Últimos momentos del rey Don Fernando el Católico (1516)
En 1515 Fernando cayó repentinamente enfermo de mal misterioso, que le produjo un síncope del cual sus servidores lograron hacerle salir con dificultad. (...) Sin embargo, a pesar de sus enfermedades, seguía teniendo mentalidad clarísima y energías sin límites. No pudiendo permanecer largo tiempo en un lugar, obligaba a sus cortesanos a frecuentes viajes, mostrándose incansable. (...) Claramente se veía que le quedaba poco de vida. Padecía de hidropesía, complicada con otros achaques del corazón. Según cuenta Pedro Mártir, respiraba con tal dificultad que huía de la atmósfera de las ciudades populosas, pasando los días en el campo y los bosques.
Sepulcro de los Reyes Católicos en la Catedral de Granda. Obra de Domenico Francelli.
Aunque no se había mostrado nunca superticioso, al sentirse enfermo observaba cuidadosamente las señales tenidas por funestas. Así se horrorizó al oír que la campana milagrosa de Velilla de Aragón había sonado, porque su repique anunciaba siempre una desgracia. Según algunos cronistas, consiguió reanimarle una vieja hechicera llamada "la Beata del Barco", que le profetizó que no moriría hasta conquistar Jerusalén. Otro adivino le dijo que no se acercara nunca a la ciudad de Madrigal de las Altas Torres, y desde entonces huía de ella como de la peste.
Y por una ironía del destino fue en la pequeña aldea de Madrigalejo donde le sorprendió la muerte. En diciembre de 1515, cuando era huésped del duque de Alba, recibió la noticia de la muerte del Gran Capitán, y quedó profundamente abatido. (...) Continuando luego su viaje hacia el sur, cayó tan enfermo que hubo de hacer alto en una fonda llamada Posada de Santa María, conforme con su destino. No permitía al confesor que se acercara a su cabecera, y cuando Adriano de Utrech, deán de Lovaina y tutor de Don Carlos I, le pidió audiencia, le despidió diciendo: "Sólo habéis venido a España para verme morir."
Quedando luego algo más tranquilo, el Rey mandó llamar a sus amigos y, reuniéndoles alrededor de su lecho, les expresó sus últimos deseos sobre el gobierno del reino. Y después de recibir los Santos Sacramentos, murió plácidamente. Corría el mes de enero de 1516. Acercándose al cadáver, el anciano Duque de Alba cerró caritativamente sus ojo marchitos. Contaba entonces el rey Don Fernanda sesenta y cinco años de edad, y había transcurrido cuarenta y siete desde desde su aventurero viaje a Castilla para conquistar la mano de Doña Isabel.
Muchos críticos le han acusado de ser avaricioso y mísero, pero a su muerte se supo que apenas dejó con qué pagar su entierro. Sus funerales, en contraste con los de Doña Isabel, fueron fríos e inexpresivos, porque muchos de sus partidarios temían mostrar demasiado francamente su afecto, ante la posibilidad de ofender con ello a Don Carlos.En su marcha hacia Granada, la fúnebre procesión, en la que figuraban los leales servidores de Don Fernando, Pedro Mártir y el Duque de Alba, recibió las muestras de pésame de varias ciudades. Zurita nos describe la llegada del cortejo a La Alhambra, y dice que el pueblo se conmovió al ver llegar cadáver al Monarca que en ella entrara triunfalmente en 1492.
De acuerdo con los deseos mostrados por Doña Isabel en su testamento, sus restos y los de Don Fernando fueron más tarde enterrados en la Capilla Real de la Catedral de Granada, y sobre ellos su nieto Carlos I y V erigió un suntuoso mausoleo de mármol blanco, adornado con figuras de ángeles y santos. Cuando hogaño contemplamos la cara astutra de Don Fernando, que parece dormitar al lado de su esposa en la paz de la capilla, recordamos las descripciones que de él dejaron hechas su contemporáneos.
De "La España de Cisneros" por Walter Starkie. Editorial Juventud, Barcelona, 1943.
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