Condenada por el juez a ser quemada viva, reunieron un gran montón de leña, le pegaron fuego y, cuando las llamas se agitaban y elevaban en toda su poderosa actividad, arrojaron a la Santa en medio de la hoguera; pero apenas las llamas tocaron al cuerpo de Inés, formaron en torno de ella un gran hueco, y al extenderse por los lados, envolvieron a los circunstantes, mientras que la Santa en el centro permanecía ilesa. Levantó sus manos al cielo, y comenzó en alta voz a orar y bendecir a Dios, y cuando terminó su oración, la hoguera estaba apagada. El pueblo que esto presenciaba, en vez de admirar el poder de Dios y la inocencia de la Santa, ebrio de furor clamaba contra ella, y el juez mandó que la degollasen.
Oyo
la sentencia Inés serena y alegre; conducida al lugar del suplicio,
parecía un corderillo en medio de lobos; sin embargo, sus tiernos años y
su candor hicieron brotar lágrimas de compasión a muchos de los
espectadores. El verdugo mismo estaba como indeciso y turbado, e Inés le
dijo: "¿Por qué te detienes? No temas matarme, la muerte es para mí el
principio de una nueva vida." Dichas estas palabras, oró por un momento,
y terminada que fué su oración inclinó la cabeza; el verdugo, algún
tanto recobrado, descargó sobre ella el golpe mortal. Aconteció esto en
el año 303 del nacimiento de Cristo.
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