sábado, 26 de enero de 2019

Sacrificio de viudas en India sobre la pira funeral de sus maridos

Preparación para quemar una viuda indiana.

Muchos ejemplos de la más cruel barbarie hallamos en la historia de las naciones de la Tierra. Castigos sangrientos, cuya descripción hace estremecer la naturaleza, han sido practicados en casi todos los países hasta estos últimos tiempos; los prisioneros de guerra eran antiguamente pasados a cuchillo como parte de la disciplina militar, y pueblos enteros eran aniquilados para establecer una colonia en su lugar. Sin embargo, estos actos de inhumanidad eran ejecutados bajo el mal entendido derecho de conquista, ó el absurdo pretexto de venganza; pero destruir naciones enteras por orden de Dios cuyo atributo principal es la bondad, o sacrificar criaturas formadas a la imagen de un dios  de misericordia para complacerle, es una impiedad el imaginarlo, una blasfemia decirlo, y un insulto a la divinidad el ejecutarlo. Los druidas, sacerdotes antiguos de Inglaterra, sacrificaban hombres para adivinar la voluntad de sus dios Beal, por medio de las agonía de las víctimas; y los mejicanos abrían el pecho a millares de hombres inocentes para complacer a sus dioses, ofreciéndoles el humo de  los corazones todavía palpitantes; siendo una circunstancia, para mayor vergüenza del género humano, que estos sacrificios infernales fueron intentados, practicados y defendidos por los sacerdotes. Esta horrenda inhumanidad de aplacar la ira de unos dioses despiadados con sangre humana, horrible como como es, no iguala a la práctica horrorosa de aconsejar, y aún compeler a inmolarse, en las llamas de una pira devoradora, las infelices mujeres de los indios que fallecen, o a lo menos, las circunstancias son todavía más repugnantes. 

Los bramas, cuya fingida humanidad no les permite comer carne de animal alguno, por razón de haber tenido vida, son los mismos que han inventado y mantenido el sacrificio de sus mujeres para el mayor honor de sus exequias. Apenas muere un rajá, título de nobleza en la India, cuando todas sus mujeres son requeridas a ofrecerse en sacrificio, para mezclar sus cenizas con las de un marido, detestado probablemente por muchas de ellas, y asegurar una bienaventuranza, a su lado, en otro mundo. Los parientes de las viudas, imbuídos en este fanatismo, y ambiciosos de contar, cada uno en su familia, una soti (mujer que se quema sobre el cadáver de su marido) fatigan a las infelices mujeres con sus exhortaciones, o les dan entender su deseo, hasta que en un momento de frenesí se ofrecen al sacrificio, el cual, una vez pedido por ellas, no les deja arbitrio para retraerse, porque infaliblemente han de perecer en las llamas. Este horrible sistema de inmolación voluntaria ha sido abolido en gran parte por todo el país sometido ahora al gobierno de la Compañia Inglesa de la India, pero continúa en los estados independiantes. En un periódico intitulado "Almacén Oriental" se halla la relación do varias sotis sacrificadas últimamente. 

DOCE MUJERES QUEMADAS EN UNA MISMA PIRA

"Hace poco que murió un brama principal en Chinakuli. Había tenido veinte y cinco mujeres, de las cuáles solo doce le sobrevivieron, y todas doce se quemaronen su pira funeral, dejando treinta niños para deplorar los efectos fatales de un sistema tan horrendo." 

QUINCE MUJERES QUEMADAS

"Mooktua-ramu, un rajá de Oola, cerca de Shantee-poorn, murió, y trece mujeres se quemaron sobre su cadáver. Una pran cantidad de brea, echada previamente sobre la pira, la hacía arder con gran voracidad. Duraute este tiempo otra viuda del rajá estaba junto a la pira pero sin intención de sacrificarse; y otra mujer del indio que había estado ausente, se presentó resuelta a quemarse, pero mientras repetía las fórmulas acostumbradas antes de arrojarse al fuego, se arrepintió y quiso huir, lo cual visto por su hijo, que estaba cerca, la empujó iiacia la pira, y agarrándose la infeliz de la otra viuda que estaba junto, cayeron las dos y quedaron abrasadas en pocos momentos."  

TREINTA Y SIETE MUJERES QUEMADAS VIVAS CON EL CADÁVER DE SU MARIDO

" Ununtu-ramu, un brama mtiy principal de Bagna-para, junto á Nudeeya, tenía más de cien mujeres. A su muerte se hizo una pira muy espaciosa donde fue puesto su cadáver, y se mantuvo encendida la hoguera por tres días y tres noches. Al principio del fuego, solo tres de sus mujeres se quemaron; en el segundo día, quince se arrojaron á las llamas; y en el tercer dia diez y nueve más. A medida que estas engañadas víctimas llegaban se iban repitiendo las ceremonias, y concluída la fórmula pronunciada por cada una, se arrojaba al instante a la hoguera. Entre estas mujeres había algunas de cuarenta años, y otras que no tenían mas de diez y seis. Las tres que se quemaron en el primer dia habían vivido con el rajá, pero las otras rara vez le habían hablado y aún visto."

Sería inútil traer aquí otros ejemplos de esta práctica abominable, por lo que solo mencionaremos un caso para explicación del grabado que acompaña este artículo, como se halla en el ANUAL ORIENTAL:

"Antes de partir de este distrito, tuvimos la oportunidad de presenciar una soti, causada por la infatuación mas deplorable que jamas cegó a una criatura racional. La viuda era joven y bien parecida; de buena figura, aunque algo gruesa, y su complexión como la de una italiana. No tuvimos dificultad en acercarnos a la pira, cuanto era necesario, para observar con distinción cuanto pasaba en aquella trágica escena. Esta infeliz mujer tenía tina criatura de pocos meses de edad, y cuando volvía los ojos á ella, la miraba con una especie de indiferencia, como absorta en el ejercicio de un deber superior a toda consideración humana. Su semblante, en medio de ta horrorosa preparación que hacían a su vista, tenía una expresión de tranquilidad sublime, y nos hacía admirar la resolución enérgica de que estaba poseída. Un intervalo considerable pasó antes que todo estuviera preparado para el sacrificio, y durante este tiempo, hubo claramente una mudanza considerable en sus sensacioncs. Una confusión y agitación nerviosa manifestaban evidentemente sus negros ojos eu sus miradas desatinadas. Sus sentidos habían estado sumergidos, al parecer, en el olvido, o aletargados por medio de alguna fuerte opiata, bebida muy frecuentemente usada, por su eficacia fatal, para desarmar en estas melancólicas ocasiones, los terrores de una muerte prematura y cruel, fue la feroz santidad de la superstición indiana exije, o a lo menos recomienda como holocausto loable en estas infelices mujeres. Sus acciones, más tranquilas ahora, denotaban que su mente reflexionaba los efectos funestos que iba a producir su fatal resolución, y parecía luchar contra la naturaleza para superar los horrores que la iban debilitando.

Concluida la preparación, distribuyó entre las amigas que le acompañaban los varios adornos y joyas que se había puesto en la ocasión, en un modo tan distraído, que parecía estar ajena a lo que hacia; pero oyendo repentinamente el grito de su hijo, todos los sentimientos maternos asaltaron su corazón; se acercó a la criada que le tenía y le arrebató de sus brazos, le estrechó a su pecho y dándole besos apasionados le llenaba de lágrimas. Loa circunstantes no podían dejar de percibir, que esta mujer, a pesar de la firmeza y magnanimidad que había mostrado hasta ahora, iba rindiéndose a la idea de su fin trágico, pero los supersticiosos indios son insensibles en estas ocasiones. El fainático brama que oficiaba como sacerdote en la ocasión, viendo que urgía la hora para la consumación del holocausto detestable, mandó retirar a todos los parientes y amigas que la acompañaban, mientras que otro mtuistro inferior arrebató el infante de los brazos de la madre, y el espacio alrededor de la pira quedó despejado, con solo la víctima y sus sagrados verdugos. La infeliz se postró de rodillas, levantó los ojos al cielo, y extendió los brazos en amargo trasportamiento. 

Dos bramas se llegaron para levantarla de su posición reclinada, y conducirla a la pira, pero horrorizada su mente en este último trance, luchó resistiendo la fuerza unida de aquellos dos ministros del infernal altar de la superstición; lo cual visto por otros sacerdotes no menos crueles, acudieron a su ayuda, y entre todos la Ilevaron en volandas hasta ponerla en el centro del montón de combustible, (quedando al parecer exhausta de fuerzas con los esfuerzos que había hecho para librarse; y para sofocar sus gritos, de modo que no fuesen oídos por el concurso, un horrísono estruendo de tambores, trompetas, y pailas de cobre, mezclado con las aclamaciones de millares de fanáticos enfurecidos, fue continuado durante la horrible escena del sacrificio. Sentada al fin la infeliz mujer sobre la pira, le pusieron sobre el regazo la cabeza de su marido; los bramas que atendían se retiraron a la parte opuesta a la víctima, quedándose el sacerdote que oficiaba mas inmediato, para recitar la última fórmula; conduída la cual, reventó el fuego casi repentinamente de la parte mas baja, y levantándose un volcán de llamas, causado por la paja preparada que rellenaba los espacios entre los palos, quedó pronto la infeliz viuda abrasada en la fatal hoguera."

De "El Instructor" N° 5. Madrid, mayo de 1834.                                           

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