Tomados de la mano, los dos niños recorren diariamente el camino "por donde siempre vuelven menos de los que van". Son dos huérfanos, dos hermanitos que desde el día en que perdieron a la madre, se acompañan el uno al otro, unidos por un cariño fraterno más delicado y profundo. Todos los días se les ve avanzar por el largo sendero, la cabeza inclinada bajo el peso de un dolor irremediable, y en las manos algunas flores silvestres. Lento el paso... Los labios sellados por una vieja angustia... Parece que hubieran dejado de ser niños. Ha tiempo que la alegría no ilumina sus rostros. Son dos avecillas que perdieron en una hora infausta, el don del gorjeo y del canto.
De tarde en tarde, la niña interrumpe el prolongado silencio fijamente, y, como si hublara consigo misma, exclama: - Anoche soñé como mamá... Estaba triste... Me miró primero fijamente y luego me tomó de las manos para llevarme... ¡Tuve miedo! Otra vez la pregunta: - ¿Echaste agua en el tiesto de los claveles?... Hoy arrancaremos las hierbas...Al final del camino y en las afueras de la aldea está el cementerio: lo rodea una pared baja y derruída. Se entra a él por un portón sostenido por gruesos pilares de ladrillo. ¡Lugar de tristeza! ¡Cuántas de esas flores que cubren las veredas y las tumbas fueran regadas con lágrimas! ¡Cuántas veces los labios de la madre besaron aquella tierra que oculta la cajita blanca, en la cual el hijo duerme para nunca jamás depertar!
Los dos huerfanitos se acercan a la cruz; la conocen bien... El padre la colocó una tarde, enseguida que volvió del trabajo. Después de besarlos con ternura, les dijo: - Aquí descansa vuestra mamita... Le traeréis flores todos los días y os arrodillaréis para orar. Se sentirá dichosa al veros junto a ella. Decidles en vuestras oraciones que le prometéis ser buenos, y que la recordaréis siempre... siempre... Los dos hermanos habían escuchado estas palabras con religioso silencio. Ni un solo día dejaron de cumplir aquel deseo de la madrecita, y cada vez que se acercaban al humilde sepulcro les parecía oír la voz de ella entre el canto de los pájaros o entre el rumor del follaje, movido por el viento.
¡No hay soledad más triste que la de los niños sin madre! ¡Acercáos a ellos y acariciadlos mucho, ya que la adversidad quiso privarlos de las ternuras que anidan en los labios de la madre!
J.D.F.
Del libro "Cómo se enseña la composición" (Método Activo) por José D. Forgione; Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1931.
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