lunes, 1 de julio de 2013

Los que no quisieron vivir XVI: Alejandro Marcó



Quedan otros dos suicidas, de los cuales debo hablar aquí. Del primero de ellos no es dudoso que se matara, pero es harto dudoso el año del suceso. No he logrado encontrar, ni aproximadamente, la fecha en que se mató Alejandro Marcó. Dos o tres de sus amigos viven, pero están viejos y nada recuerdan. Debió ser, según mis cálculos, hacia 1925. No hay noticia en los diarios ni en las revistas. No dejó parientes próximos. He hablado de Alejandro Marcó largamente en el capítulo que dediqué a mi novela Nacha Regules, en el volumen anterior de estos Recuerdos. Marcó debe ser considerado como escritor porqué escribió tres o cuatro comedias, una de las cuales fué publicada en Nosotros y aun creo que representada.

Era artista y hombre de buen gusto, distinción y cultura, aunque no hubiese leído demasiados libros. Ya referí como, al ir yo al conventillol en donde se había metido para largo viaje, un viaje largo... Era abúlico, excesivamente preocupadizo y harto sensible. Debía tener, por lo menos, una formidable neurastenia. Su situación de hijo natural, seguramente, le humillaba. Incapaz de trabajar. Era un enfermo. Tenía además una pasión amorosa frustrada. Se había enamorado de la mujer de un amigo, y fué tan noble que, en la estancia del amigo, se le presentó con un revólver, y le dijo: "-Matáme, estoy enamorado de tu mujer".

De "Entre la Novela y la Historia" por Manuel Gálvez; Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desagradable y anacrónico el método de preservación de cadáveres (data de tiempos del Egipto faraónico), es obsoleto taponar orificios naturales y emplear formalina, cuando ya se han inventado químicos y sistemas no invasivos, ni humillantes al cuerpo de la persona fallecida. Es traumático para los familiares ver el cuerpo de su familiar o amigo, mal arreglado como en el caso de esa infortunada anciana. Desgraciadamente parece que muchos fallecidos sufren esta humillación debido a la ignorancia de los tanatoprácticos. Esto aumenta el miedo a la muerte, de por sí persiguiéndonos día a día.