viernes, 3 de diciembre de 2021

Cosas dormidas


¡Cuántas fuertes impresiones dormidas o muertas tenemos aquí dentro, en nuestro espíritu! ¿Estarán solo dormidas? Acaso sí. Muchas veces despierta alguna en el recuerdo, y se nos aparece nítida y transparente: es la menos esperada, la que no llamamos, quizá la que no deseamos, y que hubiera podido suponerse muerta para siempre, o tan débil, que jamás se la hubiera creído con fuerza suficiente para alzar la losa del  tiempo que la cubría. Sobre ella habían caído otras impresiones pesadas como montañas. Y, sin embargo, se levanta de repente; se impone imperiosamente, y nos hiere el alma o nos la llena de melancolía. Viene a veces de lejos; de la niñez, de la primera juventud. ¿Se alzarán alguna vez todas nuestras dormidas sensaciones? 

¿Se levantarán algún día a la voz del arcángel que golpee los sepulcros llamando a los huesos: Ossa  anda audite verbun domini? ¡Oh! sí. Ese será nuestro juicio. Las notas dormidas en las cuerdas del arpa inmortal, que hoy suelen despertar dis­persas y melancólicas, despertarán unidas un día para formar el tremendo acorde de la vida humana; las cuerdas vibrarán con vibra­ción inaudita y eterna, y nuestros oídos oirán y nuestros ojos  verán, en un segundo, sonidos y colores de una vida. No han muerto nuestros  actos  olvidados; existen  nuestros  recuerdos  desvanecidos. Cuando se nos aparece uno de ellos inespe­rado, es el nuncio de una época muy remota que nos dice claramente que, como él, todos y cada uno de ellos  son  para nosotros, con solo presentarse, tristeza ó alegría, placer ó amargura, infierno o paraíso.

Y  sin  embargo, el amable recuerdo de ayer se borra; la fresca impresión se desva­nece. Nos es imposible detener el instante feliz que huye, dejar su huella siquiera en el alma que siente, para llamarlo en nuestra ayuda en el momento oportuno. Hay recuer­dos viejos que podrían curar heridas nuevas y hasta hacer primaveras en los recuerdos del  alma. Pero  nuestros  recuerdos ya no nos pertenecen; se  mueven  obedeciendo una  voluntad;  mas esa voluntad no es la nuestra.

Juan Zorrilla de San Martín

Escrito especialmente para la revista "Atenas" (set. 1913).