"Caronte llevando un alma en su barca", óleo de Joachim Patinir.
Hijo del Erebo y la Noche, era un dios anciano, pero inmortal. Su función era pasar al otro lado del Estix y el Aqueronte las sombras de los muertos en una barca estrecha, mezquina y de color fúnebre. No solamente era viejo, sino avaro; no admitía en su barca sino las sombras de los que habían sido sepultados y pagaban el pasaje; dejaba errar a las de los que no tenían sepultura durante cien años en la orilla del río, donde en vano tendían el brazo hacia la otra orilla. La suma que había de pagarse era un óbolo como mínimo y tres como máximo.
Ningún mortal podía entrar vivo en su barca a menos que una rama de oro, consagrada a Proserpina y arrancada de un árbol fatídico, le valiera de salvoconducto. La Sibila de Cumas dio una al piadoso Eneas, cuando quiso descender a los Infiernos. Preténdese que Caronte estuvo castigado un año en las profundidades oscuras del Tártaro por haber pasado a Hércules, que no estaba provisto de este magnífico y precioso ramo.
Este piloto infernal es representado como un anciano delgado; sus ojos vivos, su cara majestuosa, aunque severa, tienen un sello divino. Su barba es blanca, larga y espesa. Sus trajes son de un color oscuro y manchados del negro limo de los ríos infernales. Está ordinariamente de pie en su navecilla y con las dos manos en el remo.
De la "Nueva Mitología Griega y Romana" de P. Commelin; Editorial Atlas, Buenos Aires, 1945.
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