viernes, 25 de enero de 2019

Necrópolis campera


En medio del campo, en estancias sin cementerios, la población rural a menudo exponía los ataúdes al aire libre hasta que los cuerpos quedaban totalmente desecados y colocaba luego los restos en una urna que a veces permanecía años en la casa hasta que apareciera la oportunidad de conducirla al camposanto. Así describieron los hechos el escocés D. Christison que visitó Durazno en 1867 y el pastor J. H. Murray, quien viviera en las estancias de Colonia entre 1868 y 1870. El historiador regional Carlos Seijo rescató en 1929 una fotografía en uno de esos cementerios rurales con los cadáveres expuestos en los ataúdes abiertos entre las piedras y "dos talas seculares" sobre una elevación del terreno en la estancia "La Carolina", departamento de Durazno. "Al llegar los días de ánimas -acota- era cuando acudían los deudos llevando una vela que, sujetándola entre las piedras, dejaban encendida".*

Así como en los ranchos pobres, cerca del dormitorio, a veces "reposaban" los huesos de los padres de sus habitantes "en urnas apiladas en una altura de seis pies", en las estancias ricas era costumbre que cuando llegaba un carpintero se aprovechara la oportunidad para encargarle algunos ataúdes "en el caso de que pudieran necesitarse, y se mandaban hacer de diversas medidas", los que también quedaban esperando...

La familiaridad con los cadáveres y ataúdes podía transformarse, en casos extremos, en auténtica necrofilia. Así, allá por 1840, el ex-secretario de Artigas, Miguel Barreiro, tanía en su dormitorio, al lado de la cama y sobre una mesa, una urna con los huesos de madre, y a fines del siglo XIX, un estanciero de Florida cuya señora hacía poco que había fallecido, frente al sillón en que dormía la siesta había hecho construir con cajones vacíos, un catafalco todo revestido de paño de merino negro, rodeado por candelabros altos con velas encendidas. Estas persoanlidades excéntricas expresaron así sus patologías porque vivían en el marco de aquella sensibilidad, por lo que llevaron al extremo lo que observaban todos los días: la convivencia de los vivos con los restos de los muertos.

* La exposición del cadáver a cielo abierto se practicaba entre los indígenas "inferiores" de América del Sur y los esquimales, hallándose también difundida en Indonesia, Australia y otras regiones de América.

De "Historia de la sensibilidad en el Uruguay" por José Pedro Barrán. Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo, 2017.

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