domingo, 28 de octubre de 2018

La muerte y la literatura


La muerte física  es un problema de la vida, como decía Paul Landsberg, lo que traducido a una filosofía macarrónica es tanto como decir: -los vivos son los únicos que se mueren porque la muerte no representa ningún problema para los muertos-. Entonces podemos concluir que es ·algo que nos acucia en esta orilla·del presente y mucho antes de que crucemos las orillas del Aqueronte. En su estructura superficial y diaria es la muerte una conducta significante como todas las conductas orgánicas y allí se agotaría en su vulgaridad anatomo-fisiológica. En cambio, en su estructura profunda es ajena a todo discurso racional -demostrable-. De aquí en adelante se podrían seguir acumulando las conocidísimas trivialidades que sobre el tema de la muerte se acostumbra repetir por las gentes más o menos distraídas y desembocar en aquel emblema que agota toda la metafisica popular: -No somos nada-.

Pero, la muerte en el ser Humano es la más compleja de las elaboraciones mentales que podemos conocer en todas las Culturas; aún en las llamadas "primitivas", porque la elaboración de la muerte no fue una fatigosa evolución sino que surgió contemporánea de la Cultura. Los ciclos anuales, el vivir, el alimento, la procreación, necesitaron explicaciones tardías míticas o científicas, pero la muerte estaba ahí y exigía tan sólo una respuesta que los enterramientos y túmulos la dan como un lenguaje de gestos. Hoy día podemos agregar que la neutralidad y el silencio que rodean a la muerte también son una respuesta. Una de las grandes mentalizaciones de la muerte está dada en la Literatura universal, como tema independiente o como derivado del binomio vida-muerte. Un resto de su absoluta importancia pasada perdura en el "privilegio narrativo de morir" que las Letras contem-poráneas le siguen asignando a los "héroes" estructurantes del relato para culminar un ciclo que los jerarquiza.

Si recurrimos al pasado clásico des-tacamos que la muerte de Héctor cierra la Iliada y en la Edad barroca española Don Quijote se despide de un mundo a través de la muerte. En "Romeo y Julíeta" la muerte de los amantes clausura el drama real y desenvuelve el drama interior de los espectadores, aunque en sí misma es un fin absoluto si recordamos aquel aforismo que dice: -"muerto el perro se acabó la rabia." -Esto es lo mismo que decir, muertos Romeo y Julieta se acabó la identidad absoluta de la pasión que los condujo al confücto dramático y el mundo se des-personaliza y la vida con sus preocu-paciones se transforma en banal como un títere al que se le cortaron los cordajes. 

Otras veces, como en "La voz humana" de J. Cocteau, no sucede la muerte física de la amante que delira; pero el sobrevivir a la feroz experiencia de ser abandonada en el otoño de la vida, puede ser un castigo más doloroso que la sencilla muerte real de los amantes de Verona. Es como decirnos que la mentalización de este tema importantísimo no se agota en su causalidad corporal. También Dante agrega una nueva faceta al desarrollo de la muerte cuando en el canto quinto del Infierno nos presenta a Paolo y Francesca y multiplica los desastres confundiendo el más acá con el más allá, haciendo el imposible de que Francesca quiera rezar en el mismo Infiemo o le ubica a su lado un amante sin cuerpo, cuando la cifra de todo, en ellos, estaba puesta en la sensorialidad. Pedro Salinas en un delicioso poema nos dice: -"y hundiéndose el teléfono en el pecho, la enamorada expira"-.

Aquí la muerte es tangencial y metafórica, o mejor dicho, se utiliza una situación irreal (hundirse el teléfono en el pecho) para profundizar más en ese ám· bito común que llamamos "realidad". La tradicional daga shakespeareana se transforma coherentemente en boca de Pedro Salinas en ese contemporáneo ins· trumento de la palabra: -el teléfono-, que, casi casi, simboliza a la misma palabra como el arma feroz y más implacable que el modesto cuchillo. Aquél cumplía piadosamente con su función de separar a los amantes de un mundo hostil y les permitió penetrar en el estado de la muerte donde las problemáticas de la pasión amorosa, probablemente no existen. Este, (la muerte telefónica que produce un olvido más inconformista que el de la misma muerte),  hace y no hace la bifurcación de dos vidas, que siguen alentando en este mundo pero jamás se volverán a encontrar. 

En "Huit clos" la muerte se reduce a un aposento anónimo que posee la sobriedad de un Hotel de la sociedad de Consumo, pero su acción es el desarrollo doloroso de la memoria que perversamente los mantiene despiertos a esos tres muertos quefueron detritos morales de la comunidad. Por último llegamos a Ionesco en su drama "La lección", donde el Profesor mata al alumno con la palabra "cu· chillo". Aquí entramos en el puro reino de la Semántica, donde la palabra es magia (por contaminación) y lo que se menta y lo mentado son la misma cosa, más que por analogía por identidad, adelantando un paso más en la conceptualización poética de Salinas. Entonces, para una definida gama de la Literatura contemporánea, si la Muerte fuera des· trucción y liberación, la Palabra se nos manifiesta nuevamente como destructora y liberadora a la vez, lo que hace tiempo fué definido por Matila C. Ghyka en su pequeño libro "Sortileges du Ver· be".

Jorge Medina Vidal

De la colección "Artículos y poemas de Jorge Medina Vidal" (1985). Disponible en: http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/39560             

domingo, 14 de octubre de 2018

Velorio del angelito

"Entierro de un angelito", dibujo a lápiz de Juan Luis Blanes realizado entre 1880 y 1890.
 (Colección del Sr. Octavio Assucao)

Cuarenta años atrás subsistía la diabólica (esta es la palabra que se me ocurre) costumbre, de que al morir una criatura de menos de año, se le velara unos cuantos días, pues el difunto se prestaba a las relaciones, para ello. Pasaban a veces días y días en este préstamo original, del difunto "angelito", sin darle sepultura, hasta que medio momificado se le dejaba en descanso. Dije sin darle sepultura y no es así, el angelito no se enterraba; era costumbre que su ataúd se colgara en un árbol o se colocara sobre algunas piedras. Si por la muerte del angelito, alguna persona se ponía a llorar, todos trataban de hacerla callar diciéndole: ''No llore que sus lágrimas van a mojar las alas del angelito y as1 no va a poder subir al cielo".

El Velorio del Angelito daba lugar o mejor dicho obligaba a bailar, y es así que en todas las casas que habían pedido el angelito prestado (como una verdadera demostración de amistad), se hacían los preparativos de esperarlo con un vestidito, para cambiarle la ropa al angelito que venía de la casa de fulano o zutano; en la sala los convidados y la música preparada para el baile. En la pieza contigua, la mesa con la bandeja de masas botellas de licores, etc. Y se bailaba, y se bailaba toda la noche, "porque el angelito iba derecho al cielo".

Para el Velorio del Angelito, se mandaba invitar gente y así fue que una vez, un viejo amigo, allá por el año 1887, una tarde se encontró con un gurí, y extrañado de verlo solo y tarde en el camino real, lejos de su casa, le preguntó: "¿Qué estás haciendo?", a lo que el muchacho contestó: "Ando invitando para el baile del Angelito, que esta noche se vela en lo de Doña Benjasmina". Después del último baile-velorio, decididos a dejar tranquilo el angelito, se reúnen todos y en acompañamiento, como en salida de una fiesta, haciendo parejas novios o compañeros de baile, iban hasta el camposanto o lugar que se hubiera destinado para depositar el angelito.

De "La vida rural en el Uruguay" por Roberto J. Bouton. Libreros editores, A. Monteverde y Cía."Palacio del Libro". Montevideo, 1961.