viernes, 24 de mayo de 2024

El misterioso retrato post mortem de Miguel Antonio Vilardebó

Retrato post morten de Miguel Antonio Vilardebó

Autor: Albin Favier

Óleo sobre tela - 54 x64,5 cm

Museo Histórico Nacional - Montevideo

En el acervo del Museo Histórico Nacional de Montevideo se encuentra un curioso retrato post mortem  obra del pintor Albin Favier en el siglo XIX. Se trata del poderoso empresario Miguel Antonio Vilardebó (1773-1844) retratado inmediatamente después de su muerte a pedido de su familia, según costumbre de la época. Lo que llama la atención es el misterioso vendaje sanguinolento atado a la cara del personaje. Durante mucho tiempo se ha especulado acerca de dicho vendaje, tan inusual en los retratos post mortem y si tiene alguna relación con alguna enfermedad o lesión vinculada a la muerte del personaje. Recientemente un grupo de peritos forenses de la Universidad de la República liderados por el patólogo Dr. Eduardo Soiza Larrosa ha realizado un análisis del retrato desde una perspectiva médico legal y ha resuelto un misterio de 177 años. 

Quienes quieran conocer la conclusión, pueden descubrirla aquí: Análisis médico legal MHN

miércoles, 31 de enero de 2024

Crepúsculo


La tarde muere en una agonía lenta... El Sol desciende moribundo en un horizonte rojo, como vencido entre un mar de sangre; sus últimos rayos, sin fuerzas ya, colorean los tejados de las cabañas; Después... llega su muerte final.

Las sombras crepusculares invaden las llanuras, retornan a sus nidos; las vacas balan con balidos fúnebres. Después... Silencio de campiña... soledad de desierto... murmullos de aves e insectos en las selvas vírgenes. ¡Salve a ti! ¡oh, Naturaleza! 

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Y mientras la soledad y el silencio, invade los campos y los bosques; y los bosques; y la dicha, la felicidad, y el reposo se albergan en los corazones campesinos, allá lejos en la ciudad degradada y corrompida se oye una algazara infernal; es la chusma malsana que se agita, los gusanos comienzan a roer el cáncer de humores pútridos.

¡Sociedad vil y maldita!

Luis Ravagni


lunes, 27 de febrero de 2023

José María, ¡12 años!


José Ma. Menéndez, de edad 12 años, domiciliado en el "Bañado" (Sección 12), se asiste en este hospital de una herida contusa de la mano derecha; herida que marchaba a la cicatrización en muy buenas condiciones; estando aun en tratamiento piden de casa del enfermo asistencia a domicilio, pues éste se encontraba imposibilitado de venir al hospital a continuar sus curas. Estando de guardia ese día me trasladé al domicilio del enfermo. El enfermo se encontraba en cama aparentando estar tranquilo. Sólo, si, lo dominaba un terror pánico y repetía siempre estas palabras: "Ya me vuelve otra vez. Si me vuelve me voy a morir." 

Hice un examen muy superficial del enfermo, pero noté que había cierto grado de rigidez en los músculos de la cara y del tórax; por estos datos y por el interrogatorio que hice a la familia, presumí que se trataba de un caso de tétanos; traté entonces de buscar la puerta de entrada a la infección, preguntándome si la herida de la mano sería el foco infeccioso. 

Examinado el enfermo, encontré en un pie una herida (producida por un vidrio) posterior a la herida de la mano, que se había hecho el enfermo días antes andando descalzo en la tierra de los alrededores de su casa, en juego con otros compañeros, herida en malas condiciones, sucia y llena de tierra; por tanto, no vacilé en suponer que esta herida del pie era muy probablemente la causa de la enfermedad; un momento antes de retirarme, moví la cama del enfermo y entonces le pude observar en pleno ataque tetánico. Dada la gravedad del pronóstico de esta enfermedad, y para mejor atención, le di pase al Aislamiento para que allí fuese tratado. El enfermo murió allí.

Observación primera de la Tesis doctoral de Medicina del Dr. Félix Silvera. Buenos Aires, 1899.

lunes, 31 de enero de 2022

Inhumaciones de vivos



El enterrar personas vivas, creyéndolas muertas, es más frecuente de lo que se puede pensar. Muchos son ya los casos sucedidos, y los gobiernos de las naciones civilizadas dictaron providencias serias, para cortar el abuso de precipitar el entierro de los muertos. En los países cálidos deben mediar veinte y cuatro horas, y cuarenta y ocho en los fríos, salvo algunas bien motivadas excepciones. Lo más prudente para evitar éste, el más terrible de todos los males, sería el de velar cuidadosamente a los presuntos cadáveres, y no darles sepultura hasta la evidencia de los signos de la muerte. Estos son: 1°. la suspensión de la respiración; 2°. la opacidad de los ojos; 3°. la frialdad de todo el cuerpo; 4°. la inflexibilidad de los miembros; 5°. el olor cadavérico y 6°. la putrefacción incipiente. 

Las enfermedades, que pueden dar lugar a creer, que un cuerpo esté muerto son: la síncope, la catalepsia, la estrangulación, la sofocación, los envenenamientos y los ahogados. Es necesario no sepultar los cuerpos de estos males, hasta observar los principios de la putrefacción; no importan los días que pasen. Las muertes repentinas, pueden provenir también de osificación o ruptura del corazón, de los aneurismas de la aorta, de una hemorragia interna, de la apoplejía. Puedan estas reflexiones servir a los deudos de corazón poco sensible, que apenas ven expirar los infelices pacientes, ya quieren expulsarlos de casa. ¡Consideren el horror de verse vivo en un sepulcro!

De: "Medicina doméstica, o sea, arte de conservar la salud, de conocer las enfermedades, sus remedios y aplicación, al alcance de todos" por J. G. de J. Pérez. Buenos Aires. Imprenta de la Revista, 1854.

martes, 4 de enero de 2022

Reflexiones sobre la muerte

En nuestros números anteriores hemos tratado sobre el hombre desde su creación, describiendo su organización o estructura de su cuerpo y sus sentidos, y el análisis de la sangre en la que parece estar la vida animal, ahora será nuestro deber tratar de la muerte bajo todos sus aspectos, y en todas sus relaciones con el individuo y con la sociedad. La voz muerte. es una contraposición de sentido con la palabra vida y puesto que a la privación de esta se sigue aquella; pero entre estas dos palabras hay una diferencia, y esta es, que la vida tiene principio, curso y fin, pero la muerte no tiene fin, curso ni principio, porque no tiene existencia, no es mas que una privación, una quimera, una nada, es el termino prescrito por la naturaleza, o puesto por la violencia a la vida.

La muerte en el bruto es la mera privación de la vida, mas en el hombre no solo es privación de la vida animal, mas la separación misteriosa de un alma espiritual que ha estado unida á su cuerpo como su habitación, y por la destrucción de su morada pasa á vivir independiente en un otro mundo. En esta relación merece la muerte del justo el primer lugar en nuestras reflexiones, cuyo objeto principal será desvanecer algunos errores que la ignorancia ha confundido con la religión.  

De "El Instructor o Repertorio de historia, bellas letras y artes". 1/1837, n.º 37.

NOTA: Este interesante artículo de "El Instructor", fechado en 1837, consta de dos asuntos que se irán transcribiendo en las próximas semanas: I - Muerte natural y II - Muerte violenta.

lunes, 3 de enero de 2022

Ocurrencia muy extraordinaria


Varios papeles alemanes refieren la siguiente y extraordinaria circunstancia ocurrida en Breslau hace pocas semanas. Una monja Ursulina murió en el convento do aquella ciudad, en Silesia, y fue depositada en un féretro en la iglesia. Al principio de la primera noche, fueron las monjas a la iglesia (en estos conventos no hay rejas), a cantar la vigilia según la costumbre de aquella comunidad, cuando en la mitad del oficio, la difunta se fue levantando muy despacio, salió del féretro, y con pasos trémulos fue hasta el altar, se arrodilló apoyándose de una baranda, y se puso en oración. 

Las monjas, como es regular suponer, se asustaron y dejando caer de las manos los rituales, salieron dando gritos, y corriendo por todas partes. Informada la abadesa de lo que había ocurrido, e incrédula a lo que le decían, porque la había visto morir, fue hacia la iglesia con las otras monjas más atrevidas, y vio actualmente a la difunta volver del reclinatorio, y con aparente dificultad volvió á tenderse en el féretro y cerró les ojos para siempre. La abadesa mandó luego llamar al médico, el que declaró que la monja estaba muerta, a lo menos en aquel tiempo. Al día siguiente pasaron el cadáver al ataúd y quedó enterrada.

De "El Instructor o Repertorio de historia, bellas letras y artes". 5/1836, n.º 29.

viernes, 3 de diciembre de 2021

Cosas dormidas


¡Cuántas fuertes impresiones dormidas o muertas tenemos aquí dentro, en nuestro espíritu! ¿Estarán solo dormidas? Acaso sí. Muchas veces despierta alguna en el recuerdo, y se nos aparece nítida y transparente: es la menos esperada, la que no llamamos, quizá la que no deseamos, y que hubiera podido suponerse muerta para siempre, o tan débil, que jamás se la hubiera creído con fuerza suficiente para alzar la losa del  tiempo que la cubría. Sobre ella habían caído otras impresiones pesadas como montañas. Y, sin embargo, se levanta de repente; se impone imperiosamente, y nos hiere el alma o nos la llena de melancolía. Viene a veces de lejos; de la niñez, de la primera juventud. ¿Se alzarán alguna vez todas nuestras dormidas sensaciones? 

¿Se levantarán algún día a la voz del arcángel que golpee los sepulcros llamando a los huesos: Ossa  anda audite verbun domini? ¡Oh! sí. Ese será nuestro juicio. Las notas dormidas en las cuerdas del arpa inmortal, que hoy suelen despertar dis­persas y melancólicas, despertarán unidas un día para formar el tremendo acorde de la vida humana; las cuerdas vibrarán con vibra­ción inaudita y eterna, y nuestros oídos oirán y nuestros ojos  verán, en un segundo, sonidos y colores de una vida. No han muerto nuestros  actos  olvidados; existen  nuestros  recuerdos  desvanecidos. Cuando se nos aparece uno de ellos inespe­rado, es el nuncio de una época muy remota que nos dice claramente que, como él, todos y cada uno de ellos  son  para nosotros, con solo presentarse, tristeza ó alegría, placer ó amargura, infierno o paraíso.

Y  sin  embargo, el amable recuerdo de ayer se borra; la fresca impresión se desva­nece. Nos es imposible detener el instante feliz que huye, dejar su huella siquiera en el alma que siente, para llamarlo en nuestra ayuda en el momento oportuno. Hay recuer­dos viejos que podrían curar heridas nuevas y hasta hacer primaveras en los recuerdos del  alma. Pero  nuestros  recuerdos ya no nos pertenecen; se  mueven  obedeciendo una  voluntad;  mas esa voluntad no es la nuestra.

Juan Zorrilla de San Martín

Escrito especialmente para la revista "Atenas" (set. 1913).