Predicando un párroco de aldea sobre los tormentos del infierno, los pintaba como insoportables por el frío excesivo que allí hace y decía: -Si oyentes míos, es tan riguroso el frío que se caen las narices heladas, las orejas, etc. y en fin, hiela el fuego.- Como entonces era precisamente la estación de invierno que hacía temblar en la iglesia a todos los feligreses. Al oír que se caían las narices muchos echaron manos a las suyas y uno después del sermón le preguntó porqué había dicho que hacía frío en el infierno cuando todos los teólogos sostenían que allí era el calor por fuerza horroroso no habiendo más que fuego y llamas por todas partes para castigo de los condenados por toda la eternidad. -¡Oh! hay una razón muy poderosa para explicarme así; pues si yo hubiese dicho a mi auditorio que hacía calor, todo el mundo se hubiera condenado por allí a calentarse dejad que que venga el verano y los disuadiremos de este error.
De "La Mariposa"; n. 6, Montevideo, 06 abr. 1851.
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