miércoles, 26 de octubre de 2016

La resignación a la muerte


Si hay que aceptar y desarrollar la vida individual, elemento de la vida universal, hay que resignarse a la muerte, que es, asimismo, conforme con el orden de la Naturaleza. ¿Qué sitio debe de reservarse en nuestra existencia al pensamiento de la muerte? Las morales teológicas afirman que el hombre debe hacer de ella objeto de constantes meditaciones, porque la vida presente no es sino preparación para la vida futura, donde el hombre será recompensado o castigado. Al contrario, Epícuro desea que el hombre elimine toda preocupación de la muerte, porque el hombre no tiene ninguna relación con ella: mientras que yo existo, dice Epícuro, la muerte no existe; desde que la muerte existe, yo ya no existo. Para Espinoza, la sabiduría debe ser: "la meditación de la vida, no de la muerte".

La concepción teológica supone resuelto el problema metafísico de la vida futura. Además, hace que se corra el riesgo de desarrollar una forma particular de egoísmo, el egoísmo de un ser que querría conservar eternamente su insignificante personalidad (1). A la inversa, es difícil, imposible, meditar sobre la vida sin encontrar esta doble certeza: la muerte de los que amamos; el acercamiento, más o menos rápido, de nuestra propia muerte. Pero de estas dos certezas pueden nacer sentimientos de un elevado valor moral. El pensamiento de la muerte de los demás puede desarrollar en nosotros, respecto a ellos, indulgencia, piedad. Cuando un hombre ha muerto, olvidamos sus defectos, nos complacemos en alabar sus cualidades. La vida sería mejor, si tuviéramos la misma indulgencia para von los vivos, los futuros muertos. y ¿cómo no participar en los sufrimientos de aquellos que algún día dejarán de existir? ¿Cómo no desear y querer la felicidad para los días que les resta vivir?

A la vista de nuestra propia muerte, el sentimiento que en nosotros debe dominar es el de la resignación. Los estoicos sobre todo, Epicteto por ejemplo, y Marco Aurelio, han desarrollado admirablemente este tema. "Es propio del carácter de un hombre sabio, escribe Marcos Aurelio, no mostrar ante la muerte ni desprecio, ni repugnancia, ni desdén, sino esperarla como una de las funciones de la Naturaleza" (2). El pensamiento de nuestra propia muerte debe desarrollar en nosotros la modestia y el desinterés. "Yo trato de interesarme por los soles que alumbrarán después de mí", escribía George Elliot. Y uno de los pesonajes de Tolstoi, el príncipe Andrés, en La Guerra y la Paz, comprende, cuando está a punto de morir, na verdad profunda: "Cuando más se desprendía de todo lo que le rodeaba, tanto más pequeña aparecía, la barrera que separa la vida de la muerte, que no es terrible sino por la ausencia del amor".

Debemos vivir la vida con suficiente desinterés y generosidad para no temer demasiado el fin de nuestra individualidad; debemos dedicarnos a las grandes causas humanas que subsistirán después de nosotros. La resignación a la muerte puede aliarse muy bien con la alegría de vivir. Descartes escribe, con razón, que es menester "amar la vida sin temer la muerte". Y el poeta hindú Rabindranath Tagore, expresa poéticamente el mismo pensamiento: "Porque amo esta vida, sé que amaré también la muerte".

(1) Cap. VII. tít. "Las sanciones religiosas".
(2) Pensamientos, IX, 3.

Del ensayo "Filosofía Moral" de Félicien Challaye. Editorial Labor, Barcelona, 1936.

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