El sacrificio humano llegó a tener entre los aztecas una frecuencia y una generalidad que abisman. Para que no hubiese falta de víctimas se instituyó con los pueblos enemigos una costumbre muy singular, como la de la Xochiyoayóatl o Guerra Florida, cuyo objeto era hacer prisioneros para ofrecer su sangre a los dioses.
Cada mes tenía sus fiestas, y cada fiesta sus víctimas. En un mes mataban muchos niños, llevándolos para ello a las cumbres de los montes, donde les sacaban los corazones y los ofrecían en demanda de lluvia. Los niños iban adornados con plumajes y guirnaldas, y sus sacrificadores los acompañaban tañendo, cantando y bailando. Si los niños lloraban, el regocijo era mayor, porque aquellas lágrimas significaban lluvia. En el segundo mes sacrificaban a los cautivos, quitándoles antes las cabelleras para trofeo. La fiesta principal, que era la de Toxcalt, algo como su pascua florida, veía morir a un hermoso mancebo. Sahagún describe así las ceremonias:
"Cuando en esta fiesta mataban al mancebo que estaba criado para esto, luego sacaban otro, el cual, antes de morir, dende a un año andaba por todo el pueblo, muy ataviado, con flores en la mano y con personas que le acompañaban. Saludaba a los que topaba, graciosamente. Todos sabían que era aquél la imagen de Tezcatlipoca, y se postraban delante de él y le adoraban donde quiera que le encontraban. Veinte días antes que llegase esta fiesta daban a este mancebo cuatro mozas, bien dispuestas y criadas para esto, con las cuales todos los veinte días tenía conversación carnal. Mudábanle el traje cuando le daban estas mozas, cortábanle los cabellos como capitán y dábanle otros atavíos muy galanes.
Cinco días antes que muriese, hacíanle fiestas y banquetes, en lugares frescos y amenos. Acompañábanle muchos principales... Llegado al lugar donde le habían de matar, él mismo se subía por las gradas y en cada una de ellas hacía pedazos una de las flautas con que andaba tañendo todo el año. Llegado arriba, echábanle sobre el tajón, y sacábanle el corazón. Tornaban a descender el cuerpo abajo, en palmas, y abajo le cortaban la cabeza, y la espetaban en un palo que se llamaba Tzompantli..."
El mismo Sahagún describe con muchos pormenores la operación del sacrificio de los cautivos, el más frecuente y cruel:
"Llegándolos al tajón, que era una piedra de tres palmos en alto, o poco más, y dos de ancho (techcalt), echábanlos sobre ella de espaldas, y tomábanlos cinco: dos de las piernas y dos por los brazos, y uno por la cabeza. Y venía luego el sacerdote que lo había de matar; y dábale con ambas manos, con una piedra de pedernal, hecha a manera de hierro, del ancón por los pechos, y por el agujero que hacía, metía la mano y arrancábale el corazón y luego le ofrecía al Sol. Echábale en una tinaja.
Después de haberle sacado el corazón, y después de haber echado la sangre en un jícara, la cual recibía el señor del mismo muerto, echaban el cuerpo a rodar por las gradas abajo. De allí le tomaban unos viejos, que llamaban Quaquaguilti y le llevaban a un capsul o capilla, donde le despedazaban y le repartían para comer. Antes que hiciesen pedazos a los cautivos, los desollaban, y otros vestían sus pellejos, y escaramuzaban con ellos, con otros mancebos, como cosa de guerra, y se prendía los unos a los otros.
Después de lo arriba dicho, mataban a otros cautivos, peleando con ellos, y estando ellos atados por medio del cuerpo con una soga, que salía por el ojo de una muela como de molino, y era tan largo que podía andar (el cautivo) por toda la circunferencia de la piedra. Dábanle sus armas con que pelease, y venían contra él cuatro, con espadas y rodelas, y uno a uno se acuchillaban hasta que le vencían."
El sacrificio que ofrecía al Dios del Fuego (Xocohuetzi) era una variedad muy interesante:
"Después de haber velado toda aquella noche los cautivos en el Cu, y de haber hecho muchas ceremonias con ellos, espolvorizábanles las caras con unos polvos que llaman yiauchtli, para que perdiesen el sentido y no sintiesen tanto la muerte. Atábanle los pies y las manos, y así atados, poníanlos sobre los hombros, y andaban con ellos como haciendo areito en rededor de un gran fuego y gran montón de brasa. Andando de este modo, íbanlos arrojando sobre el montón de brasas, ora uno, y luego otro y al que habían arrojado, dejábanlo quemar un buen intervalo, y aún estando vivo y basqueando, sacábanle fuera, arrastrando, con cualquiera garabato, y echábanle sobre el tajón, y abierto el pecho, sacábanle el corazón..."
De "Breve Historia de América" por Carlos Pereyra; (2da. edición) Editorial Zig Zag, Santiago de Chile, 1946.
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