domingo, 30 de junio de 2013

Los ritos funerarios en la Antigua Roma: patricios y plebeyos

 Procesión de un funeral patricio en el momento de depositar la urna en el columbario.

Igualmente meticulosos se mostraban los patricios en sus ritos funerarios. El cadáver embalsamado del difunto era llevado en procesión con su mismo lecho mortuorio, precedido de músicos y plañideras, lloronas que desempeñaban su oficio en los duelos arañándose la cara y arrancándose los cabellos. Pero sólo los patricios tenian derecho a exhibir las cabezas de cera de sus antepasados en el fúnebre cortejo. Diferencias litúrgicas se revelaban también en el acto de los funerales. Mientras los patricios mantenían el procedimiento de cremación y se enterraban en pequeñas urnas colocadas en una sala o columbario, llamada así por parecerse al lugar donde hacían nidos las palomas, los plebeyos se enterraban en cajas en el suelo. 

De la "Historia del Mundo" (Vol. 2) de José Pijoán; Salvat Editores, Barcelona, 1968.

jueves, 27 de junio de 2013

Amado Nervo: El miedo a la muerte I



I

No podría yo decir cuándo experimenté la primera manifestación de este miedo, de este horror, debería decir, a la muerte, que me tiene sin vida. Tal pánico debe arrancar de los primero años de mi niñez, o nació acaso conmigo, para ya no dejarme nunca jamás. Sólo recuerdo, sí, una de las veces en que se revolvió mi espíritu con más fuerza. Fué con motivo del fallecimiento del cura de mi pueblo, que produjo una emoción muy dolorosa en todo el vecindario. Tendiéronle en la parroquia, revestido de sus sagradas vestiduras, y teniéndo entre sus manos, enclavijadas sobre el pecho, el cáliz donde consagró tantas veces. Mi madre nos llevó a mis hermanos y a mí a verle, y aquella noche no pegué los ojos un instante. La espantosa ley que pesa con garra de plomo sobre la humanidad, la odiosa e inexorable ley de la muerte, se me revelaba produciéndome palpitaciones y sudores helados. - "¡Mamá, tengo miedo!" -gritaba a cada momento: y fué en vano que mi madre velara a mi lado; entre su cariño y yo estaba el pavor, estaba el fantasma, estaba 'aquello' indefinible, que ya no había de desligarse de mi...

Más tarde murió en mi casa una tía mía, después de cuarenta horas de una agonia que erizaba los cabellos. Murió de una enfermedad del corazón, y fue preciso que la implacable Vieja que nos ha de llevar a todos la dominara por completo... No quería morir; se rebelaba con energías supremas contra la ley común... "No me dejen morir -clamaba-; no quiero morirme..." Y la asquerosa Muete estranguló en su garganta uno de esos gritos de protresta. Después, cada muerto me dejó la angustia de su partida, de tal suerte, que pudo decirse que mi alma quedó impregnada de todas las angustias de todos los muertos; que ellos, al irse, me legaban esa espantosa herencia de miedo... En el colegio, donde anualmente los padres juesuitas nos daban algunos días de ejercicios espirituales, mi pavor, durante los frecuentes sermones sobre "el fin del hombre", llegó a lo inefable de la pena. Salía yo de esas pláticas macabras (en las cuales con un no envidiable lujo de detalles se nos pintaban las escenas de la última enfermedad, del último trance, de la desintegración de nuestro cuerpo), salía yo, digo, presa del pánico, y mis noches eran tormentosas hasta el martirio. Recordaba con frecuencia los conocidos versos de Santa Teresa:

¡Vivo sin vivir en mí, 
y tan alta vida espero, 
que muero porque no muero!

y envidiaba rabiosamente a aquella mujer que amó de tal manera la muerte y la ansió de tal manera, que pasó su vida esperándola como una novia a su prometido... Yo, en cambio, a cada paso temblaba y me estremecía (tiemblo y me estremezco) a su solo pensamiento. Murió de ahí  a poco en mis brazos un hermano mío, a los diez y ocho años de edad, fuerte, bello, inteligente, generoso, amado... y murió con la serenidad de una hermosa tarde de mis trópicos. "Siempre temí la muerte -me decía-; más ahora que se acerca ya no la temo: su proximidad misma me parece que me la ha empequeñecido... "No es tan malo morir... ¡Casi diría que es bueno!" Y envidié rabiosamente también a mi hermano, que se iba así, con la frente sin sombras y la tranquila mirada puesta en el crepúsculo que se desvanecía como él...

Mi lectura predilecta era la que refiere los últimos instantes de los hombres célebres. Leía yo y releía, analizaba y tornaba a analizar sus palabras postreras, para ver si encontraba escondido en ellas el miedo, "mi miedo", el implacable miedo que me come el alma... "Now I must sleep", decía Byron, y había en estas palabras cierta noble y tranquila resignación que me placía. "Creí que era más difícil morir..." -decía el feliz y mimado Luis XV, y esta frase me llenaba de consuelo... Ese, pues, no había tenido ni había sentido rebeliones... "¡Dejar todas estas bellas cosas...!" clamaba Mazarino acariciando en su agonía con la mirada los primores de arte que llenaban su habitación, y este grito de pena no me desconsolaba, porque yo a la muerte no le temido jamás porque me quitara lo que es mío... El amor a las cosas es demasiado miserable para atormentarme. "¡Todo lo que poseo por un momento de vida!", gemía, agonizante, Isabel de Inglaterra, y este gemido me congelaba el ánima.  "¡Mi deseo es apresurar todo lo posible mi partida!", exclamaba Cromwell, y yo creía sorprender en esa frase la impaciencia angustiosa que se tiene de salir cuanto antes de un martirio insufrible.

"¡Vaya una cuenta que vamos a dar a Dios de nuestro reinado!", murmuraba Feilipe III de España, y estas palabras em acobardaban más de la medida. "¡Ah! ¡Cuánto mal he hecho!", sollozaba Carlos IX de Francia, recordando la Saint Barthelemy, y este sollozo me pavorizaba el corazón. Agradábame sobremanera la desdeñosa frase del poeta Malherbe, ya saben ustedes, el autor de aquella estrofa que hizo célebre (envaneceso alguna vez legítimamente, señores cajistas) una errata de imprenta:

"Elle était née d'un monde oú les plus belles choses
Out le pire destin, 
Et, Rose, elle a véçu ce que vivent les roses;
L´espace d'un matin..."

Al padre que le hablaba de eternidad y le enarecía que se confesara, Malherbe respondió: "He vivido como los demás, muero como los demás y quiero ir... adonde van los demás..." En cambio, las palabras de Alfonso XII: "¡Qué conflicto!  ¡que conflicto!", me aterrorizaban hasta lo absurdo. Y a medida que iba creciendo, este miedo a la muerte adquiría (y sigue adquiriendo) proporciones fuera de toda ponderación. Es raro, por ejemplo, que se pase una noche sin que yo me despierte, súbitamente, bañadas la sienes en sudor y atenaceado así, de pronto, por el pensamiento de mi fin, que se me clava en el alma como una puñalada invisible. "¡Yo he de morir -me digo-, yo he de morir!" Y experimento entonces con una vivacidad espantosa toda la realidad que hay en estas palabras.

Extaído de "Almas que pasan" de Amado Nervo; Editorial Calomino, Buenos Aires, 1946.

martes, 25 de junio de 2013

Acerca de las honras fúnebres



Los parientes y los amigos más inmediatos del difunto, son los que generalmente acompañan a los doloridos cuando se dirigen al tiempo. Todos los demás concurrentes se trasladan directamente a éste a la hora designada para la función.

En cualquier tiempo en que se celebren las exequias de una persona, o se conmemore su muerte con una función religiosa, el de la ceremonia es un día de duelo para la familia, y así toda reunión bulliciosa, toda comida de invitación, todo acto que produzca algún goce, o que bajo algún resspecto incluya la idea de placer, es enteramente impropio y ajeno a las circunstancias, altamente contrario a todo sentimiento de humanidad y de decoro, y al mismo tiempo un ultraje que se hace a la memoria del difunto.

Por lo mismo que en el día de la función religiosa se renueva el dolor de la familia del difunto, es natural que algunos de sus parientes y amigos más inmediatos le hagan compañía.

Del "Manual de urbanidad y buenas costumbres" de Manuel Antonio Carreño; Editorial América; Caracas, 1985.

sábado, 22 de junio de 2013

Mujer condenada a morir de hambre. Mongolia, 1913.


Esta fotografía impresionante, coloreada a mano, fue publicada por la revista de la National Geographic Society en 1922 con el título "Mujer condenada a morir de hambre. Mongolia, 1913." Fue tomada por el fotógrafo Stephane Passet  miembro de la expedición organizada en 1913 por el millonario alemán Albert Kahn (1860-1940). La imagen muestra a una mujer acusada de adulterio que se encuentra encerrada en una caja de madera, abandonada en el desierto y esperando la muerte por inanición mientras intenta desesperadamente forzar el candado para intentar escapar su cruel destino. Sin embargo, hay algunas pistas que parecen indicar otra cosa. No parece lógico suponer que si la mujer estava condenada a morir de hambre tuviera al alcance de su mano recipientes con alimentos. En realidad se trataría de una celda portátil, propia de las tribus nómades mongoles. Seguramente, en dicha celda portátil, la mujer era trasladada hacia otro lugar para ser juzgada por un tribunal competente. En realidad, nunca sabremos cual fue la suerte de esa pobre mujer que ha quedado congelada para siempre en ese instante eterno de sufrimiento y desesperación...

miércoles, 19 de junio de 2013

Post Mortem LXXVI: el Conde Ciano



El 11 de enero de 1944, fue fusilado el conde Galeazzo Ciano (1903-1944), yerno de Mussolini, ministro de Exteriores italiano y embajador del fascismo. El caso que desembocó en su juicio y condena a muerte es digno de una tragedia griega. La ejecución fue una carnicería – “una matanza de cerdos”, diría uno de los testigos alemanes–. Cuatro de los condenados, Ciano entre ellos, se derrumbaron con sus sillas, y quedaron en el suelo, retorciéndose y quejándose; el quinto, se mantuvo sentado, aparentemente indemne. Después de unos instantes de espantoso silencio y desconcierto, parte de los fusileros comenzó a disparar contra los que agonizaban y contra el que seguía sobre la silla, hasta que también cayó al suelo. El capitán que dirigía la ejecución, Nino Furlotti, ordenó el alto el fuego y remató a los caídos con tiros de pistola en la sien. En la primera descarga, Ciano recibió cinco disparos en la espalda, cayó hacia atrás y quedó en el suelo, pidiendo, débilmente, auxilio. Furlotti le disparó dos tiros de gracia y dos funcionarios alemanes se acercaron para certificar su muerte.

viernes, 14 de junio de 2013

Mi amiga la serpiente



Esta curiosísima fotografía nos muestra a un caballero que aparece sentado con una enorme serpiente enroscada en su cuerpo. No puedo evitar la comparación con Sensualidad Franz von Suck. Cabe recordar que esa pintura le dedicamos una entrada en nuestro blog. Aquí se puede ver.

viernes, 7 de junio de 2013

Los que no quisieron vivir XV: "Los poetas suicidas"




Ha habido tres o cuatro suicidas dudosos. Uno fué Carlos Olivera. No he logrado saber cuándo se mató. ¿Sería el mismo que, siendo diputado nacional, propuso una ley de divorcio? Había escrito mucho, pero ignoro si publicó otro libro que Medallas (semblanzas de algunos hombres públicos argentinos).

También son dudosos Pedro Mario Delheye y Alberto Mendioroz, ambos de La Plata. En un reciente diccionario argentino se dice de López Merino que frecuentaba en esa ciudad, donde vivía, a los "poetas suicidas". Refiérese a Delheye y a Mendioroz. Roberto Giusti me escribe, contestando a mi pregunta , que ambos murieron de muerte natural. Pero ¿es posible que mueran de muerte natural un muchacho de veinticuatro años, como Delhey, y otro de veintinueve, como Mendioroz?

De "Entre la Novela y la Historia" de Manuel Gálvez; Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.

sábado, 1 de junio de 2013

Señal de ajuste


 
Después de todo
la muerte es sólo un síntoma
de que hubo vida.
Mario Benedetti (1920-2009) Escritor y poeta uruguayo.