martes, 31 de enero de 2012

Meditación: la Muerte



1. ¿Qué cosa es morir? Es dejar todo lo de este mundo; parientes, amigos, conocidos, bienes, riquezas, honores, empleos, placeres, gustos, diversiones... Todo, hasta tu mismo cuerpo... ¡Qué locura desvivirse ahora tanto por él, ni por ninguna cosa del mundo...! ¡Qué estupidez olvidar por cosas tan fútiles el fin dichoso para que fuimos criados!

2. ¡He de morir! Es lo único que sé de cierto sobre mi porvenir. Statutum est (1). La sentencia está dada, e irrevocablemente. He de morir; pero no sé el tiempo: ¿será este año...? ¿esta semana...? ¿hoy mismo...? Bien puede ser; pero no sé cuando. Puedo morir en esta hora; pero no sé el lugar. ¿Quisieras que fuese en el teatro (2), en el baile, en aquella ocasión?

3. No sé como moriré; si en gracia, o en pecado. ¿Y peco con tanta facilidad? ¿Y paso insensible días, meses y años en pecado? ¿Y no dejaré todavía esta ocasión de pecado? ¿qué fe es la mía?

Fruto: Si ahora tuviese que morir, ¿cómo quisiera haber vivido? ¿Qué confesión, qué penitencia quisiera haber hecho? Haré, pues, ahora lo que en aquel trance quisiera haber hecho.

(1) Hebr. IX, v.27.
(2) Treinta y cuatro teatros ardieron en 1882. ¡Cuántas víctimas en Niza y en Viena!


Del "Áncora de Salvación" del R.P. José Mach; Librería de la Vda. de Ch. Bouret, París, 1907.

lunes, 30 de enero de 2012

Post Mortem LIII: Abraham Lincoln




Fotografia del presidente norteamericano Abraham Lincoln en su féretro, durante su funeral, tras ser asesinado el 15 de abril de 1865. El cuerpo de Lincoln fue llevado por tren en una magnífica procesión fúnebre por varios estados. La nación se afligió por un hombre, al que muchos consideraron el salvador de los Estados Unidos y el protector y defensor de lo que Lincoln mismo llamó "el gobierno de la gente, por la gente, y para la gente". En cuanto a la fotografía en sí, debo decir que me asombra su "modernidad".


sábado, 28 de enero de 2012

Tablas de Mortalidad


Existen diversas tablas, llamadas Tablas de Mortalidad, resultado de estudios estadísticos realizados en diferentes países y aún en diferentes zonas de cada uno de ellos y sobre individuos de diversas condiciones de vida, en las cuales aparecen compilados los datos relativos al número de personas supervivientes en las diversas edades a partir de un cierto número inicial de determinada edad. Así, la llamada Tabla de Déparcieux (Tabla I) parte de un número inicial de 1286 recién nacidos:

Click en la imagen para ampliarla

En cambio la llamada Tabla de Experiencia Americana (Tabla II), parte de un número inicial de 100.000 vivientes de 10 años de edad:

Click en la imagen para ampliarla

Estas tablas nos permiten calcular la probabilidad que tiene una persona de determinada edad de vivir determinado número de años. Recordemos que se llama probabilidad de realización de un acontecimiento, a la razón entre el número de casos favorables y el número de casos posibles, considerando a todos como igualmente posibles. Como es evidente, los resultados obtenidos serán diferentes según sea la tabla empleada, como puede verse en los siguientes ejemplos:

EJEMPLO 1: Calcular la probabilidad que tiene una persona de 20 años de edad de vivir hasta los 60 años.

La Tabla I nos indica que de 814 personas de 20 años, sólo 463 llegan a los 60 años. La probabilidad pedida es, pues:

p = 463 : 814 = 0.568

EJEMPLO 2: Calcular la probabilidad que tiene una persona de 40 años de vivir durante un año más. 

La Tabla I nos indica que de 657 personas de 40 años sólo 650 llegan a los 41 años. La probabilidad pedida será, pues:

p = 650 : 657 = 0.989345

En la Tabla II donde figuran calculadas estas probabilidades enontramos el número 0.990206.

EJEMPLO 3: Calcular la prima única que debe entregar a una compañía de seguros una persona de 20 años de edad, para que ésta le pague, al cabo de 30 años, si aún está con vida, una suma de $ 10.000, siendo la tasa a aplicar del 4 % anual.

La probabilidad que tiene una persona de 20 años de vivir hasta los 50 años, de acuerdo a los datos de la Tabla II, es la siguiente:

p = 69.804 : 92.637 = 0.75352

El valor actual del capital a recibir dentro de 30 años es igual a 10.000 :  1,04³º. Para resolver el problema planteado, haremos intervenir un nuevo elemento de cálculo, llamado esperanza matemática.

Sabemos que se llama esperanza matemática de una ganancia, al producto de esa ganancia por la probabilidad de obtenerla. En el caso planteado, la probabilidad de dicha ganancia es la probabilidad de vida del asegurando. Tendremo, pues, que el capital C que debe entregarse será:

C = 0,75352 x 10.000 : 3,243398 = $ 2.323 (aprox.).


De la "Colección Matemática: Tablas logarítmicas, trigonométricas, de interés compuesto, anualidades y constantes usuales" de Julio Rey Pastor y Manuel Pereyra; Palacio del Libro, Montevideo, 1949.

jueves, 26 de enero de 2012

Muerte y declaración de muerte



1. La capacidad jurídica del hombre termina con su muerte (1). En materia de Derecho privado no hay posibilidad de que esa capacidad se extinga, ni siquiera sufra una disminución (por ejemplo, por virtud de voto religioso o de sentencia criminal), antes de ese momento; la privación, por vía penal, de los derechos civiles de carácter honorífico se limita casi exclusivamente al campo del Derecho público.

Lo mismo sucede con el nacimiento, la prueba de la muerte icumbe al que  en ella funda un derecho, por ejemplo, el derecho sucesorio. Y esto, tanto en lo relativo al hecho como en lo que respecta al momento de la muerte.

Habiendo perecido varias personas a consecuencia de un peligro común, por ejemplo, en un naufragio o en una explosión sobrevenida en una mina, se presume la simultaneidad de la muerte de todas ellas (art. 20) (2). De modo que si en la catástrofe sucumben, por ejemplo, uno cónyuges que se habían instituido recíprocamente herederos, ninguno de ellos puede heredar al otro; la herencia de uno y otro recaerá, por tanto, en sus respectivos parientes más próximos, y no toda ella en los de aquel de los cónyuges que pudiera considerarse como más viviente.

Por regla general, el fallecimiento de una persona se prueba también con ayuda del Registro del estado civil, y, en su caso, con las certificaciones de defunción extendidas por el Oficial del estado civil de las personas.

2. No siempre es posible suministrar una prueba rigurosa de la muerte. Aún en nuestros tiempos no son raros en ningún modo los casos en que una persona se ausente de su domicilio y no regrese a él. En este caso, lo mismo en el antiguo que en el moderno Derecho, el individuo en cuestión, una vez transcurrido cierto lapso de tiempo (plazo de ausencia), puede ser declarado muerto.

(1) Cfs. art. 32, párrafo 1º del Código Civil español.
(2) El Código Civil español establece también, en su art. 33, la presunción de la simultaneidad de la muerte.


De "Introducción al Derecho Civil" del Prof. Dr. Paul Oertmann; Editorial Labor, Barcelona, 1933.

miércoles, 25 de enero de 2012

Anatomía de un niño



"ANATOMÍA DE UN NIÑO"  de Thomas Woodruff.


Les invito a visitar el sitio web de Thomas Woodruf, notable artista contemporáneo.

NOTA: Nótese que todos los grabados que publicamos reproducen fielmente las mejores fotografías directas de los cuadros famosos.

martes, 24 de enero de 2012

El temor a la muerte




Nada es más ridículo que las ceremonias extravagantes que la superstición ha inventado en algunos pueblos para alentar a los hombres contra los temores de la muerte. Un baniano está seguro de que todos sus pecados le serán perdonados, si puede al expirar tener asida la cola de una vaca, y recibir su orina en la cara. Otros creen segura su salvación si pueden morir a orillas del Ganges. Los parsis no dudan en la expiación de sus culpas si un sacerdote hace por ellos ciertas oraciones y ceremonias cerca del fuego santo. Para asegurar la salud del mahometano, se le pone en las manos, al morir, un pasaje del Corán. El sacerdote ruso, en virtud de cierto dinero, expide al que está de muerte, un pasaporte para el otro mundo...

De "La Moral Universal o los deberes del hombre fundados en su naturaleza" (volúmen III) de Paul Henry Thiry Holbach; Madrid, 1821.

domingo, 22 de enero de 2012

Una tumba



Esa es la tumba de una niña: de una niña blanca como el mármol de esa lápida, pálida como las hojas de ese sauce que inclina sus ramas mustias y llorosas sobre la sencilla tumba. Blanca se llamaba la niña, y era buena, cariñosa y modesta. En la escuela todas la queríamos: maestras y alumnas, chicas y grandes. Faltaba mucho a clase porque era enfermiza; en invierno pasaba muchos días en cama, tosiendo continuamente.

No había día que no recibiera carta de sus compañeras de clase. Los domingos íbamos a verla y a llevarle margaritas y violetas, que eran sus flores queridas. Cuando su mamá se lo permitía, nos escribía unas cartas tan cariñosas y melancólicas que nos hacían llorar y pasar el día calladas y tristes.

Pertenecía a la clase superior, tenía quince años, aunque apenas aparentaba diez, y hacía cuatro que en lugar de crecer, parecía que se achicaba: cada día estaba más demacrada y más débil. Hace dos años, en primavera, un pulmonía fulminante se la llevó... ¡Que día tan triste fue para nosotros el de su muerte! En la escuela no se trabajó ese día: no se hizo más que llorar.

Al día siguiente fuimos temprano a la escuela llevando todas las violetas, margaritas y azucenas que pudimos recoger; y dirigidas por la Directora, tejimos dos hermosas coronas, una de violetas y margaritas y otra de azucenas. Cuando estuvieron prontas, nos pusimos en camino acompañadas de la Directora, para la casa de nuestra pobre compañera. 

Allí contemplamos por última vez aquel rostro pálido y bello que parecía dormir en apacible sueño sobre su lecho de flores. Depositamos nuestra ofrenda, y mudas y llorosas permanecimos largo rato a su lado. Llegó la hora del entierro, y todas vestidas de blanco, con las manos llenas de ramos y coronas, la acompañamos al cementerio. ¡Pero nada fue tan doloroso como tener que dejarla sola en tan triste lugar!

Me parecía que ella sentía, y que nos llamaba y nos pedía que la acompañásemos como cuando estaba enferma y nos mandaba buscar. La pobre madre, cumpliendo la última voluntad de su hija, ha colocado sobre su tumba, abierta en la tierra, una sencilla lápida de mármol circundada de violetas y margaritas, a la sombra de un sauce llorón, y sin más inscripción que su nombre: BLANCA.

Si los objetos materiales pueden representar los caracteres físicos y morales de un ser humano, nada más a propósito para despertar el recuerdo de la modesta y tierna niña, que esa lápida circundada de   violetas y margaritas, a la sombra de ese árbol descolorido y melancólico...


Del libro escolar "Ejercicios progresivos de Lectura, Ortología y Ortografía" por Emma Catalá de Princivalle; Imprenta El Siglo Ilustrado, Montevideo, 1913.

sábado, 21 de enero de 2012

Carta de pésame de Rousseau a un amigo suyo que acababa de perder un hijo



¡Qué pérdida, Dios mío! ¡y a qué prueba, Señor, ha querido la Providencia poner su virtud! Es así como ella se burla de los proyectos que nos parecen más legítimos. Vd. ha gozado hasta ahora de todas las ventajas de esta vida: una prosperidad larga y constante, una fortuna establecida, una familia digna de Vd., he ahí muchas gracias que Dios no estaba obligado a hacerle, y quizá Vd. no ha pensado bastante que era a Él solo a quien Vd. las debía; no se le atribuye sino la mala fortuna, y no se cree deber la buena sino a sí mismo. Sin embargo es necesario pagar nuestras deudas tarde o temprano,  y ponerse en el espíritu que Él no nos envía a este mundo para ser dichosos.

Reciba Vd. su aflicción como una expiación de las culpas a que estamos sujetos en esta vida, y como una prenda de la felicidad que Dios nos prepara en otra. Queda a Vd. un hijo, emplee Vd. todos sus cuidados en hacer de él un hombre tan honrado como usted; en una palabra, consuélese con el que le queda, y ruegue por el que no tiene ya.
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NOTA: Esta carta, notable por otra parte, esta escrita sobre el tono de una filosofía severa. No se deberá servirse de ella sino con discreción.


De "El Secretario Universal" por M. Armand Dunois; Casa Editorial Garnier Hermanos, París, 1884.

jueves, 19 de enero de 2012

Post Mortem LII



En esta ocasión se trata de un antiguo daguerrotipo de las décadas de 1840 ó 1850. Se trata de una joven pareja qeu posa con su hijita fallecida en brazos. Resalta la mirada firme con un dejo de pena del padre y la expresión de ternura de la madre.

lunes, 16 de enero de 2012

La carta suicida de Lisandro de la Torre



Lisandro de la Torre (1868-1939) fue un jurisconsulto , político y escritor argentino. Se lo consideró como un modelo de ética en política. Acaudilla el movimiento revolucionario de 1893 en su ciudad natal, Rosario, Santa Fe, y funda el Partido Demócrata Progresista.

Fue diputado nacional, destacado polemista, fundador del Partido Demócrata Progresista, y en dos oportunidades, candidato a la presidencia de la República. Lisandro de la Torre ocupó una banca en el Senado de 1932 a 1937.

 Como corolario del célebre y vergonzoso "debate de las carnes", se bate a duelo con el ministro de Hacienda Federico Pinedo. No hay víctimas pero tampoco reconciliación. Sus detractores le adjudican siempre un estilo aristocrático y gusto por ostentar un elevado nivel de vida, pero nada pueden contra su inalterada honestidad, su hombría de bien y su vehemente defensa de las formas democráticas de vida. En 1939 se quitó la vida. Es autor de "Intermedio filosófico", "Cuestiones monetarias y financieras"; "Grandeza y decadencia del fascismo"; "Las dos campañas presidenciales", etcétera.




Este es el facsímil de la carta suicida de Lisandro de la Torre fechada el 5 de enero de 1939.

¨Queridos amigos:


Les ruego se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. 
Deseo que no haya acompañamiento público, ni ceremonia laica religiosa alguna, ni acceso de curiosos y fotógrafos a ver el cadáver, con excepción de las personas que ustedes especialmente autoricen. 

Si fuera posible, debería depositarse hoy mismo mi cuerpo en el Crematorio e incinerarlo mañana temprano, en privado.Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. 

No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida, aún cuando sean otras las preocupaciones vulgares. 

Si ustedes  no lo desaprueban desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. 

Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós.

                           Lisandro de la Torre                                                                                                      


viernes, 13 de enero de 2012

De la Muerte



El hombre no siempre llega al término natural de la vida: la muerte le sorprende en todas las edades, porque se halla rodeado por todas partes de causas destructoras. El hambre, la guerra, las epidemias, las enfermedades y mil acontecimientos accidentales producen generalmente la muerte antes de su tiempo natural. La duración de la vida humana, tomando el término medio de millones de defunciones, es de treinta y cinco a cuarenta años. Son verdaderas excepciones los ancianos que llegan a ciento y diez años.

La muerte acontece, porque el cerebro, el corazón y los pulmones dejan de funcionar. Los órganos de los sentidos se embotan; los ojos dejan de ver, los oídos de oír y la piel de ser sensible; la respiración se hace lenta, como también los movimientos respiratorios, que cesan por una última espiración; el corazón, que apenas late, produce todavía algunos ruidos que pronto se extinguen, y la muerte se confirma. Después de esto sobreviene la rigidez cadavérica, y finalmente, la putrefacción.

Todos los tejidos forman varias combinaciones químicas nuevas, que dan por resultado agua, ácido carbónico y amoníaco, cuyos cuerpos se evaporan, y las partes salinas y fijas que componen la armazón ósea, y que también entran en la composición de los líquidos y los tejidos, son las que representan más adelante al cuerpo que dejó de existir.

La putrefacción es el signo más positivo de la muerte, y aún puede decirse que es el único. La falta aparente de la acción del cerebro y la suspensión de los movimientos respiratorios pueden existir a veces sin que la vida se haya necesariamente extinguido, o al menos sin que sea imposible volver a ella. 

La falta completa de los movimientos del corazón, comprobada, no solo en el trayecto de las arterias, sino directamente en la auscultación precordial, podría ser considerada también como un signo casi constante de muerte si no se concibe la posibilidad de los movimientos fibrilares del corazón, muy débiles para poderse oír a través de la jaula torácica y que coexisten en el individuo con la probabilidad de ser vuelto a la vida.

La ciencia posee algunas observaciones que han hecho proceder en casos análogos con mucha circunspección. No es raro, en efecto, encontrar una verdadera muerte aparente en los animales invernantes durante su sueño, en cuyo estado es imposible sentir los latidos del corazón.


Del "Tratado elemental de Fisiología Humana" por Julio Beclard; Segunda edición, Carlos Bailly-Bailliere editor, Madrid, 1871.

miércoles, 11 de enero de 2012

Carta de pésame II: a una viuda



Muy Señora mía,

La pérdida que Vd. acaba de hacer es la prueba más cruel que pueda soportar una mujer. Además de la pesadumbre que ella le causa arrebatándole un marido por el cual el afecto de Vd. no había hecho más que crecer con los años, tiene aún, como madre, el dolor de ver a sus hijos privados de su más firme apoyo. Apele Vd., Señora, a esa energía poco común de que ha dado tantas pruebas, y estoy segura que encontrará en su amor por sus hijos la fuerza necesaria para educarlos. Serán por otra parte como un recuerdo tierno y vivo de su esposo, y ofrecerán a Vd. el más dulce y el más eficaz de los consuelos. El interés que Vd. tomará en sus progresos, los cuidados por los cuales formará sus jóvenes almas, suavizarán vuestra legítima pesadumbre. Y después, Señora, cristiana como Vd. es, tomará en su fe esa resignación que tiene el secreto de inspirar a las almas verdaderamente creyentes. Esté Vd. persuadida, Señora, de la parte que mi familia y yo tomamos en su desgracia, y si puedo prestarle algunos servicios en las circunstancias difíciles en que se encuentra, estoy enteramente y de buena voluntad a su disposición.

Soy, Señora, con el afecto más sincero su muy humilde servidora.

EMMA DUPUIS

Amiens, 7 de febrero de 1854.


De "El Secretario Universal" de A. Armando Dunois; Garnier Hermanos, París, 1884.

martes, 10 de enero de 2012

Post Mortem LI: con una sonrisa



Esta imagen es conmovedora. El chico luce en su féretro con su cara iluminada por una sonrisa. Así quisiera irme yo también de este mundo...

lunes, 9 de enero de 2012

Acróstico

A LA MEMORIA DE UNA HIJA AMADA,
POR SU DESCONSOLADA MADRE.


                         ¡¡D olorosa memoria!! ¡¡Cruel recuerdo!!
                           O h! ¡cuán fúnebres sois al alma herida!!
                           C uando de los consuelos alejada
                           E l pesar solo triunfa y predomina!

                           D e mi martirio el tiempo solo puede
                           E nmohecer los fierros que me oprimen,

                           F erozmente, abrumado con su peso,
                           E l corazón materno más sensible...
                           B usco en vano el consuelo, en mi lamento,
                           R enovando mi llanto noche y día!!...
                           E l alma desolada, en luto, en duelo,
                           R ehusa los consuelos con porfía!...
                           O h! ¡¡memoria funesta!! ¡oh! ¡¡horrible día!!...


Este curisoso acróstico fue compuesto por la Sra. Petrona Rosende, directora de un colegio para señoritas, en recuerdo de una hija fallecida. Apareció publicado en "El Parnaso Oriental" (tomo 2), impreso por la Imprenta de la Caridad, Montevideo, 1835.

domingo, 8 de enero de 2012

Carta de pésame I: a un padre sobre la muerte su hijo




Muy Señor mío:

Una desgracia irreparable ha anonadado a Vd. Su pobre hijo, tan lleno de mérito, de talento, de virtudes, la Providencia se lo ha rebotado, sin que el amor de Vd., sus cuidados, sus sacrificios y su abnegación hayan podido detener los progresos de una fatal enfermedad. Una pérdida tan cruel no admite consuelos. Sería preciso ignorar lo que es el corazón de un padre, para concebir un momento la idea de calmar su dolor con palabras que ¡ay de mí! son impotentes a devolverle el objeto de sus más caros afectos, así es que, Señor, no quiero sino mezclar mis lágrimas a las de Vd., y, si se puede, traer algún alivio a su aflicción, mostrándole en mí un amigo casi tan abrumado como Vd., bajo el peso de una prueba tan terrible. Piense Vd. también, Señor, que todos cuantos han conocido a ese hijo querido tienen mis sentimientos, y han pagado en su muerte un tributo sincero de pesares. Quizá entonces esta unanimidad tierna y simpática hará encontrar algún valor aún al padre que ha perdido a su hijo.

Acepte Vd., Señor, la seguridad de todo mi afecto.

PIRROTIN

Lyon, 16 de julio de 1858.

De "El Secretario Universal" por M. Armand Dunois; Garnier Hermanos, París, 1884.



sábado, 7 de enero de 2012

Autopsia VIII



Al pie de la foto se lee: "Homicidio por herida abdominal por disparo de escopeta, de cerca" y en ella aparece Dr. Nerio Rojas, en primer plano, junto a un asistente sosteniendo el cadáver de un hombre muerto por disparos de escopeta. 

Los disparos de escopeta producen lesiones típicas y muy graves cuando son hechas de cerca. Con esta arma se dispara un conjunto de municiones que salen juntas y se separan en abanico. A medida que se alejan pierden poder de penetración. Con ellas actúan los gases de explosión. Todo esto explica los caracteres de la herida de escopeta. En el primer trayecto las municiones "hacen bala", marchan juntas, producen un solo orificio: esto se realiza cuando más hasta un metro. A mayor distancia, cada munición forma su orificio. La dispersión de los proyectiles abarca una zona que cubre el dorso de un hombre, en un disparo de escopeta moderna efectuado a 25 metros; con armas antiguas esa expansión se hace a 12 metros. Algunas experiencias han comprobado que la penetración de los perdigones disminuye rápidamente con la distancia, no atravesando totalmente la piel hacia los 20 metros. Esto contrasta con la intensidad impresionante, verdaderos estallidos o mutilaciones de las lesiones provocadas por escopeta disparada muy de cerca, como consecuencia de la acción cojunta de todas las municiones y los gases.

De la obra "Medicina Legal" del Dr. Nerio Rojas; 3a. edición, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1947.

viernes, 6 de enero de 2012

Post Mortem L: Ms. Butler



Rara vez se nos da la ocasión de poder precisar con exactitud el lugar y la fecha de una fotografía post mortem y mucho menos aún la posibilidad de identificar a la persona fotografiada. Sin embargo en este caso sabemos que se trata del cadáver del Miss Butler y el año es 1880. En la imagen, la joven aparece como si durmiera plácidamente, con una expresión serena y  la Biblia entre sus manos.


jueves, 5 de enero de 2012

María Luisa Ritter



En los periódicos de Madrid leemos que se ha suicidado en París la notable pianista madrileña con cuyo nombre encabezamos estas líneas. María Luisa Ritter no era desconocida del pueblo de México; hará diez años aproximadamente estuvo en esta República, donde dio a conocer sus excepcionales facultades para el arte a que se dedicaba, de la que era una sobresaliente sacerdotisa. De México viajó a París, donde vivía en la actualidad, siempre dedicada al arte musical, habiendo alcanzado ya un envidiable nombre entre los devotos de la música.

La causa que ha inducido a la señorita Ritter a tomar la extrema resolución de quitarse la vida parece, según indican los telegramas que inserta la prensa madrileña, que ha sido el no recibir de Alemania una carta con recursos para trasladarse a Berlín, a donde debía ir en calidad de profesora y concertista. No recibiendo contestación a las cartas que ella escribió a la capital del Imperio germano, creyó que había fracasado la colocación que tenía ofrecida, y como además padecía de neurastenia decidió quitarse la vida en un acto de desesperación. 

Salió de su casa y tomó un "taximetre" (coche de alquiler), dando al auriga una supuesta dirección; cuando el coche hubo andado algunos metros, la infortunada artista se disparó en el costado izquierdo del pecho un tiro de revólver que, interesándole el corazón, le produjo la muerte casi instantánea. Hay una nota dolorosa en este suceso. A los pocos instantes de fallecer María Luisa Ritter llegaba la carta de Alemania, causa del suicidio. La desdichada artista española debía contar treinta o treinta y dos años, era de una belleza singular y poseía una instrucción vastísima. ¡Descanse en paz!  

De "El Correo Español" de México, 11 de diciembre de 1906.

miércoles, 4 de enero de 2012

Acerca del suicidio




En todos los tiempos, ha habido hombres, que para sustraerse de las conjogas de la vida, han acelerado voluntariamente el término de ella. La antigüedad admiró esta acción, y la considero como indicio de un heroico valor. Los modernos, en esta parte, han cambiado de dictámen: la religión condena al suicidio como una desobediencia formal a la voluntad divina, como una cobarde deserción del puesto en que Dios nos ha colocado, y en fin, como una pusilanimidad vergonzosa que no sabe soportar los reveses de la fortuna.

Seguramente el suicidio, como hemos dicho, es efecto de una enfermedad, de lento o repentino trastorno de nuestra máquina: para llegar el hombre a estar enteramente cansado de su vida, lo cual, a pesar de sus penalidades, ofrece placeres diferentes a todos los hombres, para que en estos cese el deseo de conservarse, inseparable de la naturaleza; para renunciar absolutamente a la esperanza que siempre queda en el fondo de los corazones, aún en medio de las mayores desgracias, es menester una revolución terrible, y un trastorno general de las ideas, de lo que resulta una fuerte aversión a la existencia, que nuestra imaginación considera como el mayor, más penoso e irremediable de los males. 

Unos efectos tan crueles nacen sin duda de una verdadera enfermedad, tal como un acceso de locura o rabia que nos ciegue, o como una enfermedad de tedio, abatimiento y languidez, que nos vaya lentamente consumiendo, y por último nos conduzca a la muerte. Lo mismo que los insensatos o dementes furiosos, los hombres que se matan se llegan a preocupar exclusivamente de un objeto, sin cuya posesión nada les es agradable en la vida. En Catón de Utica este objeto fue la libertad de su patria; en una avaro será la pérdida del oro; en un amante la pérdida de la que ama; en un ambicioso la privación de sus honores; y en un hombre orgulloso, le será la carencia de las cosas que lisonjean su vanidad. 

La falta de estos objetos, obra de un modo diferente en los hombres en razón de sus temperamentos o caracteres. Los unos más coléricos, se abandonan repentinamente a la desesperación; los otros de un temperamento menos ardiente o más melancólico, ocultan mucho tiempo el designio e idea de morir. En estos diferentes modos de quitarse la vida, no hay propiamente ni fuerza ni debilidad, ni valor ni cobardía; solo si hay una enfermedad crónica o aguda. Los hombres, acostumbrados a juzgar de las acciones por los motivos que las producen, han admirado el suicidio producido por el amor de la patria, de la libertad y de la virtud, y le han condenado cuando ha tenido por  móvil la avaricia, un loco amor o una vanidad pueril. 

El suicidio es una verdadera locura: a la religión, pues, le toca el decidir si esta locura es culpable a los ojos de la Divinidad. Si el suicidio es efecto de una enfermedad, no sería prudente el combatirle con discursos. Más la moral puede a los menos suministrar medios de preservarse de un mal tan extraño, que ha llegado a ser epidémico en las naciones mal dirigidas y entregadas al lujo, la vanidad, la avaricia, la corrupción de costumbres y a los placeres ilícitos. Una conducta virtuosa, deseos moderados, economía en los placeres, aversión al lujo y a los objetos capaces de irritar las pasiones y la vanidad y el trabajo, en fin, son los preservativos contra una enfermedad cuyos espantosos efectos son hacernos odiosa la vida y armar nuestro brazo contra los mismos.

El verdadero valor consiste en combatir las pasiones peligrosas: reformando las costumbres, logrará un buen gobierno que los hombres que los hombres vivan contentos con su suerte y que los suicidios no sean tan frecuentes.


De "La Moral Universal o los deberes del hombre fundados en su naturaleza" de Paul Henry Thiry, (Barón de Holbach); Imprenta de D. Mateo Repullés, Madrid, 1821.

martes, 3 de enero de 2012

Como quien recibe a una dama...



Entre los emigrados argentinos que se habían radicado en Montevideo durante la Guerra Grande (1839-1851), se encontraba un abogado muy prestigioso, el doctor Agüero. Después de haber estado enfermo por largo tiempo, un día el doctor Agüero cree darse cuenta... de que va a morir. Entonces se afeita, se lava, se viste con la mejor ropa negra que tenía, llama a sus familiares, se despide con afecto de cada uno, les pide que se retiren. Cuando se queda solo, cierra la puerta, se sienta en un sillón, reclina la cabeza. Y en efecto, muere. Así lo encuentran poco después sus familiares cuando regresan preocupados; plácidamente inmóvil, sin un gesto de alteración...

Del libro "Boulevard Sarandí: 250 años de Montevideo, anécdotas, gentes, sucesos" de Milton Schinca; Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1976.

lunes, 2 de enero de 2012

Funerales grecorromanos




En Roma y Atenas había la costumbre de perfumar los cadáveres antes de enterrarlos. La inhumación fue la forma primitiva de sepultura. Consistía en lanzar por lo menos un poco de polvo sobre el muerto para permitirle pasar los ríos infernales y se le ponía en la boca una pequeña moneda que era el óbolo de Cerbero. Esta costumbre llegó en Roma hasta una época muy adelantada de la República. La ceremonia tenía lugar de noche y las personas que acompañaban el entierro llevaban una antorcha o cuerda gruesa encendida llamada funis, de donde viene la palabra funeral; así, sin aparato, se enterró siempre a los esclavos y a los ciudadanos pobres.

Pero entre las familias opulentas de Roma los funerales se celebraban con gran pompa. Tenían lugar durante el día y el cortejo era compuesto por parientes, amigos y clientes, que un maestro de ceremonia colocaba en el siguiente orden: marchaba a la cabeza una banda de músicos que ejecutaban con largas flautas; luego las plañideras, mujeres pagadas que entonaban lamentos fúnebres, lloraban y recitaban alabanzas del difunto; seguíales el victimario, que debía inmolar en la pira a los animales favoritos del muerto, caballos, pájaros, perros, gatos, etc.; tras él venía la rica litera donde iba el cadáver en un lecho de perfume, flores y hierban aromáticas.

Si el difunto tenía ilustres antepasados, sus imágenes o sus bustos precedían a su litera o su ataúd; si había obtenido condecoraciones u honores particulares, sus insignias le seguían llevadas por sus más apreciados clientes. Luego seguía el cortejo y el coche vacío del difunto cerraba la marcha.

Una costumbre extravagante hacía que un bufón fuese delante del cortejo y detrás del ataúd representando con sus actitudes, gestos y ademanes a la persona del que era conducido a la pira fúnebre.

Esta pira era de leña, formaba un cubo sobre el que se depositaba el cadáver, encerrado en su ataúd o expuesto en su litera. Un miembro de la familia prendía el fuego y mientras el cuerpo se consumía se pronunciaba la oración fúnebre del muerto delante de la muda asistencia.

Las cenizas se encerraban cuidadosamente en una urna y eran solamente llevadas a la cámara sepulcral llamada columbarium; a una tumba particular, bajo una simple columna o a un fastuoso monumento.


De la "Nueva mitología griega y romana" de P. Commelin; Editorial Atlas, Buenos Aires, 1944.

Meditación: El sepulcro



Ten ánimo, alma cristiana; ven conmigo a un sepulcro y contempla en ese cadáver lo que tú serás pronto. ¿Qué era, pocos días hace, ese fétido esqueleto?

1. Era una persona idolatrada por su belleza... tal vez embeleso de su siglo... y ahora es un cadáver yerto, deforme, negro, espantoso; cuya vista ni su madre misma puede soportar. ¿Y haré yo caso de tan frágil hermosura?

2. Era un hombre rico, para quien no había telas de bastante valor, habitación demasiado lujosa, ni muebles y joyas bastante preciosos... Más ahora un hoyo es su palacio, una vil mortaja su vestido; y aún, por el horror que causaba, ninguno de sus allegados ha tenido valor para envolverle en ella... ¿Y será mi corazón esclavo de bienes tan efímeros?

3. Era un hombre que nadaba en delicias: atendido y adorado de todos; cama blanda, perfumes suaves, cuanto de comodidad tiene la naturaleza, cuanto de placer y refinamiento inventó la sensualidad, todo era poco para carne tan regalada; y ahora es abandonado, hollado de todos; estiércol, podredumbre, gusanos... ¿Y trataré yo mi cuerpo con delicadeza y regalo?

Fruto: Quiero dejar el mundo, antes que él me deje a mí. Y puesto que hoy soy en figura, y mañana en sepultura; hoy estoy nadando en delicias, y mañana manando podre, quiero usar de los bienes del mundo como si no los usase.

Del "Áncora de Salvación" del R.P. José Mach; Imprenta de Pons y Cía., Madrid, 1853.

domingo, 1 de enero de 2012

Peligros que pueden ocasionar las exhumaciones




Los autores abundan en tantas observaciones que tienden a probar que puede ser perjudicial a la salud desenterrar a los cadáveres, que será difícil no reconocer que al menos en ciertos casos estas operaciones pueden tener algún peligro. Sin embargo, me parece que los que han escrito sobre ésto, han exagerado los peligros como podrá juzgarse por los hechos siguientes.

I - Se lee en Ramazzini que un sepulturero llamado Pistou había enterrado a un joven bien vestido y con calzado nuevo; pocos días después encontrando hacia las doce del día abierta la puerta de la iglesia, bajó al sepulcro, quitó la piedra que lo cerraba y bajando a él quiso quitar el calzado al cadáver. En el acto cayó muerto, siendo castigado de este modo, por haber violado un lugar sagrado. ("Enfermedades de los artesanos";  pág. 205, año 1777)

II - Vicq' d Azyr refiere que en Riom, en la Auvernia, se recogió la tierra de un cementerio antiguo, con objeto de hermosear la ciudad. Poco tiempo después apareció una enfermedad epidémica, que arrebató gran número de personas, particularmente en el pueblo, notándose más mortandad en las inmediaciones del cementerio. La misma causa ocasionó seis años antes, una epidemia en un lugar de la misma provincia, llamada Ambert. Semejantes hechos, no dejan duda sobre la infección que pueden causar las emanaciones cadavéricas. ("Ensayo sobre los lugares y peligros de las sepulturas"; pág. 113)

III - En el mismo autor se lee, que Pennicher en su "Tratado sobre los embalsamamientos", dice que el vapor de un sepulcro causó, a un desgraciado enterrador, una fiebre maligna. (Gockel; cen. 111, observ. 33). En Breslan sucedió un caso semejante, en 1719. (Vicq' d Azyr: obra citada; pág. 117).

IV - Según Hailer, se infestó una iglesia por las emanaciones de un solo cadáver, doce años después de su sepultura; dicho cadáver ocasionó una enfermedad muy peligrosa en todo un convento. (Vicq' d Azyr: obra citada; pág. 117).

V - Raulin refiere que en 1744 la ciudad de Lectoure, sufrió una enfermedad que hizo perder un tercio de sus habitantes; se atribuyó la causa a un cementerio antiguo donde se habían practicado excavaciones profundas. En la página siguiente dice que muchos jugaban con el cadáver de un ahorcado que lo había sido pocos meses hacía. El más atrevido de todos dió un puñetazo en el pecho del cadáver, de donde salió un líquido tan corrosivo, que en lo que tocó el brazo del tan malhadado niño se formó una escoriación tan profunda, que costó mucho trabajo impedir se gangrenara el brazo. ("Observaciones de Medicina" por José Raulin; pág. 390, año 1754).

VI - En 1644 murieron tres hombres en la bóvedas de una iglesia de Montpellier, el cuarto no debió su vida más que a la velocidad de su fuga y aún así experimentó vértigos, lipotimias, etc., que pusieron en peligro su vida. Durante muchos días sus vestidos y toda su persona exhalaban un olor cadavérico. (Haguenot: "Memoria leída a la sociedad de Montpellier" en 1746).

VII - Habiendo un general cartaginés mandado hacer atrincheramientos, en el cementerio de un pueblo de Sicilia, se declaró la peste en su ejército. ( Navier: "Reflexiones sobre los peligros de las exhumaciones"; año 1775, pág. 9).

VIII - Un enterrador que abría un sepultura en la iglesia de San Alpino, de Amsterdam, encontró un cadáver casi entero, aunque enterrado de mucho tiempo. Lo rompió de un azadonazo, sintiendo en el momento el olor infecto propio del cadáver: enfermó y murió al cabo de veinte y cuatro horas. ( Idem; pág. 20).

IX - Durante el invierno de 1749, se habían quitado los bancos de la Iglesia de San Eustaquio, en París, para hacer unas cuevas. Se sacaron los cadáveres hallados al excavar el terreno, trasladando la mayor parte  detrás de la obra. Los que debían sepultarse en la iglesia se colocaron en una cueva particular situada debajo del osario y que hacía mucho tiempo no se había abierto. El 7 de marzo siguiente, los niños que estaban en la iglesia aprendiendo la doctrina sufrieron casi todos, síncopes. El domingo siguiente sucedía el mismo accidente a unos 20 niños y varias personas. La semana siguiente sucedió lo mismo en Saint Perine donde se habían desenterrado cadáveres para construir una fábrica de cintas, donde trabajaban niñas. (Idem; pág. 19, observación referida por Malouin).

X - El 20 de abril de 1773 se abrió una sepultura en la nave de la iglesia de San Saturnino en Sailieu, para una mujer que había fallecido de una fiebre pútrida. Los sepultureros encontraron el ataúd de un cadáver enterrado el 5 de marzo. Al bajar al hoyo el cadáver de la mujer, se abrió la caja como también la que contenía el cadáver de que acabo de hablar, esparciéndose un olor tan fetidísimo, que se vieron obligados a salirse todos los circunstantes. De 120 jóvenes de ambos sexos que se hallaban en la iglesia, para la primera comunión, 114 cayeron peligrosamente enfermos, además de los sepultureros y otras 70 personas, de las que murieron diez y ocho, entre ellas el cura y el vicario. (Maret: "Diario enciclopédico"; setiembre de 1773 y Navier: obra citada, pág. 5).

XI - El abate Rosier dice, que un habitante de Marsella mandó abrir hoyos para plantar árboles en un sitio donde treinta años antes se habían enterrado muchos cadáveres. Apenas se hubo cavado un poco, cuando cayeron sofocados tres trabajadores, siendo inútiles los remedios hechos para salvarlos. ("Observaciones físicas"; año 1773, tomo 1º, pág. 109).

XII - Según refiere el padre Cotte, un sepulturero que se hallaba, el 15 de enero de 1772, ocupado en abrir una huesa, en el cementerio de Montmorensy, dió una azadonada en un cadáver enterrado un año antes. Se desprendió un vapor infecto que le hizo estremecer, erizándosele los cabellos. Al apoyarse sobre el azadón para tapar la sepultura que acababa de hacer, cayó muerto siendo inútiles los socorros que se le dieron. (Idem; pág. 109).  

XIII - El señor de un pueblo situado a dos leguas de esta ciudad, falleció de una fiebre pútrida el 15 de diciembre de 1773. Se le quiso preparar un sepulcro distinguido en la iglesia, para lo cual se removieron muchos cadáveres, entre ellos el ataúd de uno de sus parientes, enterrado en el mes de febrero. Inmediatamente se esparció la infección por la iglesia, lo que no impidió continuar la ceremonia como si fuese más esencial enterrar pronto un muerto que huir de la epidemia abandonando la iglesia y el cadáver por unos días. De modo que, los que asistieron a estas exequias, pagaron cara su obstinación. Quince murieron en ocho días, de este número fueron cuatro desgraciados trabajadores, que habían abierto la sepultura y removido los ataúdes. Seis curas que asistían a esta repugnante ceremonia, estuvieron cerca de perecer. ("Gaceta de Sanidad" del 10 de febrero de 1774).   

XIV - En la colección de documentos referentes a las exhumaciones hechas en la iglesia de San Eloy de Dunquerque (París, 1783) se lee que de dos jóvenes que la curiosidad había atraído al sitio de la exhumación, el uno fue atacado de un violento dolor de cabeza, declarándose viruelas de las que murió. Entre los cadáveres cerca de los cuales se había detenido, muchos habían fallecido de viruelas confluentes. Un trabajador pereció por otra imprudencia; jugaba con los restos de los cadáveres, creyendo encontrar en el vino un poderoso específico. (Pág. 73).

Los diversos accidentes de que acabo de hablar, han asombrado de tal modo a los autores de medicina legal, que muchos no han titubeado en asegurar que el médico podría rehusar su ministerio, cuando se tratase de un caso de exhumación, mucho tiempo después de la muerte.


Del "Tratado de Medicina Legal" (tomo II),  del Dr. Mateo Orfila; Imprenta de Don José María Alonso, Madrid, 1847.