Repitamos: "La muerte es el más bello momento del hombre". Mejor digamos, del cristiano que ha vivido bien.
Es el crepúsculo dorado de la vida.
Es el último rayo que el sol despide antes de ocultarse debajo del horizonte terrenal.
Es la noche pregonera del alba de la eternidad.
Es la aurora de un nuevo día: día sin ocaso, sin nieblas, sin tormentas.
Es el principio de una nueva era: era de paz, de gozo, de felicidad.
Es el triunfo supremo del alma sobre el cuerpo, del espíritu sobre la materia.
Es la epifanía de un alma inmortal que se presenta a las puertas de la eternidad con todo el esplendor de su realeza...
"Mejor es el día de la muerte que el del nacimiento", dicen las Sagradas Letras. (1)
La Iglesia llama nacimiento el día de la muerte de los mártires: natalitia mártyrum, -porque es la aurora de los días eternos.
¿Por qué entonces no desear la muerte, cuando Dios es servido de enviárnosla?
(1) Eclesiastés, VII, 2.
De "El Libro del Enfermo y del Atribulado" por Bernardo Gentilini; Apostolado de la Prensa, Santiago de Chile, 1919.
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