentes que puedan contener sus escritos -los que sobreviven a las circunstancias de su tiempo- de aquellos que son solo valores transitorios, relativos a esas circunstancias, expresiones simbólicas de un determinado estado cultural, y como tales, pertenecientes a la historia.

Consustanciada e identificada con el sentido de la obra rodoniana, la intelectualidad américo-latina de este período, estaba como inhibida de ejercer sobre ella un verdadero control crítico; la crítica de Rodó, significaba para la conciencia americana una autocrítica, privilegio excepcional en ciertos individuos, y cosa imposible en los estados de alma colectivos.

La crítica supone cierta relativa objetividad, cierta distinción de entidad entre el sujeto pensante y el valor que se estima. Y para la mentalidad americana, de 1900 a 1925, más o menos, el espíritu de Rodó era su propio sentido de la cultura; sus virtudes eran sus mismas virtudes, y sus defectos sus mismos defectos; Rodó era su intérprete y su signo.

Afirmar que hoy se puede,  -hasta cierto punto- considerar la personalidad  y la obra de Rodó con objetividad crítica, es afirmar implícitamente que, la intelectualidad americana se encuentra ya en posición algo distinta a la predominante en el primer cuarto del siglo, apenas ido. Y, en efecto, nuevas corrientes filosóficas, nuevos hechos históricos también, han suscitado ciertos cambios, de ràpida acentuación, en el criterio y en la orientación de los núcleos intelectuales más evolucionados de esta América. Es desde estas nuevas posiciones que es ya posible encarar la apreciación de Rodó, más objetivamente.

Del "Proceso Intelectual del Uruguay" de Alberto Zum Felde; Imprenta Nacional Colorada, Montevideo, 1930.

martes, 26 de febrero de 2013

Los orígenes del Panteón Nacional uruguayo




Al tratarse sobre el tema de la erección del Panteón Nacional, es necesario historiar sobre el lugar donde se encuentra emplazado el mismo, es decir, el primer cuerpo del Cementerio Central y dentro de éste el porqué de la rotonda o capilla, en virtud de que el "Panteón Nacional" se halla ubicado en la cripta de la misma. En nuestra ciudad quedan algunos edificios que nos evocan el Montevideo del siglo XIX, cuando la ciudad llegaba solamente hasta la actual calle Ciudadela, y ellos son: la Catedral Metropolitana, el Cabildo, las casas que habitaron los generales Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera, la mansión de los Roosen Regalía (actual Museo Romántico), las recientemente restauradas casas que pertenecieron a don Tomás Toribio (primer arquitecto que tuvo Montevideo) y la de la familia Ximénez y algunas pocas más en vías de restauración, todas ellas dentro de la "Muy Fiel y Reconquistadora ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo" y extramuros de la misma, el Cementerio Central.

Dese la fundación de la ciudad y hasta la primera década del siglo XIX, las personas que fallecían eran inhumadas en los sitios siguientes: los militares en la Capilla de la Ciudadela; las personas de más distinción social en la Iglesia Matriz (atrio y corredor al norte) hasta el año 1791, en que s cura párroco Ortiz dispuso la construcción de un camposanto al sur, contiguo a la parroquia y bajo un cerco de pared de piedra; en la esquina de las calles San Francisco y San Miguel (hoy Zabala y Piedras) existía el convento de los Padres Recoletos con su respectiva capilla, siendo su santo patrono San Francisco de Asís, quedando al costado del mismo un corralón que iba hasta la calle San Luis (actual Cerrito), sin edificar, y que se destinó bajo cercado para dar sepultura a los que fallecían de la comunidad y a los menesterosos, de donde le quedó el nombre vulgar de "Corralón de San Francisco". La Parroquia de San Francisco de Asís, tal como es en la actualidad, emplazada en la esquina de las calles Cerrito y Solís, con su cúpula que nos recuerda el gótico alemán y en cuya cripta se venera todos los viernes al "Señor de la Paciencia", fue construida en el año 1870; a los falllecidos en el "Hospital de la Caridad" se les inhumaba en un terreno cedido a tales efectos, contiguo al hospital por el sur.

En el año 1808 se construyó el primer cementerio fuera de los muros de la ciudad, al sur y sobre la costa al mar. Estaba situado donde hoy forman esquina las calles Durazno y Andes, en un terreno propiedad de un señor Aguiar que lo cedió para esa finalidad, ocupando alrededor de una cuadra de largo y poco más de media de ancho. Por espacio de veintisiete años estuvo en servicio ese "Campo-Santo", conocido con el nombre de "Cementerio Viejo". Al clausurarse el "Cementerio Viejo", decretóse su demolición, reservándose el predio que ocupaba para la erección de un templo, que nunca se hizo. Siendo en Presidente de  la República el Brigadier General don Manuel Oribe se resuelve, en virtud del crecimiento de la población urbana y como medida sanitaria, prohibir en forma definitiva la inhumación de cadáveres en las iglesias dentro de los muros de la ciudad y, en consecuencia, se dispone la construcción de un cementerio a distancia considerable de las puertas de la Ciudadela, al sur y sobre la costa del mar.

Es así que por Ley de 10 de octubre de 1835, conocida por "ley provisoria o del Presidente Oribe", se levanta el verdadero primer cementerio público de Montevideo (actual primer cuerpo del Cementerio Central); en sus paredes se edifican nichos y se fraccionan las parcelas para la construcción de panteones por parte de los adquirientes de las mismas, siendo enajenados por el Jefe Político del departamento en un precio fijo de 40 y 50 pesos (patacones), respectivamente. La superficie que actualmente ocupan el segundo y tercer cuerpo fue destinada para la apertura de fosas para los pobres de solemnidad, reservándose el centro del primer cuerpo para erigir una capilla, y mientras, se construye una muy precaria hacia la izquierda, en el mismo sitio que hoy se levanta el panteón de "Los Mártires de Quinteros". Las actuales avenida Gonzalo Ramírez y calle Yaguarón se llamaron durante muchos años "Camino de la Estanzuela" y "Camino al Cementerio".

Por decreto de 30 de junio de 1858, conocido por "Secularización de los Cementerios", la jurisdicción del Cementerio Público pasa a depender de la Junta Económico Administrativa, siendo transferidos a la Comuna todos los libros y antecedentes, y como primera medida se le cambia la numeración a los nichos en sentido inverso al primitivo, es decir, ascendiendo de derecha a izquierda (nomenclator actual) y se expide un nuevo título de propiedad de cada local funerario, conservando la redacción del anterior. Dicha construcción se dispuso por los fundamentos siguientes: hasta ese entonces el servicio religioso para el difunto se realizaba en la parroquia respectiva y era conocido por "Misa de Cuerpo Presente", pero debido a las epidemias que asolaron al país entre los años 1857 y 1868, las personas que fallecían debían ser conducidas al cementerio casi de inmediato de constatado su deceso, prescindiéndose del servicio religioso. Esta situación creaba un clima de protestas por parte de los familiares, que no se conformaban que sus seres queridos fueran conducidos al cementerio sin recibir los sacramentos que ordena la Iglesia.

Es en mérito a estos fundamentos que se decide levantar dentro del cementerio, una capilla para que todos los fallecidos reciban los auxilios espirituales de la Iglesia antes de procederse a la inhumación. La capilla o rotonda (rotonda por su forma circular) fue diseñada por dos arquitectos suizos, los hermanos Bernardo y Francisco Poncini, y cuyo estilo nos evoca el neoclasicismo italiano. Su piedra fundamental fue colocada el 14 de agosto de 1859, y de su inauguración definitiva tuvo lugar el día 1º de noviembre de 1863 (por el calendario eclesiástico este día conmemora la festividad de "Todos los Santos"), la que ser realizó con Misa Solemne de Bendiciones y gran ceremonia pública. Desde su inaguración y hasta la primera década de este siglo, el capellán encargado de la capilla oficiaba misa todos los días domingos y festivos a las horas 8 y 10, para que las personas que vivían en las cercanías de la necrópolis y que carecían de medios de locomoción para trasladarse a la parroquia más cercana, no se vieran privadas de cumplir con los preceptos religiosos.

Al entrar en la capilla lo primero que llama nuestra atención es la hermosa reproducción de "La Pietá" de Miguel Ángel, ocupando su centro hacia el fondo, dejando lugar al túmulo de bronce con una plataforma giratoria, en el que se apoyan los ataúdes para recibir el responso correspondiente. Dentro de la rotonda se construyeron treinta nichos, los cuales fueron destinados para inhumaciones  depósito de restos pero posteriormente, por razones de higiene, se prohibió en los mismos el depósito de cadáveres, quedando convertidos en urnarios, es decir, sólo para colocar urnas. En la pared central al fondo y en las dos laterales podemos apreciar los vitrales construidos en el taller de los señores Valentían y Vittone en Montevideo, instalados en la calle del Ejido Nº 99/101. Dichos vitrales fueron colocados en el año 1900 y representan: los de la pared del fondo, la Virgen María con el Niño Jesús en brazos y San José; los de la derecha, San Pablo y San Mateo; y los de la izquierda, San Pedro y San Juan Apóstol. En las paredes exteriores también se construyeron nichos, cuyo número total asciende a veintiocho. Al contemplar las inscripciones que lucen las lápidas de todos los nichos, tanto interiores como exteriores, nos encontramos con gran parte del patriciado uruguayo.

(...)

Si bien no existe ninguna ley nacional o decreto departamental que disponga que la cripta de la capilla del Cementerio Central sea considerada como "Panteón Nacional", se tiene noticias que por la muerte del señor José Ellauri y por Decreto Nº 907, de 25 de noviembre de 1867, se autorizó su inhumación en dicha cripta, hasta tanto se construyera el mausoleo que se denominaría: "Panteón Nacional", y como desde la época de los romanos "la costumbre hace la ley", después del fallecimiento del señor José Ellauri se siguió inhumando en dicha cripta a las personalidades que por los servicios prestados a la República merecen descansar en el "Panteón Nacional".

Claudio Serra Maderna

De "Panteón Nacional", Serie de Temas Nacionales Nª 8; Publicación de la Biblioteca del Palacio Legislativo, Montevideo, 1979.

sábado, 23 de febrero de 2013

Determinación de la edad del cráneo


Es un problema muy difícil, pero que puede resolverse aproximadamente teniendo en cuenta ciertos detalles. La primera edad, que llega hasta los seis años, se caracteriza por la existencia de los dientes de leche. En la segunda edad, hasta los catorce años, aparecen los dientes definitivos. La tercera edad llega hasta los veinticinco años, señalándose su límite por la sinostosis de la sutura basilar o esfeno-occipital. La cuarta edad abarca hasta los cuarenta y cinco años, momento en que se inicia la sinostosis de la bóveda, comenzando por el tercio externo de la sutura coronal y la sutura sagital a nivel del obelio. La quinta edad termina alrededor de los sesenta años con la sinostosis de las suturas sagital y coronal en toda su longitud y de las partes laterales de la lamboide. La sexta edad se caracteriza por la sinostosis de las demás suturas, comenzando por la escamosa. Alrededor de los ochenta años, todas las suturas han desaparecido y los huesos presentan los trastornos tróficos ya estudiados.

De la "Osteología" del Prof. Oscar G. Ribas Penés; I edición, Palacio del Libro, Montevideo, 1946.

jueves, 21 de febrero de 2013

De la vejez



El anciano ha desempeñado ya su papel, y si vive el individuo, este ya no se reproduce. La facultad de procrear se pierde en ambos sexos al llegar a esta edad. En el hombre, el esperma ya no posee su virtud prolífica, y en la mujer ha cesado la menstruación y con ella la secreción de los óvulos. Los tejidos se ponen más flojos, el rostro se arruga y los cabellos encanecen. Los dientes principian a moverse, se caen, y la digestión es más difícil, más lenta y menos completa. La circulación se hace más lenta, y las osificaciones que invaden las cubiertas de los pequeños vasos hacen menos completa la asimilación.

Los órganos de los sentidos se debilitan: se turba la vista y el oído se empieza a embotar. Los movimientos se ejecutan con lentitud; los músculos menos irritables, se contraen con menos facilidad. Los tejidos fibrosos tienden a osificarse, y los huesos se hacen menos densos y frágiles. La voz se debilita y se hace menos pura y más cascada. A medida que pasan los años, la decadencia hace continuos progresos, y la muerte pone fin a una existencia ya inútil.

Del "Tratado Elemental de Fisiología Humana" por J. Beclard; II edición, Librería extranjera y nacional, científica y literaria de Carlos Bailly-Bailliere; Madrid, 1871.

lunes, 18 de febrero de 2013

Los que no quisieron vivir XI: Martín V. Lazcano



Hacia 1944 se quitó la vida don Martín V. Lazcano. Era viejo y mal escritor. Había publicado algunos libros, entre ellos uno sobre las sociedades secretas -era masón- y otro sobre Rosas. Ferviente admirador de don Juan Manuel, regaló su biblioteca al Instituto de Estudios Juan Manuel de Rosas, del que era miembro. Es raro que fuese masón y rosista, pues Rosas prohibió la Masonería, y es indudable que a las logias se debe, en gran parte, la tremenda campaña de descrédito contra don Juan Manuel y la falsificación de nuestra historia para perjudicar a su nombre.

De "Entre la novela y la historia" de Manuel Gálvez: Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.

jueves, 14 de febrero de 2013

La mejor lápida



Una campesina de la Florida está frente a su choza dale que dale con la azada. Un vecino pasa por allí y le dice: - ¡María Eufemia! No hay en el pueblo quien no sepa que el Gobierno acaba de avisarte que mataron a Santiago en la guerra. Y usted ahí, cavando como si el muerto no fuera su hijo. ¿Qué dirán los que la vean? Francamente, no me parece bien.

- Amigo -contesta ella mirándole la cara-: le agradezco la buena intención; pero usted no se da cuenta. Esta tierra es de Santiago. El gozaba viendo crecer aquí lo que había sembrado para que sus hermanitos y yo tuviéramos que comer. Esta azada, también es de Santiago. Y mire usted, al cavar con ella, me parece que siento debajo de mis manos esas manos tan rancias de mi hijo, y que lo oigo a él diciéndome: "Así se hace madre, así se hace". No le puedo costear a Santiago ni una mala lápida. Lo único que puedo hacer en recuerdo de ese hijo, es labrarle la tierra, en vez de estarme mano sobre mano, metida en un rincón llorando. Conque, si a usted le parece, seguiremos cavando...

Colaboración de Don Blanding, para una edición especial intitulada "Selección de Selecciones del Reader´s Digest" del año 1944.

lunes, 11 de febrero de 2013

Post Mortem LXXIII



Imagen postrera de una mujer en su lecho morturio, yace con un rosario entre sus manos. Posiblemente se trate de una religiosa. Es notable su aspecto demacrado y consumido, que posiblemente sea el resultado de una larga y penosa enfermedad. La nariz afilada, los ojos entreabiertos y la boca que hace una mueca nos hablan de una dolorosa agonía.

viernes, 8 de febrero de 2013

El largo itinerario de los restos de Artigas



Por Ley Nº 484 de 28 de junio de 1856, se decretan las honras fúnebres que deben tributarse al General José Artigas. El 15 de noviembre del mismo año se dictó el decreto reglamentario de los honores póstumos. El 20 de noviembre de 1856, se realizaron las exequias de acuerdo con el ceremonial fijado, inhumándose los restos mortales del Padre de la Patria al pie del Cristo de piedra, que estaba colocado donde hoy se levanta la Rotonda del Cementerio Central de Montevideo.

El 15 de junio de 1859, con motivo de haberse expedido la Comisión Técnica encargada de examinar las propuestas para la construcción de la Rotonda del Cementerio Central, la urna conteniendo los restos del General José Artigas fue trasladada al panteón de propiedad particular del Presidente de la República, Gabriel Antonio Pereira.

Habiéndose concluido las obras de construcción de la Rotonda del Cementerio Central, e inaugurada ésta el 1º de noviembre de 1863, se solicita y obtiene resolución del gobierno del Presidente don Bernardo P. Berro, a afectos de hacer solemne traslado de los restos de Artigas, que desde 1859, y "con carácter provisorio", se hallaban en el sepulcro familiar de don Gabriel Antonio Pereira, a dicha Rotonda. El 24 de enero de 1864, en ceremonia privada, los restos sagrados del Jefe de los Orientales son trasladados a la Rotonda.

El 31 de octubre de 1877, durante el gobierno del Coronel Lorenzo Latorre, se hace efectivo el cambio de urna de los restos del General José Artigas. Esta urna es la que aún hoy los alberga; está construida en madera de cero enchapada en jacarandá, con incrustaciones de plata, con su correspondiente pedestal.

En 1884, el Presidente General Máximo Santos, en cumplimiento de un plan de homenajes a los héroes nacionales y haciéndose eco de la corriente de opinión formada por los estudios reivindicatorios de Bauzá, Fregeiro y Ramírez propició un proyecto de ley, por el que se declaraba "duelo nacional" del día 23 de setiembre, fecha del fallecimiento del Fundador de la Nacionalidad Oriental. Aprobado el proyecto de ley el 17 de setiembre de 1884, el Poder Ejecutivo dispuso que el día 23 se celebrara en la Catedral de Montevideo un solemne funeral para el cual sería conducida la urna que custodiaba los restos de Artigas, y luego devuelta al Cementerio acompañada de una procesión cívica presidida  por los poderes públicos. Por causa del mal tiempo, los actos programados en Montevideo se realizaron el 27 de setiembre.

Al llegarse al primer centenario de la muerte del Prócer, el Gobierno de la República presidido por don Luis Batlle Berres, tomó un importante conjunto de disposiciones a efectos de conmemorar condignamente tan magna fecha y realizar relevantes homenajes nacionales e internacionales al Protector de los Pueblos Libres. La urna conteniendo los restos del Héroe fue colocada en un túmulo al pie del Obelisco de los Constituyentes de 1830, en la intersección del Bulevar Artigas y 18 de Julio.

El Decreto Nº 236/972 de 3 de abril de 1972, dispuso el traslado provisorio de los restos del General Artigas, del Panteón Nacional a custodia del Regimiento de Caballería Nº 1 "Blandengues de Artigas".

El 19 de junio de 1977, de acuerdo con el Decreto Nº 329/972, se procedió a la solemne inauguración del Mausoleo construido en la Plaza Independencia de Montevideo, debajo y detrás de la estatua de Artigas, destinado a albergar en su eterno descanso a los restos del Fundador de la Nacionalidad Oriental y servir de sitio de peregrinación cívica, de reflexión individual, de serena meditación, de reencuentro con los valores esenciales de todos los hijos del país. De veneración y respetuoso encuentro con su ideario de valores universales, para los visitantes ciudadanos del mundo.


De la "Serie de Temas Nacionales 8: Panteón Nacional; edición de la Biblioteca del Palacio Legislativo, Montevideo, 1979.

domingo, 3 de febrero de 2013

Yudictira lleva luz al infierno



Refieren las tradiciones de la remota India, que el rey Yudictira, deseando conocer la morada del sufrimiento, precedido de un mensajero de los dioses, se internó en el infierno, la región de las sombras. 

Mientras el monarca descendía, divisaba, a través de la oscura niebla, los cadáveres envueltos en llamaradas de fuego abrasador. Reptiles e insectos venenosos se deslizaban entre las rocas, y, sobre ellos, volaban siniestros buitres que llenaban de espanto las almas de los perversos que allí yacían. Yudictira, aterrorizado por la horrible visión, iba ya a retroceder, cuando oyó una voz que le imploraba en las tinieblas:

"Acércate, poderoso rey, llega hasta nosotros para calmar nuestros padecimientos. A tu alrededor se esparce una frescura suave, que se desprende de tu espíritu piadoso y justiciero. Quédate con nosotros, pues en tu presencia los dolores cesan".

Se detuvo el rey, sorprendido, y pronto reconoció a quienes se lamentaban. Entonces, indignado por la injusticia de los dioses, exclamó volviéndose al mensajero celeste que lo precedía: "¡Vuélvete solo a la morada de Indra! Yo me quedaré aquí, donde están los que amo". Y olvidando los maravillosos palacios que poseía en la tierra, permaneció en el tenebroso lugar, para aliviar a las almas culpables.

El guía, de retorno al ancho cielo, contó a los dioses la resolución de Yudictira, y las divinidades, que llenas de admiración evocaron la figura heroica del rey, descendieron al infierno para acompañarlo.

Y con la llegada del gran Indra, cesaron los ríos de fuego, los monstruos alados y las terribles visiones que atormentaban a los malos. Una brisa suave sopló por la inmensa caverna, y junto con el perdón de Indra penetró la luz bienhechora de los cielos.

Leyenda inda

Extraído del libro "Moral Activa" de Olaf Blixen; Imprenta Artística, Montevideo, 1940.