jueves, 29 de noviembre de 2012

El Hambre



El Hambre era una divinidad hija de la Noche. Virgilio la coloca en las puertas de los Infiernos y otros en la orilla del Cócito. Se la representa de ordinario en cuclillas en un campo árido en que algunos árboles despojados de su follaje, sólo prestan una sombra triste y rara; con sus uñas arranca plantas infértiles.

Los lacedemonios tenían en Calciecón, en el templo de Minerva, un cuadro del Hambre cuya visión era espantosa. Se la representaba como una mujer macilenta, pálida, abatida, de extrema delgadez, con la piel de la frente seca y estirada, los ojos extintos hundidos en la cabeza, lívidos los labios y con los brazos descarnados como sus manos, que llevan en la espalda. Ovidio ha hecho una descripción no menos espantosa del Hambre.

No puede describirse el Hambre sin recordar la fábula de Eresictón, hijo de Driops y abuelo materno de Ulises. Despreciaba a los dioses y nunca les ofrecía sacrificios. Cometió la temeridad de profanar a hachazos un bosque consagrado a Ceres, cuyos árboles estaban habitados por otras tantas Dríadas. La diosa encargó castigar al Hambre su impiedad. El monstruo penetró en sus entrañas cuando dormía.

En vano apeló Eresictón a los recursos de su hija Metra, amada de Neptuno, que había obtenido del dios la facultad de tomar todas las formas de la naturaleza; pero él, presa de un hambre devoradora que nada podía calmar, terminó devorándose a sí mismo.

De la "Nueva Mitología Griega y Romana" de P. Commelin; Editorial Atlas, Buenos Aires, 1945.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El juicio persa de los muertos




 El dios Ahura-Mazda está representado en el centro de un sol alado, imitación del disco solar alado de los egipcios.

La lucha entre virtuosos y malos continúa hasta después de la muerte. La muerte es una victoria de Ahrimán; pero el hombre bueno triunfa de esta prueba. Su cadáver no necesita ser conservado (1): expuesto al sol, se secará o será despedazado por los buitres, escapando así a la descomposición. En cuanto a su alma, será juzgada según sus actos, en la tierra. Mithra, dios del cielo y de la justicia, pesa las acciones de los difuntos en una balanza, a la entrada de un puente que conduce al otro mundo. 

Este puente está tendido sobre los abismos del infierno; es ancho, fácil de cruzar para el alma del justo; pero se estrecha hasta ser del grosor de un cabello, para el alma del malo. Éste no franquea el puente; cae en el abismo del infierno.El condenado desciende gradualmente al infierno; pero existe un purgatorio, "la vivienda de los pesos iguales", para aquellos cuyas buenas y malas acciones se equilibran en la balanza. 

En cuanto al alma del justo, penetra en la "mansión de los cánticos" donde lo espera una bellísima doncella. He aquí en que términos se le recibe: "¡Oh joven, de espíritu puro, palabras buenas, acciones buenas, religión buena! Yo soy tu propia conciencia... Me amabas por mi grandeza, por mi bondad. Amada, me has hecho más amada aún; bella, me has vuelto más bella... Ve delante de las Eternas Luces..."

Además de este juicio individual, habrá un juicio final de toda la humanidad, el fin del mundo que se predice después de 2.000 años de existencia. Un Mesías anunciará este juicio final; una ola de metal fundido sumergirá la tierra purificándola con el fuego. Será el triunfo definitivo de Ormuz sobre Ahrimán. 

(1) Es lo que explica la falta de tumbas en Persia. Sin embargo, los reyes persas, influenciados probablemente por las tradiciones elamitas y semíticas, se han preocupado de hacerse cavar tumbas en las montañas de Persépolis. Parecía necesario que el rey fuese representado entre sus súbditos por su cuerpo, pero protegido por una sepultura.

De la "Historia Antigua: Oriente" de A. Moret, J. Cabral y A. Colasanti; Angel Estrada y Cía. editores, Buenos Aires, 1928.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Saturnino Ribes y "el testamento de la piolita"


Saturnino Ribes (1824-1897)

El 24 de junio de 1897 murió en Salto Saturnino Ribes*, a consecuencia de una complicación diabética. No dejó descendientes directos ni indirectos, lo cual dio origen a una historia espeluznante que aún hoy llena de pavor a quienes la escuchan por primera vez.

Según contaban viejos pobladores sáltenos de la época, amigos íntimos de Saturnino y conocedores a fondo de sus pensamientos y deseos, éste había escrito un testamento por el cual legaba todos sus bienes para que se conservara su flota de vapores y el astillero, se construyera un hospital con tres pabellones, se fundara una escuela de estudios superiores en un lugar céntrico, utilizando una inmensa mansión de su propiedad, y se favoreciera con algunas sumas de dinero a ciertos empleados y obreros que con él habían colaborado. Pero este testamento desapareció, y en su lugar se dio a conocer otro, que favorecía a algunos reconocidos "caballeros de alcurnia".

En su libro Salto de ayer y de hoy, el escritor salteño Eduardo S. Taborda narra lo siguiente:

"... Y la voz del pueblo se hizo oír con estridentes resonancias, diciendo que unos caballeros de industria, de manos sucias y conciencias pardas, en combinación con un escribano sin escrúpulos, habían hecho desaparecer el testamento auténtico, fraguando otro, después de la muerte de Dn. Saturnino, en el cual aparecían todos ellos favorecidos.

Esta fue la razón —a estar de este hecho— de que Salto carezca de una Flota, se haya perdido el Astillero, no se edificara el Hospital, no se haya fundado la pequeña Universidad y que varios viejos obreros, honestos y laboriosos, hayan muerto exhalando en sus últimos suspiros el anatema de su desprecio y de su odio hacia la canalla que los había despojado.

Algunos escritores y cronistas interesados, al tratar este asunto, han hecho esfuerzos por enmendar y torcer la opinión pública, pintando con mano mercenaria a Dn. Saturnino como a un viejo misántropo y egoísta, para encubrir, solapadamente, nombres que para nuestro pueblo han sido y son repudiables y oscuros."

Taborda y otros investigadores recogen el hecho infame conocido en Salto como "El testamento de la piolita", que la tradición oral se encargó de hacer llegar hasta nuestros días.

Esta historia cuenta que, apenas muerto Ribes en su lecho, los "caballeros de industria", que se encontraban a su lado, impidieron la entrada de cualquier otra persona en el dormitorio y manifestaron que Saturnino pedía urgentemente la presencia de un notario, ya que pretendía hacer un testamento antes de morir. El ama de llaves manifestó que su patrón ya había hecho testamento, pero los señores vestidos de negro le respondieron que él sólo deseaba cambiar algunas cláusulas.

La habitación se encontraba casi a oscuras. Las cortinas permanecían cerradas, evitando así posibles miradas indiscretas. A pesar de haber sido Ribes el primer habitante de Salto en contar con luz eléctrica en su domicilio, en esos momentos sólo un candil iluminaba débilmente el amplio dormitorio, debido a que "al enfermo le molestaba la luz fuerte".

Preparada la escenografía, se pasó a la acción. Alrededor del cuello del muerto se colocó una piola, cuya punta sostenía disimuladamente alguien sentado a su lado. Al llegar el escribano cómplice, los "caballeros" le informaron que Ribes ya les había comunicado los nombres de sus futuros herederos, quienes casualmente se encontraban todos presentes en la habitación. Se autorizó entonces la entrada de los inocentes testigos, que fueron colocados en un extremo del cuarto en penumbras, lejos del lecho.

El escribano habló al cadáver, preguntándole si en el uso de sus facultades deseaba legar la totalidad de sus bienes en favor de las personas que a continuación se detallaban. Al formular cada pregunta se agachaba para escuchar la respuesta, mientras el que sostenía el extremo de la piolita tiraba de ella hacia adelante, levantando así la cabeza del muerto. Los testigos apenas veían una cabeza que asentía. Se simuló luego la firma del testamento. Los señores de negro rodearon la cama, impidiendo la visión de los testigos. Estos finalmente firmaron y fueron retirados de la habitación. Saturnino Ribes murió oficialmente pocas horas después, cuando un médico ajeno al hecho certificó su muerte. Los "herederos" malvendieron la flota de vapores y la totalidad de los astilleros a Nicolás Mihanovich, en la suma de 180.000 libras esterlinas, mucho menos de la mitad del precio que Ribes les había puesto en vida.

* SATURNINO RIBES fue un poderoso industrial y armador vasco llegado al Uruguay en 1864. Instalado en Salto, fundó un astillero y la compañía naviera Mensajerías Fluviales. Organizó un importante servicio de navegación en los ríos Paraná y Uruguay. En sus instalaciones funcionó la primera central telefónica de Sudamérica y de sus astilleros salió el primer barco del mundo dotado con luz eléctrica. No dejó descendencia y es famoso lo ocurrido con su "testamento de la piolita".

De "Historias del Vapor de la Carrera" de Richard Durant; Editorial Santillana, Montevideo, 1997.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Los alegres funerales de "angelitos"



Si bien esta clase de celebraciones ha traducido en todo tiempo casi por lógica la aflicción y el dolor de los vivos, algunos pueblos han enfrentado el trance con manifestaciones de alegría, fundados en que el muerto ha ingresado en un nuevo estado de felicidad. Ese fue el fundamento que mantuvo hasta casi el propio siglo XX en algunas regiones de España la costumbre de festejar, en vez de lamentar, la muerte infantil. El fenómeno -con muy lejanos antecedentes entre los antiguos fenicios- alcanzó sobre todo a las clases populares de Canarias, Castilla, Levante, Andalucía y La Mancha, entre quienes tenían lugar bailes y cantos en tales ocasiones. 

Los caracteres de "inocente" y "ángel" atribuidos al difunto de corta vida ameditaron la festividad, sobre todo porque se lo suponía accediendo a una vida mejor de la que esperaba a quienes permanecerían en la tierra, lo mismo que librando a los suyos de los gastos, trabajos y desvelos consiguientes a su crianza, para convertirse a su vez en eficaz intermediario ante los ya muertos y Dios. A todo ellos se unían el fatalismo y la indiferencia frente al fenómeno de la elevada mortalidad de párvulos en la época. Como es obvio, la usanza formó parte del aludido bagaje de tradiciones que acompañó a los migrantes peninsulares a América, para alcanzar grados variables de implantación en el nuevo destino.

Un autor que describió con eficacia el Uruguay rural y captó la pervivencia de la costumbre hacia el 1900 en la campaña agregaba que, si alguna persona lloraba en medio de la fiesta, era reprendido por los demás participantes, pues se creía que las lágrimas humedecerían "las alas de angelito", impidiendo su ascenso al cielo.

En los sectores populares del Montevideo colonial hemos hallado huellas escasas pero firmes de esa práctica. Aparecen en dos relatos incorporados a sendos expedientes judiciales por parte de igual número de padrinos (a quienes correspondía tradicionalmente iniciar el llamado baile de los muertos, con que solía abrirse el ceremonial festivo de los niños velados). El primero de ellos corresponde a un hecho policial suscitado en 1793 en la Villa de Pando por uno de los participantes que, bajo los efectos del alcohol ingerido durante la noche del velatorio, cometió al día siguiente un delito de sangre. El testigo Benito Píriz señalaría como motivo de la reunión el "habérsele muerto a su compadre Francisco Mesones un párvulo ahijado del declarante" y que el agresor había pasado con ellos "divirtiéndose toda la noche", al cabo de la cual marcharon todos "para la capilla, trayendo el cuerpo del párvulo a darle sepultura".

El segundo testimonio pertenece a Manuela González, la madrina de otro niño fallecido en 1806, a quien decidió velar en un cuarto del conventillo donde residía. "Lo traje a mi habitación y, consiguientemente en aquella noche, con anuencia de mi marido... hice una diversión", explicaba la mujer al magistrado.

Daniel Granada daba cuenta a fines del siglo XVIII de una aparente deformación local de esas celebraciones, extendidas a veces durante "dos, cuatro, seis o más días": "Los vecinos y amigos solicitaban de los padres o deudos del cuerpo de la criatura, para celebrar en su casa la bienhadada fiesta. Andaba a ese intento el cadáver putrefacto de casa en casa, dando motivo a que la juventud se divirtiese, jugando, bailando, chacoteando, comiendo y bebiendo".

De "Muerte y religiosidad en el Montevideo colonial" de Andrea Bentancor, Arturo Bentancur y Wilson González; Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2008.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Post Mortem LXIX



Ambrotipo que muestra a un caballero fallecido vestido con sus mejores galas y sentado en una silla. Obsérvese el aspecto demacrado que seguramente nos habla de una larga y penosa enfermedad. El ambrotipo es un proceso fotográfico que reproduce una imagen positiva sobre una placa de cristal. Se trata de una técnica patentada en 1852 y que se utilizó hasta fines de la década de 1860 en que fue sustituido por otras técnicas fotográficas.

La pena de muerte



No tiene la sociedad mayor derecho que el individuo para matar, cuando no es en caso de legítima defensa. Pues bien, nunca la sociedad se halla en estado de legítima defensa cuando suprime a un miserable a quien puede colocar en estado de no dañar.La pena de muerte debe desaparecer del código civil y, en épocas de paz, también del código militar. No llena su objeto de intimidación, pues entre las asociaciones de malhechores es un punto de honor el desafiar con temeridad el riesgo del patíbulo. En cuando al criminal aislado, que premedita su crímen, no lo cometería sin no se creyese bastante hábil para escapara a la justicia. La Francia se honrará el día en que suprima de su código esa reminiscencia de la ley del talión, el día en que proclame, como un principio que no admite excepción, la inviolabilidad de la vida humana.

Del "Curso de Moral" de Julio Payot; Librería Nacional A. Barreiro y Ramos editor, Montevideo, 1913.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Los que no quisieron vivir VIII: Víctor Juan Guillot

Víctor Juan Guillot (1899-1940)

Lo mismo que Loncán, Víctor Juan Guillot publicó un importante artículo al aparecer La maestra normal. Tenía mucho prestigio como periodista, un prestigio, aunque, aunque no tan grande, como el de Emilio Becher. Era mordaz, y así como cuando salía en La Nación un suelto de calidad, irónico y fino, la gente decía: "Es de Becher", cuando se trataba de La Época, el diario radical, del que llegó a ser redactor en jefe, la gente decía: "Es de Guillot".

La obra literaria de Guillot es escasa. Sólo publicó dos libros de cuentos y un volumen sobre el destierro en Ushuaia que le impusiera el gobierno del general Justo, por intento de revolución. A pedido suyo, prologué el primero de sus libros. Escribía Guillot con vigor, precisión y exactitud. Fue una lástima que el periodismo y la política lo absorbieran. La circunstancia de ser radical, y su trabajo periodístico, le mantenían bastante aislado de sus colegas los escritores, inclusive los de su generación. Guillot estaba cerca de Yrigoyen, a quien vió diariamente durante cierta época. Sus colegas, en su mayoría colaboraban en La Nación y en La Prensa, diarios enemigos de Yrigoyen: enemigos a muerte.

Guillot era serio y parco de palabras. Tenía cierto aire extranjero. Hablaba como si pensara mucho cada término y se lo sacara con esfuerzo. Era rubio, mofletudo y de boca muy chica, y por esto y por su perpetuo gesto serio, parecía un niño enojado. Nuestra vinculación comenzó a raíz de su artículo sobre La maestra normal. Le hice entrar en la Cooperativa y le publiqué su primer libro -era un tomo de buenos cuentos- que él quiso, como dije, verlo prologado por mí.
Tenía conmigo un cierto parentesco político: su mujer, de origen entrerriano, es prima o sobrina mía en segundo grado. 

Guillot era excelente persona, de lo mejor que había en nuestro mundo literario. Tuvo un mal momento, como cualquiera puede tenerlo, al que se le dio excesiva publicidad, y entonces él, sintiéndose desprestigiado, no quiso continuar viviendo. Lamenté profundamente su desaparición. Le debía mucho a Guillot: comentaba en La Época, siempre con simpatía y comprensión, mis libros, y cuando yo preparaba la Vida de Hipólito Yrigoyen, sus datos verbales o escritos sobre la persona y la intimidad del personaje, fueron para mí de inmenso valor.

De "Entre la novela y la historia" de Manuel Gálvez; Editorial Hachette, Buenos Aires, 1962.