A finales del s. XVIII se produjo otro cambio en las actitudes consistente en la COMPLACENCIA ante la idea de la muerte. En el s. XIX, la gente seguía muriendo en
sus casas, rodeada de personas, pero con actitud diferente, en otros
tiempos estaban amparados por la oración y ahora estaban turbados por
la emoción, lloraban y gesticulaban en una gran demostración de dolor
que había desaparecido del s. XIII al XVIII. Era un dolor intenso que
luchaba desesperadamente contra la forzosa separación. El miedo a morir
se desplaza hacia la muerte ajena.
EL TESTAMENTO
Aparece a finales del s. XVIII e influyó notablemente en la relación que mantenía el moribundo con su familia. Hasta este siglo, la muerte era asunto exclusivo del propio agonizante, que tenía que dejar bien asegurado que su voluntad sería cumplida. Esto se hacía por medio del testamento, casi siempre firmado por testigos ante un notario. Del s. XIII al XVIII, el testamento sirvió, además de para la transmisión de herencias. De esta forma el moribundo obligaba públicamente a que éstos respetaran sus últimas voluntades. En la 2ª mitad del s. XVIII varió la función del testamento, pasando a ser únicamente un acta legal de distribución de los bienes.
EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD
La despedida era un acto fundamental del ceremonial de la muerte. Informar al paciente era un deber del médico, según un documento pontificio de la Edad Media. En la 2ª mitad del s. XIX, se estimó
conveniente ocultar al enfermo la gravedad de su estado para
protegerle, manteniéndole en un ambiente de falso optimismo, donde las
decisiones más importantes se tomaban sin contar con él.
Fuente: El Ergonomista
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