miércoles, 28 de diciembre de 2016

Necrológicas II: Muerte de un veterano (1905)

De "El Uruguay", semanario de política, arte, letras e informaciones. N° 7. Buenos Aires, 16 de abril de 1905.

NOTA: La presente nota necrológica hace referencia al reciente fallecimiento de un veterano de filiación blanca (Partido Nacional)participante en la Revolución de 1904, bajo el mando del Gral.  Aparicio Saravia. Cabe señalar que el periódico "El Uruguay" era dirigido por el escritor Javier de Viana (1868-1926), que también había participado en dicho levantamiento y se encontraba exiliado en Buenos Aires realizando una profusa tarea periodística y literaria. Allí permaneció hasta 1918 en que pudo regresar al Uruguay.

sábado, 24 de diciembre de 2016

El fuego es un tirano peligroso


Si no mantenemos al fuego en su lugar de sirviente y subordinado, se convierte pronto en terrible tirano. ¿Qué hace entonces? Quema todo lo que toca, excepto los metales; a éstos los funde en vez de quemarlos. ¿Han visto los niños alguna casa de la que se haya apoderado el fuego? Es un espectáculo pavoroso, sobre todo si hay personas adentro. Cuando el fuego es dueño de la situación, es casi imposible salvarlas. Si el fuego se apodera de las cosas, muchas veces es debido a una falta de cuidado o a una imprudencia. Con el fuego nadie puede jugar, y mucho menos los niños, pues, aunque al arder en una vela o un fósforo parezca humilde y servicial, se convierte en una fiera devoradora en cuanto nos descuidamos. 

Muchos niños han perdido la vida por haber jugado con él. ¿Qué harías en el caso de que se prendiera fuego a tus ropas? Seguramente correrías en busca de tu madre o de tu padre, dando gritos. Esto, no obstante, es lo peor que te podría ocurrir, porque al correr harías que tus vestidos se inflamasen más de prisa. (Explíquese que el viento contribuye a que los objetos se inflamen).  En tales casos lo mejor es revolcarse por el suelo o sobre una alfombra, si hay alguna en el lugar, y envolverse con mantas o colchones.

De "Lecciones de cosas", (Libro segundo) por C. B. Nualart. I. G. Seix & Barral Herms. S. A., editores. Barcelona, 1926.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Necrológicas I: Luisito Magariños (1865)


La necrológica invita al sepelio del niño Luisito Magariños fallecido en Montevideo entre el 3 y el 4 de agosto de 1865. Por desgracia no sabemos su edad, aunque es de suponerse que era pequeño. Tampoco sabemos la causa de su temprano deceso aunque es cierto que por entonces era muy alta la mortalidad infantil. De hecho en esos momentos el puerto de Montevideo recibía continuamente barcos con mercaderías en tránsito y soldados con destino a la guerra del Paraguay y con ellos venían ratas, pulgas y toda clase de enfermedades infecciosas como el cólera, el tifus o la fiebre amarilla. Quizás los restos de Luisito aún descansan en algún nicho olvidado del Cementerio Central...

De "El Siglo" de Montevideo, (2a Epoca n.286, 04 ago. 1865)

NOTA: Con esta nota se inaugura una nueva sección de notas necrológicas que se sumará a las habituales de la fotografía post mortem, las autopsias y las obras de arte. Con mucho gusto acepto los aportes que me hagan llegar los amables lectores de Galería Nocturna para enriquecer estas secciones.     

viernes, 16 de diciembre de 2016

Ante el cadáver de Samuel Blixen

 SAMUEL BLIXEN
(1867-1909)

Hay seres indomables cuya pujanza es mucha porque nacieron fuertes, para la vida armados ; su fe es cota de malla y vencen en la lucha por la intuición que tienen de ser predestinados. Para ellos es el mundo palenque de combate, su viaje es una mezcla de Ilíadas y Odiseas ; y nunca se acobardan, y nada los abate, ya hieran las espadas o choquen las ideas. Y hay otros que llevando el faro del talento enhiesto en el cerebro, para alumbrar abismos, y músculos potentes como el discernimiento, esquivan las borrascas, son dueños de sí mismos. Y haciendo de su tiempo, tranquilos, dos mitades, sin grandes entusiasmos, ni padecer tristezas, esculpen con la pluma, que brota claridades, y gozan de la vida bohemia y sus bellezas. Samuel Blíxén fué de éstos; su atlétíca figura, en sí, no era el reflejo, la luna de Venecía de su intelecto claro, de helénica cultura, de su espíritu artístico de un hijo da la Grecia.

En cambio retrataba con precisión lo afable de su íntimo carácter, que ameno traducía, en la frase escultórica de su palabra amable, hilada de arabescos, — la más honda ironía. A nadie sombra él hizo; de nadie sintió celos, ni se alistó en las filas de tristes muchedumbres; jovial su pensamiento, volaba hacía los cielos, buscando, como el cóndor, lo alegre de las cumbres. Por eso, en su camino jamás fué detenido ; siguiera por el valle, trepara por la cuesta, de la suerte mimado, de la dicha elegido, perpetuamente estaba su corazón de fiesta. Cargó su fardo, á veces, de escepticismo sano que no tradujo en odio, ni cuando la perfidia le hizo volver los ojos hacía el sitio cercano donde ladraba agudo el lebrel de la envidia. Tan sólo fué implacable, feroz, con su persona; la castigaba siempre, creyéndose muy fuerte, y su oculto enemigo, ese que no perdona, piedad ni amor le tuvo y aceleró su muerte.


Ricardo Sánchez
Marzo  23 de 1909

Publicado en el  "Almanaque Ilustrado del Uruguay" (1912).

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Psicología de un muerto

 

Confieso francamente cómo nunca pensé morir en aquella ocasión. Cuando las llamas prendieron en mis ropas y no pude apagarlas, a pesar de los esfuerzos, me angustié mucho y hasta creo que perdí un poco la cabeza. Perdí no; no es la palabra, ya que durante el pavor del trance conservé un extraordinaria lucidez, hasta el instante en que mi conciencia se desvaneció un crepúsculo y luego cayó en la sombra. Devoradas las ropas, el fuego lamió mi carne con sus lenguas de caricias mortales. Las llamas parecían serpientes luminosas, y las serpientes cantaban, cantaban algo como una canción de exterminio. Las llamas me sirvieron de iluminación. Sin saber como, a esta luz, vi, en un momento, cuanto había visto en mi vida. Vi las personas, las cosas y las ideas. Lo vi todo como en un fresco maravilloso. No era una pesadilla. Era algo muy real; yo estaba viendo todo aquello. Fragmentos de mi vida, que no recordaba, aparecieron de súbito y distintamente a mis ojos. 

Recordé que mi madre vestía un blanco traje de muselina constelado de estrellitas azules, la noche en que mi padre murió. Recordé a la gorda maestra que me daba muchos besos detrás de las persianas y me hacía caricias en su cuarto, a solas.  Recordé una cruz rural, bajo unos mangos, en la hacienda nuestra, por donde jamás pasé de niño sin estremecerme. Allí asesinó a un borracho casi a mis ojos, un negrito sirviente de casa, de nombre Alejo. Recordé todas las dulzuras de mi vida con particular precisión. El inmenso amor de mi madre; mis viajes; sensasiones de arte; horas de triunfo; amores felices; toda la gama de impresiones de una humanidad satisfecha. Pero no sé como expresarme. También veía paisajes de amargura, caras que eran para mí representación de una contrariedad o una pesadumbre. Entre éstas, descollaba cierto rugoso, amarillento rostro lleno de cómica majestad, coronado de doctorales canas; la barba sucia, amarillosa de nicótica.

Era la cara de asno satisfecho, a quien la ingenuidad paternal presentó mis primeras rimas; del Moisés literario, cuyo reproche arcaico, fulminado desde un Sinaí de desdén y en medio de una tronitrante retórica, me hizo desde muy temprano despreciar a los pedantes y saborear como artista las primeras hieles. He dicho que también veía las ideas. Veía con una claridad sorprendente, la concreción de lo inconcreto, por un extraño modo. Así, por ejemplo, Aristóteles -un busto que había yo visto en alguna parte, en Roma- pasó a mis ojos. Advertí que pasaba la Filosofía. Mi inteligencia comprendió las cosas como si estuviese de pie sobre una montaña construida con todo el saber humano; pasó una pálida frente, ceñido el laurel. Era Dante, es decir la Poesía. Pasó otra pálida frente coronada; pero de esta corona caían gotas de sangre. Era el Cristo, es decir el Altruísmo. A la vista de estas figuras yo sentía el bienestar infinito de un momento. En mis hombros, las devorantes y mortíferas llamas, empezaron a vibrar como alas. 

Todo esto fue cosa de segundos. Lo vi, lo comprendí todo en un momento. Dios también se presentó a mi vista,. Dios era todo aquello: Cristo, Dante, Aristóteles, los paisajes, los recuerdos, todo. Después del atolondramiento del principio, y cuando comprendí que era inútil todo esfuerzo por apagar las llamas, fue cuando me vino la extraña lucidez de que hablo. Pero ni entonces, ni en la fuerza del suplicio, pensé morir; pensé que, manos piadosas y fuertes, llegarían a tiempo de salvarme, y mietras me estaba desvaneciendo, soñé que días después iba a despertarme un cuarto desconocido, entre buenas gentes que me cuidaban, hasta que por fin me recobrase poco a poco. Repito: ni un momento creí que aquella fuese mi última hora.

Del lado acá de la tumba, en la sombra, se está mejor que del otro lado, bajo la caricia del sol. Me valgo de tales frases para que se me entienda; pero aquí no existen las funciones, merced a las cuales nos cabe en lote, allá en la vida, sufrimiento o placer. Aquí no se tiene conciencia -aunque se dirá una paradoja en mis labios-; aquí el pensamiento se evapora como el perfume de una flor y va adonde van los colores del arcoiris y la luz de las estrellas y las músicas. Entretanto, los átomos imperecederos se cambian en copa de tamarindo, mañana palacio de pájaros; en hoja de laurel, mañana corona de próceres; o en veta de mineral, mañana pan de infelices. La muerte vale más que la vida para aquellos que no gustan mieles, sino dolores en el mundo. Los desgraciados deben salirse de la vida, que es un festín donde no hay puesto para ellos. El pesimismo es una cosa inútil. Pero el hombre, aún el mártir, se aferra a la vida porque duda, primero, es decir, por el miedo teológico o moral, y luego porque teme, es decir, por el dolor físico que apareja la destrucción de sí propio.

La duda quizás existirá siempre, como lo más humano del ser; cuanto al dolor físico de la muerte voluntaria, aunque el bien que se compre al precio del sacrificio es grande y valioso, parecerá al hombre siempre caro. El hombre es avaro de su vida. Si el dolor del parto se padeciera antes del placer del amor, ninguna mujer tendría prole. En esto, como en todo, es sabia la naturaleza. Cuenta una hermosa leyenda terrenal, que un profeta resucitó al hermano de dos mujeres piadosas, Si alguien pudiera, como en el relato bíblico, prender la llama de la existencia en lámparas humanas vacías de aceite vital; si alguien pudiera recoger y fundir los átomos dispersos que animaron un ser, y si este taumaturgo me infundiera la vida, yo la apostrofaría, indignado. - ¿Por qué, le diría, me arrojas al agujero luminoso adonde entro sin deseo y de dónde saldré a mi pesar? ¿Por qué me reduces de nuevo al dolor, cuando ya me había libertado de él? ¿Por qué me haces el mal de la vida, Señor, por qué?  Mas no abrigo el temor de que ningún profeta me resucite.

F. BLANCO FONBONA

De "Apolo", revista de arte. N° 1. Montevideo,01 de  febrero de 1906.

 

martes, 13 de diciembre de 2016

El matasanos de Gualeguaychú

 
¡Qué bárbaro! Ha fallecido en la ciudad de Gualeguaychú, un individuo de nacionalidad español -que hacía tiempo padecía de enajenación mental- a causa del procedimiento bárbaro empleado por un mata-sanos que pretendió curarlo.El médico, -que hoy está estudiando medicina en el hotel del Gallo- es un napolitano, y quiso sanar al pobre alienado de la manera siguiente:

Primeramente, y con intervalo de pocos minutos, le aplicó treinta sanguijuelas, después le administró un purgante, a los pocos momentos un vomitivo, luego le hizo beber un litro de caldo, enseguida un sudorífico e inmediatamente lo sangró y después le sumergió en una tina de agua fría.

Acto continuo, y para fin de fiesta, partió por le medio una gallina negra y frotó con ella la cabeza del paciente, que como es de suponerse, ya había dejado de existir. Ahora preguntamos: ¿cuál estaría más loco, el médico o el enfermo? Alfalfal para ese animal.

De "La Trinidad", publicación bisemanal, Nº 318, Trinidad, 7 de marzo de 1880.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Por los cementerios...

Entrada al cementerio del Buceo

Ha pasado el día de los muertos y mientras la vida sigue su curso habitual, dejando que la paz y la soledad reinen en la última morada de los humanos, vamos a cumplir nuestra misión informativa reflejando en la forma habitual la conmemoración de los que ya no existen y la visita de los vivos a los que han precedido en el viaje a la Eternidad.Ahí están las fachadas de los dos cementerios, el Central y el del Buceo, tal como se veían el día de Todos los Santos y el de Difuntos; el vasto camposanto nuevo, enfrente del del Buceo, poblado ya de numerosas cruces, con plantas y flores, con su aspecto de cementerio antiguo, como si los vivos se hubiesen apresurado a llenarlo y a darle ese carácter de pasado y antiguo que la muerte sella con un vigor terrible.

Entrada del Cementerio Central

Las avenidas del Cementerio Central, estrechas, orladas de árboles y flores, en que la gente aristocrática se ha agolpado en estos días, llevando a las tumbas abalorios de más o menos valor, de más o menos gusto y oraciones que son como esos abalorios, de más o menos valor, con mayor o menor fe. La amplia avenida del Cementerio del Buceo que corre desde la entrada hasta el mar, como una calle de un vasto prado de recreo, a que los árboles gigantescos dan sombra, y llenan de vida con el rumor de las hojas siempre movida por las brisas y los cantos desafinados de los gorriones, que han hecho su dominio en los cementerios, como esos seres humanos que viven de la muerte y entre los muertos en una indiferencia absoluta.

Cementerio Central: por las tumbas

Las calles del Cementerio Central, en torno de la rotonda, donde los curiosos circulan pensando en los vivos y no en los muertos, visitando las tumbas heroicas y el panteón nacional, comentando los recuerdos nacionales y los partidarios, envenenando con sarcasmos  y críticas el ambiente de paz y solemnidad que rodea a los grandes muertos, sonriendo a las buenas mozas; buscando los acercamientos forzosos de la aglomeración; llevando también allí los instintos sensuales, los aturdimientos, las insolencias de la calle, de la plaza, del conventillo...

Cementerio Central: frente a la rotonda

Los caminos espaciosos del Cementerio del Buceo, donde las tumbas están diseminadas de trecho en trecho, como en la Vía Apia, con monumentos expresivos o cruces y piedras sencillas, y por donde circula la gente con libertad; la humilde hija del pueblo, cubierta la cabeza por un largo velo, la joven de alta sociedad con sus sombreros á la derniére, su vestido de seda recogido  con prosopopeya, y otras que ya no son jóvenes, que llevan luto en los vestidos y luto en el alma y que ven cercano el día, dichoso para unos como triste y terrible para otros, de dar el adiós a la vida y reunirse en la eternidad con los seres queridos que ya están en ella, con los seres burlados, ofendidos que en ella esperan a los ofensores para que la justicia de ultratumba, compense los errores y las desigualdades y los delitos de la tierra.

Cementerio del Buceo: calle principal

Así, paso por paso, calle por calle, entre las tumbas de los cementerios, se puede ir reflexionando sobre la vida y sobre la muerte; y lo mismo en esos cuadros que los grabados reproducen y que reflejan lo que en los días dedicados a los difuntos se vió en la última morada.

Cementerio Central: por las tumbas

Del semanario ilustrado "Rojo y Blanco" n. 47, año 2, Montevide,10 nov. 1901.                    

domingo, 20 de noviembre de 2016

Fotografía post mortem en Uruguay


Niño en su ataúd, c. 1900
 
Desde los primeros tiempos de la fotografía se realizaron retratos de difuntos, retomando una costumbre reservada a una élite que tenía sus raíces más cercanas en la pintura. Lejos de entenderlo como una práctica morbosa, la sensibilidad dominante en la época aprobaba su realización como forma de atesorar una última -en ocasiones la única- imagen de un ser querido. Desde la época del daguerrotipo, los fotógrafos incluían en sus avisos la mención a los retratos de difuntos que solían realizarse en las casas particulares. Así, por ejemplo, desde los primeros años y en el transcurso de toda la década de 1850 retratistas como Fernando Le Bleu, Felix Rossetti o Alfredo Morin ofrecían “ir a las casas para retratar a los muertos”, “poniéndolos al vivo con la mas exacta semejanza”.


Cadáver del Gral. Venancio Flores, 1868.
 
En efecto, estos retratos mantenían las mismas pautas que los de las personas vivas en lo que se refiere a la pose y al aspecto del protagonista. Se pretendía lograr semejanza en relación a su imagen vital, propósito que se reforzaba representando a la persona fallecida vestida y de ojos abiertos. Entre este tipo de representaciones abundan retratos póstumos de niños que aparecen simulando estar dormidos, acompañados de distintos elementos que simbolizaban su inocencia y pureza, como los atuendos claros o las flores que con frecuencia le rodeaban o eran colocadas entre sus manos. También era común que aparecieran acostados en el lecho de muerte e incluso acompañados de familiares y allegados.

Velatorio del Gral. Máximo Santos, 1889. 

En 1875, Fleurquin y Ca., uno de los estudios prestigiosos del momento, buscaba distinguirse en su publicidad por esta práctica y recordaba al público que esa firma “siempre esta[ba] pronta para ir a casas particulares á sacar retratos de personas recién fallecidas”. La fotografía de difuntos trascendió el ámbito privado para extenderse a los personajes públicos, cuyos retratos gozaron de amplia difusión y se integraron a las publicaciones ilustradas de los últimos años del siglo XIX y principios del XX.

Del libro "Fotografía en Uruguay. Historia y usos sociales 1840-1930" por Magdalena Broquetas (coord.); Clara von Sanden; Mauricio Bruno e Isabel Wschebor. Publicado por el Centro Municipal de Fotografía. Montevideo, 2011.


domingo, 13 de noviembre de 2016

Muerte de un aeronauta


Una carta de Copenhague, del 16 de setiembre cuenta de la manera siguiente la catástrofe acaecida el 15, que ha costado la vida al aeronauta Giuseppe Tardini, partiendo de esta ciudad y elevando consigo una mujer y un niño:

"Ayer a mediodía el señor Giuseppe Tardini verificó en Copenhague su 23 ascensión aerostática, que desgraciadamente ha terminado por una catástrofe. En la barquilla se hallaban el señor Tardini, su hijo de once años y una joven artista dramática. El globo se elevó lentamente y llegó a una altura bastante elevada permaneciendo algunos minutos a la vista de numerosos espectadores; luego tomó la dirección del sud-oeste, pasó por encima de la pequeña isla de Amack, que se halla reunida a nuestra capital por dos puentes, y bajó enseguida rápidamente sobre el mar, no lejos del pueblo de Kongelund, de la isla de Armack.

Los habitantes de este pueblo cuentan que Tardini, en el momento en que la barquilla iba a tocar el agua cortó las cuerdas que ataban esta embarcación al globo; que al mismo tiempo cojió con ambas manos una de las cuerdas, y que fue arrastrado en el aire por el globo, que tan luego como fue separado de la barca tomó una ascensión tan rápida que desapareció muy presto.La joven y el muchacho que se hallaban en la barquilla cayeron al mar, pero inmediatamente fueron recogidos por las lanchas de los pescadores, que los trajeron a tierra sanos y salvos.

Hasta el presente no se tiene ninguna noticia acerca de Tardini ni de su globo, pero como no es posible que haya podido mantenerse largo tiempo suspendido de la cuerda, se supone que habrá perecido. Tardini es natural de Novara, en el Piamonte, tiene treinta y cinco años, y ha sido el primero que hizo en Estocolmo la primera ascensión intentada en la Península suedo-n wergiense".

El Boersenhall, periódico de Hamburgo, dice que Tardini había sido hallado el 16 por la tarde en el Kallebodstran, cerca de Flaskekroen. Es probable que Tardini viendo que su pérdida era segura, quiso intentar la salvación de sus compañeros haciéndoles caer al mar, viendo embarcaciones cercanas; y quizás el esperaba que su globo aligerado le transportaría a algún paraje donde pudiera bajar, salvándose al mismo tiempo que salvaba su globo.

Del periódico semanal  "La Mariposa". Año I, N° 37. Montevideo, 23 de noviembre de 1851.                                                  

sábado, 12 de noviembre de 2016

José Guadalupe Posada: la muerte con sentido social


Para que el tema de la injusticia social alcance en América el nivel formal digno de expresar su contenido habrá que aguardar hasta la aparición del movimiento muralista mexicano, que ya está anunciado, por otra parte en la obra de José Guadalupe Posada (1852-1913). Posada es el prototipo del artista popular. Popular porque la motivación profunda para realizar su obra le viene del pueblo del cual forma parte y al cual expresa, y también porque es el pueblo el destinatario directo de su trabajo. Entre otras cosas porque la técnica del grabado, en la cual era experto, abarata la producción del artista y la hace accesible a las clases populares. 


Era originario de la ciudad de Aguascalientes y allí a llegar a su veintena comenzó a trabajar en la litografía de Trinidad Pedroso. En la ciudad de León se inició en el grabado y en 1887, se trasladó a la capital mexicana. La figura del grabador Posada, trabajando en sus "calaveras" o "corridos", percibida a través de la puerta abierta de su taller a la calle, pronto se hizo habitual para los mexicanos. El artista trabajaba para el editor Venegas Arroyo quien llegó a sacar una Gaceta callejera con material ilustrado que pronto agotaba sus ediciones.


También ilustró, en una tarea masiva, muchos diarios antiporfiristas. Las "calaveras", personajes públicos o típicos, caracterizados en la forma de esqueletos, tenían raíces en el tema de la muerte, de honda tradición popular en México, con las formas culturales del día de los muertos; también, formalmente, en los dibujos del mismo tipo creados por el litógrafo Santiago Hernández en 1872. Pero José Guadalupe Posada, supo incorporar estos antecedentes y darles una dimensión moral y estética que no tenía precedente: el pueblo mismo de México podía allí reconocerse, en sus rituales, sus bailes, sus luchas callejeras, sus diversiones y sus miserias.


La obra de Guadalupe Posada sería un impacto inolvidable para José Clemente Orozco quien, a la temprana edad de diez años tuviera el privilegio de ver trabajar al grabador en sus planchas de corridos, y también, a pocos metros, ver como las señoritas de la familia del editor Antonio Venegas Arroyo coloreaban a mano las láminas, para la venta.



Las caricaturas de Guadalupe Posada, junto con otros acontecimientos, iban engrosando la "gota de agua" que iría a caer desbatadoramente sobre el régimen corrupto de Porfirio Díaz. La llama encendida por las rebeliones de los curas Hidalgo y Morelos, en la época primera de la independencia, no se había apagado del todo, y pronto, el campesinado contribuiría, con su apoyo a la parte más progresista de la burguesía, a encender la hoguera donde inmolar los privilegios de la clase latifundista. Curiosamente, esa violencia percibida con claridad en las series de grabados de Posada, toma su correcta dimensión histórica cuando se la inserta en la sucesión de hechos que conducen a la revolución de 1910.

De "El arte en América Latina" por Jorge M. Bedoya y Noemí A. Gil. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1973.                                                 

martes, 1 de noviembre de 2016

El cine homicida

Se cumplen 114 años de una horrible tragedia ocurrida en Bilbao, España, que se llevó la vida de 2 adultos y 44 niños en la sala de un cine. He aquí la relación de los hechos: 

Cadáveres infantiles en los accesos al cine.

«Un falso grito de alarma dado ayer en el circo durante la sesión cinematográfica impele al público a buscar atropelladamente la salida. Cuarenta y un niños, un joven y dos mujeres perecen aplastados». Así resumía en sus titulares de primera plana 'El Pueblo Vasco' «la horrenda catástrofe» que conmocionó Bilbao el 24 de noviembre de 1912 y cuyo balance final fue de 46 fallecidos, 44 de ellos niños. El próximo sábado se cumplen cien años de la tragedia, una de las peores registradas en la historia de la ciudad.El Teatro Circo del Ensanche estaba cerca de la Plaza Elíptica. Era un edificio de madera, construido en 1895 en el mismo lugar donde antes se había alzado un circo. Dedicado en un principio a albergar funciones de malabaristas y cómicos, espectáculos muy populares en Bilbao, era lo que hoy en día se llamaría una sala polivalente que llegó a acoger competiciones deportivas. A principios de la década de los 10 del siglo pasado el cinematógrafo era su actividad principal.

El 24 de noviembre de 1912, domingo, hacía mal tiempo. El establecimiento ofrecía películas en sesión continua de tres de la tarde a doce de la noche. La entrada costaba 10 céntimos, un precio muy económico que favorecía la afluencia de público infantil y de todas las clases sociales. El plato fuerte era una película italiana, 'Quién ha robado el millón' (1911), que se había estrenado en España en febrero. El local estaba lleno, «de bote en bote».Eran cerca de las seis de la tarde. «Estaban echando una película de ladrones, muy bonita, de las que a mí me gustan. Yo estaba con mi mamá y con mi hermano mayor», explicaba uno de los pequeños supervivientes al corresponsal de 'ABC'. «Oí gritos, vi que muchas personas se ponían en pie y, de repente, un señor que estaba en la butaca delante de la mía, dio un salto y se pasó detrás. Al saltar me dio una patada en la cabeza y caí al suelo. Mi mamá quiso cogerme, pero la empujaron y cayó sobre mí, dando gritos porque la hacían daño».


Alguien, parece que una mujer, había gritado «¡fuego!», «sin que se sepa con qué intención», en la galería alta, después de un rifirrafe causado por un hombre que se propasó con una joven en la misma zona. El grito se fue contagiando y repitiendo en la tribuna, hasta el punto de que el proyeccionista detuvo la película para ver qué sucedía, lo que alimentó la confusión. Los gritos de alarma se multiplicaron, cundió el pánico y los espectadores de la galería alta intentaron huir por la única salida, una escalera estrecha. La puerta que daba a la calle estaba atrancada, pero un recodo impedía verlo a quienes intentaban escapar. Se formó una «avalancha humana», como la describieron los periodistas de entonces con términos que recuerdan a la reciente tragedia del Madrid Arena, una «ola» que empezó a convertirse en un montón de cadáveres a medida que los pequeños eran arrollados y aplastados por los espectadores enloquecidos.

Más de 40.000 personas acompañaron a los ataúdes blancos hasta el cementrio.

Puertas cerradas 
 
Varios adultos, entre ellos un grupo de guardias civiles fuera de servicio que asistía a la sesión en el patio de butacas, intentaron calmar al público al comprobar que en realidad no había fuego alguno, pero fue inútil. «Las personas que ocupaban la galería baja saltaron al patio de butacas y aun algunos de la alta se descolgaron por las columnas», relataba 'El Noticiero Bilbaíno'. Dos de las tres salidas del edificio -que daban a las calles Elcano y Concha- estaban cerradas. Varios espectadores lograron abrir a golpes las puertas del recinto y salieron a la calle, todavía gritando «¡fuego!», lo que favoreció el equívoco. La falsa noticia de que el Teatro Circo ardía corrió por toda la ciudad. Dos brigadas de bomberos se presentaron en el lugar mientras huía gente del local y, confundidos, empezaron a bombear agua. Algunos de los espectadores que habían conseguido salir intentaron ayudar a los que seguían atrapados dentro. Pronto se supo que los muertos superaban la treintena y que había decenas de heridos.

Prácticamente todos los médicos de la ciudad se echaron a la calle para asistir a los heridos, que llenaron la Casa de Socorro del Ensanche hasta el punto de que hubo que instalar camillas en su portería. El Ejército envió sanitarios y camilleros desde Garellano, mientras que los vecinos de la zona que tenían automóvil se prestaron a trasladar a las víctimas al hospital de Basurto. Las tabernas y comercios se convirtieron en dispensarios de urgencia. El Ayuntamiento, encabezado por el alcalde, el liberal Federico Moyúa, reaccionó con rapidez y la corporación se reunió en pleno «hasta horas desusadas», mientras todo Bilbao sufría una conmoción social a medida que se corría la voz de que la mayor parte de los fallecidos eran niños y niñas. Policías y guardias civiles tuvieron que contener en Basurto y las casas de socorro a padres y madres desesperadas que buscaban a sus hijos entre los heridos y los cadáveres, algunos irreconocibles. El primer balance fue de 42 menores -de entre 3 y 15 años- y 2 adultos muertos. Al día siguiente fallecían otros dos pequeños.

El pleno del Ayuntamiento, que concluyó de madrugada, decidió organizar y costear los funerales de las víctimas y la construcción de un gran mausoleo en el cementerio de Vista Alegre, en Derio. El traslado de los cadáveres, el martes 26 de noviembre, desde La Casilla hasta la estación del ferrocarril de Lezama, en el Casco Viejo, fue una manifestación de luto única en la historia de Bilbao. Unas 40.000 personas asistieron al paso de los 44 ataúdes blancos de los menores y los 2 negros de los adultos, a hombros de jóvenes del Club Deportivo. «El desfile resultó imponente, tierno y conmovedor», relataba el cronista de 'El Pueblo Vasco'. Los gritos de las madres de las víctimas provocaban ataques de llanto y desmayos entre las mujeres «y no pocos hombres». Los funerales se celebraron el 27 en la abarrotada catedral de Santiago. El gobernador civil ordenó clausurar el Teatro Circo hasta que se aclarara lo sucedido y el Ayuntamiento emprendió acciones legales. Por su parte, las familias, que decidieron personarse como acusación particular, exigieron responsabilidades a los dueños del local. La investigación demostró que el Teatro Circo no cumplía las condiciones de seguridad reguladas en la época y había admitido a demasiados espectadores, pero nunca se llegó a saber quién y por qué gritó «¡fuego!».


sábado, 29 de octubre de 2016

De la muerte...


Todo ser organizado tiene fin. La duración de la existencia variable, según las especies y los individuos, tiene, pues un término que es la muerte. No me detendré en dar una definición. Decir que la muerte es la cesación de las condiciones que mantienen la vida, es eludir la dificultad que se presenta al definir la vida. No veo por otra parte el interés directo de estas cuestiones, en un tratado de medicina legal. Haré solamente algunas consideraciones fisiológicas de suma importancia para el médico legista.

La muerte es necesaria o accidental. La primera llamada también normal o accidental, es la que se verifica según una ley general de la naturaleza, y no depende de circunstancias fortuitas. Según ha dicho Burdach, tiene su fundamento en la esencia del organismo, de modo que acaece después de cierta duración de la vida individual, aún en medio de las condiciones exteriores más favorables. La segunda, es la que producida por circunstancias particulares, hiere al individuo más pronto de lo que permite la duración característica de la especie.

Dos órdenes de causas pueden ocasionar la muerte, exteriores o interiores; su variedad y número explican porque se verifica la muerte accidental en el hombre en épocas tan diferentes; de aquí esas muertes accidentales que sobreviven al cabo de algunos días, algunas semanas, meses o años, de enfermedad, y también esa variedad designada con el nombre de muerte repentina que no se debe tomar como enteramente sinónimo de muerte accidental.

En las muertes repentinas, la causa que ha obrado reside necesariamente en los órganos centrales que presiden a las condiciones fundamentales de la vida, tales como el corazón, los pulmones o el cerebro. Supongamos una alteración cualquiera en uno de estos órganos; los diversos aparatos no recibirán ya la sangre ni la inervación precisa para el ejercicio de sus funciones y éstas se suspenderán inmediatamente. En el día la fisiología ha logrado especificar cuáles son las condiciones orgánicas y materiales necesarias para la vida, y la parte que toman en su sostén, cada uno de los tres órganos centrales que a ella presiden y que forman, según la expresión antigua, el trípode vital; distínguense por lo tanto estas muerte repentinas; según acaecen por una alteración de los pulmones, del corazón o del cerebro.

Del "Tratado de Medicina Legal" (tomo I),  del Dr. Mateo Orfila; Imprenta de Don José María Alonso, Madrid, 1847.

miércoles, 26 de octubre de 2016

La resignación a la muerte


Si hay que aceptar y desarrollar la vida individual, elemento de la vida universal, hay que resignarse a la muerte, que es, asimismo, conforme con el orden de la Naturaleza. ¿Qué sitio debe de reservarse en nuestra existencia al pensamiento de la muerte? Las morales teológicas afirman que el hombre debe hacer de ella objeto de constantes meditaciones, porque la vida presente no es sino preparación para la vida futura, donde el hombre será recompensado o castigado. Al contrario, Epícuro desea que el hombre elimine toda preocupación de la muerte, porque el hombre no tiene ninguna relación con ella: mientras que yo existo, dice Epícuro, la muerte no existe; desde que la muerte existe, yo ya no existo. Para Espinoza, la sabiduría debe ser: "la meditación de la vida, no de la muerte".

La concepción teológica supone resuelto el problema metafísico de la vida futura. Además, hace que se corra el riesgo de desarrollar una forma particular de egoísmo, el egoísmo de un ser que querría conservar eternamente su insignificante personalidad (1). A la inversa, es difícil, imposible, meditar sobre la vida sin encontrar esta doble certeza: la muerte de los que amamos; el acercamiento, más o menos rápido, de nuestra propia muerte. Pero de estas dos certezas pueden nacer sentimientos de un elevado valor moral. El pensamiento de la muerte de los demás puede desarrollar en nosotros, respecto a ellos, indulgencia, piedad. Cuando un hombre ha muerto, olvidamos sus defectos, nos complacemos en alabar sus cualidades. La vida sería mejor, si tuviéramos la misma indulgencia para von los vivos, los futuros muertos. y ¿cómo no participar en los sufrimientos de aquellos que algún día dejarán de existir? ¿Cómo no desear y querer la felicidad para los días que les resta vivir?

A la vista de nuestra propia muerte, el sentimiento que en nosotros debe dominar es el de la resignación. Los estoicos sobre todo, Epicteto por ejemplo, y Marco Aurelio, han desarrollado admirablemente este tema. "Es propio del carácter de un hombre sabio, escribe Marcos Aurelio, no mostrar ante la muerte ni desprecio, ni repugnancia, ni desdén, sino esperarla como una de las funciones de la Naturaleza" (2). El pensamiento de nuestra propia muerte debe desarrollar en nosotros la modestia y el desinterés. "Yo trato de interesarme por los soles que alumbrarán después de mí", escribía George Elliot. Y uno de los pesonajes de Tolstoi, el príncipe Andrés, en La Guerra y la Paz, comprende, cuando está a punto de morir, na verdad profunda: "Cuando más se desprendía de todo lo que le rodeaba, tanto más pequeña aparecía, la barrera que separa la vida de la muerte, que no es terrible sino por la ausencia del amor".

Debemos vivir la vida con suficiente desinterés y generosidad para no temer demasiado el fin de nuestra individualidad; debemos dedicarnos a las grandes causas humanas que subsistirán después de nosotros. La resignación a la muerte puede aliarse muy bien con la alegría de vivir. Descartes escribe, con razón, que es menester "amar la vida sin temer la muerte". Y el poeta hindú Rabindranath Tagore, expresa poéticamente el mismo pensamiento: "Porque amo esta vida, sé que amaré también la muerte".

(1) Cap. VII. tít. "Las sanciones religiosas".
(2) Pensamientos, IX, 3.

Del ensayo "Filosofía Moral" de Félicien Challaye. Editorial Labor, Barcelona, 1936.

sábado, 15 de octubre de 2016

Consideraciones sobre la muerte III: la muerte en el siglo XIX. La muerte ajena.

 
A finales del s. XVIII se produjo otro cambio en las actitudes consistente en la COMPLACENCIA ante la idea de la muerte. En el s. XIX, la gente seguía muriendo en sus casas, rodeada de personas, pero con actitud diferente, en otros tiempos estaban amparados por la oración y ahora estaban turbados por la emoción, lloraban y gesticulaban en una gran demostración de dolor que había desaparecido del s. XIII al XVIII. Era un dolor intenso que luchaba desesperadamente contra la forzosa separación. El miedo a morir se desplaza hacia la muerte ajena.

EL TESTAMENTO

Aparece a finales del s. XVIII e influyó notablemente en la relación que mantenía el moribundo con su familia. Hasta este siglo, la muerte era asunto exclusivo del propio agonizante, que tenía que dejar bien asegurado que su voluntad sería cumplida. Esto se hacía por medio del testamento, casi siempre firmado por testigos ante un notario. Del s. XIII al XVIII, el testamento sirvió, además de para la transmisión de herencias. De esta forma el moribundo obligaba públicamente a que éstos respetaran sus últimas voluntades. En la 2ª mitad del s. XVIII varió la función del testamento, pasando a ser únicamente un acta legal de distribución de los bienes.

EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD

La despedida era un acto fundamental del ceremonial de la muerte. Informar al paciente era un deber del médico, según un documento pontificio de la Edad Media. En la 2ª mitad del s. XIX, se estimó conveniente ocultar al enfermo la gravedad de su estado para protegerle, manteniéndole en un ambiente de falso optimismo, donde las decisiones más importantes se tomaban sin contar con él.
 

lunes, 10 de octubre de 2016

A una joven vestida de luto

 

De aquella que de negro viste, 
Descubre la parda loca, 
Dos corales en su boca
Una azucena en su tez:
Dos luceros en sus ojos;
Una rosa en su mejilla;
Y el coro que en trenzas brilla
Símbolo es de su niñez.

Su estatura es más gallarda
Que la palma del desierto, 
Y su talle aunque cubierto
Por los pliegues del mantón, 
Se ve que es suelto y rotundo
Y que su aérea ligereza
No le cede en gentileza, 
Al de la madre de amor.

De su linda mano el guante,
No deja ver la blancura, 
Ni las gracias de su hechura,
Pero sí su pequeñez:
Su andar es de una vírgen
Que ha descendido del Cielo,
Para lucir en el suelo
Sus pequeñísimos pies.

Por piedad ! jamás te quites
  Si a la calle sales, niña, 
Ese manto, esa vasquiña, 
Esos guantes; porque así
La ardiente antorcha que lleva
En su mano el niño ciego,
No tiene bastante fuego
Para que incendie sin tí.

Pero si quieres que el mundo
En hoguera se convierta,
Suelta el manto y descubierta
Un día déjate ver,
Y yo que te juro que el fuego
De tus ojos celestiales,
A los míseros mortales
Hará de improviso arder.

Necio yo, mil veces necio
Cuando por piedad te pido
Que ocultes lo más cumplido,
Que hay en toda la creación!
No escuches esta plegaria, 
A tus gracias quita el velo,
Y arda la tierra y el cielo
como arde mi corazón.

Juan Godoy 

NOTA: Este poema romántico del poeta y político mendocino Juan Gualberto Godoy (1793-1864) apareció publicado en el periódico semanal "La Mariposa" de Montevideo, N° 23, agosto 3 de 1851.  

sábado, 8 de octubre de 2016

Corona fúnebre a la memoria del Dr. Juan Carlos Gómez

Juan Carlos Gómez
(1820-1884)

Honrar la memoria de los muertos es perpetuar ilustres, es perpetuar el ejemplo de las virtudes cívicas. 

El Club del Progreso -que ha podido apreciar durante una larga serie de años, los relevantes méritos del que fue Juan Carlos Gómez, ya en las luchas ardientes de la prensa, en la enseñanza tranquila de la Cátedra, en los debates agitados del Foro, o en la conversación amena de los salones, sosteniendo siempre con la fe inquebrantable del Apóstol y la galana forma del poeta, los principios que salvan la moral, la dignidad y libertad de los pueblos, se ha creído en el deber de asociarse a las manifestaciones de dolor que su muerte inesperada arrancó a los pueblos del Plata; y como complemento a ese justo homenaje debido a tan austero ciudadano, que fue uno de los fundadores de esta asociación, y murió en el ejercicio de la Presidencia, ha dispuesto organizar esta Corona Fúnebre para que se conserven los discursos que los oradores argentinos y orientales pronunciaron al inhumarse sus restos, y los más notables artículos de la prensa nacional y extanjera de esta Capital y de Montevideo.

Los compañeros del Doctor Gómez quedarán satisfechos, si por este medio concurren a mantener vivo en las generaciones que se forman, el recuerdo de su nombre, y el ejemplo de su abnegación, su carácter y su civismo.

Buenos Aires, Junio de 1884.

De la "Corona fúnebre a la memoria del Dr. D. Juan Carlos Gómez" de AA.VV. Publicada por el Club del Progreso. Imprenta de La Nación. Buenos Aires, 1884.                                                       

jueves, 22 de septiembre de 2016

Post mortem LXXXIX


En esta ocasión estamos ante una antigua imagen que puede fecharse hacia 186 y que muestra al cadáver de una niña de pocos meses con unas lesiones en su cara que seguramente están vinculadas con la causa de su temprano deceso. Quizás sean marcas de alguna enfermedad como la viruela, que tantos estragos hizo en el siglo XIX y en la primera mitad del XX. O bien pueden ser quemaduras o algún tipo de traumatismo horrible que ha quedado retratado para siempre en ese instante triste congelado en el tiempo para siempre...

domingo, 18 de septiembre de 2016

La urbanidad en los entierros I: las esquelas de invitación


Las esquelas de invitación para los entierros deben estar concebidas en términos muy claros y precisos, y sobre todo en los que sean más serios y usuales, y en ella no deben aparecer convidando sino los deudos o amigos muy inmediatos del difunto. Son extravagantes, y aun ridículas, las esquelas mal redactadas, las que se apartan de la forma ordinaria, las que contienen expresiones que no son estrictamente necesarias, y aquellas en que nominadamente convidan muchas personas, por más que el parentesco o la amistad las autorice a todas para ello.

No es lícito convidar para un entierro a personas que no tuvieron relaciones con el difunto, o que no las tienen con ninguna de las personas que convidan. Sin embargo, cuando fallece un sujeto investido de un alto carácter público, o que por sus grandes virtudes y sus servicios a la sociedad gozaba de una notable popularidad, está permitido prescindir de esta prohibición, convidando en el primer caso a los individuos, sean quienes fueren, del gremio a que el difunto pertenecía, y en el segundo a todas las personas que deba suponerse deseen tributarle homenaje y de acompañar sus restos.

A los parientes y a los amigos íntimos del difunto no se les pasa esquela de invitación: el hacerlo, sería suponer que necesitaban de estímulos extraños para llenar sus deberes, y con razón se vería en ello una ofensa hecha a su carácter y a sus sentimientos.

Del "Manual de Urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos" por Manuel Antonio Carreño. Garnier Hnos., Libreros-editores. París, s/f.

sábado, 10 de septiembre de 2016

La muerte del Conde de Lautreamont

Isidore Lucien Ducasse,Conde de Lautréamont
(1846-1870)

1870. Tres días después de su muerte, conducida por la fetidez, la Policía de París encontró el cadáver del poeta Isidore Lucien Ducasse, francés nacido en Montevideo, más conocido como el Conde de Lautreamont. Yacía bocarriba sobre un camastro desvencijado. Las ratas habían empezado a devorarlo. Estaba vestido. La mugrienta camisa la cerraba un raído corbatín de lazo. Y la mano derecha sobre el pecho agarraba fuertemente el primer ejemplar de los “Cantos de Maldoror”. Pocos días antes había cumplido 24 años.

De un testimonio del Conde Gisclon Rannaud.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Consideraciones sobre la muerte II: La muerte en la Baja Edad Media. Muerte individual.


A partir del s. XI se empieza a tener conciencia de la propia individualidad y por tanto de la propia muerte. El nacimiento de la individualidad se plasmó en la representación del JUICIO FINAL. Hasta los s. XI y XII, los muertos esperaban la resurrección en el paraíso, sin tener juicio previo ni condena.

A partir del s. XII, el JUICIO FINAL se representó como unos tribunales que juzgaban  individualmente a cada persona según sus buenas o malas acciones. El Juicio Final, en los s. XII y XIII, tenía lugar al final del mundo pero desde ahora después de estos siglos se da en la propia habitación del enfermo. Asimismo, según las “Ars Moriendi” se entablaba una lucha cósmica entre las fuerzas del bien y las del mal.

LAS SEPULTURAS
  • Hasta el s. XIV y sobre todo en el s. XVII, no se le concede importancia a la sepultura. Anteriormente a estos siglos los cuerpos se entregaban a la Iglesia que a su vez los trataba con indiferencia, amontonando los huesos en osarios y sepulturas anónimas. No se ponía una pequeña inscripción para su identificación.
  • El cementerio era un sitio público, una plaza donde encontrarse con los amigos y donde los mercaderes exhibían sus mercancías.
EL ARTE FÚNEBRE
    • Del s. XIV al s. XVI, en el este de Francia y Alemania occidental, la muerte fue representada en el arte como una momia o carroña.
    • En el s. XVII, los objetos macabros alcanzaron una gran popularidad, surgiendo huesos y esqueletos por todas las tumbas.
    • El miedo a la descomposición y a la muerte física fueron temas comunes en la poesía del s. XV y XVI, así como la vejez y la enfermedad.
Fuente: El Ergonomista

sábado, 3 de septiembre de 2016

El suicidio en el mundo actual

 

Asombra comprobar que ocurren más muertes por suicidio al año que por asesinato y víctimas de guerra combinadas. Según datos oficiales de la ONU, en el año 2012 los muertos por suicidio fueron 803.900 y en ese mismo período hubieron 504.587 muertes por homicidio y 119.463 personas murieron en las diferentes guerras ocurridas en todas partes del globo.

miércoles, 17 de agosto de 2016

La muerte de Doña Teresa Bellettiere

 Doña Teresa Bellettiere a los 89 años de edad

En Montevideo, el día 6 de junio de 1926, dejó de existir por consunción, a la edad de noventa y dos años, Doña María Teresa Bellettiere de Gioscia. A partir de la muerte de su hijo José, acaecida de 15 de noviembre de 1916, comenzó a quebrantarse la salud de esta ejemplar señora que se sobrepuso con estoicismo a las cruentas luchas suscitadas en el seno del hogar -según fueron descriptas- en la larga trayectoria de su vida. Estaba tan arraigado el amor por los suyos, que en el supremo instante, antes de la muerte intentó incorporarse dicendo: "Escuchen hijos, Pascual está tocando mi canción", y en sus labios afloró una sonrisa que la muerte cerró en apacible paz. Y así marchó al más allá, con la misma serenidad que dejó Laurenzana hacia América, para ir al reencuentro de lo que más quiso en la vida: sus hijos y su esposo.

De "Teresa Belletterie, desde Ferrandina al Uruguay, crónica antañonas" por Pascual Fortino. Ediciones G.A.D.I., Florida, 1966.

jueves, 11 de agosto de 2016

La muerte de Enrique II

 Enrique II Plantagenet, llamado de Inglaterra (Le Mans, 5 de marzo de 1133 - Chinon, 6 de julio de 1189)

Muy amargos fueron los últimos años de Enrique II de Inglaterra, quien, dice el historiador C. Bémont, sólo habría necesitado dominarse en ciertos momentos para ser un gran rey. En los últimos años de su reinado, se rebeló contra él su hijo Enrique, quien murió de fiebre en Martel. Tres años más tarde, su hijo Godofredo moría repentinamente en París. Era la época en que Inglaterra lYuchaba por conservar sus dominios en Francia. Con habilidad y astucia, el rey de Francia atrajo a su bando a dos de los hijos más influyentes de Enrique II, Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra, que empezaban a sentirse impacientes del largo reinado de su padre. El monarca inglés, sorprendido por los acontecimientos, perdió Le Mans y la plaza de Tours, hasta que, rendido de cansancio y minado por la fiebre, celebró una entrevista con el monarca francés en la llanura de Colombiére, y aceptó todas sus condiciones. Sólo pidió que se le entregara la lista de los que le habían traicionado, pero el oír el nombre de su hijo Juan, la persona que más quería en el mundo, exclamó amargamente: "-¡No sigáis! ¡Ya habéis dicho bastante!" Perdió allí mismo la memoria. Estuvo delirando tres días, y murió el 6 de julio de 1189, sin haber recobrado la razón.

De "Del amor y otras cosas amenas" de Johannes Breteaux, recopilado en "Los Titanes de lo extravagante y raro". Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1946.

miércoles, 10 de agosto de 2016

La cruz


El ignominioso suplicio pagano que acababa la vida afrentando la muerte, el madero cruel en que se clavaban no sólo los criminales, sino las fieras y las alimañas inmundas, fue purificado para siempre por la sangre del más divino de los héroes, el que hizo enmudecer al atrevido Carlyle y enternecerse al formidable Renán; el que cambió el mundo, con su palabra suave, desde un rincón de Galilea. Sobre el desnudo y trágico cerrro, lleno de calaveras de ajusticiados, la cruz, al lívido resplandor del inolvidable crepúsculo, se volvió sagrada.Fue el símbolo de la Trinidad; ahuyentó al demonio, provocó los milagros y conquistó a Dios. El número tres fue el número mágico por excelencia. La teología introdujo la misteriosa figura de la cruz en la razón, y el sentimiento la implantó en el arte. La cruz fue el patrón y la base de las catedrales que se alzaron como una plegaria aguda hacia el firmamento. Las espadas la llevaron en el puño, y los barcos en las hinchadas velas. 

Las manos crispadas hacían su signo sobre el pecho amenazado, y las manos difuntas lo hacían también entre la sombra de los sepulcros. Se levantó en la cúspide de las rocas batidas por el mar, y se cosió a la cota de los conquistadores. Señaló las tumbas anónimas, y brilló en la corona de los reyes. La cruz era la vida terrena y la vida celestial.Fue dueña de las generaciones futuras, porque las vírgenes más bellas y más nobles se enamoraban de Cristo, y se consagraban a la cruz. Aborrecían hasta la hermosura que las hacia deseables, y mientras los hombres crucificaban su pensamiento, las mujeres superiores destruían su salud.Una santa ruega a Dios que la torne repugnante, y sus pies se transforman en patas de ganso. Santa Brígida consigue perder un ojo y quedar tan deforme que nadie hablaba ya de casarse con ella. La bienaventurada Angadrema logra de Nuestro Señor que le cubra el rostro de una lepra hedionda. El siglo las rechaza, pero la cruz las acoge. La pasión de Jesús es su pasión. Santa Teresa crea una literatura para expresar el amor a la cruz. Santa Jacinta, como recuerdo de las llagas del Salvador, se hace en los pies, en las manos y al costado anchas heridas que entreabre ella misma continuamente. Se hace atar de noche, con cadenas de hierro, a un enorme crucifijo.

Un año, el día de Viernes Santo, Clara Rimini, las manos a la espalda, es arrastrada por las calles de la ciudad a imitación de Jesús: es amarrada a una columna, sufre las burlas y el desprecio de la multitud, es azotada; se la hace beber hasta las heces del cáliz de su Redentor. Más ¡qué marvillosa recompensa! "...El Amante tendía a su amada, desde lo alto de la cruz, sus brazos ensangrentados por el amor. Cuando quería atraerla a él, la llamaba con estas palabras: ¡Levántate, amada mía y ven!..."Muere Santa Georgina de Clermont, y "una bandada de palomas tan blancas como los cisnes blancos desciende del cielo y la acompaña a la iglesia, posándose sobre el tejado hasta que concluye el oficio divino y se deposita en el seno de la tierra esta reliquia virginal; después las palomas reanudan su vuelo y suben tan lejos que se las pierde de vista..."

Del libro "Diálogos, conversaciones y otros escritos" de Rafael Barrett. Claudio García, editor. Montevideo, 1918.

sábado, 6 de agosto de 2016

Consideraciones sobre la muerte I: La muerte en la Alta Edad Media. La muerte colectiva

 

Durante los 10  primeros siglos de la Era Cristiana y en la Alta Edad Media (desde el s. V hasta el XIII), la muerte era percibida como algo natural, cercano y familiar, es decir estaba “amaestrada” según una acertada expresión de Pfilippe Aries, sociólogo francés contemporáneo. Durante todo este período, todos tenían tiempo suficiente para prepararse a morir, para conocer que su fin estaba próximo, y éste reconocimiento era espontáneo, surgía de dentro, de la intuición. Los seres humanos admitían sin reservas las leyes de la naturaleza y la muerte era considerada una más, siendo aceptada con humildad. Esta actitud de familiaridad con la muerte solo era revestida de la solemnidad necesaria, mediante ciertas ceremonias, para resaltar la importancia de la etapa más crucial de la vida: la muerte.

LA CEREMONIA
  • Se moría de forma sencilla
  • La habitación del enfermo era un lugar público. De hecho estaba muy valorada la presencia de amigos, niños y familiares (hasta el s. XVIII no existe en el arte una habitación de un moribundo que no tenga niños).
  • Fueron los médicos, a finales del s. XVIII, los que empezaron a interesarse por la higiene y pensando que el aire era beneficioso para el enfermo, los que intentaron impedir la afluencia de personas alrededor del agonizante.
  • Los sacerdotes insistían en lo mismo, porque entendían que la soledad favorecía la comunicación con Dios.
  • Durante la primera o Alta Edad Media, el moribundo debía efectuar, ciertos ritos, en una ceremonia pública presidida por el propio enfermo.
  • El ritual se iniciaba con un recuerdo triste, de todo aquello que se había disfrutado y se iba a dejar. Después tenía que solicitar el perdón de los suyos y mandaba resarcir los daños que hubiera causado. Tras esto venía la oración, único acto eclesiástico del ceremonial y después era impartida la absolución.
  • El sacerdote incensaba el cuerpo y lo rociaba con agua bendita, acciones que repetía una vez más cuando el cadáver iba a ser enterrado.
LAS EXEQUIAS
  • Tras la muerte comenzaban las exequias que constaban de 4 partes:
    • DUELO
    • ABSOLUCIÓN.
    • CORTEJO
    • INHUMACIÓN
LA SALVACIÓN DEL ALMA
    • En la Alta Edad Media la Iglesia había dispuesto la salvación del alma para aquellas personas que renunciaran a sus bienes materiales.
    • Así los ricos del s. XIV, que hasta la época de la revolución industrial, no tenían dónde invertir sus beneficios, emplearon sus fortunas en crear fundaciones caritativas de toda índole, empobreciendo así a sus herederos, además de pagar cientos de misas que se sucedían sin interrupción desde la agonía hasta días o semanas posteriores. De esto vivía un clero casi especializado.
    • Las misas en cadena no tenían relación con los funerales, porque éstos al principio eran laicos. Pero a partir del s. XIV se oficiaran 3 misas en el altar mayor con el cadáver delante en lugar de ser llevado rápidamente al entierro.
    • La costumbre se extendió a lo largo del s. XVII, siglo en el cual el “servicio”, como eran llamadas esas misas, se quedó en una sola casi siempre con el cuerpo presente.
Vía: El Ergonomista.com

jueves, 14 de julio de 2016

El Cementerio Central de Salto

 

Salto tenía en sus albores un primitivo Cementerio que estaba ubicado en el cuadrado que forman hoy las calles 19 de Abril, Grito de Asencio, Dr. Francisco Soca y Agraciada. En 1853 se había trasladado el Cementerio al lugar que ocupa actualmente, porque el desarrollo edilicio lo estrechaba con su abrazo de casas de material haciendo necesario su clausura. El 1° de marzo de 1853 se bendijo con todas las solemnidades del caso, el nuevo terreno destinado a Cementerio, procediéndose al traslado de los restos depositados en el antiguo. Sita el Cementerio Central sobre la margen derecha del arroyo Ceibal, cerca del puente en construcción en la calle Sarandí. Existen además el Cementerio Inglés para la colectivida anglicana, a los fondos del primero, y a unos tres kilómetros de éstos, en el Barrio Artigas, un nuevo Cementerio que sirve también a la población de Salto.

Del álbum "Salto en su Centenario, 1837-1937"; Casa A. Barreiro y Ramos, Montevideo, 1937.