sábado, 15 de octubre de 2016

Consideraciones sobre la muerte III: la muerte en el siglo XIX. La muerte ajena.

 
A finales del s. XVIII se produjo otro cambio en las actitudes consistente en la COMPLACENCIA ante la idea de la muerte. En el s. XIX, la gente seguía muriendo en sus casas, rodeada de personas, pero con actitud diferente, en otros tiempos estaban amparados por la oración y ahora estaban turbados por la emoción, lloraban y gesticulaban en una gran demostración de dolor que había desaparecido del s. XIII al XVIII. Era un dolor intenso que luchaba desesperadamente contra la forzosa separación. El miedo a morir se desplaza hacia la muerte ajena.

EL TESTAMENTO

Aparece a finales del s. XVIII e influyó notablemente en la relación que mantenía el moribundo con su familia. Hasta este siglo, la muerte era asunto exclusivo del propio agonizante, que tenía que dejar bien asegurado que su voluntad sería cumplida. Esto se hacía por medio del testamento, casi siempre firmado por testigos ante un notario. Del s. XIII al XVIII, el testamento sirvió, además de para la transmisión de herencias. De esta forma el moribundo obligaba públicamente a que éstos respetaran sus últimas voluntades. En la 2ª mitad del s. XVIII varió la función del testamento, pasando a ser únicamente un acta legal de distribución de los bienes.

EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD

La despedida era un acto fundamental del ceremonial de la muerte. Informar al paciente era un deber del médico, según un documento pontificio de la Edad Media. En la 2ª mitad del s. XIX, se estimó conveniente ocultar al enfermo la gravedad de su estado para protegerle, manteniéndole en un ambiente de falso optimismo, donde las decisiones más importantes se tomaban sin contar con él.
 

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