El de julio de 1946 -¿por qué elegiría esa fecha histórica?- se arrojó de un balcón, en París, el periodista y escritor Fernando Ortíz Echagüe. Nacido en España, había tomado carta de ciudadanía argentina. No había vivido aquí muchos años, pero había servido durante largo tiempo a La Nación, de la que que fue representante en París. Era alto y no carecía de distinción, pero feo, por causa de la naríz aplastada. Simpático y servicial como él solo. Centenares de argentinos que anduvieron por Europa le debían servicios.
Como escritor era excelente y uno de los más graciosos que he conocido. Algunas páginas suyas son inolvidables. Recuerdo siempre aquella donde relata como Alfonso XIII, en San Sebastián, le hizo cantar el Himno Nacional Argentino para que una banda lo aprendiese y lo reproduje ante Marcelo de Alvear, presidente electo de nuestro país y que pasaría pronto por aquella ciudad en la que no se encontraba un ejemplar impreso de nuestra canción patria ni había quien la tocase en el piano...
¿Por qué se mató el hombre optimista, risueño, triunfador que era él? Cada suicidio, si el autodelincuente no lo dice o no hay una enfermedad de por medio, es un misterio extraño. ¿Será la atracción del abismo, como cuando, al borde de un precipicio, sentimos la tentación de arrojarnos? ¿O será el anhelo de retornar al no ser, o de mezclarnos con lo infinito? ¿O una protesta contra el Destino, o contra Dios, que nos dió la vida, esta vida tan cruel, tan desolada, tan "cotidiana"? ¿O una voz que nos llama, o una pasión que nos empuja?
De "Entre la Novela y la Historia" de Manuel Gálvez; Librería Hachette, Buenos Aires, 1962.
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