lunes, 31 de diciembre de 2018

In memoriam: Juan Luis Blanes (1895)

Juan Luis Blanes (1856-1895)

Ha fallecido esta semana en la capital el eximio pintor y escultor uruguayo Juan L. Blanes, hijo del afamado artista del mismo nombre. La muerte le ha sorprendido en mitad de su carrera, con mil proyectos de trabajos de alientos que la madurez de su vasta inteligencia y la práctica incansable le habrían permitido llevar a cabo. Últimamente le ha sido encarcagada  una estatua para perpetuar la memoria del ilustre patricio Don Joaquín Suárez y todos saben por lo que se publicado, con cuanto acierto, con cuanto arte, interpretó al personaje físico y moral de nuestra historia. Nuestra patria pierde con el fallecimiento de Blanes la semilla de muchas glorias que ya empezaba a reflejar aquel artista con su privilegiada mano.

De "La Revista" del Salto Oriental, marzo de 1895.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Necrológica: Elvira Verdura (1913)

Elvira Verdura

Una víctima más de la impávida Parca. Un capullo que se fué cuando recién empezaba a abrir su corola y a derramar sus perfumes de virtud y a derramar sus perfumes de virtud y honestidad cuando recién comenzaba a verse acariciada por las cariñosas brisas de la vida. Elvira Verdura es la víctima de la descarnada muerte. Falleció el 18 de noviembre a los diez y nueve años de edad, en la infancia de la vida, en la verdadera floración de la primavera de la vida y cuando en la existencia todo es color y todo nos sonríe. La noticia del fallecimiento de la señorita María, produjo entre sus relaciones y amistades hondo sentimiento, pues era muy apreciada por sus dotes morales y muy admirada por su simpático palmito. Presentamos a sus atribulados deudos nuestro más sentido pésame. Y nos veremos en el caso de meditar sobre las injusticia del destino: cuando más nos sentimos fuertes, amantes sinceros de la vida, la guadaña feroz nos troncha del jardín de la existencia indiferentemente.

De "La Semana". Año V, N° 21. Montevideo, 27 de noviembre de 1913.

domingo, 28 de octubre de 2018

La muerte y la literatura


La muerte física  es un problema de la vida, como decía Paul Landsberg, lo que traducido a una filosofía macarrónica es tanto como decir: -los vivos son los únicos que se mueren porque la muerte no representa ningún problema para los muertos-. Entonces podemos concluir que es ·algo que nos acucia en esta orilla·del presente y mucho antes de que crucemos las orillas del Aqueronte. En su estructura superficial y diaria es la muerte una conducta significante como todas las conductas orgánicas y allí se agotaría en su vulgaridad anatomo-fisiológica. En cambio, en su estructura profunda es ajena a todo discurso racional -demostrable-. De aquí en adelante se podrían seguir acumulando las conocidísimas trivialidades que sobre el tema de la muerte se acostumbra repetir por las gentes más o menos distraídas y desembocar en aquel emblema que agota toda la metafisica popular: -No somos nada-.

Pero, la muerte en el ser Humano es la más compleja de las elaboraciones mentales que podemos conocer en todas las Culturas; aún en las llamadas "primitivas", porque la elaboración de la muerte no fue una fatigosa evolución sino que surgió contemporánea de la Cultura. Los ciclos anuales, el vivir, el alimento, la procreación, necesitaron explicaciones tardías míticas o científicas, pero la muerte estaba ahí y exigía tan sólo una respuesta que los enterramientos y túmulos la dan como un lenguaje de gestos. Hoy día podemos agregar que la neutralidad y el silencio que rodean a la muerte también son una respuesta. Una de las grandes mentalizaciones de la muerte está dada en la Literatura universal, como tema independiente o como derivado del binomio vida-muerte. Un resto de su absoluta importancia pasada perdura en el "privilegio narrativo de morir" que las Letras contem-poráneas le siguen asignando a los "héroes" estructurantes del relato para culminar un ciclo que los jerarquiza.

Si recurrimos al pasado clásico des-tacamos que la muerte de Héctor cierra la Iliada y en la Edad barroca española Don Quijote se despide de un mundo a través de la muerte. En "Romeo y Julíeta" la muerte de los amantes clausura el drama real y desenvuelve el drama interior de los espectadores, aunque en sí misma es un fin absoluto si recordamos aquel aforismo que dice: -"muerto el perro se acabó la rabia." -Esto es lo mismo que decir, muertos Romeo y Julieta se acabó la identidad absoluta de la pasión que los condujo al confücto dramático y el mundo se des-personaliza y la vida con sus preocu-paciones se transforma en banal como un títere al que se le cortaron los cordajes. 

Otras veces, como en "La voz humana" de J. Cocteau, no sucede la muerte física de la amante que delira; pero el sobrevivir a la feroz experiencia de ser abandonada en el otoño de la vida, puede ser un castigo más doloroso que la sencilla muerte real de los amantes de Verona. Es como decirnos que la mentalización de este tema importantísimo no se agota en su causalidad corporal. También Dante agrega una nueva faceta al desarrollo de la muerte cuando en el canto quinto del Infierno nos presenta a Paolo y Francesca y multiplica los desastres confundiendo el más acá con el más allá, haciendo el imposible de que Francesca quiera rezar en el mismo Infiemo o le ubica a su lado un amante sin cuerpo, cuando la cifra de todo, en ellos, estaba puesta en la sensorialidad. Pedro Salinas en un delicioso poema nos dice: -"y hundiéndose el teléfono en el pecho, la enamorada expira"-.

Aquí la muerte es tangencial y metafórica, o mejor dicho, se utiliza una situación irreal (hundirse el teléfono en el pecho) para profundizar más en ese ám· bito común que llamamos "realidad". La tradicional daga shakespeareana se transforma coherentemente en boca de Pedro Salinas en ese contemporáneo ins· trumento de la palabra: -el teléfono-, que, casi casi, simboliza a la misma palabra como el arma feroz y más implacable que el modesto cuchillo. Aquél cumplía piadosamente con su función de separar a los amantes de un mundo hostil y les permitió penetrar en el estado de la muerte donde las problemáticas de la pasión amorosa, probablemente no existen. Este, (la muerte telefónica que produce un olvido más inconformista que el de la misma muerte),  hace y no hace la bifurcación de dos vidas, que siguen alentando en este mundo pero jamás se volverán a encontrar. 

En "Huit clos" la muerte se reduce a un aposento anónimo que posee la sobriedad de un Hotel de la sociedad de Consumo, pero su acción es el desarrollo doloroso de la memoria que perversamente los mantiene despiertos a esos tres muertos quefueron detritos morales de la comunidad. Por último llegamos a Ionesco en su drama "La lección", donde el Profesor mata al alumno con la palabra "cu· chillo". Aquí entramos en el puro reino de la Semántica, donde la palabra es magia (por contaminación) y lo que se menta y lo mentado son la misma cosa, más que por analogía por identidad, adelantando un paso más en la conceptualización poética de Salinas. Entonces, para una definida gama de la Literatura contemporánea, si la Muerte fuera des· trucción y liberación, la Palabra se nos manifiesta nuevamente como destructora y liberadora a la vez, lo que hace tiempo fué definido por Matila C. Ghyka en su pequeño libro "Sortileges du Ver· be".

Jorge Medina Vidal

De la colección "Artículos y poemas de Jorge Medina Vidal" (1985). Disponible en: http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/39560             

domingo, 14 de octubre de 2018

Velorio del angelito

"Entierro de un angelito", dibujo a lápiz de Juan Luis Blanes realizado entre 1880 y 1890.
 (Colección del Sr. Octavio Assucao)

Cuarenta años atrás subsistía la diabólica (esta es la palabra que se me ocurre) costumbre, de que al morir una criatura de menos de año, se le velara unos cuantos días, pues el difunto se prestaba a las relaciones, para ello. Pasaban a veces días y días en este préstamo original, del difunto "angelito", sin darle sepultura, hasta que medio momificado se le dejaba en descanso. Dije sin darle sepultura y no es así, el angelito no se enterraba; era costumbre que su ataúd se colgara en un árbol o se colocara sobre algunas piedras. Si por la muerte del angelito, alguna persona se ponía a llorar, todos trataban de hacerla callar diciéndole: ''No llore que sus lágrimas van a mojar las alas del angelito y as1 no va a poder subir al cielo".

El Velorio del Angelito daba lugar o mejor dicho obligaba a bailar, y es así que en todas las casas que habían pedido el angelito prestado (como una verdadera demostración de amistad), se hacían los preparativos de esperarlo con un vestidito, para cambiarle la ropa al angelito que venía de la casa de fulano o zutano; en la sala los convidados y la música preparada para el baile. En la pieza contigua, la mesa con la bandeja de masas botellas de licores, etc. Y se bailaba, y se bailaba toda la noche, "porque el angelito iba derecho al cielo".

Para el Velorio del Angelito, se mandaba invitar gente y así fue que una vez, un viejo amigo, allá por el año 1887, una tarde se encontró con un gurí, y extrañado de verlo solo y tarde en el camino real, lejos de su casa, le preguntó: "¿Qué estás haciendo?", a lo que el muchacho contestó: "Ando invitando para el baile del Angelito, que esta noche se vela en lo de Doña Benjasmina". Después del último baile-velorio, decididos a dejar tranquilo el angelito, se reúnen todos y en acompañamiento, como en salida de una fiesta, haciendo parejas novios o compañeros de baile, iban hasta el camposanto o lugar que se hubiera destinado para depositar el angelito.

De "La vida rural en el Uruguay" por Roberto J. Bouton. Libreros editores, A. Monteverde y Cía."Palacio del Libro". Montevideo, 1961.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Croniquilla macabra


La semana fenecida ha sido fértil en accidentes trágicos. La muerte ha preferido el automóvil, y en él han paseado por nuestras vías centrales y por las callejuelas suburbanas. Día ha habido en que se contaban dos atropellos. Bravo futurismo el que propagan esos vehículos, en su marcha precipitada, a despecho de las ordenanzas, llevando el temor en el giro de sus motores y el duelo bajo sus ruedas! Ya el arsénico no amedranta. Es un tósigo tan familiar que solo se le ocurre emplearlo a una media docena de criadas románticas, a morteras pueriles, desengañadas de la vida en un momento de exaltación trivial. El puñal ha pasado a la categoría de lo anacrónico. ¿Quién es el cafre capaz de apuñalarse? Ni que estuviéramos en el Japón; y es bien sabido que la costumbre de los samuráis de abrirse el vientre ya va perdiendo adeptos. La civilización es una comadre sedativa, como las aguas minerales, la magnesia, etc. El revólver es simplemente una barbaridad. ¿Sería Vd. capaz de alojarse una bala en los sesos por un desengaño "moderno"? ¿No? - Pues es Vd. un ser desequilibrado, tanto más cuanto que hoy el beefsteak es tan emperador como el puchero.

Días atrás, a un decepcionado se le ocurrió dirigir una bala en el Prado, introduciéndose el cañón de una pistola en la boca y abriendo fuego. Tan poco caso le hicieron que solo a las catorce horas se vinieron a enterar del suceso. Lo que prueba que hoy en día entre nosotros la tragedia es una vulgaridad. Los tranvías eléctricos, por ejemplo, chocan tan a menudo que los pasajeros se dan cuenta de ello al día siguiente, cuando lo leen en los diarios. Este género de muerte es tan común que no vale la pena mencionarlo. Lo único que llama un poco la atención son los percances del automóvil: la crónica policial está llena de ellos. ¡Salve máquina de progreso, que tanto proteges un rapto como favoreces un crímen! Mientras no lo sustituya el aeroplano en su belleza destructora, contentémonos con perecer dignamente bajo sus ruedas, al cruzar una esquina, al descender de un tranvía, al saludar a una dama cruzando de una acera a otra. A menos que se nos ofrezca la oportunidad de un baño supremo a lo "Titanic"; entonces lo mejor es eliminarse de etiqueta, oyendo la orquesta o sin moverse de la sala de juego: morir en fin como una persona decente...

Es lo único que no tiene a su favor el auto: la sorpresa. ¡Si señor! Porque no es muy grato para algunos seres que andan por ahí, el hecho de que los saquen hechos tortilla debajo de las ruedas del automóvil, precisamente el día en que pensaban renovar los agujereados calcetines o corregir los desperfectos de otras prendas íntimas. ¡Este pudor es capaz de resucitar a cualquiera! De cualquier manera hemos progresado lo suficiente para que tengamos derecho a enorgullecernos. Petronio, nos parece hoy ridículo abriéndose las venas en un baño perfumado, cuando un auto nos puede abrir el vientre y bañarnos para más señas en olorosa bencina. El chauffeur, con sus anteojos, su gorrita y su capote de pieles, es el verdadero héroe de nuestra época. No digamos que se parece a las ilustraciones que algunos dibujantes han hecho de lo que deben ser los habitantes de Marte. Dulce muerte ha de ser bajo las ruedas blandas. Sin embargo, como ninguno quiere morir, pues la vida es el prejuicio más viejo que se conoce, todos le disparan a esa elegante y rápida máquina, formidable colaboradora de la muerte. 

Tib-Bits.

De "La Semana", Montevideo.  Año IV, N° 145. 8 de junio de 1912.                            

martes, 18 de septiembre de 2018

Salón de disecciones (1912)

Una visita al salón de disección. Los estudiantes Julio Echeverry, Santina A. Duchini, 
Héctor Azarola Gil, Italo Mannise y Beningo Varela, "con las manos enla masa"

Al recorrer la Facultad de Medicina lo que mayormente llama la atención de los visitantes es la sala que contiene los tanque de formol para la conservación de cadáveres. Los cadáveres se usan para la enseñanza práctica de la anatomía, una de las partes más interesantes e importantes de la carrera de medicina, son de los que fallecen en el Hospital y que no son reclamados por nadie. 

Otra vista de la sala de disección.

Se tienen unos días en "remojo" en formol, considerado hoy en día lo mejor para la conservación, y después, se extienden sobre las mesas de la sala de disección ante los ojos curiosos y los brazos impacientes de los jóvenes estudiantes, a los cuales entusiasta el deseo de conocer músculo por músculo y nervio por nervio, esa admirable máquina humana, tan complicada, tan bella.

Tanques de formol, para la consevación de los cadáveres.

Debido a que hace poco fue concluído el edificio, faltan todavía algunas instalaciones importantes, como la sala frigorífica, última palabra de la ciencia, para la cual ya ha comenzado a trabajar y "La Morgue", lugar donde se depositan los cadáveres recogidos en las calles, accidentes, incendios, etc. a semejanza de las que poseen todas las grandes ciudades de Europa y América. 

De "La Semana", Montevideo. Año IV, N° 145, 8-jun-1912.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Necrológica: Leopoldo Destri Fernández


Acaba de fallecer el joven Leopoldo Destri Fernández, persona de excelentes condiciones de carácter y que era muy estimado en el seno de sus vastas relaciones.

Publicada en "La Semana", Montevideo, Año IV, N° 141 del 11 de mayo de 1912.

Inhumación de I. Reybaud

Sr. I. Reybaud

Motivo a una sentida demostración de aprecio dió lugar el acto del sepelio del señor Ignacio Reybaud, una de las infortunadas víctimas de la catástrofe del Colombia,* homenaje justiciero desde que en vida supo sembra simpatías doquier le tocó actuar. 

El Sr. A. Rodó pronunciando su oración fúnebre

Espíritu activo, tesonero y empeñoso, siempre logró hacer imponer su propósito, propósitos nobles, progresistas, a los que más de una asociación nuestra debe el floreciente estado actual. Como secretario del Club Nacional de Regatas, su actuación siempre será recordada, quedando como coronamiento de sus empeños y actividades el nuevo local social que honra al sport nacional.

Conducción del féretro

Y lo mismo puede afirmarse como afiliado a Parva Domus y al C. Argentino, donde también deja honda huella por sus iniciativas. En el momento de la inhumación, pronunció una sentida despedida el señor Alejandro Rodó en nombre de la Parva Domus Magna Quies. Colocamos una siempre viva en la tumba del infortunado joven. ¡Pax!

De "La Semana", Año I, N° 10, Montevideo, 11 de setiembre de 1909.

* NOTA: El vapor "Colombia" hacía la carrera entre Montevideo y Buenos Aires. El 24 de agosto de 1909, en medio de una espesa niebla, chocó con el carguero alemán "Schlesien" y se hundió rápidamete. El accidente ocurrió el día previo a los festejos por la renovación de los nuevos muelles e instalaciones del puerto de Montevideo. Estaba previsto que Colombia sería la estrella de la inauguración. El saldo fue de más de setenta personas fallecidas.

sábado, 25 de agosto de 2018

¡Enterrado vivo!


Ha sido descubierto un horrible crímen en el hueco que hay en la esquina de las calles Cerrito y Santa Fe, en Buenos Aires. Bajo un montón de tierra recién removida que llamó la atención de algunas personas se encontró un hombre que aun vivía con un balazo en la frente. El crímen se ha cometido indudablemente pocas horas antes del amanecer y los asesinos temiendo ser descubiertos enterraron la víctima. Hasta la hora que escribimos estas líneas se ignoran completamente los detalles del hecho, sin embargo que en la misma cuadra hace su paradero un sereno!

De "La Paz", diario de la tarde. Año I, N°06. Montevideo, 07 dic. 1869.

Un suicidio romántico...

Edouard Manet: "El suicida" 

La Capital del Rosario refiere el siguiente triste acontecimiento: Antes de ayer a las 12 de la noche, puso fin a su vida el individuo Máximo Iglesias, dependiente de la casa del Sr. Madrid. Este desgraciado joven, contaba apenas 19 años. Se dice que una pasión de esas que enloquecen las almas sensibles, debió trastornar su cerebro, y arrastrarlo a cometer el horrible crímen de suicidio. 

De "La Paz", diario de la tarde, Año I, N°03. Montevideo 03 dic. 1869.

martes, 21 de agosto de 2018

El Ángel del Sepulcro


Soy el Ángel callado del sepulcro:
Mi imperio está en las tumbas,
Donde el silencio eterno merodea
En honda paz augusta.

Aquí velo el reposo de los muertos 
Que en la soledad profunda 
Duermen tranquilos, olvidados, lejos
Da la profana turba.

iNo pertubeis su sueño, oh insensatos,
Los que en febril locura
Os agitáis, sedientos de placeres,
Y corréis en su busca!

No os acerquéis a esta mansión de llanto
Donde el alma se enluta
Porque este es el imperio de los muertos,
La región do las tumbas.

iVenid, vosotros que arrastráis el peso 
De amarga desventura,
¡Vosotros, cuyos ojos vierten lágrimas,
Cuya frente está mustia!

Huérfanos tristes, trémulos ancianos,
Desconsoladas viudas,
Venid... Yo daré calma a vuestro duelo,
Paz a vuestra amargura!

Aquí no llega el eco de la orgía,
El mundo siempre busca
Placeres que no guardan los sepulcros
Los sepulcros lo asustan!

¡Las copas del festín aquí se rompen;
Todo aquí es paz profunda:
¡Silencio! ¡No turbéis con vuestro ruido
El sueño de las tumbas!

(Transcripción)

sábado, 18 de agosto de 2018

Día de difuntos: la tumba del esposo


El titulo y una simple mirada al grabado, traducirán con fidelidad lo que está dicho de por sí, y esplicamos únicamente por conservar la tradición. Una mujer joven y hermosa ha perdido el ser a quien la uniera el destino, cuando recien empezaba a gozarlos encantos do la para ella nueva vida del matrimonio. Es el dia de los muertos, y viene a depositar una corona en la tumba del ser a quien tanto amó; a rendir el póstumo y piadoso tributo de las personas que saben sentir y querer y para las cuales el olvido no echa raíces en los corazones.

Del periódico semanal "El Indiscreto". Año I, N° 23. Montevideo, noviembre 2 de 1884.

En el cementerio


Aquí  los  hados  su  poder  declinan:
Los  quo  grandes  se  llaman  y  dejando 
Van  Irás  do  si  la  esencia  do  su  génio 
Convertida en  objetos  do  alta  gloria,
Y  bajo  aplauso  general  reciben
La  merecida  palma  ó  digno  lauro;
Los  que  de  la  opulencia  codiciada
 El  esplendor  difunden  por  doquiera,
Y  entregados  del  ocio  á  la  blandura 
Sienten ufanos  trascurrir  las  horas;
Los  que  acosados  por  fatal  destino,
Bajo  el  rigor  de  un  ímprobo  trabajo 
Pasan  el  día,  y  por  la  noche,  solo 
Cena  frugal  sobre  su  mesa ponen;— 
Todos,  en  fin,  los  que  cruzando  vamos 
Por  diferentes  rutas  este  vallo,
Es  forzoso  que  al  fin  de  la jornada 
Reposemos  aquí,  donde  el  ambiente 
Soporífero  és,  las  flores  mustias,
El  silencio profundo,  y  iay!  las  horas,
Nuncios  nomás  de  perdurable  noche.
Oh!  qué  de  séres  en  su  bruma  envuelve! 
¡Cuántos  que  fueron  de  la  pàtria  gloria
Y  del  hogar  amor  ¡ay!  hora  ocupan 
Este  agreste  recinto,  donde  de  ellos.
Ni  aún  seña  leve  dejarán  los  siglos!
Una  fuerza  secreta  los  redujo
A  condición  igual;  cayó  el  magnate 
Al  par  que  el  infeliz  menesteroso,
Y  en  el  cóncavo  estrecho  que  llenaron 
Lo que uno y otro  fué:  viles  reliquias! 
Hoy,  valiosas  ofrendas,  mármol,  bronce, 
Decoran  la  mansión  do  los  que  hubieron 
Fortuna  ó  fama;  naturales  flores
La  de  los  más,  y  de  vicioso  césped
 Cubierta  se  halla  la  mezquina  fosa 
Que  al  indigente  cupo;  mas  por  eso 
No  será  menos  grande  la  memoria 
Que  dejára  en  herencia á  su  progènie- 
Mármol,  bronce  y  ofrendas  de  valía!
¿La  duración  del  último  recuerdo 
En  vosotros  está  simbolizada? ...
¿Del  cariño  que  fué  sois  testimonios,
O  fórmulas  nomás  de  humana pompa? 
Ah!  los  que  unidos  por  estrecho  lazo
 A mi se hallaban; los que al mismo arrullo 
Mecidos  fueron  en  mi  honesta  cuna,
Allí  gozan  do  paz;  sus  restos  cubre 
Sencillo,  pobre  y  solitario  nicho;
Ni  una  ofrenda  valiosa  lo  decora
 Que  mi  recuerdo  ni  mi  amor  pregone,
 Mas  de  amor  y  recuerdo  alzado  tienen 
Un  preciado  y  perpètuo  monumento 
Donde  en  esencia  moran:  es  el  alma; 
Que  á  mármoles  y  bronces  sobrevive.

L. González

Junio 11 - 1884

miércoles, 18 de julio de 2018

El día de las ánimas


REMINISCENCIA CRIOLLA

Hace cerca de medio siglo, allá por el año 50, alcanzamos a ver en un pueblo de campaña, las ceremonias que entonces se celebraban en sufragio de las bendi­tas ánimas del purgatorio, y es curioso parangonarlas con las que ahora se usan en ese mismo dia, en conmemora­ción de los fieles difuntos. Por aquella época, en que todavía la higiene no se había inmiscuido en asun­tos de entierros, los cementerios eran parte integrante de las iglesias, y como éstas se ubicaban con frente á las plazas principales, es claro que los cadáveres se depositaban en el centro de las poblaciones, si bien á mayor profundidad, por­que los enterradores cumplían con más conciencia que ahora, la consigna de  los nueve palmos bajo tierra. Cuando los muertos o sus deudos eran personas pudientes, se colocaban sobre las losas  sencillos monumentos de la­drillo, algunos de ellos con verja, pero por lo común de un gusto arquitectónico detestable; y eso sucedía en el cementerio del cuento. 

La iglesia del pueblo era un rancho con paredes de material y un campana­rio formado por cuatro palos clavados en el suelo y unos atravesamos de que col­gaban las campanas, ocupaba, junto con el cementerio, una media manzana con frente a la plaza principal, y a la casa del cura, que era un excelente vasco es­pañol, llamado don Cosme, a quien ser­vía de sacristán un paisano suyo, don Pascual, muy amigo de los muchachos que ayudaban á misa, y muy enemigo de los perros que perseguía con un arreador cuando levantaban la pata para profanar el templo o la mansión de los muertos. Era, pues,como decíamos, el día de las ánimas y próximamente las diez de la mañana. Las campanas de la iglesia tocaban a muerto y la gente de los alrededores y campaña iba cayendo al cementerio en pelotones, con cargueros de aves y cereales, de quesos y manteca, de corderos, lechones y cabritos.

A manera que llegaban, maneaban sus caballos y transportaban la carga a los sepulcros o al pie de las cruces de made­ra que señalaban los lugares donde ya­cían sus deudos, dejando a poco andar convertido en feria dominguera aquel lugar del silencio. De cuando en cuando Don Pascual, que vestía ese día su chaqueta y pantalón de parada, recorría el cementerio saludando con aire protector a los  que con sus dá­divas y las velas de sebo que encendían al pie de las sepulturas, buscaban el alivio de  las ánimas del purgatorio. Los cabritos y los corderos maniatados entonaban sobre las tumbas un coro de balidos, como el canto de las víctimas destinadas al sacrificio; y las aves, como presintiendo también un fin idéntico, de­positaban sobre las lápidas mortuorias, entre aleteos y graznidos, algo que no exhalaba olor a flores. De repente las campanas doblaron con insistencia; se oyeron murmullos de rezos a la puerta del templo y apareció nuestro cura don Cosme, escoltado por el sacristán y dos ó tres monacillos. 

Los responsos comenzaron a menudearse que era un gusto, prolongándose más o menos en cada sepultura, según la importancia de las dádivas en ella co­locadas, y los monacillos, a manera que se iban terminando, recogían a una seña de don Pascual las ofrendas de los devo­tos, que transportaban enseguida a la casa del cura, para volver por las otras. Aquello era sencillamente monstruoso, bajo el punto de vista de la civilización, por más que demostrara la sencillez y buena fe de los pobres paisanos a  quienes im­presionaba de una  manera increíble las pinturas de aquellos cuadros de ánimas que por entonces se exhibían en los tem­plos, representando mujeres y hombres desnudos sumergidos entre mares de lla­mas. Poco a  poco la antorcha  del  progreso ha ido borrando con su luz las sombras del pasado y hoy se celebra de una ma­nera bien distinta la conmemoración de los difuntos.

Verdad que siempre hay personas (que no criticamos ni aplaudimos porque es cuestión de creencias y nosotros pen­samos que cada cual puede tenerlas como mejor le  parezca) pero ya no hay cuadrúpedos que balen sobre las tumbas, ni aves que las ensucien. Ahora en vez de todo eso, que llevaba el paisano, con la conciencia de aliviar á sus deudos los tormentos del purgatorio, hay profusión de cruces y coronas de flores, más o menos lujosas, que la vanidad, incitada por el comercio, arroja sobre las tumbas, con mucho menos fer­vor que aquellos gauchos de antaño depositaban  sus quesos y sus aves. Si las sensaciones de la vida se sintieran a través del sepulcro, y yo estuviera durmiendo  el sueño eterno, preferiría el sentimiento de piedad de los primeros a la pompa mundana de los últimos. En el fondo, aquello era pura ignorancia, perfumada con las aromas del amor y el recuerdo. Lo de ahora es vanidad sin perfume. La reforma es evidentemente meritoria pero desacertada la elección de los  me­dios.

Si las preces del hombre pueden llegar al eterno en favor de los muertos, deben volar hasta él como nubes de aroma des­prendidas del incensario del alma, y no como ecos perdidos de instrumentos metálicos que suenan en los altares de los cultos externos. El paisano de hace medio siglo profa­naba las tumbas sin saberlo, inducido por el engaño de los que debían ense­ñarlo. Y lo respecto a otras cuestiones sociales, porque la luz  de  la civilización  alumbra  pocas  veces los  fo­gones de los  párias de  nuestra campaña.La  masa del  paisano  se  amolda  fácil­mente á  las  costumbres  que  tienen  por base la moral y el cariño; lo que falta son obreros espertes y concienzudos que pre­paren los moldes. Cuando  eso  suceda,  ya  no  habrá  cementerios al aire libre guarnecidos por co­rrales de piedra en las cumbres de  nues­tros  campos,  ni  cruces diseminadas  que señalen  las tumbas de las víctimas  de  la guerra  civil ó las venganzas.

El Viejo Calisto

Del semanario criollo "El Fogón", N° 9. Montevideo. Año I, 3 de noviembre de1895.

NOTA: El "Viejo Calisto" es el seudónimo que utilizaba el escritor y poeta gauchesco uruguayo Alcides de María (1839-1908), redactor responsable del semanario El Fogón, publicado en Montevideo entre 1895 y 1913.                                       

miércoles, 11 de julio de 2018

La tragedia de Cabeza de Tigre: el fusilamiento de Liniers


En 1810, la Revolución de Mayo había abatido al último virrey del Río de la Plata. En su lugar, la Primera Junta, presidida por Cornelio Saavedra, discurría los medios para lograr la independencia y establecere un régimen político basado en la soberanía popular. Expediciones salían de prisa, hacia las provincias interiores, para afianzar los principios de la revolución y desbaratar los planes contrarrevolucionarios de los realistas. En Córdoba, en secretos conciliábulos, el gobernador Gutiérrez de la Concha y otros personajes fraguaban un plan de resistencia para desbaratar la revolución. Estaba con ellos el ex virrey Santiago de Liniers, que tendría a su cargo las operaciones.

Conociendo estas maquinaciones, la Primera Junta apresuró la partida de un contingente expedicionario al mando del coronel Francisco Ortíz del Campo, con esta terrible orden: que los cabecillas de la confabulación de Córdoba fueran fusilados "en el momento en que todos o cada uno de ellos fueran pillados, sean cuales fueren las circunstancias, sin dar lugar a minutos que proporcionasen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden...". Los jefes realistas fueron, en efecto, capturados; pero en vez de fusilarlos se los remitió a Buenos Aires, para posibilitar una conmutación de la pena, cediendo a las súplicas de Córdoba.

Se cuenta que, al saberlo, el doctor Mariano Moreno -inspirador de aquella extrema medida- envió al doctor Castelli con orden de fusilar a los prisioneros donde los encontrase. "Espero que no incurrirá en la misma debilidad de nuestro general -le dijo-; pero si aún así la determinación tomada no se cumple, irá el vocal Larrea; y por último iré yo mismo si fuere necesario". La severa medida se cumplió el 26 de agosto de 1810 entre las postas de Lobatón y Cabeza de Tigre, a cuyo efecto los prisioneros fueron internados en el bosquecillo de los Papagayos. Antes de la descarga, Liniers se quitó la venda de los ojos y se arrodilló. Después de la ejecución, los cuerpos fueron llevados al pueblo de Cruz Alta.

Liniers había cometido la imprudencia de querer retener el torrente de la revolución, y éste lo arrastró. Su sacrificio puso en evidencia su lealtad a España; esa lealtad de la que tanto había dudado. Sus despojos fueron exhumados en 1861 con el objeto de llevarlos a la capital, donde se erigiría un monumento alusivo. Pero fueron cedidos a España, a pedido de la reina Isabel; y desde entonces descansan en el panteón de los marinos ilustres, cerca de Cádiz.

De la "Enciclopedia Estudiantil" N° 163, Editorial Codex, Buenos Aires, 8 de agosto de 1963.

sábado, 16 de junio de 2018

La mortalidad y sus causas


Nos cabe hoy el deber de llenar una triste misión: la de descubrir las llagas que sufre nuestro cuerpo. Esas llagas nos desacreditan y nos deshonran; pero si no se descubren nos matarán. Descubrámolas pues á los ojos de todos, porque el horror y la vergüenza del espectáculo hagan comprender la  necesidad y urgencia  del remedio. Ha llegado un momento en que no puede  haber otra cuestión del día que la salubridad de Buenos Aires. El mejor gobierno, las mejores cámaras,  los mejores partidos serán los que los realicen. Los gobernantes, las asambleas, los políticos que nos  hablen de ferrocarriles, de  exposiciones, de educación no sirven para nada, si no son capaces de curar el cáncer que nos devora. La salubrificacion de Buenos Aires debe ser el pensamiento de sus mandatarios, el programa de sus partidos, el tema de los proyectos de sus cámaras, la condición impuesta a los electos, la labor constante de las municipalidades y la preocupación primera de  todos y cada uno de sus habitantes. Estamos rodeados por una  conspiración invisible, que estrecha  su sitio todos los días  y que combatiendo los elementos de salud y de vida que prevalecían en estas regiones, amenazan  extinguirlos y fundar  en ellas un vade  envenenado  de  Java  habitado por la muerte y donde la presa que huye y el tigre que se arroja sobre ella sucumben al mismo tiempo tocados por el aliento de la tierra. Démonos cuenta ahora de nuestra situación. 

En Francia muere un habitante al año sobre 45. En Inglaterra uno sobre. 46. En Prusia uno sobre 38. En Austria, considerado el país mas insalubre de Europa, mueren como en Roma y Constantinopla uno sobre 33. Entendemos que la mortalidad de Prusia y Austria, es hoy menor que la designada. Y nótese que estos cálculos comprenden las muertes causadas por las epidemias. ¿Cuáles entretanto el  término medio de mortalidad entre nosotros? No nos atrevemos a revelar la cifra espantosa que  resultarla si, sumando todas las defunciones de los últimos cuatro años, comprendidas las epidemias, buscásemos un término medio de mortalidad. Debemos pues, reducirnos a calcular como si  tales epidemias no hubieran ocurrido y entonces, siendo la  mortalidad de los tiempos normales de 19 a 26 tomando el término medio de 22, resultan 8.030 defunciones en el año. La relación de esta suma con el número de  doscientos  mil habitantes, da una proporción de uno a 24. Quiere decir que en Buenos Aires, muere un habitante por cada 24, o sea así una mitad mas que en Constantinopla y en Roma y el doble que en Francia y en Inglaterra. 

Excusamos hacer comentarios sobre este resultado terrible de las cifras que tan fúnebre desmentido dan al  nombre, en otro tiempo cierto, de nuestra ciudad. Comparemos lo que hoy sucede con lo que  tenia lugar algún tiempo atrás. Hace como once o doce años que la prensa de Buenos Aires estableció constancia de un hecho que nadie pudo mirar con indiferencia. Los encargados de las secciones noticiosas habían ido a los cementerios en busca de las defunciones del día. No pudieron obtener esos datos, porque no existían  ¡Aquel día no había muerto  nadie en la populosa  ciudad de Buenos Aires! El término medio de la mortalidad sería entonces de seis a ocho defunciones diarias. Cinco o seis años mas tarde,  recordamos que fue el señor Cantifo quien  hizo notar en El Siglo un día en que solo tuvieron lugar dos o tres defunciones en Buenos Aires. Durante el tiempo que precedió y el siguiente, las defunciones eran de ocho o diez. Desearíamos que se nos rectificase si es equivocado nuestro  recuerdo.

¿Qué es entonces lo que hoy está matando un hombre sobre 24, sin tomar en cuenta los  que mueren  de epidemia y limitándonos a la cifra de la mortalidad ordinaria? No hay que vacilar en decirlo: lo que nos mata es la inmundicia, es el desaseo. La violación de las leyes del aseo tiene pena de muerte en el código de la higiene pública. Estamos pagando la pena de esa violación. Y es singular el contraste original y doloroso que tiene lugar en Buenos Aires. Donde está la acción individual está el aseo en todo su escrupuloso esmero; mientras que, donde está la acción pública ó del Estado, está  la mas repugnante manifestación de la  barbarie. No se crea que queremos culpar a nadie con estas palabras ni menos a las autoridades actuales que han manifestado un verdadero interés  en la  cuestión  que nos ocupa. Es que una necesidad fatal lo ha querido así. Nuestros gobiernos bárbaros  no han hecho sino  robar y matar. Nuestros gobiernos liberales apenas han  tenido tiempo de llevar a cabo la  regeneración política argentina. Las guerras continuas han hecho  que solo  conozcamos  al  Gobierno bajo su faz militar y política. Su faz municipal no ha sido propiamente conocida. 

Llévese a un extranjero con los ojos vendados, no digamos a los lujosos salones de nuestro mundo elegante pero aun a la ignorada de una familia modesta. Todo lo encontrará allí  brillante de aseo y  de buen gusto. Los muebles, como las personas, las ropas como los adornos, los patios, como los jardines, lodo mostrará el orden, el cuidado, la limpieza y la salud. Desde el brillante  llamador de  bronce hasta la flor que la belleza juvenil cultiva con sus propias manos, todo podrá mirarse y escudriñarse sin rubor del dueño. Pero salgamos a la calle, en donde empieza la acción de la autoridad. Si llueve las calles están llenas de fango para tres o cuatro días. Si sale el sol, la evaporación de aquella humedad nauseabunda se aspira con temor y repugnancia. Al lado de los pisos de mármol, cerca de las ventanas por donde se escapan las armonías del piano, hay una cosa asquerosa, que o se sabe lo que es, pero que fermenta con el calor y vuelve pestilente la atmósfera. Son los cajones de la basura, que forman en primera línea delante de las puertas de la calle, con asombro y asco de propios y extraños.

La autoridad no ha hecho ni siquiera un grande albañal para que salgan esas basuras y ellas están  esperando que vengan a buscarlas entre 10 de la mañana y dos de la tarde los basureros que las pasean por toda la ciudad. Teníamos un río interior, con buena agua, que podía ser un  gran puerto de cabotaje. Pero los saladeristas lo necesitaban. También una vez por haber saladeros afuera se robaron muchos cueros,  en tiempo del sitio. Así, el Riachuelo se regaló a los saladeristas para que lo  envenenasen. Envenenado el Riachuelo, sus aguas se ensayan en matar  los pescados del Rio de la Plata mientras sus miasmas, incorporados a la atmósfera propagan la fiebre amarilla. Teníamos una corriente subterránea que daba muy regular agua. También la hemos envenenado. La elaboración de lo inmundo, durante siglos, ha sido arrojado dentro de la tierra, justamente á la  profundidad  del agua. Durante siglos se han abierto y llenado así las letrinas y resumideros. 

Cuando unos se obstruían, se cavan otros  ya para servirse de ellos directamente, ya para que fuesen  el receptáculo de lo que sobraba a los demás. Teníamos un río magnífico, verdadera bendición de Dios, con aguas de virtudes medicinales, y lo hemos contaminado frente a la ciudad con ]a corriente envenenada del Riachuelo que la derrama en él precisamente en el sentido que más le daña. Si una mano poderosa levantase el piso de nuestras casas, sus habitantes caerían muertos como por el rayo. La corriente subterránea está envenenada también, porque ha absorbido la infiltración de las letrinas y resumideros. El aljibe es él único depósito que se defiende por el estuco que lo cubre y sobre todo, por su  poca profundidad. Antiguamente, el cavar pozos era una industria sin peligro. Hoy el pocero va a su trabajo  como pudiera ir al campo de batalla. Va a desafiar a la muerte, que más de una vez le ha sorprendido en su tarea. Otra ciudad subterránea y asquerosa vive y muere a nuestros  pies. Minada de enormes ratones, que cruzan la ciudad en todos sentidos, entran y salen por los albañales, reducidos a una casi domesticidad. Su número ha acobardado a los perezosos gatos,  que ya no los ofenden, y así crecen, se multiplican con  profusión  horrible y  mueren  aumentando con sus restos infectos el capital de lo inmundo. Nuestras calles eran antes pantanos. ¿Con que ha sido levantado su nivel? ¡Con basuras!

Con basuras se han rellenado las barrancas del paseo de Julio, con basuras se han rellenado todos los puntos bajos del oeste y del sud, basuras hay hasta debajo del adoquinado de la calle de Rivadavia. Nuestros empedrados son la losa de un sepulcro. Debajo de ella está la corrupción, y la muerte se escapa de sus grietas, para visitar la ciudad con su aliento letal, cada vez que la humedad afloja la tierra y cada vez que entreabren su seno los ardores del sol. Nuestras infiltraciones de agua están envenenadas; nuestro bajo suelo son las basuras y las letrinas, nuestra atmósfera es una infiltración invisible de todas esas corrupciones. Nuestros cementerios están de a pares, en los  barrios poblados. El cementerio del Norte es el paso preciso de los que salen a pasear fuera de la ciudad y está entre las casas y quintas de su costado derecho. Los vivos y los muertos cohabitan allí en una promiscuidad aterrante y tomando filosóficamente el hecho, han hecho del cementerio un paseo puesto que enfrente se había colocado la estación de un tramways!

Y como si este no bastara, el cementerio tiene sus prácticas especiales. Los cadáveres, puestos dentro de un cajón de plomo y otro de madera, se colocan generalmente en nichos practicados al aire, en el interior del mausoleo, que solo está cerrado por una reja de fierro. Cuando viene la fermentación pútrida, los gases que despide al cadáver, no encontrando salida, suelen hacer explosión, abriendo las junturas del plomo. Entonces quedan en libre comunicación con el aire. Al  lado de la iglesia del Socorro, hay otro cementerio. Es preciso poner el  fuego en todas partes!Como si los  cadáveres  humanos no  bastasen,  tenemos encima los restos de los primales  que  se matan  para el consumo. La sangre y las entrañas de todo lo que se come en  Buenos Aires, se pudre sobre la tierra. Si los muertos no nos inspiran horror y los tenemos tan cerca, menos zozobra deben  causarnos los enfermos. El hospital de hombres está en el centro de la parroquia de San Telmo,  agregándose este combustible  mas en un punto siempre perseguido por los flagelos. El hospital  de mujeres todos saben que está en el corazón de la ciudad, en la  calle de la Esmeralda, entre Piedad y Cangallo.

A esta multitud de focos miasmáticos se une hoy por desgracia la aglomeración en locales estrechos de centenares de personas, principalmente inmigrantes, que viven en el mas repugnaste desaseo. Un solo hecho vamos a citar para que se toque la influencia de la inmundicia sobre el desarrollo  de las pestes. Es sabido que la fiebre amarilla, estableciendo su cuartel general en la parroquia de San Telmo, ha dado verdadero asalto a otros puntos de la ciudad. Todos ellos han tenido lugar uniformemente. La fiebre ha buscado el punto  de la mayor aglomeración y desaseo y lo ha atacado sin piedad. Inmediatamente que se han  hecho cesar las causas de la propagación, la peste ha  desaparecido encerrándose  de nuevo en su guardia primera. Sabido es que un nuevo foco de peste se había  anunciado en la calle de Paraguay, entre Artes y Cerrito. Averiguando el hecho, resultó que el local atacado, teniendo apenas capacidad para cincuenta personas, alojaba trescientos veinte. Pero había algo peor, si es que algo peor puede darse. Con un objeto ¡que no es fácil adivinar, el locador  o dueño  de  una no consentía en que se sacasen las basuras  que se, hacían  diariamente en ella, que no  serian pocas ni de buena  calidad. Íbalas amontonando en el fondo de la casa donde hacia diez meses, se estacionaban, por manera que, cuando se sacaron, fue necesario ocupar diez grandes carros de los que hacen el servicio municipal.

Allí dio su asalto la fiebre amarilla, atraída sin duda por los inmundos efluvios de aquella atmósfera,  y la primera víctima que hizo fue el mismo dueño o arrendatario de la casa. En seguida fue atacada su mujer y murió. Casi simultáneamente se contagiaron los hijos y también  murieron. Entonces fue que acudió la autoridad. Los habitantes de la casa, aterrados, la desampararon, una parte espontáneamente, otra parte inducidos a ello. Limpia y despejada la casa, desapareció la fiebre  amarilla  de aquel barrio, sin que haya noticia de que volviese a aparecer por ninguna casa de las inmediaciones. Tales son las deplorables condiciones higiénicas en  que nos encontramos, tal es el desaseo, la falta de policía y  los  focos  de  corrupción que nos envuelven y que causan el alarmante incremento de mortalidad que hemos notado y que nos coloca hoy entre las ciudades mas  insalu­bres dei mundo,  habiendo sido la mas sana. Demasiado buenos son nuestros aires cuando no  tenemos la  epidemia permanente.

Sin nuestra rica vegetación, sin nuestra pampa abierta, sin los vientos que purifican la atmósfera, no sería posible vivir, como nosotros entre el Riachuelo, las corrientes subterráneas envenenadas; el  aire  corrompido, los cementerios, hospitales, los mataderos, el fango, las basuras abajo y arriba de la tierra y las acumulaciones humanas en que viven trescientos hombres en el espacio insuficiente  para diez y cuando las emanaciones de cada uno de esos cuerpos era bastante para infestar una casa entera. El Riachuelo no es pues sino una llaga que se descubre en un enfermo cuyo cuerpo está cubierto  de podredumbre interna. Si las fuerzas morales y materiales de la sociedad,  si la  opinión con su  exigencia y la autoridad con sus recursos, no concurren a  salvarlos, estamos perdidos. Por el  contrarío, si nos ponemos á la obra con energía, con perseverancia, con pasión absorbente y exclusiva,  no levantando la frente hasta terminarla, habremos salvado la crisis en uno ó dos años,  y Buenos Aires, digno de su nombre antiguo, salvando el bienestar y la vida de sus ciudadanos, podrá ser como antes, para sus  huéspedes,  el suelo de la libertad, de la salud y de la fortuna. Hoy hasta los huéspedes que venian á  buscar un  hogar en  nuestro clima salubre y hospitalario, nos vuelven la espalda:— «El ltalo Platense» ha llevado mas de 400 inmigrantes de regreso, que huyen de estas  playas habitadas por la muerte. El  mejor Ministro de Hacienda, ha dicho un economista, es el que pueda presentar una cifra mayor de inmigración. El mejor gobernante, diremos ahora, será el que  cortando la corriente de la inmigración que no vuelve, haga bajar las tablas de la mortalidad  de Buenos Aires, atacando vigorosamente las causas manifestadas que la producción. 

De "La Bandera Radical", revista semanal de intereses generales. N° 7, Montevideo, 12 de marzo de 1871.

miércoles, 13 de junio de 2018

Gómez Carrillo: su muerte en París


En París, la ciudad de las quimeras y de las miserias, la ciudad que la fantasía orla y agiganta porqué es tierra espiritual y frívola donde florecen y se agotan esperanzas, se abrió una tumba más donde fue depositado el cuerpo de Gómez Carrillo vencido por la ley inmutable que pesa sobre la existencia. "El incomparabla croniqueur de amena prosa, de sutil observador, que entre burbujas de champán" nos brindaba su lirismo y la inquietud de su alma sedienta que buscaba continuamente nuevos paisajes para embriagarse de vida, nos lega su labor, casi toda ella en interminables crónicas, que perdurarán por mucho tiempo, pues Gómez Carrillo derrochaba en sus escritos la perenne juventud de su corazón bohemio. Con Gómez Carrillo ha desaparecido una figura simpática y representativa del intelectualismo errabundo y lírico que fue toda su vida.

De: TABARÉ Magazine uruguayo Nº 2. Montevideo, noviembre de 1927.

NOTA: Enrique Gómez Carrillo (1875-1927) fue un crítico, comentarista y novelista guatemalteco vinculado al movimiento modernista. De la experiencia de sus viajes dejó crónicas impresionistas entre las que figuran: "La Rusia actual", "El Japón heroico y galante", "La sonrisa de la esfinge", "La Grecia eterna". Su novela "El evangelio del amor" se desarrolla en Bizancio, durante el siglo XIII.                                             

miércoles, 30 de mayo de 2018

Muerte y religiosidad en el Montevideo colonial


En el libro Muerte y religiosidad en el Montevideo Colonial. Una historia de temores y esperanzas, el equipo de investigación formado por Andrea Bentancor, Arturo Bentancur y Wilson González ha realizado un profundo trabajo investigativo que indaga las costumbres, las creencias y los temores más arraigados con respecto al tema de la muerte en los montevideanos durante el último cuarto de siglo de la dominación hispánica en el Río de la Plata. Se trata de un período de tiempo acotado que va de 1790 a 1814 elegido ex profeso para poder enmarcar el trabajo en un determinado período con características propias, bien definidas y singulares que serían mucho más amplias y difusas si se hubiesen elegido períodos  de tiempo más largos. De hecho, el proyecto original abarcaba el período que va de 1790 a 1860 pero debió acotarse debido a lo dicho y a las limitaciones materiales, económicas y de tiempo para realizar una investigación tan exhautiva. El trabajo fue publicado en 2008 y forma parte de de un proyecto institucional llevado adelante por el Departamento de Historia Americana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. 

Para su realización, los autores han realizado una extensa y compleja revisión de fuentes documentales primarias consultando miles de archivos notariales y eclesiásticos. Entre los primeros se destaca un relevamiento en profundidad de 1.017 testamentos registrados en la Escribanía Pública de Montevideo durante el período que va de 1790 a 1814. En cuanto a los eclesiásticos, se ha indagado en 3.221 actas de defunción existentes en los archivos de la Iglesia Matriz. La información allí recabada tras largas jornadas es valiosísima para conocer la edad, las causas de fallecimiento, la situación socioeconómica, derechos pagados a la Curia por los difuntos y para conocer aspectos de la mentalidad de la época. También se han investigado archivos de la Capilla Maciel y del Regimiento de Infantería de Buenos Aires destacado brevemente en Montevideo y se han revisado otras fuentes documentales entre las que destaca el Archivo del Hospital de Caridad así como registros de defunciones en poder de la Dirección de Necrópolis de la Intendencia Municipal de Montevideo. También han sido consultadas obras éditas de autores eclesiásticos, cronistas, juristas y autoridades de la época que contribuyen a enriquecer el trabajo.

La obra está estructurada en dos partes: la primera está dedicada al cuerpo y la segunda al alma. A su vez, cada parte está dividida en dos capítulos. En la primera parte del libro se aborda al individuo vivo, en  pleno uso de sus facultades y luego in articulo mortis, ya en proceso de agonía. El primero de los capítulos se titula "Las formas de morir" y analiza la muerte como hecho social en sus dimensiones individual y colectiva en una sociedad habituada a convivir cotidianamente con la muerte violenta que acechaba constantemente en forma de guerras, epidemias, mortandad infantil, maternal... En esa sociedad, las personas vivían constantemente angustiadas, quizás no tanto por temor a la muerte en sí, sino más bien por el terror que causaba la eventualidad de una "mala muerte", es decir la muerte repentina, inesperada, sin preparación ni testamento, sin expiación de los pecados mortales y sin recibir los santos sacramentos previstos por la Iglesia, con el consiguiente peligro de condenación eterna del alma. 

Los primeros signos de una enfermedad incipiente, o incluso de la senectud, ya eran motivo suficiente para iniciar los preparativos para la deseada "buena muerte", preparada, con una larga agonía acompañada de parientes y amigos y asistida por un sacerdote que recibía la última confesión y administraba el Santo Viático, o sea el pasaporte hacia la salvación del alma.  Como dato anecdótico impresionante se citan casos de personas que aun en vida ya vestían su mortaja y eran tenidas como ejemplo supremo de cristianos que luchaban por ingresar puros a la eternidad. Pero también era necesario dejar arreglados los asuntos de este mundo terrenal y en consecuencia, otro aspecto de una "buena muerte" era dejar solucionada de manera solemne la cuestión de la sucesión. Por lo tanto, además del sacerdote, era necesaria la presencia del escribano público y testigos que dejaran registrada legalmente la última voluntad del agonizante. Es decir que la "buena muerte" debía ser exhibida y legitimada públicamente como testimonio de haber sido un buen cristiano y como un elemento más en el camino de la salvación.

En el segundo capítulo de la primera parte se trata la cuestión del tránsito del cadáver desde el lecho de muerte hasta su destino final en la tumba lo que también formaba parte de la buena muerte e implicaba una serie de rituales que eran similares en todo el mundo hispanoamericano y debían observarse estrictamente como símbolo de respeto y luto por parte de los familiares y amigos del difunto. El "antes" y el "después" del enterramiento eran tan importantes como este último. Ningún detalle era descuidado, nada se dejaba al azar, desde las mortajas de diferente calidad y precio hasta distintas versiones de funeral, pendones, cirios, carruajes y ataúdes acordes con las posibilidades económicas del fallecido. 

Todos estos detalles estaban previstos en el testamento ológrafo sin olvidar las debidas donaciones a órdenes religiosas, al Hospital de Caridad y a los pobres y sin descuidar dejar pagas misas para rogar por alma del difunto y por las ánimas del Purgatorio, necesitas de los auxilios de los vivos para entrar en la gloria eterna. Tampoco eran raras, entre quienes pudieran costearlas, las misas "de cuerpo presente", comunes en una época en que aun era desconocida la asepsia. Dichas misas fueron prohibidas más adelante por las autoridades cuando se tuvo conciencia del riesgo que representaban para la salud pública.  

Un apartado especial reciben los funerales de "angelitos", es decir de los niños pequeños que morían libres de pecado y a quienes se les vestía como tales, de blanco, con apliques de alas y adornos alusivos, dado que debido a su inocencia se creía que ingresaban directamente en el Paraíso, sin pasar por el Purgatorio. Era una ocasión de celebración de la que participaba todo el vecindario y el cadáver del niño pernoctaba de casa en casa, durante días, dado que se le consideraba bendito, como un "mediador" que rogaba por las almas de los pecadores en el más allá. Se trata de una antigua costumbre muy arraigada que ha perdurado varios países hispanoamericanos hasta principios del siglo XX. 

También son abordadas las ceremonias especiales para lo entierros entre los afrodescendientes en el contexto de esa sociedad esclavista. Al parecer, tales ceremonias, de la que apenas subsisten escasos testimonios documentales escritos, se caracterizaban por el sincretismo entre el culto cristiano católico y los antiguos rituales paganos africanos, lo que ocurría no sin preocupación por parte del Clero. Dado que el Derecho Canónico prohibía expresamente los enterramientos en tierra sagrada, es decir en los camposantos a cargo de la Iglesia, a personas sin bautizar se hicieron bautismos masivos a los esclavos recién llegados a Montevideo en el lugar conocido como "Caserío de Negros", localizado a orillas de la desembocadura del arroyo Miguelete, que era el lugar donde eran alojados temporalmente en cuarentena.

En cuanto a la segunda parte de la obra, dedicada al alma, los autores exploran el tránsito hacia el más allá, la angustia por el destino final y la "batalla" por la salvación. En el Capítulo III, titulado "Muerte, religiosidad y actos piadosos" los abordan el dilema entre la "religiosidad vivida" y la "religiosidad canónica". Se plantea  la cuestión de la fe a nivel popular, propia de los sectores subalternos de la sociedad con rituales que le son propios y por otro lado la fe institucionalizada, de acuerdo con los preceptos de la Iglesia Católica que imponía toda una serie de rituales rigurosamente establecidos por el Derecho Canónico y no siempre en plena sintonía con las manifestaciones arraigadas en los sectores populares. 

El último capítulo está dedicado a la lucha por la redención a nivel de las elites lo que no pocas veces se traducía en una verdadera "compra" de indulgencias en forma de donaciones a órdenes religiosas, a asociaciones de beneficiencia y a obras piadosas tales como misas en sufragio de las ánimas del Purgatorio que eran un verdadero pasaporte para la salvación del alma del oferente. Lo cierto es que la Iglesia se veía muy beneficiada económicamente por estas donaciones. El capítulo finaliza con un apéndice que incluye un esquema general con un relevamiento de 42 fundaciones piadosas existentes en Montevideo en el período de 1790 a 1814 que incluye el año, el tipo de fundación, sus fundadores, su capital inicial, las obligaciones que generaba a sus miembros, el santo patrono designado y los eventuales beneficiarios nombrados. Toda esta información tiene por fin servir de apoyo y complemento a futuras investigaciones.

A nuestro entender el gran mérito de la obra radica en que aborda en profundidad de un tema hasta el momento inexplorado de nuestra historia como lo es la muerte como hecho social en un determinado contexto histórico. Cabe destacar su carácter no solamente historiográfico, sino también antropológico y psicológico, en el marco de la historia de las mentalidades. Se ha realizado una labor formidable de relevamiento de miles de documentos existentes en los archivos notariales y eclesiásticos así como en la profusión de fuentes éditas que contribuyen a arrojar luz sobre asuntos hasta el momento invisibles. No obstante, los autores nos advierten del carácter sesgado yelitista de esa vasta documentación que virtualmente deja de lado todo lo vinculado a los sectores subalternos. Avanzar en este último sentido será la tarea de nuevas investigaciones.

Es necesario señalar que la extensa bibliografía consultada contribuye al marco teórico y abarca desde cronistas y memorialistas del medio local como Isidoro de María hasta historiadores de la "sensibilidad" como José Pedro Barrán, verdadero pionero en nuestro medio en el campo de la historia de las mentalidades. También son citados filósofos y representantes de la "nueva historia" como Pierre Chaunu, Norbert Elias, Philippe Ariès y Michel Foucault, junto a otros  historiadores de las ideas que han continuado con el legado de la Escuela de los Annales, iniciadora en el siglo XX de una corriente fecunda de investigación de temas que la historiografía tradicional no consideraba, como lo son las "pequeñas historias" de la vida cotidiana, la alimentación, la familia, la locura y, por supuesto, la muerte...

En cuanto a la redacción, hay que señalar que es muy amena, sobre todo para el lector no familiarizado con el lenguaje académico y lo mismo cabe decir de la manera como está estructurada la obra que la hace fácilmente comprensible a todo tipo de lectores. Lo cierto es que se trata de un trabajo fundancional en muchos sentidos en nuestro medio y que deja abierto el camino a futuros investigadores sobre este campo tan fascinante de nuestra historia que recién comienza a rescatarse del olvido gracias al esfuerzo emprendedor del equipo formado por Andrea Bentancor, Arturo Bentancur y Wilson González. 

Datos bibliográficos: BENTANCOR, Andrea y BENTANCUR, Arturo, GONZÁLEZ, Wilson: Muerte y religiosidad en el Montevideo Colonial. Una historia de temores y esperanzas. Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo, 2008. 332 págs.

martes, 29 de mayo de 2018

El misterioso origen del paraje de las Brujas



El Arroyo de las Brujas, en el departamento de Canelones: Afluye al río Santa Lucía, curso inferior, margen izquierda, teniendo a su vez por tributario el Brujas Chico, o simplemente Brujas, sobre cuyo arroyo existe un buen puente de material que facilita el tránsito del camino del paso de Balastiquí a Montevideo, pasando por el puente de Brujas Grande y el del arroyo Colorado, todos muy importantes y muy bien construídos, particularmente el del Colorado. Nace en la cuchilla que divide las aguas que van al Santa Lucía. Según el viejo cronista uruguayo señor De María, "en el siglo pasado vivían unas chinas viejas en un ranchito sobre la costa del arroyo que se conoce con este nombre, de quienes decía la gente del lugar, que tenían parte con el diablo y que hacían brujerías, por cuyo motivo se las miraba con recelo, y no se las conocía sino por las Brujas, quedándole ese nombre al arroyo en la vulgaridad y, por consecuencia, al paraje". El arroyo daba nombre al pago de las Brujas, el cual en el año 1778 recibía ya tal denominación y contaba con 635 habitantes y unas 160 casas o ranchos.

Del "Diccionario Geográfico del Uruguay" por Orestes Araújo. Tipo-Litografía Moderna. Montevideo, 1912.

domingo, 25 de marzo de 2018

Entre la vida y la muerte...


El profesor José de Compte en su Correlato de la fuerza vital con las fuerzas físicas y químicas, se pregunta cuál será la nota diferencial entre el organismo vivo y el muerto, , constándose: "¡Ninguna! Todas las fuerzas químicas y físicas, sacadas del depósito común de la Naturaleza y encerradas en el organismo viviente, parecen existir todavía en el muerto, aunque ellas van desapareciendo a medida que avanza la descomposición. Y, sin embargo, ¿cuál será la índole de esta diferencia, expresada en fórmulas de la ciencia positiva? ¿Qué es aquello que se ha ido y dónde es dónde se ha ido ello? Hay algo aquí, en efecto, que la ciencia no ha podido todavía comprender, y la pérdida de este algo es precisamente lo que acaece en el momento de la muerte y lo que constituye en su más elevado sentido la fuerza vital."

De "Narraciones ocultistas y cuentos macabros" por Madame H. P. Blavatsky. Macagno y Landa editores, Buenos Aires, 1956.

martes, 30 de enero de 2018

Ritos funerarios de los charrúas


Los charrúas constituyeron el grupo indígena predominante en la Banda Oriental. No pudieron ser sometidos por los conquistadores, a pesar de que asimilaron algunas de sus costumbres. Después de la penetración española se hicieron hábiles jinetes. Gradualmente, los blancos fueron cumpliendo contra ellos una campaña de exterminio que culminó en el año 1832. Sus ritos funerarios hacen pensar en la creencia en una vida de ultratumba. A la muerte de cada pariente los deudos femenios se amputaban una falange de los dedos. Los deudos masculinos se torturaban con las armas del difunto. Enterraban a los muertos.

De "Historia Precolombina y Colonial" de Alfredo Traversoni. Editorial Medina, Montevideo, s/f.