viernes, 27 de julio de 2012

Los que no quisieron vivir V: Lisandro de la Torre


Lisandro de la Torre (1868-1939)

Lisandro de la Torre se eliminó de este mundo en 1939. Aunque escribió bastante, no fue escritor sino político. Sin embargo, puede entrar en la literatura como orador, ya que él lo era en altísimo grado -tal vez el primero de su tiempo- y la oratoria es uno de los géneros literarios. Cuando propuse al ministro Rothe los nombres de quienes, a mi juicio, debían formar la futura Academia, incluí a de la Torre, como representante de la oratoria. Y no recuerdo quien dijo: la mejor literatura es la que se hace en el país actualmente son los discursos de Lisandro de la Torre. No era, por cierto, un orador artista, como Roldán, sino un hombre que dice con claridad, exactitud y corrección lo que quiere decir.

Dos días antes de suicidarse, lo encontré frente a una de las ventanillas de la administración del Jockey Club. Ibamos a pagar nuestra cuota trimestral de socios. El había llegado por la calle Tucumán y salió por allí mismo, de modo que no entró en el Club. Como, indudablemente, ya tenía resuelto desaparecer, piénsese en un gesto de honradez: no quería morir sin pagar lo que debía, aunque se tratase de unos pocos pesos y de una institución poderosa como el Jockey. Este es el hombre a quien, no muchos años antes, sus enemigos acusaron de procedimientos incorrectos en asuntos de dinero... 

En esos días en que se mató estaba imprimiéndose el libro sobre Yrigoyen. Le dije que pronto saldría y que allí hablaba de él muy bien. Yo, que había observado ya alguna melancolía en sus ojos, vi como se ahondaba esa melancolía. El gran hombre puso su mirada en quien sabe que mundos lejanos, mientras sonreía con la más triste de las sonrisas. Dos días después, al saber su muerte, pensé que esa sonrisa triste podía significar: "¡Lástima que yo no pueda leer lo que usted dirá!" Y se despidió, dándome la mano con afectuosidad y sin que la tristeza se borrara de sus ojos.

¿Se suicidó este hombre por motivos políticos? No es posible creerlo. Más bien pienso que lo mató su propia amargura. Se imaginaba un fracasado, y sin motivo porque considerábasele como uno de los grandes argentinos de su tiempo. A de la Torre le faltó un hogar, como también le faltaron consuelos espirituales: era absolutamente incrédulo y hasta sospecho que ateo. Se había formado en el positivismo, y procedía del Rosario, en donde el ambiente había sido, a fines del siglo pasado y a principios del presente, harto materialista. 

Lo imagino a de la Torre como un hombre que, acaso en toda su vida, no sintió a su lado la verdadera ternura. Se le creía rabiosos, "envenenado". Estoy seguro que si hubiese conocido a Dios se habría salvado.


De "Entre la Novela y la Historia" de Manuel Gálvez; Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.

lunes, 23 de julio de 2012

Piensa bien en estas grandes verdades



 I - Todos hemos de morir, y vendrá un día, que será para nosotros el último de los días.

II - El momento de la muerte nos es desconocido, y vendrá más pronto de lo que nos pensamos.

III - Del momento de la muerte depende nuestra eternidad.

IV - Después de la muerte no habrá ya más recurso para nosotros.

Pensémoslo pues ahora

Nada más común que la muerte; todos los días se oye decir: fulano ha muerto, una tal acaba de expirar, zutano ha sido atacado de una accidente imprevisto, zutana ha sucumbido a una larga enfermedad, un tal acaba de ser asesinado, el otro se ha anegado, ese ha caído y ha muerto bajo el golpe, aquella ha sido envuelta en las ruinas de un edificio. No hay día que no nos preste algún ejemplo, siendo nosotros los que también algún día daremos unos a los otros. ¿Lo pensamos bien?

Todos los hombres sin excepción  están sujetos a la muerte, bajo cuyo dominio están todos los los estados de la vida. El joven no se halla cubierto de sus golpes: el niño muere muchas veces al momento mismo en que comienza a vivir, y la puerta del rico no escapa a sus golpes; el poder, las riquezas, las coronas, los cetros. Todo cede a la muerte, la cual igualmente penetra en los palacios de los grandes, que en la cabaña de los pobres, extendiendo al grande y al pequeño en un mismo ataúd. Todos los días se inmola alguna víctima, tú puedes ser la primera. ¿Lo piensas bien?

¿Cómo es posible que los hombres se cieguen sobre la muerte que los amenaza a cada momento? Sabemos que podemos morir a todo instante, y vivimos como si nunca hubiésemos de morir: siempre miramos la muerte muy lejana, como si nunca hubiese de llegar. Oímos decir: fulano acaba de morir repentinamente, sin dejar por esto de lisonjearnos continuamente de una larga vida. En la muerte de los otros encontramos siempre razones para confirmar nuestro modo de pensar: fulano ha muerto, decimos, pero ya no gozaba de salud, hace largo tiempo que iba enflaqueciéndose, no tenía cuidado de sí mismo, hacía excesos, le habían advertido, se encontraba amenazado, no se le han dado los socorros a tiempo, etc.

De este modo hallamos razones para asegurarnos, en lugar de decir: fulano ha muerto hoy ¿quien me dice que mañana existiré todavía? Fulano ha salido repentinamente de este mundo, puede ser que mañana las fúnebres campanas anunciarán mi muerte. El que cree encontrarse muy lejos de su última hora, lleva tal vez el tiro de la muerte en su seno: hoy piensa en los placeres, y mañana se verá en la presencia de Dios. ¿Lo has pensado bien?

Lo más terrible en este punto es, que las consecuencias de la muerte son eternas e irreparables: la muerte no es más que un momento, y ese momento decide todo para siempre, de suerte que lo que habremos sido en el momento de la muerte seremos por toda una eternidad. Si morimos en estado de gracia, somos felices para siempre; si en pecado mortal, no somos más que infelices, malditos y réprobos para los siglos de los siglos. El árbol caerá algún día, dice el Espíritu Santo, si cae a derecha, está reservado para el edificio de la celestial Jerusalén; si a izquierda, está destinado al fuego. Ubi ceciderit arbor, ibi erit.

No, desde el mismo momento de la muerte, ya no hay más recursos. Ni arrepentimientos, ni suspiros, ni llantos, ni lágrimas, ni resoluciones, ni promesas, nada puede cambiar la suerte, queda fijada para siempre; el decreto está dado, y la eternidad entera será su ejecución. Convenía haberlo pensado, y entonces ya no será tiempo. Nuestra vida debería ser empleada en prepararnos para la muerte; si no lo hemos hecho, toda la eternidad será empleada en deplorar nuestra desgracia y en gemir en la desesperación. El Salvador del mundo nos lo advierte: Quá horá non putatis Filius hominis veniet (Luc. 12).

El hijo del hombre vendrá en la hora, que menos lo pensaréis. Voy a pensarlo, lo pensaré toda mi vida, procuraré estar siempre aparejado, y desde ahora me miraré como que puedo morir a cada instante.


De "El Alma Penitente" o el "Nuevo piénsalo bien", consideraciones sobre las verdades eternas, con historias y ejemplos. París, en la Imprenta de Pillet Aine, 1837.

jueves, 19 de julio de 2012

Cinco mujeres juntas en la eternidad




AQUI YACEN LOS RESTOS MORTALES DE LA SRA. Da.
CAROLINA FERNÁNDEZ DE CHUCARRO QUE FALLECIÓ
EL DÍA 22 DE MAYO DE 1844 A LOS 42 AÑOS DE EDAD.
Yacen también los de su virtuosa madre Da. Jacoba Larrobla, 
los de su suegra Da. Petrona Castro y los de su hermana
María e hija Carmelita.
SU ESPOSO E HIJOS PENETRADOS DEL MÁS ACERBO DOLOR
POR SU TEMPRANA MUERTE LE CONSAGRAN ESTA LÁPIDA
QUE CUBRE SUS VENERABLES CENIZAS COMO UN RECUERDO
PERMANENTE DE SU AMOR Y PROFUNDO RESPETO
R.C.Y.

Esta antigua lápida del Cementerio Central de Montevideo recuerda a cinco mujeres que vivieron en la primera mitad del siglo XIX y cuyos restos descansan juntos desde entonces. Este es nuestro recuerdo de ellas, que seguramente, y a juzgar por el dolor de sus dolientes, fueron personas muy queridas y veneradas como lo eran todas las madres de esa época como apunta el memorialista Isidoro de María en su "Montevideo Colonial".

domingo, 15 de julio de 2012

Post Mortem LXIV: "La bella durmiente"


"La bella durmiente" es el rótulo que figura al pie de esta fotografía victoriana. En ella vemos a una chica fallecida recostada sobre un diván como si estuviera dormida esperando a que venga su príncipe a despertarla con un beso.

jueves, 12 de julio de 2012

El Entierro del Señor de Orgaz



Título: "El Entierro del Señor de Orgaz"
Autor: Doménico Theotocópuli, "El Greco"(1541-1614)
Técnica: óleo sobre lienzo.
Ubicación: Iglesia de Santo Tomé, Toledo.

Es posible que El Greco fuese en su mocedad uno de aquellos madonnari cretenses que pintaban tablitas para ser exportadas a Venecia. Pero se ignora casi todo lo referente a su juventud. Al parecer, se hallaba en Venecia en 1565, y aunque se dice que estuvo en el taller de Tiziano, existen razones para sospechar que estuviera en más relación con Tintoretto. Excepto el tríptico de Módena (Galería Estence, 1567), todo lo que se creyó pintado por él en Italia antes de su Expulsión de los mercaderes (coleccion Cook) y de la Curacion del ciego (Museo de Parma), es dudoso. Consta que estaba en Roma en 1572, en relación con el miniaturista Giulio Clovio, a quien retrató (Museo de Nápoles). Clovio le recomendó al cardenal Fulvio Orsini, quien facilitó su venida a España; en 1576 se hallaba ya en Toledo, su segunda patria.

Su gran lienzo de El Entierro del Señor de Orgaz (1588) es no sólo su obra maestra, sino una de las obras maestras de toda la pintura, fuente de emoción pictórica y de sosiego espiritual. Se basa en una piadosa leyenda referente a un prodigio acaecido en el siglo XIV y representa el momento en que San Agustín y San Esteban, ricamente revestidos, depositan el cadáver de aquel devoto caballero en la hoya, en presencia de religiosos, eclesiásticos e hidalgos. Entre ellos se ve al propio autor del cuadro y a su hijo, Jorge Manuel, que figura a la izquierda del portentoso grupo central, mientras en lo alto el alma del difunto, recogida por ángeles, penetra en la Gloria, acogida por la Virgen y con la intersección de los bienaventurados.


De  "Cien Obras Maestras de la Pintura", de Marcial Olivar; Biblioteca Básica Salvat, Madrid, 1983.

lunes, 9 de julio de 2012

Acerca de la putrefacción I

 "El prisionero de Chillon", estudio de un cadáver por Ford Madox Brown (1821-1893)

"La putrefacción es la descomposición de las materias albuminoideas con producción de gases pútridos" (Balthazard)). Es un fenómeno cadavérico, cuya iniciación no es inmediata a la muerte y varía según la causa del fallecimiento, la región del cuerpo, el medio ambiente, etc.

Este proceso de descomposición es preparado por los microbios aerobios, que agotan el oxígeno del cadáver; después intervienen los anaerobios, que son los agentes de la putrefacción gaseosa, al descomponer las albuminas y dar diversos gases, como el ácido carbónico, ácido sulfhídrico, amoniaco, hidrógeno.

Lecha-Marzo, resumiendo diversos estudios, menciona los microbios de la putrefacción. Entre ellos se destacan el bacilo coliputrificus, el bacilus sporogens y el perfringens.

"En la génesis de los fenómenos de putrefacción gaseosa, dice este autor, coloración verde y liquidificación de los tejidos cadavéricos, sean adultos o fetales, los microorganismos anaerobios desempeñan una funcion cronológicamente primaria, prevalente e indispensable respecto a los anaerobios. Estos microorganismos anaerobios son el bacilo butírico de Grüber-Bejerink (beweglicher Buttersaürebacilius de Schatienfroch y Grassberger), el bacilo putrífico de Bienstock-Klein o pseudo vibrión séptico, el grupo de los bacilos tetaniformes no virulentos. El primero preside en el cadáver a la fermentación de los hidratos de carbono; el segundo y los últimos a la descomposición de las sustancias proteicas.

La putrefacción cadavérica gaseosa es producida principalmente por el bacilo butírico de Grüber y por el bacilo putrífico de Bienstock-Klein, y se debe principalmente a la combinación del hidrógeno sulfurado con la sustancia colorante de la sangre, en presencia del oxígeno atmosférico; los tejidos cadavéricos, más superficiales o más expuestos a la acción del oxígeno presentan más pronto la coloración verde.

La liquidificación de los tejidos cadavéricos es producida principalmente por el bacilo de Bienstock-Klein y, en los últimos períodos, también por los bacilos tetaniformes".

El punto de partida principal es el intestino, de donde se difunden los microbios en el resto del cuerpo. Una de las primeras manifestaciones de la putrefacción es la mancha verde del abdomen, que se inicia en la fosa ilíaca derecha, más o menos a las 24 horas en verano, en el doble de tiempo en invierno y es producida por acción del acído sulfhídrico sobre la hemoglobina. Esta mancha se generaliza después a todo el cuerpo en una semana, haciéndose más violácea.

Al mismo tiempo, la formación de gases produce vesículas dentro de los órganos y en la piel; el cadáver se hincha, especialmente en la cara y escroto; a veces el abdomen distendido hace estallar la pared músculo-cutánea; bajo la acción de líquidos y gases pútridos, los tejidos blandos se van destruyendo, la piel se rompe; pelos, uñas, etc., se caen. Los gases de los primeros días son inflamables y con mucho hidrógeno; después son a base de ácido carbónico. A medida que el cadáver se va destruyendo más, el tórax y el abdomen se aplastan, se pierden los líquidos que quedan, los músculos se transforman en membranas amorfas, finalmente todas las partes blandas desaparecen y al cabo de dos o cuatro años, solo queda el esqueleto.

A los efectos médicolegales es útil saber que la putrefacción dificulta las comprobaciones en la autopsia. El órgano que uno de los primeros se altera en su estructura es el cerebro, sobre todo el fetal, conservándose mejor los vasos y las meninges. El útero es la víscera más resistente y esto permite comprobaciones útiles a pesar del tiempo transcurrido; en un caso un año y 4 meses.

Tratándose de traumatismos, en último caso el esqueleto puede dar datos importantes y aún decisivos. En las exhumaciones, dada la mejor protección del cadáver en los féretros corrientes, suele encontrarse la sorpresa de una gran conservación. En los tribunales de Mercedes (Bs. Aires) una autopsia, después de tres años de inhumación, encontró gran parte de la piel en buen estado y fue posible hacer conclusiones de interés.  


Del tratado de "Medicina Legal" del Dr. Nerio Rojas; Editorial El Ateneo, III edición, Buenos Aires, 1947.

domingo, 8 de julio de 2012

Carta VIII: en respuesta a una carta de pésame



Muy Señor mío:

En medio de mi pesadumbre, y todavía aterrorizado por el golpe que recibí, he experimentado un verdadero alivio al leer la carta de Vd. El interés que Vd. se toma me hace ver que me queda a lo menos el bien más precioso del mundo, un amigo sincero y afectuoso. Así es que no puedo darle bastantes gracias por sus tiernas palabras de consuelo, de que guardaré un recuerdo eterno. La pérdida que hice me ha sido muy cruel, aún el tiempo podrá calmar difícilmente mi dolor; pero a lo menos siempre será una buena fortuna para  mi saber que puedo contar con la simpatía de un hombre que se compadece tan bien de mis penas. Ruego a Vd. pues acepte mis gracias sinceras, y crea en el reconocimiento de 

Su afectísimo servidor

CARNON

Sceaux, 4 de febrero de 1856.


De "El Secretario Universal" por M. Armand  Dunois; Garnier Hnos. editores, París, 1884.

sábado, 7 de julio de 2012

Post Mortem LXIII: angelito mexicano



Esta es una interesante fotografía que nos muestra a una joven madre mexicana que posa con su hijito fallecido en brazos. Cabe mencionar que la fotografía post mortem estuvo muy difundida en México en la segunda mitad del siglo XIX. A los niños pequeños retratados se les denominaba angelitos dado que se les vestía y engalanaba como tales. En este caso, el pequeño nto incdifuluso porta una cruz entre sus brazos.  Según la tradición, se dice que se les colocaba sal en boca para impedir que el demonio se acercara a ellos.

jueves, 5 de julio de 2012

Los que no quisieron vivir IV: Clelia Rovere



Clelia Rovere, periodista italiana, si no hubiese muerto tan joven, habría llegado a ser un escritora auténtica. La conocí en Il Mattino d´Italia, donde ella publicó un comentario a una página mía. Creo que también me envió unas líneas. Le escribí. No tardamos en conocernos y en ser buenos amigos. Era una belleza auténtica. Pocas mujeres más lindas vi en mi vida. Cutis muy blanco, rostro ovalado, facciones perfectas. Era de estatura mediana y bastante llena de carnes. Hablaba con dulzura, con una voz musical, clara, de bello timbre.

Colaboró mucho en Il Mattino, y llegó a ser empleada del diario. Publico un artículo sobre mi libro Miércoles Santo. Sus escritos, aunque de una persona que se iniciaba en las letras, no estaban mal y denunciaban especiales aptitudes literarias. Conocía bien a los escritores italianos y no ignoraba en absoluto la literatura mundial contemporánea.

Un día quiso que fuese yo a conocer a sus padres, a tomar el té con ellos. El padre, Rovere, era simpático y relativamente instruido. Trabajaba en una imprenta, como regente, si no me equivoco. No era un obrero, sino un hombre de clase media. La madre de mi joven amiga parecía una paisana o una mujer del pueblo. No tenía nada de agradable en su rostro cuadrado, tosco, duro, impenetrable. No sonrió ni una sola vez durante mi visita y hasta creo que no abrió la boca.

Una noche alguien me llama por teléfono para avisarme que Clelia Rovere había muerto y pedirme que fuese a la casa. Lo que vi en el pequeño y modesto departamento fue horrible: la madre y la hija yacían sin vida, en sus féretros, una junto a la otra.

Pensé en un accidente. Pero allí supe que se habían suicidado. Un par de meses antes había muerto un hermano de Clelia. La madre detestaba nuestra ciudad. No tenía amistad con nadie y su solo pensamiento era abandonar este país odioso. Pero esto no explica el suicidio de Clelia. ¿Por qué una linda mujercita de veinticinco años había hecho eso? Su padre intentó explicármelo: "la madre, que ejercía gran poder sobre ella, la había convencido de que debían morir juntas". 

No pude comprenderlo: Clelia era joven, inteligente, culta, buena, y la madre era ignorante, nada inteligente y, acaso, primitiva.


De "Entre la Novela y la Historia" por Manuel Gálvez; Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.

domingo, 1 de julio de 2012

La muerte del Sr. Illa



DESASTRES MÉDICO-QUIRÚRGICOS

Horripilante es la descripción de como se ha ultimado científicamente al caballero don Manuel Illa. Afectado de una dolencia que no ponía en peligro inmediato su existencia, ha sido robado al cariño de los suyos y a la consideración de la sociedad por la audaz e innatural intervención de la cirugía. La fama del cirujano operador doctor Navarro ha sufrido un duro golpe. Sin que le pueda responsabilizar legalmente del desastre; sin que los jueces, en el actual estado de las leyes, hayan de intervenir en el asunto, la opinión pública ha fallado; el doctor Navarro lo notará en su clientela y en sus arcas.

A este paso acabará por convertirse en un personaje fúnebre, cuyo solo nombre se considerará como un mal agüero, porque es vicio ingénito en el hombre, el personalizarlo todo y por más que el doctor Navarro demuestre que ha procedido con arreglo a los conocimientos de la época y que a cualquier cirujano podía sucederle lo mismo -con tanta mayor razón puesto que no todos tienen su experiencia y su habilidad- estas razones muy justas en nuestro sentir, no es fácil que convenzan a muchos.

Tan evidente fracaso, como tantos otros, es más de la cirugía que del cirujano. Si estas cosas les pasan a los más sabios, a los más hábiles, a los más expertos doctores, ¡qué será a otros operadores menos competentes! Pero es muy probable que éstos, preocupándose sobre todo de salvaguardar su reputación y sus intereses, no se atreverán tanto y se resignarán muchas veces a hacer simulacros de operación, el mínimum de la cirugía indispensable para justificar la presentación de una cuenta. De ahí ciertos aparentes éxitos que más fácilmente obtendrán las mediocridades que una verdadera notabilidad.

El fiasco de la cirugía en el caso del señor Illa, no queda atenuado lo más mínimo por la explicación de que se trata de una complicación producida durante la anestesia, puesto que siendo ésta uno de los factores obligados de la operación, el profesional debe conocer y prevenir sus peligros a igual título que los de la sección de un nervio o los de la ligadura de una arteria. Y si en forma alguna podían ser puestos en evidencia con la debida anticipación todas aquellas posibilidades latentes capaces de hacer fracasar la intervención quirúrgica en cualquiera de sus partes; entonces claramente brilla una verdad otras veces enunciada por nosotros, esto es: que para justificar el uso de venenos violentos y de audaces y peligrosas intervenciones, se requeriría un diagnóstico mucho más científico que el que la medicina moderna posee.

En fin, lo único cierto es que ni estas ni otras razones harán levantar de su tumba al distinguido caballero cuya muerte deplora la sociedad montevideana, ni a ninguna otra de las múltiples víctimas que causan cada día los atrevimientos de la titulada ciencia moderna.


De la revista "Natura", órgano oficial de la institución del mismo nombre; Montevideo, Año V, diciembre de 1908, núm. LX.