miércoles, 1 de febrero de 2012

El culto egipcio de los muertos




Para los egipcios, el hombre no moría inmediatamente todo entero. Cuando exhalaba el último suspiro, se escapaba de su cuerpo otro cuerpo impalpable, llamado el Doble o el Alma, que continuaba viviendo mientras el cuerpo no caía en la descomposición. De aquí las precauciones tomadas para la conservación del cuerpo, su embalsamamiento y transformación en momia.

El Doble inmaterial tenía las mismas necesidades que el cuerpo carnal, haciéndole falta por consiguiente una habitación. Al efecto, se le construía una tumba y una cámara funeraria en donde se colocaba un mobiliario al mismo tiempo que alimentos. También se colocaban al lado de la momia retratos del muerto y estatuas hechas a su imagen, para que el Doble no careciese de cuerpo donde pudiera fijarse. La momia y la tumba se preparaban para la eternidad, tomándose por consiguiente mayores precauciones para despistar a los ladrones y a los profanadores.

La idea de esta vida subterránea del Doble terminó por aquilatarse, y entonces se creyó que el Doble comparecía delante de Osiris para sufrir el juicio final y solemne, en cuyo acto el dios Thot pesaba los corazones en la balanza de la Verdad. Las almas puras pasaban al lado de Osiris, en el campo de las Habas, pero después de ciertas transformaciones o purificaciones; las otras eran destruídas por medio de horribles suplicios.

Las sepulturas se instalaban fuera de la zona de inundación del Nilo, allí donde la sequedad las conservaría indefinidamente. El reino de los muertos se suponía empezar donde concluía el valle del Nilo, río de la vida; pero los vivos, aunque separados de hecho de los muertos, vivían constantemente con éstos en pensamiento. El mayor cuidado del egipcio consistía en tributar los honores fúnebres a sus antepasados y asegurarlos para sí mismo. Se hacía construir una tumba durante su vida, y las Pirámides, que son tumbas reales, son un monumental ejemplo de esta preocupación.

Como en la China moderna, los muertos rodeaban y tiranizaban a los vivos, imponiéndoles el respeto a las costumbres antiguas. Así los egipcios, aislados de los pueblos extranjeros en el valle del Nilo, ignoraban las ideas de éstos y estaban confinados en la civilización propia de su país por la barrera de sus antepasados a los que temían y adoraban.

LA MOMIA


He aquí, según Heródoto, como se procedía para momificar los cuerpos y asegurar su conservación, condición de la vida del Doble:

"Hay en cada ciudad, dice, embalsamadores de profesión; cuando los parientes del muerto llevan el cuerpo, el embalsamador les muestra los modelos pintados, de madera y les pregunta cual prefieren. Hay tres clases de precios diferentes; el modelo más caro representa al dios Osiris. Cuando los parientes han convenido el precio, se retiran y el embalsamador trabaja en su casa."

"Para un embalsamamiento de primera clase, extrae del cadáver en primer lugar el cerebro, sacándolo por las narices con un hierro curvado y disolviéndolo en un líquido que inyecta después en la cabeza. Después le abre el costado y retira por esta abertura los intestinos, los lava en vino de palma y los espolvorea de aromas triturados. Después le llena el vientre de mirra, canela y otros perfumes y cose la abertura. El cuerpo se coloca después en natrón (sal de sosa), durante setenta días."

Al cabo de este tiempo, el cuerpo desecado y casi reducido al esqueleto y piel, se envolvía en bandas de tela untadas de goma. Se envolvía enseguida en tres telas sucesivas y en una tela roja sujeta por bandas dispuestas a lo largo y al través. La momia se colocaba entonces en un doble ataúd de madera que reproducía  poco más o menos la figura del cuerpo y en la cabeza se esculpía el retrato del difunto.

LAS EXCAVACIONES



El respeto de los egipcios por sus muertos, sus creencias religiosas y sus cuidados de conservar los cuerpos nos han permitido precisamente conocer con grandes detalles las costumbres, las ocupaciones, el arte y la moral de los antiguos egipcios. Los sabios no han tenido más que desembarazar de la arena que lentamente los había cubierto, los monumentos, templos o tumbas. Sobre las columnas de los templos, cubiertas de figuras y jeroglíficos se descifran los misterios de la religión, los ritos del culto y las pomposas dedicatorias de los reyes. 

Junto a cada ciudad antigua y en particular en la inmediaciones de Menfis y de Tebas, las sepulturas acumuladas formaban verdaderas ciudades de los muertos. Hoy se penetra en estas habitaciones mortuorias, frecuentemente disimuladas en un laberinto de corredores. Junto a las momias se encuentran los objetos familiares del muerto, como armas y útiles de los hombres, joyas de las mujeres, juguetes de los niños, libros de los sabios, estatuas y retratos del difunto, las figuras y las imágenes de los dioses protectores y, en una palabra, los miles de objetos que figuran en las salas egipcias de nuestros museos.

En los muros de la tumba están pintadas las escenas de la vida de cada día. Allí se ven labradores en los campos, reyes y sacerdotes en sus ceremonias, soldados en el ejercicio, obreros en sus trabajos, etc., y la fescura de estas pinturas hace renacer a nuestra vista los tiempos desaparecidos.

El alma misma de aquel pueblo reaparece en el Libro de los Muertos que cada momia tenía a su lado para recitarlo como una defensa en su favor el día del juicio delante de Osiris, juez supremo de las almas. En dicho libro se lee:

"No he mentido al tribunal. No he sido perezoso. No conozco la mala fe. No he cometido sacrilegio. No he usurpado a nadie su tierra. No he hecho llorar a nadie. No he matado. No he robado las bandas ni las provisiones de los muertos. No he cortado un canal. No he privado de su leche a los recién nacidos. ¡Soy puro! ¡Soy puro! ¡Soy puro!"

Este es un ideal, como se ve, muy elevado.


De "Historia del Oriente" de Alberto Malet; Libería Hachette, París, 1922.

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