lunes, 2 de enero de 2012

Funerales grecorromanos




En Roma y Atenas había la costumbre de perfumar los cadáveres antes de enterrarlos. La inhumación fue la forma primitiva de sepultura. Consistía en lanzar por lo menos un poco de polvo sobre el muerto para permitirle pasar los ríos infernales y se le ponía en la boca una pequeña moneda que era el óbolo de Cerbero. Esta costumbre llegó en Roma hasta una época muy adelantada de la República. La ceremonia tenía lugar de noche y las personas que acompañaban el entierro llevaban una antorcha o cuerda gruesa encendida llamada funis, de donde viene la palabra funeral; así, sin aparato, se enterró siempre a los esclavos y a los ciudadanos pobres.

Pero entre las familias opulentas de Roma los funerales se celebraban con gran pompa. Tenían lugar durante el día y el cortejo era compuesto por parientes, amigos y clientes, que un maestro de ceremonia colocaba en el siguiente orden: marchaba a la cabeza una banda de músicos que ejecutaban con largas flautas; luego las plañideras, mujeres pagadas que entonaban lamentos fúnebres, lloraban y recitaban alabanzas del difunto; seguíales el victimario, que debía inmolar en la pira a los animales favoritos del muerto, caballos, pájaros, perros, gatos, etc.; tras él venía la rica litera donde iba el cadáver en un lecho de perfume, flores y hierban aromáticas.

Si el difunto tenía ilustres antepasados, sus imágenes o sus bustos precedían a su litera o su ataúd; si había obtenido condecoraciones u honores particulares, sus insignias le seguían llevadas por sus más apreciados clientes. Luego seguía el cortejo y el coche vacío del difunto cerraba la marcha.

Una costumbre extravagante hacía que un bufón fuese delante del cortejo y detrás del ataúd representando con sus actitudes, gestos y ademanes a la persona del que era conducido a la pira fúnebre.

Esta pira era de leña, formaba un cubo sobre el que se depositaba el cadáver, encerrado en su ataúd o expuesto en su litera. Un miembro de la familia prendía el fuego y mientras el cuerpo se consumía se pronunciaba la oración fúnebre del muerto delante de la muda asistencia.

Las cenizas se encerraban cuidadosamente en una urna y eran solamente llevadas a la cámara sepulcral llamada columbarium; a una tumba particular, bajo una simple columna o a un fastuoso monumento.


De la "Nueva mitología griega y romana" de P. Commelin; Editorial Atlas, Buenos Aires, 1944.

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