Al velorio se invita a todos los parientes y amigos; por sí mismos se invitan los vecinos, los parásitos y los holgazanes. El objeto es velar una noche, rogando en favor del alma que ha partido, pero entre uno y otro rosario, se toma mate, se come, se bebe y se juega. La descarada gritería de los jugadores y el rastro de sus palabras de amor, interrumpen el murmullo triste y lento del De profundis, al que se dedican algunos pocos deudos. El concurso de la alegría y del dolor, de la vida y de la muerte, forma un contraste tan inarmónico, que no se puede por lo menos que temblar, pensando en la extrañísima pasta de la que está hecho el Homo Sapiens de Linneo.
Sin embargo, creed, bajo mi palabra, que los entrerrianos no son más duros de corazón, ni más escépticos que los romanos, que pagaban las lágrimas, y compradas, las encerraban en la urna, en ludibrio del silencio venerable de la muerte, o como los buenos milaneses, que huyen de la casa del difunto, no sé si por horror del féretro o en salvaguardia de su propio egoísmo. Cuando en Entre Ríos muerte un niño, el velorio es acompañado siembre con bailes. De aquí deriva el proverbio argentino: "Morí para que bailemos". Triste escuela para la juventud, que educándose para la vida, ve recibir con fiestas a la muerte.
PAOLO MANTEGAZZA
NOTA: Paolo Mantegazza (1831-1910) fue un médico, antropólogo y viajero italiano que dejó una importante obra reconocida internacionalmente. En 1854 llegó a la República Argentina, a la que recorrió estudiando sus costumbres, enfermedades, remedios naturales, psicología y otros aspectos médicos y sociales.