Título: Los últimos días de Sagunto
Autor: Francisco Domingo y Marqués
Escuela: Romanticismo tardío
Año: 1871
La bien murada Sagunto, en donde habitaba un pueblo inteligente y vigoroso, fue atacada por Aníbal, el cartaginés. Sagunto era la ciudad más poderosa y rica de España; se hallaba edificada muy cerca del mar, y mantenía un comercio activo que la había engrandecido.Los saguntinos esperaban auxilios de Roma, su aliada, pero los romanos se movieron con demasiada lentitud, perdieron tiempo en embajadas inútiles a los cartagineses y los sitiados se vieron librados a su propia fuerza, que, aún siendo mucha, no podía competir con el poderío del ejército de Aníbal.
Durante varios meses, los defensores de la fortaleza lucharon con tenacidad mientras las máquinas de guerra del enemigo derribaban, poco a poco, las murallas, y se desmoronaban las torres. Grandes brechas fueron abiertas, pero, a falta de las moles de piedra, opusieron los saguntinos sus pechos, protegidos por corazas de bronce, y, los cartagineses avanzaron, muy lentamente, entre los escombros y las ruinas. Así consiguieron dominar una parte de la ciudad, pero, en la otra, se atrincheraron otra vez los saguntinos, y construyeron un nuevo muro interior. Con todo, era tal la escasez de alimentos entre los defensores, que era claro que no podrían resistir mucho tiempo.
Conociendo esto, Aníbal envió a un emisario ante el Senado de Sagunto, imponiendo duras condiciones; los habitantes de la ciudad, sin excepciones, deberían retirarse de ella, abandonando sus riquezas y sus hogares, y se establecerían en el lugar que Aníbal designase. Aunque los saguntinos no tenían ya defensa alguna, y su derrota era cierta, el Senado tomó una resolución heroica, que fue seguida por una gran parte del pueblo. Sin dar contestación a las propuestas del emisario de Aníbal, salieron los más importantes senadores a la plaza, en donde hicieron una gran hoguera, a la cual echaron las riquezas en oro que tenían en sus casas y las del tesoro público, y, después de esto, se arrojaron ellos mismos al fuego y perecieron.
Casi enseguida, se desplomó una de las torres que defendía la fortaleza, y por el hueco se precipitaron los cartagineses, que se apoderaron de la ciudad y acabaron con los últimos defensores; pero la gloriosa acción de los saguntinos se elevó por encima de la derrota, y la fama de ella se extendió entre los venideros.
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