¡Pobre Heriberto! Aún me parece verle y que estoy jugando con él. Le conocí el año pasado. Tendría entonces unos seis años de edad. Era un niño fuerte, sano, alegre, bueno y muy inteligente. Nadie hubiera dicho, al ver su robustez, que se moriría tan pronto. Sin embargo, enfermó de difteria, y fueron inútiles todos los esfuerzos que por salvarle se hicieron.
El doctor Kowalsky, que es un buen médico, lo atendió hasta el último momento. También fue asistido por los doctores Wilson y García. Dicen que el niño contrajo la enfermedad en casa de una familia amiga, adonde solía ir a menudo. ¡Qué terrible enfermedad es la difteria! ¡Qué pocos se salvan de ella! Y es que a los niños ataca con preferencia.
Con razón mis padres no consienten que yo vaya a ninguna casa en donde haya enfermos de difteria, sarampión, escarlatina, viruela, tifo u otras enfermedades contagiosas. Yo seguiré siempre este sabio consejo, porque no deseo tener el triste fin del desgraciado Heriberto.
De "Un Buen Amigo" de José Henriques Figueira; Montevideo, 1927.
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