domingo, 23 de septiembre de 2018

Croniquilla macabra


La semana fenecida ha sido fértil en accidentes trágicos. La muerte ha preferido el automóvil, y en él han paseado por nuestras vías centrales y por las callejuelas suburbanas. Día ha habido en que se contaban dos atropellos. Bravo futurismo el que propagan esos vehículos, en su marcha precipitada, a despecho de las ordenanzas, llevando el temor en el giro de sus motores y el duelo bajo sus ruedas! Ya el arsénico no amedranta. Es un tósigo tan familiar que solo se le ocurre emplearlo a una media docena de criadas románticas, a morteras pueriles, desengañadas de la vida en un momento de exaltación trivial. El puñal ha pasado a la categoría de lo anacrónico. ¿Quién es el cafre capaz de apuñalarse? Ni que estuviéramos en el Japón; y es bien sabido que la costumbre de los samuráis de abrirse el vientre ya va perdiendo adeptos. La civilización es una comadre sedativa, como las aguas minerales, la magnesia, etc. El revólver es simplemente una barbaridad. ¿Sería Vd. capaz de alojarse una bala en los sesos por un desengaño "moderno"? ¿No? - Pues es Vd. un ser desequilibrado, tanto más cuanto que hoy el beefsteak es tan emperador como el puchero.

Días atrás, a un decepcionado se le ocurrió dirigir una bala en el Prado, introduciéndose el cañón de una pistola en la boca y abriendo fuego. Tan poco caso le hicieron que solo a las catorce horas se vinieron a enterar del suceso. Lo que prueba que hoy en día entre nosotros la tragedia es una vulgaridad. Los tranvías eléctricos, por ejemplo, chocan tan a menudo que los pasajeros se dan cuenta de ello al día siguiente, cuando lo leen en los diarios. Este género de muerte es tan común que no vale la pena mencionarlo. Lo único que llama un poco la atención son los percances del automóvil: la crónica policial está llena de ellos. ¡Salve máquina de progreso, que tanto proteges un rapto como favoreces un crímen! Mientras no lo sustituya el aeroplano en su belleza destructora, contentémonos con perecer dignamente bajo sus ruedas, al cruzar una esquina, al descender de un tranvía, al saludar a una dama cruzando de una acera a otra. A menos que se nos ofrezca la oportunidad de un baño supremo a lo "Titanic"; entonces lo mejor es eliminarse de etiqueta, oyendo la orquesta o sin moverse de la sala de juego: morir en fin como una persona decente...

Es lo único que no tiene a su favor el auto: la sorpresa. ¡Si señor! Porque no es muy grato para algunos seres que andan por ahí, el hecho de que los saquen hechos tortilla debajo de las ruedas del automóvil, precisamente el día en que pensaban renovar los agujereados calcetines o corregir los desperfectos de otras prendas íntimas. ¡Este pudor es capaz de resucitar a cualquiera! De cualquier manera hemos progresado lo suficiente para que tengamos derecho a enorgullecernos. Petronio, nos parece hoy ridículo abriéndose las venas en un baño perfumado, cuando un auto nos puede abrir el vientre y bañarnos para más señas en olorosa bencina. El chauffeur, con sus anteojos, su gorrita y su capote de pieles, es el verdadero héroe de nuestra época. No digamos que se parece a las ilustraciones que algunos dibujantes han hecho de lo que deben ser los habitantes de Marte. Dulce muerte ha de ser bajo las ruedas blandas. Sin embargo, como ninguno quiere morir, pues la vida es el prejuicio más viejo que se conoce, todos le disparan a esa elegante y rápida máquina, formidable colaboradora de la muerte. 

Tib-Bits.

De "La Semana", Montevideo.  Año IV, N° 145. 8 de junio de 1912.                            

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