domingo, 27 de diciembre de 2015

El Cementerio Central de Montevideo


Durante mucho tiempo nuestra capital careció de un paraje adecuado para servir de cementerio y los cadáveres eran sepultados en las iglesias. Esta antihigiénica costumbre duró hasta 1792, en cuyo año "el doctor Juan José Ortíz, se resolvió, con piadoso celo, a construir un mediano camposanto al descubierto, bajo cercado, contiguo a la Matriz (esquina hoy de las calles Ituzaingó y Rincón), que vino a ser el primer camposanto en forma que hubo dentro de los viejos muros de Montevideo".(1)

Por su parte, los religiosos de San Francisco, que ocupaban las dos manzanas comprendidas entre las calles Piedras, Cerrito, Zabala y Colón, y tenían su iglesia y convento sobre las de Zabala y Piedras, habían elegido como enterratorio un vasto terreno con frente a la calle Cerrito y que se extendía desde la calle Zabala hasta Solís. En este cementerio fueron sepultados muchos de los combatientes, tanto ingleses como españoles, que sucumbieron durante el asalto y toma de Montevideo por el general británico Auchmuty el 3 de febrero de 1807.

En 1809 se estableció una rudimentaria necrópolis fuera del recinto fortificado "en la costa sur de esta ciudad, allá por donde llamaban la playa de las Basuras y que subsistió hasta el año 35 en que se inauguró el Central..."(2) Este cementerio se encotraba en la calle Durazno entre las de Andes y Florida. Era un simple corralón cercado con un muro no muy alto, careciendo de capilla y que apenas contaba con un mísero cuartucho donde el sepulturero guardaba sus herramientas.

Al planearse la Ciudad Nueva, este modestísimo camposanto quedó englobado en el amanzamiento poryectado por el Ingeniero militar José María Reyes, y de ahí que se impusiera su traslado a otro paraje más alejado  de la zona edificada, eligiéndose un predio que se encontraba en el extremo sur de la calle Yaguarón y cuya superficie alcanzaba las 24.500 varas castellanas (algo más de 18.000 metros cuadrados). Se le dió el nombre de Cementerio Nuevo y su uso fue reglamentado durante la presidencia del Gral. Oribe, el 1° de octubre de 1835.

"Difícil es poder afirmar a qué plan arquitectónico respondió en sus comienzos el nuevo cementerio. Cabe solo presumir por otros hechos y circunstancias, que una superficie cuadrada limitada por muros, a los cuales se adosaban los nichos superpuestos que se destinaban al depósito de cadáveres, constituía entonces todo el recinto funerario creado. La superficie central, partida en cuatro cuarteles por dos calles perpendicularmente entre sí, era la que se destinaba a fosas de enterramiento".(3)

Probablemente, fue con el objeto de aumentar la capacidad que se adoptó el sistema de varios pisos de nichos, inspirado tal vez en los antiguso "columbariums" romanos. Pocos años después se encargó al Arq. Carlos Zucchi, un proyecto de planificación racional de la nueva necrópolis montevideana, habiéndolo presentado dicho profesional "en 1838 acompañado de una memoria con interesantes datos estadísticos y observacionales de carácter científico".(4)

No parece que el plan de Zucchi haya tenido, ni siquiera, comienzos de ejecución, lo que no es de extrañar, si se tienen en cuenta los años turbulentos que siguieron al de 1838 (invasiones de los generales Echague y Oribe, "Guerra Grande", sitio de Montevideo, etc.). De manera que dejaremos para más adelante completar el estudio del Cementario Central cuando tratemos de su ensanche en 1838, así como la de la construcción de su bella Rotonda y de su curiosa, pero no menos interesante Portada principal.

(1) ISIDORO DE MARÍA: Montevideo Antiguo; Tomo IV, p. 45.
(2) Obra citada.
(3) EUGENIO P. BAROFFIO: El Cementerio Central. Estudio publicado en la revista Arquitectura (Órgano de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay) N° 173, abril de 1932.
(4) Obra citada.

 De "La arquitectura en el Uruguay" de Juan Giuria"; tomo II: de 1830 a 1900. Universidad de la Repúblia. Facultad de Arquitectura. Instituto de Historia de la Arquitectura. Montevideo, 1958.

domingo, 13 de diciembre de 2015

La futilidad

 
Título: "Alegoría de las vanidades de la vida humana"
Autor: Harmon Steenwijick
Técnica: Óleo sobre tela
Fecha: c.1640

Al parecer, estos bodegones alegóricos llamados "vanitas" (del latín: vanidad) eran muy del gusto de académicos y estudiosos del siglo XVII quienes posiblemente se entretenían descifrando sus símbolos. Estos cuadros son un recuerdo de la brevedad de los triunfos terrenales y la certeza de la muerte. En este ejemplo, un rayo de luz señana una calavera, símbolo evidente de la muerte. A su lado encontramos una caracola exótica y una espada representativas de las riquezas materiales, y unos instrumentos musicales, que aluden a los placeres del entretenimiento. El tiempo, sin embargo, pasa inexorable, como muestran el reloj y la llama agonizante. La sombra de la muerte se cierne sobre todo.

martes, 1 de diciembre de 2015

“Guardia de las SS muerto flotando en un canal”, de Lee Miller (1945)

 

Esta impresionante fotografía fue tomada el 29 de abril de 1945 por la fotógrafa Lee Millerde lde la revista Vogue en el campo de concentración alemán de Dachau inmediatamente después de la liberación por parte de las tropas estadounidenses. “Jamás podré sacarme de la nariz el hedor de Dachau”, declararía Lee Miller varios años más tarde.