Después de un gran número de siglos pasados en los Infiernos las almas de los justos y pecadores que habían expiado su falta aspiraban a una vida nueva y obtenían el favor de volver a la Tierra a habitar un cuerpo y asociarse a su destino. Pero antes de salir de las regiones infernales, debían perder todo recuerdo de su vida anterior, y para ello beber las aguas del Leteo, río del Olvido.
La puerta del Tártaro que daba a este río era opuesta a la que daba sobre el Cócito. Las almas puras, sutiles y ligeras bebían con avidez estas aguas, cuya propiedad hacía olvidar toda traza del pasado, o no dejaba al menos sino vagas y oscuras reminiscencias. Aptas para volver a la vida, eran llamadas por los dioses a una nueva reencarnación.
El Leteo corría con lentitud y silencioso; dicen los poetas que era el río de aceite cuyo curso apacible no dejaba oír murmullo alguno. Se pasaba del mundo exterior a los Infiernos por el lado de la Vida, como el Estix y el Aquerón los separaban por el lado de la Muerte.
Se lo presenta ordinariamente con la figura de un anciano que tiene una ánfora en una mano y en la otra la copa del Olvido.
De la "Nueva Mitología Griega y Romana" de P. Commelin. Editorial Atlas, Buenos Aires, 1945.
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